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Hace varios años, me invitaron a dar una conferencia en Covenant College, en Lookout Mountain, Tennessee y recuerdo que el tema que di en esa ocasión se titulaba «El Locus», Locus es una palabra latina para “lugar”. Era entonces El Locus de asombro. Es decir, el lugar donde nos enfocamos en lo que realmente nos sorprende. Señalé durante ese mensaje, en esa ocasión, que cantamos Sublime Gracia de boca para afuera en el sentido en el que estamos asombrados de la gracia, pero me pregunto cuán asombrados realmente estamos, cuando en realidad estamos tan acostumbrados a la misericordia de Dios, la paciencia de Dios y la gracia de Dios, que hemos empezado a darla por sentada, a asumirla rápidamente, a exigirla, de modo que cuando Él es misericordioso con nosotros, casi ni nos sorprendamos.
Encuentro que lo que es incluso más asombroso, característico de los cristianos de nuestros días, es cuando son visitados por la tragedia, la aflicción o el sufrimiento. Muchas veces, la presencia del sufrimiento en nuestras vidas nos deshace y nos lleva a un estado de crisis espiritual. Creo que una de las razones para eso es que escuchamos en la cultura, a esos ministros que nos dicen que una vez que vienes a Cristo, todos los problemas se terminan y que Dios nunca tendrá para ti enfermedades, dolores o aflicciones y cuando nos suceden tenemos una crisis de fe.
En esa ocasión, en Tennessee, utilicé una porción de las Escrituras del capítulo trece del evangelio de Lucas, como punto de partida para la discusión. Allí, en Lucas 13: 1, leemos esta narración: «En esa misma ocasión había allí algunos que le contaron acerca de los galileos cuya sangre Pilato había mezclado con la de sus sacrificios. Respondiendo Jesús, les dijo: ¿Pensáis que estos galileos eran más pecadores que todos los demás galileos, porque sufrieron esto? Os digo que no; al contrario, si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente. ¿O pensáis que aquellos dieciocho, sobre los que cayó la torre en Siloé y los mató, eran más deudores que todos los hombres que habitan en Jerusalén? Os digo que no; al contrario, si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente».
Lo que está pasando es que la gente viene a Jesús y están haciendo esta pregunta, básicamente, “¿cómo puede Dios permitir que sucedan estas cosas?” Si Dios es bueno, ¿cómo podría quedarse quieto y dejar que la torre cayera sobre las cabezas de personas inocentes que simplemente estaban ocupados en sus asuntos, caminando por la calle? ¿O permitir que se conviertan en víctimas de este salvaje ataque de las fuerzas de Pilato? Él mezcló la sangre del pueblo con los sacrificios. Nos sorprende cuando suceden estas cosas. Y lo que podría sorprendernos aún más es la respuesta de Jesús. Él dijo, “si piensas que estas cosas le pasan a esta gente porque eran mucho más pecadores que los demás, te digo que no. Pero a menos que te arrepientas, tú también igual perecerás.
Ahora, ¿qué está haciendo nuestro Señor? Creo que lo que les está diciendo a los que le preguntaban es esto. Me estás haciendo la pregunta equivocada. La pregunta que deberían hacer es, ¿por qué esa torre no cayó sobre mi cabeza? ¿Por qué no se mezcló mi sangre con la sangre de los sacrificios con los galileos? Ahora, de alguna manera, asumimos que Dios nos debe a nosotros una vida libre de sufrimiento.
Ahora, tenemos que ser cuidadosos cuando miramos todo este tema del sufrimiento, porque tenemos este pasaje en Lucas, sabemos que en el capítulo nueve de Juan, los discípulos vienen con una pregunta a Jesús sobre un hombre que había nacido ciego. Y le dicen, ¿quién es el que pecó, este hombre o sus padres, para que este hombre naciera con esta aflicción? ¿Y qué dice Jesús? Ninguno. Ustedes han venido a mí con un falso dilema. Esto no fue como un castigo para ese hombre ni tampoco era como un castigo para el padre o la madre, era para que el Hijo del Hombre sea glorificado en esta ocasión.
