El bautismo y la tentación de Jesús
1 febrero, 2022La enseñanza de Jesús: parábolas
1 febrero, 2022Discurso inaugural y ministerio público de Jesús
Sexta parte de la serie de enseñanza del Dr. R.C. Sproul «Del polvo a la gloria III: Evangelios».
El llamado de Jesús a Sus discípulos para que lo siguieran fue mucho más extraordinario de lo que parece a primera vista. Jesús vivió Su vida como un rabí itinerante que viajaba de un lugar a otro enseñando en las sinagogas y al aire libre. Mientras viajaban con Él, Sus discípulos presenciaron sanidades sobrenaturales y escucharon enseñanzas liberadoras. Sin embargo, la vida a la que Jesús los llamó no era ni glamorosa ni gratificante según los valores de este mundo. Por eso, Él pronunció Sus bienaventuranzas o bendiciones sobre aquellos que lloran, se lamentan, tienen hambre y son perseguidos en esta vida. Los sufrimientos momentáneos que ellos soportarían en esta vida no serían nada en comparación con la gloria que se les será dada en el reino venidero. En esta lección R.C. Sproul habla de cómo los sermones de Cristo revelan quién Él es y qué vino a cumplir.
Transcripción
Hemos visto que cuando Jesús fue al desierto a ser tentado por el diablo, que Él fue llevado al desierto por el Espíritu Santo. Y después de que nuestro Señor resistió victoriosamente en contra del desenfrenado ataque del enemigo y fue ministrado por los ángeles, después de la partida de Satanás, leemos en el Evangelio de Lucas que entonces Jesús volvió en el poder del Espíritu a Galilea. Eso quedó registrado en el cuarto capítulo del Evangelio de Lucas, inmediatamente después del relato que Lucas hace de la tentación de Cristo. Pero se nos dice que Jesús fue llevado por el poder del Espíritu al desierto y que él volvió en el poder del Espíritu a Galilea. Y se nos dice que las noticias de Él circularon a través de toda la región circundante. Y Jesús ahora, bajo la unción del Espíritu Santo, inicia su ministerio público y es un ministerio que, en primer lugar, está marcado por enseñanzas extraordinarias. Y Lucas nos da el recuento del primer sermón de Jesús, registrado al menos en su Evangelio. No era la primera vez que hablaba, pero nos habla de lo que pasó cuando Jesús fue a Nazaret, el lugar donde había sido criado. Y se nos dice que él fue a «la sinagoga el día de reposo y se levantó a leer» y «Le dieron el libro del profeta Isaías».
Ahora, permítanme hacer una pausa por un segundo. Jesús está actuando como un Rabí itinerante. Esto es, un Rabí que no está ubicado en un lugar fijo, que no tiene una escuela ni un campus donde todo mundo se inscribe y tiene que asistir a clase. Sino que, es como un Rabí itinerante, caminante, nómade, quien va de ciudad en ciudad y de pueblo a pueblo, enseñando. Y ahora se nos dice que él viene a su ciudad natal, a Nazaret y entra a la sinagoga en el día del Sabbat, como era su costumbre; y se nos dice que él se levanta a leer. Esta es una indicación de que Jesús está siendo tratado con respeto, que está siendo reconocido como Rabí y que como Rabí visitante se le da el honor de leer el texto designado para el día. Entonces el rollo es traído al frente de la sinagoga y es desenrollado y abierto delante del Rabí visitante y luego Jesús empezó a leer de este rollo a la gente. Ahora, si recuerdan, cuando estábamos estudiando el Antiguo Testamento y hablamos sobre las profecías mesiánicas de Isaías, mencioné que en Isaías 61 leemos la descripción del trabajo del Mesías que habría de venir.
Ahora, aquí, a principios del ministerio público de Jesús, Jesús regresa a Nazaret. Él es invitado a leer el rollo y el rollo resulta ser del texto de Isaías 61: «Halló el lugar donde estaba escrito: El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar el evangelio a los pobres. Me ha enviado para proclamar libertad a los cautivos y la recuperación de la vista a los ciegos; para poner en libertad a los oprimidos; para proclamar el año favorable del Señor’. Cerrando el libro, lo devolvió al asistente y se sentó». Ahora, no sé cuántas veces leí este texto antes de que un experto me explicara su significado. Yo imaginaba algo como esto: Que Jesús vino a la sinagoga y se sentó en un asiento y entonces lo invitaron a venir al frente de la sinagoga a leer el texto del día; y una vez que terminó de leer, entonces se volteó y caminó de regreso y se sentó en la banca como un lector visitante lo haría en la iglesia un domingo por la mañana en una de nuestras congregaciones. Pero eso no es lo que el texto está diciendo.
