Recibe la guía de estudio de esta serie por email
Suscríbete para recibir notificaciones por correo electrónico cada vez que salga un nuevo programa y para recibir la guía de estudio de la serie en curso.
Transcripción
Continuamos hoy con nuestro estudio de los juramentos y votos lícitos. Hemos estudiado el trasfondo del tema analizando, en el Nuevo Testamento, los preceptos de Santiago y de la enseñanza de Cristo sobre el Sermón del monte, y he hecho referencia a la inclusión de una sección completa en el credo histórico de la teología reformada conocida como la Confesión de Fe de Westminster, en la que esa confesión tiene un capítulo entero, el capítulo 22, dedicado a este tema.
Aunque en este momento no estamos estudiando la Confesión de Fe de Westminster, ya que la Confesión habla directamente de este asunto de los juramentos y votos, quiero dedicar algún tiempo a dar una exposición de lo que se establece en esa declaración de credo. Así que veamos ahora la primera sección del capítulo veintidós de la Confesión de Westminster, que se titula «De los juramentos y votos lícitos». Empieza con estas palabras: «Un juramento lícito es parte de la adoración religiosa». Antes de continuar, eso en sí mismo me parece algo sorprendente, algo extraño, porque cuando pensamos en la adoración, no pensamos en términos de votos, ¿verdad? Sin embargo, los votos tienen un papel importante en la adoración bíblica.
La referencia bíblica que nos da la Confesión es Deuteronomio, capítulo 10, versículo 20, donde tenemos este precepto del Señor: «Temerás al Señor tu Dios; le servirás, te allegarás a Él y solo en Su nombre jurarás». El contexto de la adoración va más allá de lo que se experimenta el domingo por la mañana en ese breve período de tiempo en el que tenemos adoración colectiva, sino que la adoración implica dar un sacrificio de alabanza, honor y reverencia a Dios. Por eso es importante para mí que la primera afirmación de la Confesión, con respecto a los juramentos y votos, sea ponerla en el contexto de la adoración.
Ya hemos visto que la preocupación que Jesús tenía en el Sermón del monte cuando dijo: «no juren de ninguna manera; ni por la tierra, ni por el cielo, ni por el templo», era proteger a la gente de la idolatría. De nuevo, para refrescar la memoria, jurar por cualquier elemento de la tierra, cualquier criatura, es cometer un acto de idolatría, porque es atribuir a lo creado atributos que pertenecen a Dios y a Dios únicamente. Es por eso que un voto y un juramento sagrado que se hace en el nombre de Dios lo honra a Él, al reconocer que Él es el que escudriña cada corazón humano, que Él es el único que es omnipresente, que solo Él tiene oídos que pueden escuchar cada palabra que pronunciamos.
Recuerden que Jesús advirtió sobre el juicio final que toda palabra ociosa será traída al juicio y que aquellas cosas que hagamos en secreto serán manifestadas porque Dios conoce cada palabra que decimos y como dice el salmista: «Aun antes de que haya palabra en mi boca, / Oh Señor, Tú ya la sabes toda». Él ve todo lo que hacemos; Él es el testigo supremo de todas las acciones humanas. Es por eso que lo honramos al hacer el voto en Su nombre. Al hacer eso, estamos reconociendo Su omnipresencia; estamos reconociendo Su omnisciencia; estamos reconociendo Su omnipotencia, que Él, como Señor de gloria, sabe qué es lo que estamos prometiendo, sabe qué es lo que estamos diciendo y tiene el poder de hacer cumplir esos votos que hacemos.
Por tanto, se establece aquí que un juramento lícito es parte de la adoración religiosa y la Confesión continúa diciendo: «Por medio de él, una persona, en una ocasión justa, al jurar solemnemente, invoca a Dios como testigo de lo que afirma o promete; y para que le juzgue según la verdad o falsedad de lo que jura». Mencioné al apóstol Pablo, cuando escribe a los Romanos y habla de su continua pasión por sus parientes según la carne de Israel, que hace un juramento, que jura que está diciendo la verdad y que no miente. De cierta forma está pidiendo a Dios que escuche su testimonio apostólico, diciendo: «Como Dios es mi testigo, lo que estoy diciendo aquí es la verdad». De modo que Dios se convierte en el árbitro para defender la verdad o falsedad de lo que se jura.
