Recibe la guía de estudio de esta serie por email
Suscríbete para recibir notificaciones por correo electrónico cada vez que salga un nuevo programa y para recibir la guía de estudio de la serie en curso.
Transcripción
Hoy vamos a continuar nuestro estudio de los juramentos y votos. En la última sesión, vimos una parte de la enseñanza sobre este tema que se encuentra en el documento del siglo XVII, la Confesión de Fe de Westminster, donde se menciona que cuando usamos el nombre de Dios al hacer votos y juramentos, siempre debe hacerse con temor y reverencia y nunca de manera vana ni precipitada. Me di cuenta de que en la confesión se hacía este comentario: Que nunca debemos jurar vana o precipitadamente, «por este nombre glorioso y terrible».
Antes de pasar a la tercera sección, tengo que comentar sobre eso: Que aquí, los teólogos de Westminster se refieren al nombre de Dios no solo como glorioso, sino también como terrible. Por supuesto, cuando estaban escribiendo ese documento, lo estaban haciendo en un momento en que el idioma inglés estaba en una fase temprana y el lenguaje pasa por ciertos cambios de desarrollo y las palabras adquieren diferentes significados a lo largo del tiempo, pero hay una especie de literalidad asociada con una de estas dos palabras, glorioso y terrible.
La palabra terrible, en el siglo XVII, connotaba la idea de algo que estaba literalmente lleno de terror, que el nombre de Dios es algo que debería evocar dentro de nosotros una sensación de temor, no en el sentido de temor al que nos referimos cuando decimos: «Temo por esto», en el sentido de algo que me resulta absolutamente repugnante pensar en ello o detestable para mi imaginación, sino que es una especie de temor que es profundo. El nombre de Dios debe provocar en nosotros una especie de temblor santo, por así decirlo, un estremecimiento.
Hay un canto negro espiritual que dice: «¿Estuviste allí cuando ellos crucificaron a mi Señor? A veces, eso me causa ¿qué? Temblor». Este temblor es una actitud o un estado de ánimo que se encuentra en las Escrituras del Antiguo Testamento cuando Dios se manifiesta y las personas quedan paralizadas por una sensación de temor.
Una de las ideas más importantes sobre esto fue dada por Rudolph Otto, un teólogo alemán que escribió un libro titulado simplemente Das Heilige y fue traducido bajo el título Lo santo. Habla de cómo en cualquier cultura humana, todo lo que se considera sagrado, incluso si es una sociedad primitiva animista, donde tienen espíritus malignos o árboles sagrados o tótems o lo que sea que esas personas consideren sagrado provoca una sensación de temor o ansiedad cuando la gente se encuentra con ellos.
Ahora lleven eso hasta el grado superlativo, a lo que es supremamente santo, Dios mismo, que la respuesta humana apropiada a eso es el pavor, no el temor en el sentido de aversión, sino el temor en el sentido de un temor tembloroso, un temor de nunca querer desagradarlo u ofenderlo. Entonces, lo que la Confesión dice es que el nombre de Dios debe ser tratado con reverencia porque el nombre mismo es glorioso y terrible. ¿Por qué? Porque el Dios de ese nombre es glorioso y terrible y por lo tanto, si tenemos eso frente a nosotros cuando hacemos nuestros votos y hacemos nuestros juramentos promisorios, entonces nos damos cuenta de que estamos caminando en tierra santa y que este es un asunto muy, muy serio.
Echemos un vistazo a la tercera sección y veamos lo que dice allí: «Cualquiera que hace un juramento, debe considerar debidamente la importancia de tan solemne acto, y por lo tanto, no deberá afirmar nada más que aquello de lo cual está plenamente persuadido ser la verdad». Siempre que hagamos un juramento, debemos considerar el peso del acto de hacer un juramento. En el Antiguo Testamento, la palabra para la gloria de Dios, y acabamos de mencionar que Su nombre es glorioso y terrible, es la palabra hebrea kabowd, a veces se pronuncia «chabod».
