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Cuando estaba en el seminario, teníamos un profesor que, para usar el lenguaje contemporáneo de los adolescentes, él era “lo máximo”. Su erudición y agudeza eran tan extraordinarios que vivíamos en una intimidación diaria por este hombre. Y cuando estaba en el último año, estaba convencido de que este hombre sabía todo lo que se tenía que saber sobre teología y más.
Tengo que decir que, por supuesto, que luego fui al posgrado y después a una carrera académica donde, después de estar expuesto a un mayor nivel de investigación intelectual, cada vez menos y menos me impresionaba la brillantez de todas estas personas con sus credenciales, excepto en una ocasión.
Cuanto más estudiaba teología, más me impresionaba este hombre en particular, y me di cuenta que podría estudiar ciencias por el resto de mi vida y un par de vidas más y no alcanzaría a saber ni una pizca de lo que él sabe ahora. Y entonces tuve tal confianza en la habilidad de este hombre que un día después de clase me acerqué a él y le dije, profesor, le dije: «¿Puedo hacerle una pregunta?»
Él dijo: «¿Qué?» Le dije: «¿Cómo es el cielo?» En ese momento, supuse que él había estado allí y que podía darme un comentario simple sobre … cada rincón y grieta del más allá. Y él solo me sonrió y me dio algunas tareas para leer y cosas parecidas. Él no fue capaz de contestarme porque nunca había estado allí.
Y es realmente triste, por así decirlo, que gran parte de la Escritura sea vaga e imprecisa sobre lo que realmente está del otro lado. Y sospecho que parte de la razón para tal vaguedad es que la Escritura nos da una ambigüedad elaborada ya que va a haber un cambio radical en nuestra naturaleza de lo que experimentamos en este mundo y lo que experimentaremos en el mundo por venir.
Pablo articula bien eso en su carta a los Corintios cuando dice que usa la analogía, por cierto, que Platón usó, la analogía de la semilla. Para que una semilla de vida y germine, primero debe descomponerse, pudrirse y morir en el suelo antes de que pueda transformarse en una nueva sustancia con vitalidad.
Y así, el apóstol dice: “se siembra en deshonra, se resucita en gloria”; “se siembra un cuerpo corruptible, se resucita un cuerpo incorruptible”. “Y esto mortal se viste de inmortalidad”. Y muestra este contraste entre el orden actual de las cosas y el orden futuro de las cosas.
Entonces, la nota clave allí, damas y caballeros, es que al morir experimentaremos un cambio así como el de Jesús porque cuando regresó de la tumba era diferente. Hubo quienes no lo reconocieron de inmediato. Él regresó con lo que se llama un cuerpo espiritual, un cuerpo inmortal, un cuerpo de resurrección.
Ahora ¿qué es eso? Solo podemos hablar de ello en términos de analogía. Damas y caballeros, tanta discontinuidad que la Biblia indica que tomará lugar entre este mundo y el mundo venidero, tanto cambio como el que experimentaremos, ese cambio no será total y absoluto, porque todavía habrá continuidad.
Una continuación de nuestra identidad personal para que pueda reconocerte. Tú serás capaz de reconocerme. Saben, y seguro se preguntan… ahora, cuando vaya al cielo, ¿cuántos años tendré? ¿Cuánto pesaré? En esta nueva experiencia, quiero decir, con este cuerpo nuevo que no es corruptible e inmortal y todo lo demás. Yo confío que no tendré sobrepeso.
¿Cuántos años tendrá? ¿Recuperaré mi cabellera y todo eso? ¿Y los niños que mueren? ¿Seguirán siendo bebés por la eternidad? ¿O aprenderán y tendrán madurez? Este es el tipo de preguntas que la Biblia no responde con el más mínimo detalle. Sino que simplemente nos dice para empezar estas dos cosas: que habrá un cambio radical, pero el cambio no será tan radical como para eliminar nuestra identidad y la continuidad de nuestra existencia.
