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Transcripción
En esta sesión vamos a desarrollar un tema muy controversial, uno que ha agobiado a una gran cantidad de cristianos. Y no solo a cristianos, sino también a los que están fuera de la iglesia que han luchado con la siguiente pregunta: ¿hay grados de pecado o grados de justicia? Es una pregunta práctica muy, muy importante, y la analizaremos luego de algunas palabras de oración. Oremos. Padre, de nuevo venimos a ti, pidiéndote la gracia que necesitamos para crecer en nuestro aprecio por Tu justicia, que podamos comenzar a amar las cosas que amas y aborrecer las cosas que aborreces para que Tu reino pueda ser honrado en este mundo y en nosotros. Lo pedimos en el nombre de nuestro Rey. Amén.
He descubierto que parece haber un gran, gran malentendido sobre la ética bíblica, y sobre la ética del NT en particular, que anda rodando en la cultura secular. No hace mucho tiempo, leí un ensayo algo fascinante escrito por un psiquiatra de renombre, un hombre reconocido por ser brillante, por su pedigrí académico y por la perspicacia de sus juicios. En este ensayo en particular, el psiquiatra en cuestión estaba muy turbado con el cristianismo. El psiquiatra expresaba el hecho de que en su práctica como médico, se veía obligado a tratar día a día con personas que eran neuróticas, y a veces, psicóticas, como resultado de una incapacidad para manejar la culpa.
¿Alguna vez has pensado en cuántos problemas en la psiquiatría están relacionados con el tema de la culpa? En cierto sentido, como profesional médico, un psiquiatra tiene que preocuparse por la ética, no solo por cómo llevar a cabo su práctica, o por cómo conduce su vida personal, sino por cómo entiende la relación entre el bien y el mal y la culpa y su poderoso impacto en la personalidad humana. Este psiquiatra en particular expresaba en el ensayo su agobio y turbación, ya que escribía una crítica sobre la enseñanza ética de Jesús.
Le doy crédito por esto, ya que aún hoy, los que son más hostiles a Jesús, la iglesia y el cristianismo, suelen tener un buen concepto de Jesús como maestro ético. Dicen: «No creo que sea divino, ni el Salvador del mundo ni nada de eso, pero sí, reconozco que es el maestro de ética más grande que haya existido». Ahora viene este psiquiatra, golpea la mesa y deja en claro su postura: «Oye, no creo que Jesús fuera un maestro de ética tan sorprendente.
¿Cuál era la esencia de su crítica? Lo que dijo fue esto: fue directamente al Sermón del monte y dijo: «En el Sermón del monte vemos el quid de la enseñanza de Jesús sobre la ética. ¿Por qué tomarlo en serio?», preguntó el psiquiatra. «¿Por qué deberíamos considerar a Jesús como un gran maestro moral o un gran educador de ética cuando da un discurso en el que le dice a la gente que es tan malo codiciar a una mujer como cometer adulterio… O, como sugirió en el Sermón del monte, que es tan malo odiar a alguien como matarlo?».
Y prosigue, en dicho ensayo, a mostrar lo insensata que sería tal ética. Dijo: «Considérenlo, en términos de la destrucción que se produce en la comunidad, y de la violación de las personas que se produce, en términos de la diferencia y la distinción entre el odio o la ira… y el asesinato. Si te odio, si me enojo contigo sin una causa justa, eso ciertamente te hiere como persona; hago disminuir tu gozo, tu felicidad, al pecar contra ti con odio e ira injustificable.
Hay un sentido en el que la calidad de tu vida se ha visto perjudicada por mi pecado, y eso es un asunto muy serio», dice el psiquiatra. «Ese tipo de castigo psicológico a las personas que proviene del odio y la ira es destructivo, pero», dijo el psiquiatra, «no es digno de ser considerado con la capacidad destructiva del asesinato. Verás, si te mato, he dejado viuda a tu mujer y a tus hijos huérfanos. Les he quitado lo que es, tal vez, la fuente principal de ingresos de sus vidas. He devastado a esa familia. Sí, te he herido si te odio, te he lastimado si te he hecho enojar, pero no he destruido a tu familia quitándote la vida.
¿Cómo podría una persona sabia equipararlos sobre la misma base? O —como sugiere el psiquiatra—, si te codicio, tal vez te haya despersonalizado, te convertí en una cosa, una herramienta, e insulté tu dignidad, lo cual es grave, pero eso no es lo mismo que cometer adulterio, donde el vínculo de la unión entre dos matrimonios ha sido afectado, y la seguridad del hogar, de la familia, de los hijos y todo lo que resulta como consecuencia de la aventura ilícita del adulterio. Eso es radical. No es lo mismo que la lujuria».