Ustedes escucharon la historia de Icabod, cuando se dijo que la gloria se había ido de Israel y el nombre que le pusieron al niño fue Icabod, que significa: «Se ha ido la gloria de Israel». Esa palabra kabowd en sus raíces semánticas significa, literalmente, gravedad o pesadez. Nos preguntamos por qué una palabra que describe los kilos, la sustancia cuantitativa de algo se atribuiría a un ser espiritual como el Señor Dios. Bueno, por su importancia metafórica, y nosotros, hoy en día, hablamos de la misma manera.
Si alguien hace caso omiso de lo que digo, me está tomando a la ligera, no me toma muy en serio; y si escuchas a alguien decir algo que crees que es profundo o excepcionalmente relevante, puedes decir: «Oh, eso es de peso» o «eso es grave». Lo que queremos decir cuando usamos términos como «de peso» o «grave» con respecto a seres espirituales, es que son de suprema importancia o relevancia, de modo que la gloria de Dios tiene que ver con Su dignidad trascendente, Su abrumadora importancia y relevancia.
Entonces, cuando apelamos a Él para destacar nuestro testimonio, para verificar nuestro testimonio o cuando apelamos a Él como el guardián de nuestras promesas, este es un tema muy grave. Cuando ves la forma en la que se hacen los votos en nuestra cultura, se ve una decadencia, una declinación radical en la seriedad con la que se hacen los votos y juramentos en nuestra cultura. Pueden pensar en ellos en varios escenarios o lugares diferentes.
En primer lugar, está el voto matrimonial. Acabo de leer un artículo que dice que de todos los matrimonios en los Estados Unidos que se realizaron en la década de los noventa, ya el cuarenta por ciento de ellos ha terminado en divorcio. Ese número incluye matrimonios que se consumaron en 1999. No son solo todos los que se casaron en 1990, y que diez años después el cuarenta por ciento de ellos estaban divorciados. No. De todos los matrimonios contraídos en Estados Unidos en la década de los noventa, el cuarenta por ciento de ellos ya han terminado en divorcio.
La tasa actual de divorcio de las personas que se han vuelto a casar, es decir, las personas que se han casado por segunda o tercera vez, es superior al sesenta por ciento. Parte de la razón por la que vemos que los matrimonios se desmoronan es que no damos la debida relevancia o importancia a los votos matrimoniales. No tomamos esos votos muy en serio, y hablaremos sobre estos votos más adelante.
Pero no solo lo ves en el caso de los matrimonios, sino que también lo ves en el caso de los votos de ordenación o en los votos de membresía de la iglesia. Cada persona que se une a una iglesia, al menos en la mayoría de las iglesias, se requiere que las personas hagan ciertas promesas públicamente ante Dios, promesas como ser regulares en su asistencia, hacer un uso diligente de los medios de gracia, apoyar financieramente a la iglesia.
La gente todos los días se une a las iglesias, pasa al frente de la iglesia, hace un voto delante del Dios Todopoderoso con respecto a su compromiso con esa congregación y luego viene a la iglesia una vez al mes o una vez cada tres meses o son muy ligeros en su participación en la iglesia. Eso me asusta. Preferiría que nunca hicieran el voto a que prometan y luego no cumplan. Como advierte la Biblia, es mejor no hacer un voto que prometer y no cumplirlo, porque cuando haces un voto delante de Dios, Dios lo va a tomar en serio aunque nosotros no lo hagamos.
¿Y qué de los juramentos cuando somos testigos en un juicio? Los Estados Unidos de América pasó por un gran trauma cuando su presidente fue sometido a un juicio político, fue realmente sometido a un juicio político. ¿Por qué? Por acusaciones de perjurio en un caso civil, donde los derechos civiles de uno de los ciudadanos de los Estados Unidos estaban en juego. El Presidente en su testimonio cometió perjurio y se salió con la suya. Lo que me molesta tanto de eso no es lo que hizo el Presidente, sino cómo la gente en los Estados Unidos, cómo el senado en los Estados Unidos no vio esto como un gran problema.