¿Pero cómo será allí? Alguien me entregó una caricatura esta mañana. Dos muchachos pequeños caminando por la calle con sus manos en los bolsillos mientras están teniendo una discusión filosófica muy profunda. Y uno de ellos le dice al otro: «La forma en que lo imagino es un lugar sin baños, sin niñas y sin verduras». Dos de tres, no está mal, ¿cierto? Pero si no hay chicas, no quiero ir. Puedes quedarte con las verduras, … Blaise Pascal, el filósofo francés dijo que de todas las criaturas de este planeta, el ser humano es al mismo tiempo la criatura de mayor grandeza y la criatura de la miseria más profunda.
Esto es lo que Pascal describe como la paradoja del hombre. Dijo que nuestra grandeza se encuentra en nuestra capacidad de pensar e imaginar, soñar, visualizar y proyectar nuestros pensamientos. También que es posible que los seres humanos pensemos en categorías tan creativas que podamos imaginar una vida mucho mejor de la que podemos experimentar en este mundo.
Eso es un reflejo de nuestra grandeza. Al mismo tiempo, dijo que es una manifestación de nuestra miseria porque la miseria está en esto, así como es tan maravilloso que podamos imaginar lo que podría ser la vida bajo ciertas condiciones, no podemos hacer que suceda. No hay nadie aquí presente, no hay nadie escuchando mi voz en este momento que no pueda anticipar o imaginar una vida mejor de la que está disfrutando actualmente.
Puede que tengas todo el dinero que creas que alguna vez necesitarás, pero te falta salud. O puede que tengas toda la salud y todo el dinero, pero ha perdido el amor. No hay nadie en este mundo que esté totalmente, al cien por ciento, satisfecho y completo. Todos podemos imaginar una vida mejor de la que disfrutamos hoy en día.
Es por eso que muchos de los psiquiatras y filósofos escépticos del siglo XIX vieron el concepto del cielo y dijeron que, obviamente, era una invención psicológica humana. Es la proyección de un deseo, la realización del deseo en la línea del pensamiento de Pascal.
Dijo que nadie quiere anticipar una vida sin sentido y, por lo tanto, evocamos para nosotros mismos este maravilloso paraíso, este Valhalla, este lugar donde vamos, donde todas las cosas malas de la vida son eliminadas. Bueno, ya saben, incluso en eso, nuestras habilidades especulativas y creativas se topan con barreras.
Alguien una vez me dijo que intentara imaginar la situación más increíble que yo podría experimentar y que pensara en experimentar esa situación para siempre. Lo que acabas de describir es el infierno. Estás haciendo solo una cosa, o la cosa que crees que te dará la mayor felicidad y lo harías y lo harías y lo harías y lo harías.
Tarde o temprano te aburrirías y poco después de diez mil años te cansarías de eso. Ninguno de nosotros puede realmente anticipar cómo será la vida eterna. Pero la Escritura nos da un muy pequeño atisbo del interior del otro lado. El vistazo tiene lugar en el contexto de un tipo de literatura que es altamente imaginativa; se llama literatura apocalíptica. Es una literatura visionaria donde se nos dice al comienzo del libro de Apocalipsis que el apóstol Juan, quien estaba exiliado en la isla de Patmos, tiene una experiencia mística donde él está en el espíritu en un tipo de órbita religiosa extática, y en esta experiencia él logra vislumbrar el futuro y el funcionamiento interno del cielo mismo.
Y él es instruido por el Cristo que se le aparece, que los dichos que está a punto de escuchar y la visión que está a punto de ver es verdadera y fiel, y Cristo le ordena: «Escríbelo». Se le dice que lo escriba en beneficio de personas como tú y como yo, que no estábamos allí pero que hemos de participar en esta visión. Y al final de esta larga visión del futuro que se le da al Apóstol, llegamos al capítulo 21 en el cual Juan escribe estas palabras. “Y vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existe».
Detengámonos ahí mismo. Es extraño, ¿cierto? Que el anuncio de la aparición del cielo nuevo y la tierra nueva, (por cierto, eso crea todo tipo de especulaciones teológicas). ¿Eso significa que Dios va a destruir y aniquilar por completo este orden y crear uno nuevo desde cero?