Vamos a todo el libro de Job, el cual ocupa un libro completo de la Biblia en la lucha con el tema del problema del sufrimiento. Y se nos presenta el drama de un hombre, quien es el hombre más justo del mundo, que luego es reducido al peor nivel de dolor, miseria y sufrimiento de cualquier otra persona en el mundo, tanto que sus amigos comienzan a pensar que debe haber sido el mayor de los pecadores para merecer este destino de tanto dolor. Y Job se subió a un montón de estiércol y maldijo el día de su nacimiento. Pero, sin embargo, dijo: «Aunque él me matare, en él esperaré». Job hizo con angustia la pregunta, ¿por qué, Dios? Y creo que eso es algo natural, algo normal para el cristiano, cuando nos visitan el dolor, la aflicción y lo trágico es cuando clamamos con dolor, diciendo: «¿Por qué?»
Bueno, tenemos que ser cuidadosos cuando hacemos esa pregunta, la pregunta del por qué, cuando buscamos con sinceridad una respuesta; es algo legítimo, pero la pregunta del por qué podría ser una acusación un poco velada en que decimos: «¿Por qué?» Cuando decimos algo así, la única respuesta que legítimamente podemos esperar de Dios es: «¿Por qué no?» Necesitamos mantener eso frente a nosotros en todo momento. Pero la realidad del sufrimiento es algo con lo que todos tenemos que lidiar. Y nos ocupamos de ello en un mundo pagano y parte del problema que experimentamos al tratar con este problema difícil en particular es que muy a menudo oímos posturas sobre el dolor y el sufrimiento que son posturas paganas sobre el dolor y el sufrimiento. Y necesitamos entender la diferencia entre una comprensión cristiana del sufrimiento y una visión pagana del sufrimiento.
En el poco tiempo que tenemos hoy, voy a mencionar cuatro variedades diferentes de posturas sobre el sufrimiento que han sido populares en un momento u otro en el mundo pagano. Y el primero es lo que voy a llamar la visión docética. La llamo visión docética porque es la visión que ve el sufrimiento y el dolor como una ilusión. Esta es una visión del sufrimiento que es básicamente una de negación. Dice que el sufrimiento es solo un tema de la mente; no es real y necesitamos entender que es simplemente una ilusión. Llegamos a eso, por ejemplo, en la religión de la Ciencia Cristiana. Una vez tuve una larga discusión con un seguidor de la Ciencia Cristiana que me dijo que el mal no era real, que era solo una ilusión, y también el dolor y sufrimiento y todas las cosas que están relacionadas con eso.
Y le dije: «Bueno, yo no estoy de acuerdo contigo». De hecho, estamos debatiendo el tema frente a un grupo de personas, y le dije: «Les estoy diciendo a estas personas que el mal es real y que realmente existe algo llamado dolor y sufrimiento. ¿Estás de acuerdo con eso?» Él respondió: «No, por supuesto que no». «Por eso me ubico en la oposición». Le dije: «¿Crees que es bueno que le esté diciendo a esta gente que el mal es real?» Vaciló, porque sabía que ahora estaba empalado en los cuernos de un dilema, porque si dice que sí, que es bueno que yo diga lo que estoy diciendo, entonces ha renunciado a la discusión; y si dice que no, que es malo que esté haciendo lo que estoy haciendo, entonces él también renunció al argumento a menos que pueda concluir que soy un producto de su imaginación y solo una ilusión mientras estamos debatiendo el punto. Pero realmente, incluso como discusión filosófica tiene poco valor para alguien en una cama de hospital decirle que el sufrimiento no es real. Porque todos sabemos que es real. Existe el dolor; existe algo conocido como el sufrimiento. Y no es una solución al problema negar su realidad.
Una segunda forma en que los paganos han abordado el problema del sufrimiento y el mal se encuentra en la visión estoica histórica o clásica. Escuchamos los axiomas del estoicismo deslizándose en nuestra cultura popular cuando escuchas declaraciones como, «Mantén la compostura» o «No dejes que nada te deprima». Los estoicos creían que vivimos en un mundo controlado por fuerzas materiales. Y estas fuerzas materiales operan de acuerdo con leyes deterministas fijas, y no tenemos absolutamente ningún control sobre lo que nos sucede en ese ambiente. Lo que nos pasa es nuestro destino o nuestro karma. Es solo el resultado de esas fuerzas impersonales y no tenemos libertad para determinar nuestro propio destino.