Una y otra vez escuchamos durante los procedimientos de juicio político: «Oh, sí, creemos que el presidente hizo esto, pero esto no llega al nivel de delitos y faltas graves», lo que, históricamente, significaba delitos y faltas cometidas por personas en altos cargos. Pero incluso eso, la forma en la que la defensa respondió fue: «Sí, lo hizo, pero no es para tanto». ¿Qué tan importante es cuando socava y debilita toda la base del testimonio en la sala del tribunal? Todo el sistema judicial se ve seriamente debilitado por ese ejemplo, porque el Presidente de los Estados Unidos cruzaba los dedos cuando daba testimonio bajo juramento.
Mi mayor preocupación no es que un individuo haya cometido perjurio, sino que el país no lo viera como un gran problema, porque en ese momento, el Presidente simplemente estaba teniendo la misma actitud, hacia los juramentos y votos, que caracteriza a toda nuestra cultura. Por tanto, no podemos echarle toda la culpa a él, sino que tenemos que apuntarnos con las armas a nosotros mismos porque hemos contribuido, hasta cierto punto, a esta declinación de la importancia y peso de los votos sagrados.
La Confesión sigue diciendo lo siguiente: «Cualquiera que hace un juramento, debe considerar debidamente la importancia de tan solemne acto, y por lo tanto, no deberá afirmar nada más que aquello de lo cual está plenamente persuadido ser la verdad». De ahí es de donde sacamos este concepto: ¿juras decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad? La razón de esto es circunscribir toda la situación de tal manera que se centre la atención en lo que se necesita en el testimonio que se da en la corte cuando alguien está siendo juzgado y su nombre, su reputación, tal vez su libertad, está en juego, queremos un testimonio verdadero y sabemos que la verdad a medias puede ser tan cruel como la mentira descarada.
Es por eso que el voto es decir la verdad, toda la verdad y no la verdad mezclada con engaño y falsedad, sino que añade: «y nada más que la verdad; que Dios me ayude». Ese es un voto extremadamente importante cuando se hace bajo juramento. Cualquiera que haga esto nunca debe dar testimonio de lo que no está completamente convencido de que es la verdad. Ve el cuidado con el que está escrita esta confesión. No dice: «En esto solo hay que afirmar lo que es verdad», porque es posible que una persona pueda dar falso testimonio sin mentir y sin cometer perjurio. Lo que está implicado en el perjurio y lo que está implicado en la mentira o en el falso testimonio, en este caso, es la intencionalidad.
Hay personas que dan falso testimonio porque están equivocadas, están absolutamente persuadidas de que vieron a alguien, la identificaron y dicen: «Estoy seguro de que ese es el hombre» y en la medida de sus posibilidades, al examinar sus conciencias, han sido absolutamente persuadidos de que tal persona es culpable y fue un caso de error de identidad. Eso sucede. Es por eso que, antes de decir: «Sí, ese es el hombre», tienes que estar muy seguro. Pero fíjate en la forma en que la Confesión habla de esto, que no debemos afirmar nada más que aquello de lo que estamos plenamente persuadidos de ser la verdad
Por lo tanto, si no estoy completamente persuadido de que es verdad, tengo que decir: «No lo sé». Se supone que no debemos mentir, pero tampoco se supone que demos un testimonio firme cuando en realidad no estamos firmes en nuestras propias conclusiones. Entiendo que es posible estar completamente persuadido y aun así estar equivocado. Pero con mucha frecuencia, cuando no estamos completamente persuadidos, hablamos como si estuviéramos completamente persuadidos, lo que también viola el principio de la santidad de la verdad.