Entonces el psiquiatra se rasca la cabeza y dice: «No entiendo por qué el mundo pone a Jesús de Nazaret en un pedestal como maestro de ética, cuando nos está enseñando que es igual de malo codiciar como cometer adulterio; que es tan malo estar enojado como matar». Bueno, tengo que decir que comparto la consternación de ese psiquiatra completamente hasta cierto punto. Que si en verdad Jesús de Nazaret enseñó que el adulterio no era peor que la lujuria y que el asesinato no era peor que el odio, yo estaría tan asombrado como el psiquiatra de que el mundo haya reverenciado la enseñanza ética de Jesús.
La realidad, queridos amigos, es que Jesús de Nazaret nunca enseñó en ningún momento que es tan malo codiciar como cometer adulterio; o que es tan malo airarse como matar. Jesús nunca enseñó eso. Nunca lo enseñó en los evangelios. Nunca lo enseñó en el Sermón del monte. No es enseñado por los apóstoles. No se enseña en el Antiguo Testamento. De hecho, el Antiguo Testamento, por ejemplo, que es el libro con el cual Jesús fue criado y al cual le debía su propia lealtad humana en términos de patrones éticos, está lleno de distinción tras distinción tras distinción con respecto a los grados de pecado.
Incluso en el sistema judicial de Israel, se hacían distinciones claras entre el asesinato en primer grado, lo que llamaríamos asesinato por malicia premeditada, y el homicidio involuntario. Había distintas penas establecidas para eso. Hay una delineación clara de la severidad del pecado, y de la misma manera vemos en el otro lado de la balanza, las diferencias en los niveles de recompensa y mérito de la justicia. Pero, ¿por qué alguien llegaría a la idea de que Jesús enseñó que no había distinciones?
Bueno, creo que viene de un simple error al leer el Sermón del monte, donde Jesús, en esa situación particular, está lidiando con los fariseos. Jesús sí les dice: «todo el que mire a una mujer para codiciarla ya cometió adulterio con ella en su corazón, y si odian a su prójimo sin causa, y si se enojan con su hermano sin causa, han quebrantado la ley: “No matarás”». El punto de lo que Jesús está diciendo, ciertamente no es decir —y de hecho, Él no lo dijo, — que es tan malo odiar como lo es asesinar. Ese no es el punto que debíamos inferir de Sus enseñanzas. ¿Cuál es el punto?
Permítanme volver al gráfico de nuevo y usar el gráfico para algo completamente distinto a lo que estábamos haciendo. Mencioné al principio que el pecado es complicado; que no solo es complicado, sino que es complejo. Hay otro continuum. Vemos aquí el continuum del mal al bien, y que no solo hay un continuum del mal al bien, sino que hay grados en este continuum. Lo peor, cuando hablamos de adulterio, es el acto físico real del adulterio. Pero hay etapas, aquí tenemos la castidad, esa es la justicia. Aquí tenemos el mal del amor ilícito y el adulterio, pero hay toda clase de cosas que entran entre esos dos polos.
Un hombre puede besar a otra mujer que no sea su esposa. Eso no es adulterio. Eso no es tener relaciones sexuales per se. Esa relación puede progresar a través de etapas de participación más y más y más profundas sexualmente. Hay un sentido en el que todo puede empezar con algo que es inocente, simplemente una amistad, lo cual es justo, pero la amistad avanza hacia etapas en que se inclina en dirección de una relación ilícita, ilegítima, que culmina en el adulterio.
Hay pasos en el camino, y hay un sentido en el cual, al comienzo de esa complejidad, eso complejo del pecado es lujuria. Cuando la lujuria nace en la mente, se produce el primer paso en la dirección de llevar a cabo la fantasía, de llevar la idea mental al hecho real de quebrantar la ley de Dios. El punto que Jesús está planteando es este: que la ley dada por Dios —no cometerás adulterio— no es tan fácil que se cumpla ni se guarde con integridad si uno únicamente se abstiene del acto más abismal del adulterio.
Gail Green hizo una encuesta sobre la revolución y la ética sexual en las estudiantes universitarias de los años sesenta en esta nación, y dijo que en ese entonces, el resultado de esa encuesta en particular, fue que la filosofía predominante de la actividad sexual entre las universitarias en los años sesenta era la filosofía de «todo excepto», o lo que ella llamaba la «virginidad técnica». Entonces, la ética prevalente era: «Está bien involucrarse sexualmente con hombres siempre y cuando no llegues al final».