En la situación de la sinagoga, en ese ambiente, la gente se sentaba en el piso. No tenían bancas. Y cuando la lectura terminaba, el lector se levantaba a leer y luego era el deber del Rabí dar una exposición, un sermón del texto que acababa de ser leído. Y la postura para la predicación era que el predicador se sentaba en un banco, una silla o algo parecido; y entonces, los que estaban reunidos se sentaban a sus pies, literalmente. Así que cuando dice aquí que Jesús, luego de leer el rollo, se sentó, no quiere decir que volvió a su lugar en la congregación, sino que se quedó frente a la congregación y asumió la posición de un predicador que ahora entregaría su exposición del texto. Y Lucas nos dice que los ojos de todos los que estaban en la sinagoga estaban puestos en él. «Y comenzó a decirles: Hoy se ha cumplido esta Escritura que habéis oído». Ahora, no sé que más dijo Jesús. Podría ser que no dijo nada más. Esto hubiera sido suficiente para haber sido recibido como una explosión en la sinagoga, porque el pueblo que oyó la lectura del rollo entendió que estaba escuchando las palabras del profeta Isaías, quien estaba hablando de la futura venida del Mesías.
Jesús lee este texto y la primera cosa que dice en su sermón fue, «Hoy se ha cumplido esta Escritura que han oído». Fue un momento de shock. El pueblo no sabía qué decir. Ellos no sabían cómo responder. Leemos aquí que «todos hablaban bien de Él y se maravillaban de las palabras llenas de gracia que salían de su boca y decían: ¿No es este el hijo de José? Entonces Él les dijo: Sin duda me citaréis este refrán: ‘Médico, cúrate a ti mismo’; esto es, todo lo que oímos que se ha hecho en Capernaúm, hazlo también aquí en tu tierra». Y luego él continúa diciendo que «ningún profeta es bien recibido en su propia tierra». Pero este es un momento dramático que marca el inicio del ministerio de Jesús, donde él claramente identifica su misión con aquella descripción del Mesías en el libro de Isaías. Ahora, si vamos al relato de Mateo del ministerio en Galilea, durante la primera parte del ministerio, se nos dice que lo que Jesús hace al inicio es reunir discípulos alrededor de Él. Se nos dice, por ejemplo, que Jesús pasó toda la noche en oración antes de emprender la tarea de seleccionar ese grupo íntimo de discípulos que lo seguirían.
Ahora tenemos que entender que, en el Nuevo Testamento, un discípulo no es la misma cosa que un apóstol, aunque muchos de los apóstoles primero fueron discípulos. La palabra «discípulo» en el Nuevo Testamento significa «aprendiz» y hemos visto que Jesús era un Rabí. Pero era un Rabí itinerante, por lo que se dirigió a estudiantes potenciales y seleccionó a algunos de ellos y les dijo, «Síganme». Lo que Él estaba diciendo debía ser interpretado literalmente, no solo como, «crean lo que digo» o «síganme» como cuando decimos que estamos siguiendo a un líder. Jesús estaba hablando mucho más literalmente que eso, porque en su función de Rabí itinerante, sus estudiantes no estaban, como dije, en un campus, en un salón en algún lugar, sino que ellos caminaban literalmente detrás de él. Y mientras Él caminaba por las polvorientas calles de Galilea, yendo de pueblo en pueblo, Él enseñaba mientras caminaba y los discípulos estaban caminando justo detrás de Él, siguiéndolo, guardando en su memoria las lecciones que Él estaba inculcando en ellos, e instruyéndoles mientras avanzaban.
Y luego, de entre ese grupo grande de estudiantes, Jesús seleccionó doce. Y luego de ese grupo, comisionó a los doce para ser sus representantes, para hablar con su autoridad como apóstoles, porque un apóstol era como un embajador o un emisario al que se le da la autoridad del rey o de alguna persona poderosa para negociar en su nombre o hablar con la autoridad de aquel que lo envía. Y ahora con sus discípulos, Jesús emprende su ministerio nacional que cubre la tierra. Ahora hay un pequeño resumen de esto al final del cuarto capítulo del evangelio de Mateo, que, de manera breve, creo que cristaliza la esencia del ministerio público de Jesús. Escuchen lo que Mateo dice. «Y Jesús iba por toda Galilea, (toda Galilea) enseñando en sus sinagogas y proclamando el evangelio del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo. Y se extendió su fama por toda Siria; y traían a Él todos los que estaban enfermos, afectados con diversas enfermedades y dolores, endemoniados, epilépticos, y paralíticos; y Él los sanaba. Y le siguieron grandes multitudes de Galilea, Decápolis, Jerusalén y Judea y del otro lado del Jordán». Este es el escenario que Mateo usa para presentar lo que los comentaristas modernos han considerado como el más grande sermón que se haya predicado, el Sermón del Monte.