La segunda sección del capítulo 22 continúa diciendo: «Las personas deben jurar únicamente por el nombre de Dios, el cual debe ser usado con toda reverencia y santo temor. Por lo tanto jurar en vano o precipitadamente por este nombre glorioso y terrible, o jurar en alguna manera por cualquier otra cosa, es pecaminoso y debe ser detestado. Además, así como en asuntos de peso y de importancia, un juramento está autorizado por la Palabra de Dios, tanto bajo el Nuevo Testamento como bajo el Antiguo; de modo que, cuando una autoridad legítima demanda un juramento lícito para tales asuntos, dicho juramento deberá hacerse».
Esta declaración confesional repudia el movimiento anabautista del siglo XVI, donde se negaron del todo a hacer votos, y así eso se convirtió en un tema de controversia y debate público, aplicando las declaraciones de Santiago cuando dice: «No juren por nada, antes bien, sea el sí de ustedes, sí, y su no, no». Por eso se hizo necesario que los reformadores que estaban en contra de los anabautistas mostraran la evidencia bíblica donde había bases importantes establecidas en el Antiguo y Nuevo Testamento para un juramento o voto legítimo y lícito. Pero a lo que se referían estos preceptos en el Sermón del monte y en Santiago era un recordatorio de que solo el nombre de Dios debe ser usado al momento de hacer juramentos lícitos. También es importante que entendamos que en el corazón mismo de nuestra experiencia religiosa y de nuestro consuelo como cristianos está el voto.
Recapitulemos, el punto de vista bíblico de la verdad es sagrado y el problema que tenemos como pecadores es que la Biblia dice que todos los hombres son mentirosos. Por eso son necesarios los juramentos. Reconocemos que las palabras de las personas no pueden tomarse simplemente al pie de la letra. Debido a nuestra condición caída, tenemos una propensión natural a decir falsedades y no somos, por naturaleza, de la verdad. Para ser personas que dicen la verdad, necesitamos ser cambiados en lo más profundo de nuestro ser, porque en nuestro estado caído, nos parecemos a Satanás, quien es el padre de la mentira y a quien las Escrituras dicen que fue un mentiroso desde el principio.
En otras palabras, la primera mentira que encontramos en las Escrituras viene de los labios de la serpiente en el Edén, que viene a Eva y contradice lo que Dios había dicho. Dios dijo que si comían del fruto prohibido, ciertamente morirían y la serpiente viene y dice: «Ciertamente no morirán, sino que serán como Dios». Así introdujo Satanás la falsedad en el paraíso y vemos esa referencia que se hace más adelante de que él es el padre de la mentira y que ha sido un mentiroso desde el principio. Pero la diferencia fundamental entre Dios y el hombre es que Dios nunca miente y que Dios nunca quebranta Su Palabra. Él es un guardador del pacto, mientras que la historia de la humanidad es la historia de la ruptura del pacto, y todos los seres humanos viven en un pacto con Dios. Este es un punto que a menudo se pasa por alto.
Entendemos que en la comunidad cristiana, celebramos el nuevo pacto que Cristo instituyó en el aposento alto y estamos familiarizados con el antiguo pacto que Dios había hecho con Israel y por lo tanto la religión judía es consciente de su historia de una relación de pacto con Dios, así como la iglesia cristiana es consciente de su historia de una relación de pacto con Dios. Pero dije hace un momento que todas las personas están en un pacto con Dios. Debes estar pensando: «Pero no todo el mundo es judío y no todo el mundo es cristiano, hay todo tipo de personas en este planeta que no están incluidas ni en el judaísmo ni en el cristianismo».