Luego, un cambio se dio en los años setenta. «Está bien llegar hasta el final siempre y cuando no seas promiscua o no seas promiscuo», y luego pasamos al siguiente paso, donde está bien ser promiscuo, y así hemos visto los cambios en las actitudes culturales en los últimos quince o veinte años. Lo que Jesús está diciendo es que cuando Dios dice: «No cometas adulterio», la medida completa de esa prohibición incorpora dentro de sí toda la complejidad de ese pecado, no solo el acto en sí, sino todas las cosas que son parte de él, desde el adulterio hasta los inicios donde se empezó a cruzar esta línea de lujuria.
En el mismo sentido, cuando la ley dice: «No matarás», no hemos guardado la ley solo por haber pasado por este mundo sin haber asesinado a nadie, sino que Jesús dice que las implicaciones más amplias de esa prohibición, las mayores implicaciones de la ley de Dios son, no solo que no debemos matar, sino tampoco dañar. No solo no debemos dañar, sino tampoco herir, ni mental, ni psicológicamente, ni de ninguna manera. Y no solo eso, hay un aspecto positivo, hay un lado de equilibrio positivo, una justicia positiva. No solo no debemos matar, sino que debemos promover la vida. Hay tanto una ramificación positiva como negativa de la ley. De nuevo, lo que Jesús estaba haciendo allí era criticar una comprensión simplista de la ley, que es exactamente lo que los fariseos estaban haciendo.
¿Recuerdan al joven rico? Vino y preguntó a Jesús: «¿Qué debo hacer para heredar la vida eterna?» Jesús dijo: «Tú conoces la ley: no matarás, no robarás, no cometerás adulterio», ¿qué es lo que responde este joven? «Todas estas cosas las he guardado desde mi juventud». ¿Lo hizo? Si entendemos la ley estrictamente en el sentido estricto de la expresión más perversa de estos pecados, es perfectamente posible que ese hombre rico nunca haya robado cinco centavos, nunca haya cometido adulterio, nunca haya matado a nadie. Pero lo que Jesús estaba tratando de enseñarle era que no podía guardar los Diez Mandamientos, ni por cinco minutos, en sus implicaciones más amplias, y esa era la lección que quería enseñar a los fariseos.
Él nunca dijo que la lujuria es tan mala como lo es cometer adulterio, pero si dijo que si pecas de lujuria, no has cumplido toda la medida de la complejidad de la ley. Es vital que entendamos ese punto, porque la ética bíblica no tendría sentido sin este tipo de entendimiento. Podría agregar que la iglesia, tanto la católica romana como la protestante, históricamente, ha entendido a lo largo de la historia del cristianismo que existen grados de pecado. La fórmula católica romana, que se hizo popular en la Edad Media y, por supuesto, se convirtió en un punto de disputa en el siglo XVI, pero que aún está en el centro de la teología moral católica romana, es la distinción entre el pecado mortal y el venial.
Ahora, el punto de esa distinción es que hay algunos pecados tan groseros, tan atroces, tan serios que la comisión misma de esos pecados es mortal. No es que mate a la persona, sino que mata la gracia de la justificación que habita en el alma del creyente. No todo pecado tiene consecuencias tan devastadoras. Hay pecados que realmente son pecados, pero que son pecados veniales. Son pecados menos graves. No tienen la capacidad de matar que tiene el pecado mortal, y así Roma hace esa distinción.
Muchos protestantes, en especial los protestantes evangélicos, han rechazado la idea de un grado de pecado porque saben que la reforma protestante rechazó la distinción católica romana entre mortal y venial. Entonces concluyeron que, dado que el protestantismo niega el punto de vista católico romano de los pecados mortales y veniales, entonces la iglesia protestante niega cualquier nivel o distinción entre los pecados. Volvamos a los propios reformadores. Juan Calvino fue un crítico abierto de la Iglesia católica romana y, ciertamente, un crítico de esta distinción entre pecado mortal y venial. Y esto es lo que Calvino dijo: él dijo que todo pecado es mortal en el sentido de que merece la muerte.
La Biblia dice que si pecas contra un punto de la ley, pecas contra toda la ley, si cometo un solo pecado en el más mínimo acto de transgresión, ¿alguna vez consideraste las ramificaciones o repercusiones de un acto pequeño, un pecadillo diminuto, un pecadito conduciendo a 100 km cuando el límite de velocidad es 50? Solo esa pequeña transgresión contra las leyes civiles, a las que Dios te llama a obedecer, no maliciosa, no violenta, no dañina, no hostil hacia Dios pero que quebranta la ley de Dios.