Antes de dar una mirada a este famoso sermón, el Sermón del Monte, tengamos presente la conexión que existe entre lo que pasó en Nazaret y lo que es el contenido de este sermón. Recuerden que Él se identifica a sí mismo como aquel quien es ungido por el Espíritu Santo de Dios para traer consuelo a los que lloran, a traer libertad a los cautivos, a brindar sanidad a los que están enfermos y los que están quebrantados. Y la transición en el texto es que Jesús fue a todas partes, predicando el reino de Dios, enseñando en las sinagogas y haciendo… ¿qué más?… Sanando toda clase de enfermedades. Así que esta espectacular multitud se apretuja alrededor de él, ellos están pendientes de cada palabra que habla y en el capítulo cinco empieza Mateo el relato del Sermón del Monte. «Y cuando vio las multitudes, subió al monte; y después de sentarse (¿ven? otra vez, se sienta como una indicación de que está a punto de hablar) y después de sentarse, sus discípulos se acercaron a él. Y abriendo su boca, les enseñaba, diciendo: Bienaventurados los pobres en espíritu, pues de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados los que lloran…Bienaventurados los humildes…». Y lo que tenemos aquí es muy familiar para muchos. Es esa lista de bendiciones que llamamos las Bienaventuranzas.
Mencioné con los profetas del Antiguo Testamento que el vehículo básico que el profeta usó para anunciar la Palabra de Dios a sus contemporáneos era el instrumento conocido como oráculo. Y, si recuerdan, había dos tipos de oráculos. Había oráculos positivos y oráculos negativos. Oráculos de buenas noticias, oráculos de malas noticias o lo que llamamos oráculos de bien, B-I-E-N, es decir, de prosperidad y bondad y oráculos de maldición. Y era un instrumento estándar utilizado por los profetas. Y vemos aquí a Jesús en este sermón adoptando la forma de hablar que es asociada habitualmente con el profeta. Él está dando una serie de oráculos, de pronunciamientos divinos, de promesa de bendición, de revelación de la bendición de Dios. Y creo que si tratamos de reducir el sentido de esto en español con la palabra «feliz», hay algo que se pierde en la traducción. Porque el tipo de felicidad que Jesús está declarando que la gente recibirá va mucho más allá y es mucho más profundo de lo que normalmente asociamos con un espíritu alegre o feliz. Se trata de un tipo de felicidad que es trascendente. Se trata de un tipo de felicidad que penetra en la parte más profunda del alma. El tipo de felicidad que solo una relación, una relación redentora con Dios puede conferir.
Ahora noten en estas bienaventuranzas que el mensaje que Jesús está dando en este sermón es una especie de anuncio al revés, donde Jesús está poniendo los lugares comunes de este mundo de cabeza. Él no dice: «Bienaventurados los que se gozan». Sin embargo, dijo: Bienaventurados los que lloran». Él no dice; «Bienaventurados los ricos», sino, «Bienaventurados los pobres, los pobres en espíritu», los pobres de corazón. ¿Recuerdan a Isaías en el Antiguo Testamento cuando Dios lo llama, no solo a pronunciar el juicio contra el pueblo, sino también para predecir el final de las calamidades, el final de la visitación divina de la ira? El tiempo en que Dios atenuaría su justicia con la misericordia. Y por lo que dice al profeta, dice al pueblo: «Consolad, consolad a mi pueblo –dice vuestro Dios. Hablad al corazón de Jerusalén y decidle… que su lucha ha terminado… que ha recibido… el doble por todos sus pecados». Y ahora esto es lo que Jesús está haciendo. Él está, en esta ocasión, pronunciando la promesa de Dios para consolar a su pueblo. No para consolar a todo el mundo, no para consolar al que está bien; sino, para consolar al desconsolado, a los que son pobres, los que han ido a la casa del luto, a esas personas que cubren sus ojos en este mundo para no ser seducidos por las tentaciones del éxito, el poder y la fama, quienes tienen hambre y sed de justicia.