No lo creo, porque la idea que encontramos en las Escrituras desde el Antiguo Testamento hasta llegar y pasar por el Nuevo es que hay algo malo con este orden mundial. Hay algo podrido en este mundo. ¿No vamos a entrar en una discusión sobre eso, cierto?
Y de lo que la redención se trata, no es de la aniquilación de este planeta, sino de la redención de él. Pablo nos dice que toda la creación gime en tribulación esperando la redención de los hijos de los hombres. Pero que en el proceso de redención de este planeta, Dios pone a este planeta en un crisol. Lo pone en el fuego refinador. Y pasa por un dolor aplastante para salir al otro lado, hacia la pureza. Y Juan ve el producto final.
Él dice: “Y vi un cielo nuevo y una tierra nueva” que bajaban, «y el mar ya no existe». Ahora, de nuevo, leemos eso desde el punto de vista de las personas de habla hispana del siglo XX, como latinos, de hecho; y decimos, esperen un minuto, si el cielo no tiene océano, no estoy seguro de querer ir allí, porque ahorro mi dinero todos los años y mi tiempo para ir a la orilla del mar para ir al caribe o donde quiera que vaya porque amo la playa.
Hay algo fascinante sobre el mar para nosotros. Está en nuestra literatura; está en nuestra historia. Mencionaré a Herman Melville, ¿recuerdan a Moby Dick?
«Llámame Ismael”, así empieza, “cada vez que me encuentro con dolor y tristeza y pena o me encuentro siguiendo inadvertidamente detrás de una procesión fúnebre”, ¿qué diría Ismael? “me atrae inexorablemente al mar”.
Tenemos esta imagen del mar como el lugar de recreación, el lugar de la aventura, el lugar de alegría. Pero no para el judío. Piensa en la nación judía, esa pequeña franja de terreno que une África y Asia, separada entre el Mediterráneo y el desierto.
Y en esa tierra de desierto árido hay una línea que va directamente al centro de Palestina y en la parte superior de esa línea hay un círculo y en la parte inferior de esa línea hay un círculo. Es la línea de vida de Israel que va desde el Mar de Galilea hasta el Mar Muerto, y esa pequeña línea que atraviesa la nación se llama Río Jordán.
Aquí está el Mediterráneo y la costa es extremadamente rocosa, por lo que en la antigüedad el pueblo judío nunca desarrolló un comercio marítimo. Lo único que el mar significaba para ellos es … un lugar donde vivían los filisteos, quienes solían venir como saqueadores a destruir a los judíos o a los mercaderes que venían del mar;
o las tormentas violentas que venían del Mediterráneo como la que sacudió el mar de Galilea cuando Jesús estaba con sus discípulos en la noche y tenían la amenaza de que el bote se hundiera. Todo lo que tenía que ver con el mar para el judío era malo. Así que, en la poesía judía, en la literatura judía, el mar se convierte en símbolo de caos, de amenaza de una penumbra que se remonta a Génesis 1.
“En el principio creó Dios los cielos y la tierra”, y sigue, “Y la tierra estaba sin orden y vacía, y las tinieblas cubrían la superficie del abismo”. Existe esa sensación premonitoria de terror ominoso que asocia simbólicamente al judío con el mar.
La imagen positiva para el judío no es el mar; es el río. Escucha al salmista. «El mar ruge y está turbado». Hmm “Dios es nuestro refugio y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones”. “Y aunque los montes” (ya ven) tiemblen y “se deslicen al fondo de los mares», sin embargo, ¿qué? “Hay un río cuyas corrientes alegran la ciudad de Dios, las moradas santas del Altísimo”.
He allí el contraste entre el océano y el río, entre el agua salada y el agua dulce. El pozo, los arroyos, el río en la historia de un pueblo del desierto son los símbolos positivos de la vida, por lo que cuando ve el cielo, ve a través de su gozo de que allí no hay mar.
Eso significa que no hay caos; no hay nada que amenace la alegría de su existencia. Y vi la nueva Jerusalén, la ciudad santa, “que descendía del cielo, de Dios, preparada como una novia (hermosamente) ataviada para su esposo». ¡Qué marcha nupcial!
