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Transcripción
Continuamos ahora con nuestro estudio de Lutero y la Reforma protestante del siglo XVI. En un libro que escribí hace varios años, titulado La santidad de Dios, dediqué un capítulo completo en el libro que llamé: «La demencia de Lutero». La razón por la que elegí ese título para el capítulo fue que en el siglo XX estaba algo de moda, entre los estudiosos, examinar a lo lejos la personalidad y el comportamiento de Lutero. Y algunos de los que estaban involucrados en el campo de la psicología y el psicoanálisis decidieron ejercer su oficio durante un período de cuatro siglos y medio. Volvieron a revisar en el registro de la vida de Lutero para ver si este hombre era neurótico o si iba más hacia el ámbito de lo psicótico. Porque uno se hace la pregunta, ¿cómo podría un hombre en una ciudad recóndita de Alemania enfrentarse él solo a toda la Iglesia católica romana, enfrentarse él solo a todo el santo Imperio romano y desafiar a todas estas grandes autoridades sin someterse? ¿Qué lo impulsó con tanta pasión?
También, al leer el registro de la vida de Lutero y los escritos que provenían de su pluma, que eran voluminosos, por supuesto, uno nota, muy temprano, en el estudio de Lutero, el uso frecuente del lenguaje desmedido, que incluso en ese tiempo el lenguaje polémico y los ataques mordaces contra el enemigo eran comunes. Lutero era experto en esas formas particulares de debate. Lo mejor que hizo con respecto a quienes no estaban de acuerdo con él, es que los llamó «perros». Y cuando escribía algo y veía la reacción escandalosa de la iglesia, él decía: «Los perros están empezando a ladrar». Y ese fue uno de los lenguajes más suaves que Lutero usó en el debate y las discusiones. Pero había otros aspectos de su vida en los que los psicólogos se centraron. De nuevo, les menciono la preocupación que él tenía con la culpa durante sus días en el monasterio. Nada de lo que podía hacer, parecía darle paz mental o tranquilidad de conciencia.
Como dije, él pasaba largos períodos de tiempo en el confesionario. Cuando eso no funcionaba, él volvía a su celda y luego se desesperaba ya que después de haber pasado dos horas confesando sus pecados al padre confesor y obtenido la absolución, volvía a su celda y de repente recordaba un pecado que había cometido durante las últimas veinticuatro horas que había olvidado confesar. Él también hizo uso de la autoflagelación y de todas las formas rigurosas de ascetismo que los monjes usaban para limpiarse de cualquier pensamiento malo. De nuevo, Lutero era el mejor en infligirse castigo sobre sí mismo para calmar su conciencia. Tienen que entender que la iglesia medieval, que por cierto en ese momento de la historia, entre el siglo XV al XVI, había entrado en tal período de corrupción, dentro del clero, eso está bien documentado, que incluso la Iglesia católica romana reconoce claramente que ese fue el peor momento, el nadir del comportamiento moral del clero e incluso también del papado en la historia de la iglesia.
Esa fue la era de los Medici y los papas Borgia, quienes fueron un escándalo en todos los sentidos, mientras que lo que seguía ocurriendo en ese tiempo, era la creencia de que la mejor manera en que uno podía peregrinar para asegurar la salvación personal era entrar en las órdenes sagradas, tener una vocación santa y, en especial, entrar a un monasterio. Eso le daba a la persona una vía interna para la santificación y para alcanzar la puerta del cielo. Lutero estaba seguro y decidido, que, a través de los rigores de la vida monástica, obtendría esa paz mental que con tanta desesperación buscaba. En una ocasión le preguntaron: «Hermano Martín, ¿amas a Dios?» Él dijo: «¿Amar a Dios?, ¿Amar a Dios? A veces lo odio». Él dijo: «Veo a Cristo como un juez furioso con la espada del juicio en la mano y viniendo a buscarme». De nuevo, esta preocupación con culpa hizo que los psiquiatras dijeran que este sentido morboso de intranquilidad en la conciencia no es racional. No es sano. Piensen en eso.
Una de las cualidades que se utilizan para describir a las personas que pierden la noción de la realidad es la pérdida de la capacidad normal para lidiar con los miedos y la culpa. Por ejemplo, está la historia del hombre que no salía de su casa, ni siquiera para ir de pícnic, porque tenía tanto miedo de los peligros que eran inherentes a los lugares de pícnic. Entonces, su esposa lo llevó al psiquiatra y el psiquiatra preguntó: «¿Por qué tienes tanto miedo de ir de pícnic?». Contestó: «Si voy de pícnic la comida estará expuesta al sol. Me puedo intoxicar y morir. No solo eso, salgo a comer y hay serpientes en la hierba. Y podría haber una serpiente venenosa que viene, me muerde y me mata. O si conduzco al lugar del pícnic, podría chocar con otro auto y morir. El mundo allá afuera está lleno de peligros a cada instante».