El único lugar donde tenemos la capacidad de ejercer nuestra libertad e impactar el estado de nuestra existencia es al dirigir nuestras actitudes o nuestras emociones con respecto a las cosas que nos pasan. Es decir, no puedo dejar de ser atropellado por un camión esta tarde si así va a ser, pero tengo algo de poder para decidir cómo voy a reaccionar internamente. Y entonces, lo que los estoicos buscaban lograr era lo que llamaban ataraxia filosófica o paz mental. Es posible que nunca haya escuchado el término ‘ataraxia’, excepto como una marca de un tranquilizante en el mundo farmacéutico. Pero la palabra griega es la palabra que significa “paz mental”, donde nada perturba nuestra ecuanimidad.
Ahora, los estoicos también buscaron alcanzar ese estado practicando con diligencia el arte de lo que llamaron “imperturbabilidad”. Es decir, practicas controlar tus emociones hasta tal punto que nada te perturba. Nada te molestará. Y así, militas con estos recursos internos para conseguir una piel gruesa o esconderte de tus sentimientos, de modo que si entras en un lugar de dolor o aflicción, no dejarás que eso te deprima, mantienes la compostura y soportas en silencio y actitudes así.
La tercera manera en que los paganos han tratado de lidiar con el sufrimiento en la historia es a través de un método expuesto por los principales rivales de los estoicos en su época, los hedonistas. La visión hedonista se define de esta manera. El hedonismo, históricamente, es esa filosofía de vida que describe o define el bien en términos de la eliminación del dolor y la adquisición del placer. Ahora, en el mundo antiguo, había dos tipos diferentes de hedonistas en su orientación filosófica, uno al que llamaré hedonistas groseros y el otro grupo al que llamaré hedonistas más refinados.
Los hedonistas groseros eran llamados “cirenaicos” y los cirenaicos eran groseros en su búsqueda del placer. Eran aquellos que están representados en las películas de los bacanales romanas, las orgías y cosas similares, donde iban a estos banquetes y se atiborraban de comida hasta saciarse por completo, y luego iban, salían, se metían los dedos en la garganta y vomitaban para poder volver a entrar y llenar el estómago con más comida una vez más. Ellos llevaban vidas de libertinaje desenfrenado, con tanto sexo, bebida, comida y placer físico sensual como les fuera posible disfrutar. Y ese era su camino a la felicidad.
Pero, una vez más, esta burda escuela de hedonistas duró poco porque no les tomó mucho tiempo darse cuenta de que si tienes un apetito desenfrenado por el placer, que no tiene moderación, o no hay equilibrio, ese dolor por las consecuencias de tal autocomplacencia desenfrenada se sentirá muy pronto e intensamente. Solo hay un número de resacas que puedes tener hasta que empiezas a darte cuenta de que no hay tanto placer en esta actividad como tal vez pensabas.
Así que, una nueva versión del hedonismo se desarrolló de una manera más refinada y sofisticada por aquellos que fueron llamados Epicúreos. Y en ese grupo, ellos no buscaban el placer máximo, sino el placer óptimo. La mayor cantidad de placer que puedes tener sin que, al mismo tiempo, aumente el umbral del dolor. Y por eso se volvieron sofisticados en sus hábitos alimenticios y todo lo demás y conocieron los mejores vinos. Y para ellos, era solo un poco de adulterio, lo suficiente para mantener la vida y no lo suficiente para llevarte a la destrucción.
Ahora, por supuesto, que ese punto de vista ya sea en su forma cruda o refinada, todavía habla de gente de hoy. Todavía tenemos epicúreos y tenemos una cultura que ha estado empapada y saturada de la filosofía del hedonismo. De hecho, nunca ha habido un momento en la historia estadounidense donde hayamos tenido una tasa tan alta de alcoholismo y de comportamiento sexual desenfrenado, intoxicación y adicción a las drogas duras. Y la mayoría de los psicólogos y sociólogos consideran este fenómeno de nuestros días, al cual nos hemos entregado a la búsqueda hedonista del placer. ¿Por qué? En muchos casos, debido a una respuesta a una visión extremadamente negativa de la vida.
No es accidental que el suicidio sea la causa de muerte más alta entre ciertos grupos de edad en esta nación, porque las personas ahora son instruidas y bombardeadas por todo tipo de fuentes, que les dicen que han surgido del fango, que son accidentes cósmicos, que su vida no tiene sentido. Su sufrimiento, por lo tanto, no tiene sentido, por lo que tratan de mitigar el dolor y el pesar de la ansiedad de ser arrojados a una existencia sin sentido buscando alivio en el estupor del placer. Nada nuevo en eso. Solo las dimensiones son diferentes.