Entonces, ¿en qué sentido todas las personas están relacionadas con Dios a través de un pacto? Bueno, cuando Dios creó a la humanidad, entró en una relación de pacto con nuestros primeros padres, con Adán y Eva y ese pacto que Dios hizo con Adán y Eva no fue un pacto simplemente con dos individuos, sino que por extensión, a través de ellos, lo hizo con toda su progenie, todos sus descendientes. Entonces, en ese momento, Dios entra en una relación de pacto con toda la raza humana y entonces, si eres un ser humano, estás en una relación de pacto con Dios.
Esa relación puede ser negativa; es decir, puede ser que lo que tu relación con Dios es, es que eres un transgresor del pacto, que estás en violación de la ley de Dios que Él dio en la creación. Pero si optas por salirte de esa relación de pacto rompiéndola o violándola, aun así no escapas de ella; puedes negar la existencia de Dios, puedes ser indiferente a Él, incluso si Él lo es, pero nada de eso te librará de esta relación en la que eres un transgresor del pacto. De hecho, toda la historia de la redención es Dios acercándose para redimir a una humanidad caída que es culpable de violar los términos de la creación original.
Es por eso que todo este asunto del pacto y la promesa del pacto es tan importante y la base misma de nuestra esperanza como cristianos descansa en la promesa de Dios. Recuerden en Génesis capítulo 15 cuando Dios le hace una promesa a Abraham y a Abraham se le prometen descendientes. Abraham se siente abrumado por esta promesa y le dice a Dios: «¿Cómo puedo saberlo con certeza?». Dios escucha la lucha de Abraham. Ahora escuchen esto. Dios le acaba de decir a Abraham que iba a hacer algo, Dios le acaba de hacer una promesa a Abraham y Abraham dice: «¿Cómo puedo saberlo con certeza?». Es un milagro que Dios no lo matara en ese momento.
Porque, ¿qué hizo Abraham cuando le dijo a Dios: «¿Cómo puedo saberlo con certeza?». Esto es lo que hizo, señoras y señores: Le atribuyó a Dios mismo la misma falta de confiabilidad que Abraham encontraba entre sus semejantes. Él estaba tratando de exigirle a Dios un voto o un juramento, lo cual nunca debe ser necesario porque el sí de Dios siempre significa sí y el no de Dios siempre significa no y Dios nunca en toda la eternidad ha roto una promesa. Pero debido a que estamos tan acostumbrados a romper promesas unos con otros, necesitamos que alguien vaya más allá de simplemente decir: «Lo haré» o «sí» o «no» y lo selle con un juramento, Abraham le pidió a Dios que hiciera lo mismo.
Pero en lugar de matarlo, ¿qué hace Dios? Él es condescendiente con la debilidad de Abraham y hace que este sueño profundo caiga sobre Abraham y hace que Abraham, corte estos animales por la mitad y tiene esta visión nocturna en la que Abraham ve un horno humeante yendo entre las partes de los cadáveres que él había cortado en pedazos. La importancia de eso, nos dice el autor de Hebreos, es que Dios pasa por este rito de corte en el que le dice a Abraham: «Abraham, si no cumplo mi promesa, que yo sea como estos animales que has cortado por la mitad. Estoy poniendo mi misma deidad en juego. No puedo jurar por los cielos; no puedo jurar por la tierra. Te prometo por el nombre de Dios que cumpliré mi palabra». ¿No es extraño? Dios está diciendo: «Estoy prometiendo, y que Dios me ayude, que Yo me ayude a mí mismo».
¿Lo ven? Él está diciendo: «Yo estoy jurando por mi propia deidad, por mi propio carácter», porque no hay nada más elevado por lo cual Dios pueda jurar. Él pone Su propia integridad en juego para respaldar Sus promesas. He dicho más de una vez que si alguna vez estuviera encerrado en confinamiento solitario y solo tuviera un versículo de la Escritura, yo querría ese versículo en Génesis 15 donde Dios jura por sí mismo, porque nuestra falta de fe hace lo mismo que Abraham hizo. A veces nos preguntamos, ¿realmente cumplirá Dios Su promesa? Como he dicho mil veces, la dificultad de la vida cristiana no es creer en Dios, es creerle a Dios. Es confiar en Él y descansar en su palabra.