Bueno, ¿qué podría decir el psiquiatra? «¿No hay peligro en viajar en auto?». Por supuesto, hay peligro al viajar en auto. «¿No hay peligro de intoxicación?». Por supuesto que hay peligro de intoxicarse. «¿No hay peligro de ser mordido por una serpiente venenosa?», pregúntenle a la dama de la tercera fila, que se está recuperando de una mordedura de serpiente venenosa. Entonces, esos peligros son reales, pero ¿quién evita los pícnics por eso? Tenemos estos mecanismos de defensa incorporados en nuestras mentes para protegernos de los peligros claros y evidentes que hay en todas partes y una persona puede tener una evaluación precisa del peligro real y aun así estar loco porque ha perdido el uso normal de los mecanismos de defensa. Ahora aplica eso al tema de la culpa. Lutero era un hombre culpable. Él entendió la ley de Dios como quizás ningún cristiano antes que él, a excepción del apóstol Pablo.
Conocía el castigo, la severidad por quebrantar la ley de Dios y sabía que su alma estaba expuesta al tormento potencial de la condenación eterna. La mayoría de las personas racionalizan su culpa. La mayoría niega su culpa. La persona normal tiene un mecanismo de defensa normal para escapar a cualquier pensamiento sobre el juicio de Dios. Nunca deja de sorprenderme cuántos millones y millones de personas pasan toda su vida sin pensar nunca en lo que va a ocurrirles cuando estén ante un Dios santo y tengan que dar cuentas de cada palabra ociosa que hayan dicho. Lutero tomaba esas enseñanzas de la sagrada Escritura muy en serio. Y como mencioné, la ley de Dios lo aterraba.
Así que la pregunta es: ¿estaba loco? Se ha dicho que hay una línea delgada entre la genialidad y la locura. Y creo que cuando leo a Lutero, veo que Lutero oscilaba de un lado a otro de esa línea a lo largo de toda su vida. Fue víctima, en muchos sentidos, de su propia genialidad y percepción. Hubo un par de momentos importantes de crisis en su vida que refuerzan este diagnóstico de que era un hombre desequilibrado y tal vez psicótico. El primero ocurriría cuando iba a dar y celebrar su primera misa como monje ordenado. Ahora, entre el momento de su entrada al monasterio como novicio y la celebración de su primera misa, él logró enmendar la relación con su padre. Estoy seguro de que Margarita, su madre, intercedió ante su marido para no ser tan duro con su hijo rebelde que eligió la vida religiosa por sobre la vida próspera del derecho. Entonces, Hans Lutero en lugar de presumir ante sus socios del mundo de los negocios sobre «mi hijo, el abogado», ahora iba a decir, «mi hijo, el sacerdote ordenado».
Y el día en que Lutero estaba programado para celebrar su primera misa, Hans Lutero dio invitaciones personales a sus socios comerciales más cercanos del mundo minero en el que se desempeñaba. Él llevó a estos socios al monasterio de Erfurt para presenciar la primera misa de su hijo y estaba planeando una fiesta de celebración después. Entonces llegó el momento de la celebración de la misa. En las primeras partes de la misa, Lutero ataviado con las vestimentas sacerdotales siguió sin problemas el orden de la liturgia de la misa hasta que llegó a ese momento crítico en la misa, donde el milagro de la transubstanciación se llevaba a cabo, cuando los elementos comunes del pan y el vino, de forma sobrenatural y milagrosa, se transforman en el cuerpo y la sangre real de Jesús. Eso ocurría durante la oración de consagración. Y este fue uno de los poderes conferidos al sacerdote en la ordenación, ahora tiene el poder de rezar la plegaria que Dios escucha para que se produzca este milagro asombroso.
Entonces, en el momento de la misa en que debía decir la oración de consagración, Lutero abrió la boca para decir las palabras y no salió nada. Se quedó congelado en el altar, petrificado, con gotas de sudor en la frente, un temblor visible en el cuerpo, los labios tiritando, pero simplemente fue incapaz de pronunciar las palabras. En medio de este momento vergonzoso, uno de los otros sacerdotes se puso de pie, rezó la oración en lugar de Lutero y permitió que la misa continuara. Bueno, Hans Lutero estaba fuera de sí. Había ido a presumir de su hijo, el sacerdote, y su hijo había fracasado y fracasado miserablemente en su hora más sagrada, para el disgusto absoluto y la vergüenza de su padre. Después Hans llevó a Martín a un lado para una pequeña conversación. «¿Qué pasó ahí dentro? ¿Qué es lo que pasa contigo? ¿Crees que tienes la vocación? ¿Crees que Dios te ha llamado a ser sacerdote? ¿Tal vez has tenido una aparición del diablo que has confundido con el llamado al sacerdocio?».