Recordamos a Pablo, cuando se dirigió a los corintios y dio su magnífica defensa de la resurrección, cuando estaba atravesando por esa discusión, en un momento, dijo: «Si Cristo no resucitó, ¿qué hacemos?», ¿qué? “Come, bebe, diviértete, que mañana moriremos». ¿Ven?, ese es el credo de los hedonistas. Tarde o temprano, la tragedia, la muerte, el dolor, el sufrimiento y la aflicción me atraparán. Entonces, solo voy a vivir la vida una vez, voy a aprovechar todo el gusto que pueda obtener ahora mismo y me voy a llenar de placer porque mañana me muero. Entre tanto, es hora de la fiesta.
Y así, este enfoque del hedonismo, en muchos sentidos, está motivado por un miedo y un deseo de escapar de las punzadas del sufrimiento. Hablamos de aquellos que ahogan sus penas en una botella y quizás los psicoanalistas más populares de nuestra cultura son los baristas que se encuentran en todas las calles de cada área metropolitana, porque hay muchas personas que son infelices, que están sufriendo, que están afligidos y que están tratando desesperadamente de encontrar consuelo y alivio de su dolor de la manera que puedan.
Bueno, estas son solo algunas de las formas en que la gente afronta la realidad del dolor y el sufrimiento. Y obviamente, la visión bíblica del sufrimiento está rumbo a la colisión con estas opiniones. Porque el único principio general de la visión bíblica del sufrimiento es este: que el sufrimiento, para el cristiano, nunca es un ejercicio fútil. Nunca es un ejercicio fútil. Pero el sufrimiento es usado por Dios con propósitos redentores entre su pueblo. Y se nos dice dónde ubicar el “locus” del asombro.
Pedro nos dice, Santiago nos dice que no debemos pensar que es algo extraño cuando somos llamados a sufrir. Porque la fe cristiana nace del sufrimiento. El camino de la salvación es la Vía Dolorosa, el camino de la tristeza, el camino de la Cruz. Y Cristo mismo promete a su pueblo que en el mundo tendrán tribulación. Tendrán aflicciones. Pablo dice que Él completa en su propio cuerpo las aflicciones que aún no se han completado en el cuerpo de Cristo, su iglesia. Que todos estamos llamados a participar de los dolores de Cristo, quien fue llamado varón de dolores y familiarizado con el quebranto.
Y hay una diferencia entre eso y el estoicismo. No sé cuántas veces, cuando voy a las casas de cristianos donde alguien acaba de morir y esas personas sienten que no se les permite llorar, no se les permite expresar ningún tipo de pena o duelo o aflicción; que se supone que deban ser estoicos. Y que no les permitiremos que se duelan. Les diremos que eso es un acto de incredulidad para algo como eso, como sí cuando Jesús fue donde Lázaro, después de su muerte, sabiendo lo que iba a hacer, todavía entró en el dolor del momento y nuestro Señor mismo lloró. Fue un hombre de dolores, familiarizado con el quebranto. Y las Escrituras dejan en claro que el dolor es una emoción humana legítima y que no hay nada pecaminoso en dolerse por la pérdida de un ser querido.
Esa emoción de dolor, la emoción del quebranto es en sí misma perfectamente legítima. Puede convertirse fácilmente en un espíritu de autocompasión o de amargura, pero esas son distorsiones de emociones legítimas. Y una emoción legítima de tristeza y dolor no solo está permitida por las Escrituras, sino que, en muchos casos, es recomendada. Se nos dice en el Antiguo Testamento que es mejor ir a la casa de luto que pasar el tiempo con los necios. Herman Melville declaró alguna vez que hasta que no entendamos que un dolor supera mil gozos, nunca entenderemos lo que el cristianismo está tratando de hacernos.