Habla acerca de un vestido de bodas mientras vemos cómo será el adorno de la Nueva Jerusalén. Ciertamente supera con creces cualquier cosa que alguna novia terrenal haya soñado usar alguna vez. «Entonces oí una gran voz que decía desde el trono: He aquí, el tabernáculo de Dios está entre los hombres, y Él habitará entre ellos y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará entre ellos”. Cuando Jesús nació fue llamado Emanuel, que significaba Dios con nosotros.
Cuando Juan dice: «En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios”. “Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros”; él uso el lenguaje del campamento. El significado literal del texto es que lanzó su tienda en medio de nosotros.
Una vez más, para que un pueblo nómada tenga al Creador, no aislado ni distante ni alejado de su experiencia, ausente de sus vidas diarias, sino que tenga su tienda justo a lado. El tabernáculo se llamaba la tienda de reunión, el lugar donde el pueblo judío venía para entrar a la presencia de Dios.
Damas y caballeros, ustedes saben, así como yo, que una de las experiencias más profundas de nuestra humanidad en este mundo no es una sensación de la presencia inmediata de Dios. Incluso en la vida de la persona más espiritual y devota, esa vida se experimenta más por un sentido de la ausencia de Dios que de la presencia de Dios.
Creo que quizás hemos tenido breves experiencias con la presencia de Dios como para anhelarlo y anhelar su permanencia. Pero, ahora mismo es fugaz, transitorio, inconsistente, inestable. Pero ahora, como dice Juan, ese momento llegará donde Dios estará en medio de su pueblo permanentemente. Lo primero que hará, escuchen, “Él enjugará toda lágrima de sus ojos, y ya no habrá muerte, ni habrá más duelo, ni clamor, ni dolor, porque las primeras cosas han pasado”.
Cuando era un niño pequeño, les conté sobre este tío que fue bastante duro conmigo. Él vivía en nuestra casa y quería que yo fuera un hombre, así que, si incluso empezaba a sollozar o llorar como niño, me daba una patada por detrás y me enviaba afuera, ya saben, él decía: “No puedes llorar”. Había un chico de la calle que solía golpearme y yo volvía a casa y mi tío me veía llorar, el decía: «Vuelves aquí llorando otra vez y te voy a dar algo para que llores de verdad».
Eso era un gran problema en mi casa, de si se les permitía o no llorar a los niños pequeños. Pero a veces mi tío se iba a trabajar y yo me metía en algunos problemas; cuando tenía cuatro años alguien me pegó y volví a casa y estaba llorando y mi madre estaba allí, con su delantal en la cocina. Y cuando lloraba, ella no solo me hablaba para consolarme, sino que lo que ella hacía era tomar una esquina de su delantal y se agachaba y secaba todas mis lágrimas con su delantal. ¿Alguna vez has hecho eso con alguien?
Tenía un amigo que se estaba muriendo de cáncer. Estaba en los días finales de su cáncer en Nueva Inglaterra, hace unos 20 años. Y cuando lo visité en el hospital no había nada que pudiera hacer, excepto leerle la Escritura, orar, tomar hielo y ponerlo en sus labios. Y en sus últimas horas, cuando una lágrima empezaba a escaparse de su ojo, podía acercarme y secar esa lágrima.
¿Saben que probablemente no hay ningún gesto que un ser humano pueda hacer que sea más íntimo que secar una lágrima? Piensen en la comunicación que se da cuando un ser humano toca a otro ser humano en la cara para quitarle una lágrima. Cuando mi madre hizo eso conmigo, de alguna manera todo iba a estar bien. Y mi sonrisa volvería a mi rostro.
En lo que dejaba de sollozar y de hacer ese sonido involuntario de la nariz, las lágrimas se iban yendo. Pero, damas y caballeros, siempre regresaban. Y tenía que ir al delantal de mamá una y otra vez, y otra vez. Pero lo que Juan ve aquí es que cuando el Dios Todopoderoso condesciende del cielo y viene a su pueblo, lo primero que Él va a hacer es enjugar tus lágrimas. Y cuando seca tus lágrimas, se secan para siempre.