Lutero contestó: «¿No entiendes? ¡Tenía el cuerpo y la sangre de Jesucristo en las manos! ¿Cómo puedo yo, que soy un pecador, manipular estas cosas sagradas? ¿Cómo puedo hablar con normalidad en la presencia de tal maravilla y prodigio?». ¿Ven? Allí estaba el problema. No era que Lutero estuviera loco. De verdad creía eso. Realmente creía que el Señor Jesucristo estaba allí. Realmente creía que estaba pisando tierra santa. Los otros sacerdotes simplemente realizaban la rutina y hacían todo eso como algo natural, Lutero temblaba en su humanidad al estar en la presencia de lo santo. He dicho hace unos momentos que el camino de la vocación monástica era considerado una de las mejores maneras para recibir la salvación. Pero otro elemento muy importante que aparecerá de forma destacada y central en toda la crisis de la Reforma del siglo XVI fue la práctica de la peregrinación.
Una peregrinación consistía en que el peregrino debía ir a una catedral que tuviera un relicario y un relicario era la sección de la catedral donde se conservaba una reliquia o una colección de reliquias de la antigüedad, cosas como los huesos de los apóstoles o pelos de la barba de Juan el Bautista o la leche del pecho de la virgen María, elementos como esos. Cada iglesia tenía algún tipo de reliquia. Y había ciertas catedrales que tenían inmensas colecciones de reliquias. De nuevo, revisaremos eso más adelante para ver la colección de reliquias en Wittenberg mismo, donde un peregrino, al ir y hacer ese recorrido de peregrinación a un lugar sagrado, podía entrar en contacto con todos esos objetos sagrados y recibir todo tipo de indulgencias y perdón de pecados para ese instante y para el purgatorio. De modo que eso era algo importante, y por supuesto las dos ciudades, en el mundo, más valiosas para peregrinar eran Jerusalén y Roma. Roma la sede de San Pedro, Roma el centro visible de la Iglesia católica romana, donde los huesos de Pedro y los huesos de Pablo estaban allí.
Así que, tener la oportunidad de hacer el viaje de Alemania a Roma era una oportunidad increíble. Lo que sucedió fue que, en el monasterio, dos de los hermanos eran seleccionados para hacer este largo viaje de Alemania a Roma, por asunto de negocios del monasterio que se realizarían en Roma. Y Lutero fue uno de los dos hermanos seleccionados para eso, y esta selección tal vez le dio más alegría que cualquier otra experiencia que tuvo en el monasterio. Lo único que lamentaba era que su madre y su padre siguieran vivos, porque él quería hacer este viaje a Roma por los beneficios de la peregrinación y utilizar las indulgencias del viaje en favor de ellos, pero como aún estaban vivos, no podía hacer eso y por eso dedicó la peregrinación a sus abuelos. Fue un viaje de varios meses a pie desde Alemania a Roma. No creo tampoco que llegara allí por 1510. Creo que era 1511, cuando llegó a la ciudad santa.
Su viaje a Roma fue la desilusión más significativa de su vida. Cuando llegó a Roma, en vez de encontrar una ciudad santa, encontró una ciudad marcada por una corrupción sin precedentes.
Notó que los sacerdotes de esa ciudad hacían cinco o seis misas por hora. Realizaban la liturgia recitando las palabras lo más rápido que podían para luego cobrar las tarifas respectivas. Eso escandalizó a este joven monje idealista. Peor aún era el comportamiento sexual de los sacerdotes en Roma, quienes tenían la práctica habitual de usar servicios de prostitución, tanto con mujeres como con hombres. Para él lo más destacado de la peregrinación fue poder visitar la iglesia de Letrán, que había sido la iglesia principal de Roma, en la ciudad, antes de la construcción de San Pedro, porque la iglesia de Letrán tenía la Escalera Santa. Estos eran los escalones que recuperaron los soldados cruzados cuando fueron a Jerusalén.
Eran los escalones por donde uno subía al tribunal donde Jesús fue juzgado por Poncio Pilato. La historia dice que de verdad estos escalones son los escalones por los que nuestro Señor subió y bajó. Y todos estos escalones fueron desmantelados por los cruzados en Jerusalén y llevados de vuelta a Roma. Y se convirtió en un punto central de indulgencias. Y si ibas a los escalones santos, el peregrino subía los escalones con las manos y las rodillas, recitando un padrenuestro o un avemaría en cada escalón hasta llegar a la cima, para luego recibir las indulgencias de su peregrinación. Estuve en Roma varias veces. La primera vez que estuve allí, el lugar que más me interesaba visitar antes que cualquier otro era la iglesia de Letrán, para ver si la Escalera Santa seguía allí. Allí estaba.
Quería subirla solo porque deseaba ver el lugar donde Lutero tuvo esta crisis. No pude ni acercarme a la escalera. Estaba repleta de peregrinos sobre sus manos y rodillas, y en un cartel grande, junto a las escaleras, se explicaba cuántas indulgencias quedaban disponibles. Así que esto sigue vigente. El asunto es que, Lutero siguió el proceso de subir los escalones de rodillas, besando cada peldaño, rezando el rosario, etc. Cuando llegó a la cima, se puso de pie y dijo en voz alta, sin dirigirse a nadie en particular: «¿Quién sabe si esto es cierto?». La duda que brotó en su corazón y que atravesó su alma ese día no se aliviaría para nada hasta la llegada de otra crisis que tuvo, cinco años después.