Un asunto menor, pero en ese punto, elegiste desobedecer a tu Creador, tu Creador que es completamente santo, completamente justo, completamente recto, y en ese momento elegiste poner tu voluntad de criatura humana caída en una posición exaltada por encima de Dios mismo. En ese momento, en ese pequeño desliz, estás involucrado en un acto de traición cósmica. No lo ves de esa manera, nadie lo hace, pero ¿no es eso lo que es? Cuando peco, elijo mi voluntad sobre la del Dios Todopoderoso.
En ese punto, probablemente, lo que estoy diciendo implícitamente es que soy más inteligente, más sabio, más justo, y soy más poderoso que Dios mismo. Insulto la santidad de Dios con mi pecado. Y no solo eso, doy falso testimonio contra Dios, porque fui creado a la imagen de Dios, y como portador de Su imagen, se supone que debo reflejar Su carácter, a toda la creación, y las ardillas me están viendo y los canguros, y cuando me ven pecar, si todo está bien, podrían decir, oh, así debe ser como Dios es: injusto, orgulloso.
¿Ven? Yo miento sobre el carácter de Dios cuando peco. Podría seguir todo el día hablando de las implicaciones, y no estoy aquí para intimidar a nadie acerca de los pecaditos. Lo que Calvino dice es que todo pecado es mortal ya que si Dios fuera absolutamente justo, podría destruir a todos aun por los pecados más pequeños que hemos cometido. De hecho, el castigo por el pecado fue dado el mismo primer día de la creación del hombre: «El alma que peque, esa morirá, porque el día que de él comas, ciertamente morirás». Pero Dios no siempre nos trata según la justicia; Él nos trata según Su gracia, y nos permite vivir, y obra para efectuar nuestra redención.
Calvino dice: «Todos los pecados son mortales porque merecemos la muerte. Ningún pecado es mortal en el sentido de que anule la gracia que nos salva». Si no crees eso, pierdes tu justificación y tienes que volver a pasar a través del segundo punto de la salvación, a través del sacramento de la penitencia. Tenemos que arrepentirnos, claro, pero nuestra gracia, la gracia justificadora que el Espíritu Santo nos trae, no es matada por nuestro pecado debido a la gracia de Dios. Así que Calvino negó el pecado mortal sobre dos bases, y luego dijo que no le gustaba el pecado venial porque se presentaba como la idea de que ah, los pecados no son realmente serios.
Sin embargo, Calvino y todos los demás reformadores sostuvieron enérgicamente que hay una diferencia entre los pecados menores y lo que ellos llaman pecados graves y atroces, y es importante que los cristianos noten esa distinción, y es importante para nosotros, si vamos a tener el fruto del Espíritu Santo, ser capaces de notarlo, porque estamos llamados a ser pacientes, amables y tolerantes con otros cristianos y con otros no cristianos, incluso ser pacientes con ellos en sus pecados.
No hay cristianos perfectos formando parte de la iglesia, y el Nuevo Testamento habla de un tipo de amor que cubre una multitud de pecados. De hecho, uno de los pecados más graves es el pecado de mezquindad, por el cual las personas comienzan a insistir en las transgresiones menores en la comunidad y luego desgarran el cuerpo de Cristo, y de una transgresión muy pequeña, se produce un gran daño cuando es alimentado por el fuego del chisme, calumnia y mezquindad, siendo que se nos llama a la paciencia y la tolerancia hacia los fallos de otros cristianos.
No que estemos llamados a ser blandos con el pecado, y sin embargo, al mismo tiempo, hay ciertos pecados que se enumeran una y otra vez en el Nuevo Testamento en catálogos de pecados que son muy, muy serios y que no se debe permitir que se toleren en la iglesia. El adulterio es grave. El incesto exigía disciplina eclesiástica. Embriaguez, asesinato, fornicación, el Nuevo Testamento infiere de la ley de Dios que estos pecados son particularmente destructivos para la vida humana y para la sociedad humana, y llama a la disciplina de la iglesia cuando estos pecados se manifiestan. Entonces, creo que está claro que tenemos distinciones ahí y no solo estas referencias lo ilustran, sino que consideren las advertencias de las Escrituras.
Las advertencias, por ejemplo, que el apóstol Pablo nos da de que debemos tener cuidado. Él le está hablando al incrédulo, al inconverso, dice a esas personas que están amontonando, atesorando, acumulando ira para el día de la ira. Algunos dicen, uno entra al cielo o no entra al cielo. Pero, con grados de pecado y grados de justicia, también hay grados de infierno y grados de cielo. Quizás digas: «Un momento. Nunca he escuchado algo así». Hay por lo menos veintidós referencias en el Nuevo Testamento a los grados de recompensas que se dan a los santos en el cielo: diferentes niveles, diferentes recompensas, diferentes roles que se desempeñarán.