Y Él pronuncia su bendición sobre los puros de corazón. Y vean que, con cada uno de estos pronunciamientos de bienaventuranzas divinas, Él añade una promesa para el futuro: «Bienaventurados los que tienen hambre y sed» «pues ellos serán saciados». «Bienaventurados los que procuran la paz, pues ellos serán llamados hijos de Dios», hijos de Dios. «Bienaventurados los que lloran, pues ellos serán consolados. «Bienaventurados los pobres» «pues ellos heredarán el reino de Dios». ¿Ven cómo él da una promesa futura a cada una de estas condiciones humanas? Y Él está, de nuevo, poniendo los valores del mundo de cabeza, porque es muy difícil para una persona sentirse bendecida cuando es pobre o sentirse bendecida cuando está de luto o sentirse bendecida cuando tiene hambre. Pero, en particular, es difícil sentirse bendecido cuando estás siendo injuriado, despreciado, odiado y perseguido. Y Jesús dice: «Bienaventurados aquéllos que han sido perseguidos por causa de la justicia, pues de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados seréis cuando os insulten y persigan y digan todo género de mal contra vosotros falsamente, por causa de mí. Regocijaos y alegraos, porque vuestra recompensa en los cielos es grande, porque así persiguieron a los profetas que fueron antes que vosotros».
¿Sabían que en el siglo XIX con el surgimiento del llamado liberalismo del siglo XIX, estaba de moda para los estudiosos y los teólogos de la época de de-sobrenaturalizar el mensaje del Nuevo Testamento y darnos un cristianismo despojado de lo milagroso, despojado de lo trascendente y reducir la importancia de Jesús a solo el de un gran maestro ético; como el exponente principal de un elevado sistema de valores idealista? Así que, en lugar de considerar a Jesús como la encarnación de Dios mismo quien tiene naturaleza divina, Él era más bien aplaudido como un gran ser humano que tenía una profunda visión y que su contribución duradera al mundo no se encuentra en algún acto cósmico de expiación o resurrección de la tumba –todo eso es mitología– sino que su gran aporte se encontró en su visión ética, cuya cúspide fue, según esos estudiosos, este Sermón del Monte. Pero lo más sorprendente para mí es que si ustedes leen el Sermón del Monte con cuidado, este contiene una revelación única de la persona de Jesucristo mismo. Este no es solo un hombre sabio compartiendo su sagacidad con un puñado de discípulos, sino que está diciendo, en su propia autoridad, quién recibirá el reino de Dios y quién no.
Y luego, él tiene la audacia de decir ante todas estas personas: ‘Bienaventurados son cuando sean perseguidos por mi causa; pues de ustedes es el reino de los cielos’. Piensen en las implicaciones de una declaración como esa. Y si yo les dijera a ustedes ‘Dios los bendecirá ricamente y les dará su reino cuando les toque sufrir persecución por causa de mí’. ¿Qué pensarían ustedes de mí? Podrían pensar que es la declaración más arrogante que jamás les hayan hecho en su vida. No, Jesús no está simplemente entregando moralismos. Él se está revelando a sí mismo y la clase de reino que ha llevado a cabo. Ahora este sermón continúa. Enseña acerca de la oración, el Padre Nuestro. Nos enseña acerca de nuestra responsabilidad para ser sal y luz en el mundo. Nos enseña muchos principios de vida. Pero permítanme saltar rápidamente hacia el final del sermón, porque al final del sermón viene, creo yo, una de las más aterradoras advertencias que sin duda dijo Jesús.
En el verso 21 del capítulo 7 él dice: «No todo el que me dice: ‘Señor, Señor’, entrará en el reino de los cielos», «sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: ‘Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: ‘Jamás os conocí; apartaos de mí, los que practicáis la iniquidad’». Creo que es una de las cosas más aterradoras que dijo Jesús y es el clímax del Sermón del Monte. Dice que en el último día la gente va a correr hacia él con un reconocimiento fingido. ‘Oye, Jesús, somos tus amigos. Te conocemos. Estamos cerca. Señor, Señor, te hemos seguido’. Y Jesús dice: ‘Por favor, váyanse’. ‘No los conozco’. El hecho de que repitan el título diciendo «Señor, Señor», es una expresión de intimidad personal. Estas personas no están diciendo simplemente que habían tenido una relación casual con Jesús, sino que están diciendo, ‘Yo te conocía íntimamente’ y Jesús les dirá: ‘No, no fue así; y lo sé mirando a sus vidas’. Ahora, eso es aterrador. Y la última cosa que quiero que aprendamos es que, en el análisis final, en ese reino que él declara aquí, la prueba final no va a ser: ‘¿Conoces a Jesús?’ La prueba final será: ‘¿Él te conoce a ti?’