Cuando Pablo habla del gran beneficio de nuestra justificación, mediante el cual somos adoptados en comunión en la familia de Dios, Él dice que, siendo justificado, por lo tanto, ¿qué tenemos? “Paz con Dios”. “Acceso a su presencia”. Y luego continúa diciendo: «Y en medio, debido a tu relación con Dios, puedes soportar la tribulación sabiendo que la tribulación produce paciencia y la paciencia un carácter probado y estas cosas no nos dejarán avergonzados». Para que Dios use la tribulación, Él usa nuestro dolor, no solo para castigarnos, sino para pulirnos. Para santificarnos. En muchos casos, entramos en el fuego del crisol, para que Dios elimine lo que no es atractivo de nuestra vida, nos acerque a Él y en el proceso de dolor y sufrimiento, seamos hechos más como Cristo.
Luego Pablo nos recuerda que los sufrimientos de este tiempo presente son sólo por un momento. No son la respuesta final. Y que los sufrimientos que estamos llamados a soportar en este mundo no son dignos de ser comparados con las cosas gloriosas que Dios ha guardado en el cielo para los que lo aman. Entonces, en un sentido, nuestro sufrimiento se convierte en un puente hacia la gloria. Ahora, eso no significa que estamos supuestos a salir a buscar el sufrimiento y decir: «Gracias, Señor, cada vez que se cae el cielo sobre nuestras cabezas”. Hay personas que intentan hacer eso y eso puede ser una forma de negación. Puede ser más docético que cristiano o puede ser más, como digo, tratar el dolor como si fuera ilusorio, cuando en realidad es muy, muy real.
No nos alegramos de tener dolor de cabeza. No nos regocijamos de tener cáncer consumiéndonos, pero de lo que sí nos regocijamos es de la presencia de Dios en medio de nuestro dolor. Pero, de nuevo, tenemos que entender, para que no caigamos en el estar absolutamente deshechos y asombrados cada vez que la aflicción nos golpea: que debemos esperarlo. Es parte de nuestro llamado como cristianos. Que Dios nos ha llamado en un mundo caído para ministrar en un mundo que es un valle de lágrimas y es un lugar de dolor y no hay forma de que podamos siquiera escapar.
Ahora, supongamos que estoy afligido con el sufrimiento. ¿Por qué? ¿Por qué estoy afligido? Podría haber varias razones. Puede ser que Dios necesite corregirme y que sea parte de su ira correctiva enfermarme o humillarme. El hace eso. Hay muchos ejemplos de eso en las Escrituras. ¿Cómo contrajo Miriam la lepra? Dios le dio lepra para llevarla al arrepentimiento. ¿Qué está diciendo Jesús? «A menos que se arrepientan, todos perecerán igualmente». A veces el sufrimiento que tenemos en este mundo se debe a que Dios nos está corrigiendo o disciplinando. Pero no podemos llegar a la conclusión de que cada vez que nos enfermamos o cada vez que sufrimos existe una correlación directa entre nuestra desobediencia y el dolor que experimentamos.
Una vez más, Job es la Prueba A para refutar ese argumento. Job era más justo que nadie y, sin embargo, sufrió más que nadie y habría sido un terrible error asumir que había una relación directa y proporcionada entre el grado de culpa y el grado de dolor. No debemos hacer eso. Por lo tanto, no siempre lo sabemos y no tenemos que saberlo. Lo que tenemos que conocer es a Él. Porque cuando Job exigió una respuesta por su dolor y le pidió a Dios que le hablara y se lo explicara, y cuando Dios finalmente se apareció a Job e interrogó a Job durante varios capítulos, ¿cuál fue la respuesta que Job obtuvo de Dios? No consiguió una. Dios no le dijo a Job: «Estás sufriendo este dolor por esto, esto, esto y esto». La única respuesta que Job recibió a su aflicción, en la respuesta final, era Dios mismo. La presencia de Dios. En efecto, lo que Dios estaba diciendo era: «Job, aquí estoy. Estoy contigo, confía en mí».
Ahora, cuando la gente dice: «Confía en mí», es hora de correr. Pero cuando Dios dice “confía en mí”, es hora de confiar. Permítanme terminar recordándoles que nuestro Dios nunca nos prometió a ninguno de nosotros que nunca iríamos al valle de sombra de muerte. Lo que sí nos prometió fue que iría con nosotros. «Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo. Tu vara y tu cayado me infundirán aliento». Tenemos al buen pastor. Tenemos su presencia. Tenemos su consuelo. Eso no significa que estemos apartados de la arena del dolor, sino que se nos sostiene en la arena del dolor.