La Biblia advierte una y otra vez que no debemos aumentar la severidad de nuestro juicio, que será más tolerable el día del juicio para Sodoma y Gomorra que para Corazín y Betsaida. Jesús le dice (después de haber sido entregado a Pilato) a Poncio Pilato: «Los que me han entregado a ti tienen mayor culpa que tú». Jesús mide y evalúa la culpa, y a mayor culpa y mayor responsabilidad viene mayor juicio. Es un tema recurrente que atraviesa todo el Nuevo Testamento. Pero tú dirás: ¿El asunto fundamental no es si llegamos allá o no llegamos? Recuerdo que le hice esa pregunta a un teólogo en el seminario, y me dijo: «R.C., el pecador en el infierno haría todo lo que estuviera a su alcance y daría todo lo que tuviera para hacer que el número de sus pecados en su vida fuera uno menos».
Nosotros entendemos eso en nuestros tribunales de justicia. Si alguien es un asesino en masa y mata a dieciocho inocentes. Él llega a la corte, y es acusado de dieciocho cargos de asesinato, y es condenado por asesinato, puede ser sentenciado a dieciocho cadenas perpetuas consecutivas, y nos reímos de eso. «Ja, solo tiene una vida. No es gato. No tiene nueve vidas. No puede ir a prisión por nueve vidas, así que es ridículo tener dieciocho cadenas perpetuas consecutivas». Sí, pero no cuando se trata de un Dios eterno que tiene mucho tiempo para asegurarse de que la balanza de la justicia esté equilibrada.
Toda la idea de la gradación del pecado y del castigo, la gradación de la virtud y de la recompensa se basa en la justicia de Dios. Si cometes el doble de pecados que otra persona, la justicia exige que el castigo se ajuste al delito. Si has hecho el doble de virtud que la otra persona, la justicia exige que obtengas más recompensa. Dios nos dice que ya sea que lleguemos al cielo o que no entremos al cielo será sobre la base del mérito de Cristo; solo el mérito de Cristo me lleva allá, mi recompensa, una vez que llegue al cielo, se distribuirá según mis obras. No es que mis obras sean lo suficientemente buenas como para imponer una obligación a Dios de recompensarlas, sino que por este método Dios promete recompensar a Su pueblo.
Aquellos que han sido abundantes en buenas obras recibirán abundancia de recompensa. Aquellos que han sido negligentes e irresponsables en las buenas obras tendrán pequeña recompensa en el cielo. Por la misma razón, aquellos que han sido enemigos graves de Dios tendrán severos tormentos en el infierno; los que han sido más suaves y menos hostiles tendrán un castigo menor a manos de Dios, porque Dios es perfectamente justo, y cuando juzgue, tendrá en cuenta todas las circunstancias atenuantes. Y no es solo un asunto del número de pecados, sino que tú puedes haber cometido cinco pecados y el otro, uno solo, pero a los ojos de Dios, este pecado de aquí podría ser diez veces más grave que los cinco pecaditos. Dios tiene todas estas cosas en cuenta. Como dijo Jesús: «Toda palabra vana será tenida en cuenta en el día del juicio».
¿Por qué es importante que insistamos en este punto? Aquí viene la clave del asunto. Déjame pensar. No sé cuántas veces he hablado con hombres, en particular, que están luchando con la lujuria, y se dicen a sí mismos o me dicen a mí: «Mejor hubiera seguido adelante y cometido el adulterio porque ya soy culpable de lujuria». Realmente empiezan a pensar así. «No puedo estar peor a los ojos de Dios si sigo adelante y termino la acción». Claro que puedes, porque el juicio del adulterio real será mucho más severo que el juicio por la lujuria. Dios tratará contigo a ese nivel, de acuerdo con la gravedad de tu crimen, y es una tontería que una persona que ha cometido un delito menor, diga entonces: «Bueno, ya soy culpable. Debí haber cometido el delito».
Dios no quiera que pensemos así, porque si lo hacemos, tenemos que enfrentar el justo juicio de Dios. Estamos llamados a pasar de fe en fe, y de gracia en gracia, y de vida en vida abundando en buenas obras, aumentando el tesoro que Dios está acumulando para Su pueblo en el Cielo, disminuyendo el tesoro de la ira, aumentando el tesoro de bendición. Eso debemos tener en nuestra mente al buscar edificar una conciencia cristiana y un carácter cristiano.
En nuestra próxima sesión, vamos a ver algunos de los principios universales de la ética que Dios ha establecido para nosotros en el acto mismo de la creación del mundo, y lo veremos la próxima vez.