Les recuerdo que la primera tentación, la primera prueba de fe que fue traída a la raza humana fue traída por la serpiente con la pregunta aparentemente inocua: «¿Acaso dijo Dios eso?, ¿Dijo Dios eso?», planteando preguntas sobre la fidelidad de Dios para hacer lo que dijo que haría. Eso es fundamental para la lucha que todo cristiano tiene en su peregrinación de fe. ¿Realmente confiamos en Dios? Debido a nuestra debilidad, no debido a un pobre historial de su parte, Dios condesciende a jurarnos Sus promesas por medio de un juramento y voto sagrado, donde se compromete en todo Su ser a la veracidad de lo que jura.
En la sección dos se nos dice que cuando juramos por el nombre de Dios, debemos jurar usando este nombre con santo temor y reverencia. Por lo tanto, jurar vana o temerariamente por ese nombre glorioso y terrible o jurar por lo que sea, es pecaminoso y debe ser detestado. Hay una palabra aquí en esta sección que me salta a la vista mientras la leo. Es una palabra que evoca intensa emoción y pasión y es la palabra «detestado». Los teólogos de Westminster no están diciendo simplemente que debemos tener cuidado de no entrar irreverentemente en promesas hechas en el nombre de Dios precipitadamente o indiferentemente o jurar por algo que sea menos que Dios; lejos esté de nosotros hacer algo así.
No se trata simplemente de que debamos evitar ese tipo de juramento, sino, que debemos detestarlo. Deberíamos pensar que tales actos son detestables, que sería lo último que se nos ocurriría hacer, y sin embargo, un examen superficial del comportamiento diario, incluso de los que profesan ser cristianos, muchos de los cuales son devotos, revelará que esta ley de Dios es violada sistemáticamente cuando usamos frívolamente el nombre de Dios.
Aquí está el segundo aspecto del mandamiento que prohíbe tomar el nombre de Dios en vano. Dije que la primera incidencia tiene que ver con un voto falso en Su nombre, pero también con usar Su nombre de una manera frívola. Es decir, incluso no me gusta decirlo, pero no sé cuántas veces al día escucho a la gente decir casualmente la palabra «Dios»: «¡Oh, por Dios!», o «¡Dios mío!», o simplemente, «¡Dios!». La palabra sale de sus labios sin que obviamente piensen en lo que están diciendo; es un tipo de expresión irreflexiva y sin embargo, esta falta de temor y reverencia santa por el nombre santo de Dios debe ser detestada.
Es preferible estar muertos antes que involucrarnos en el uso del nombre de Dios de una manera tan despreocupada, no solo con respecto a los votos y juramentos, sino con respecto al uso de Su nombre del todo. Una vez más, si abaratamos Su nombre en una conversación casual, también abaratamos cualquier voto que se haga apelando a Él.
CORAM DEO
He señalado en varias ocasiones que tenemos un código de censura que está al revés en este país. He notado la diferencia entre lo que se puede decir en la radio y el lenguaje que se puede usar en las películas de Hollywood. No creo que haya mucha censura en Hollywood. El lenguaje más grosero y sucio que la gente puede concebir se usa en la industria del cine y, sin embargo, aun así hay restricciones sobre qué tipo de lenguaje es aceptable en la radio pública. Pero lo que se destaca es que, a pesar de que ciertas palabrotas están prohibidas, es común escuchar el nombre de Dios en radio y televisión usado de manera ligera.
Es por eso que digo que vivimos en un mundo que está al revés, porque es un asunto mucho más serio usar el nombre de Dios con menos que reverencia y temor santo que usar la expresión más sucia que uno pueda imaginar. Nada es más malvado que degradar y rebajar el nombre de Dios y sin embargo, eso es perfectamente permisible en nuestra cultura, en la televisión pública y en la radio.