Continúa diciendo: «Tampoco, debe persona alguna, obligarse mediante juramento a cosa alguna, sino solamente a lo que es bueno y justo, y a lo que cree que lo es, y a lo que es capaz y está decidido a cumplir». Bueno, hay mucho aquí en esta sección que no tendré la oportunidad de cubrirlo hoy en su totalidad, pero antes que nada, lo que está excluido es hacer un juramento para realizar algo malo. Si te digo: «Vamos a robar un banco mañana por la tarde» y me respondes: «Está bien». Te digo: «Está bien, ¿lo prometes? Júrame que me ayudarás y que serás mi cómplice en el robo a ese banco». Estoy tratando de exigirte un juramento, un juramento promisorio, un voto sagrado de que cometerás este crimen.
No se te permite hacer un juramento como ese. Dios no les permite a las personas hacer votos para actuar de maneras contrarias a Su palabra. El voto de Jefté de hacer un sacrificio humano fue un voto ilícito, y si dices: «Bueno, te prometí que te ayudaría», así que al día siguiente después de pensarlo bien dices: «Sabes no debí haber hecho ese voto» y vienes a mí y me dices: «Realmente no puedo ayudarte con ese robo al banco como te prometí ayer». Te respondo: «Tienes que hacerlo porque lo prometiste». No, no tienes que hacerlo. No solo no se te permite hacer el voto de hacer el mal, sino que si has prometido hacer el mal, no solo puedes romper ese voto, sino que debes romper ese voto, porque el voto de hacer el mal fue el primer pecado y mantener el voto agrava ese delito.
En otras palabras, no se te permite hacer un juramento promisorio o hacer algo que Dios prohíbe, y la gente hace eso todo el tiempo con juramentos de sangre y juran protegerse unos a otros por medio del perjurio y todo lo demás. Cuando hacemos juramentos y votos, debemos, en primer lugar, determinar si lo que estamos prometiendo hacer es justo o malvado. Tampoco debemos prometer hacer algo que no tenemos la capacidad de hacer.
A veces tenemos una postura exagerada de nuestros propios poderes y habilidades. Queremos decir: «Bien, voy a ponerme a dieta y voy a perder quince kilos y la única forma en la que puedo hacerlo es firmando un juramento, hacer un juramento ante Dios de que voy a perder quince kilos en las próximas seis semanas». Ese es un voto tonto y es un voto ilícito porque no tengo ninguna razón para creer que tengo ese tipo de capacidad para cumplir ese voto en las próximas semanas, por así decirlo.
Entonces, todo esto es parte de lo que se debe tener en cuenta cuando tratamos todo este asunto de los votos. Por supuesto, esto es simple. Es elemental. Si tomamos en serio la santidad de un juramento y la santidad de un voto, lo que seguiría automáticamente es que deberíamos tener muy, muy en cuenta lo que estamos jurando y aquello que estamos jurando antes de comprometernos. Pero, mientras tengamos un concepto bajo de la santidad de los juramentos y de los votos, entonces no hay razón para preocuparse tanto por lo que estamos prometiendo y a quién le estamos haciendo los votos. Pero, de nuevo, la clave aquí es la gravedad, la solemnidad del voto sagrado.
CORAM DEO
Cada ser humano que está escuchando mi voz en este momento, en algún momento de su vida, ha sido herido por una promesa rota y cada persona que escucha mi voz en este momento ha herido a otro ser humano al no cumplir una promesa. Somos bastante ligeros a la hora de hacer promesas.
Recuerdo cuando vivía en Holanda, conocí a un holandés en un partido de béisbol, nos pusimos a hablar de béisbol y tuvimos una conversación maravillosa. Le dije: «Bueno, me gustaría invitarte a cenar algún día para que podamos conocernos más» e inmediatamente sacó su agenda, sacó su lapicero y dijo: «Bueno, ¿cuándo?». Yo quería decirle: «¿No sabes que es solo una expresión americana, es decir, hay que vernos otro día para seguir esta conversación». Pero él me tomó en serio y tuve que invitarlo. Entonces empezó una relación maravillosa que duró mucho tiempo.
Pero, de nuevo, somos tan ligeros con este tema y también con hacer promesas: «Sí, claro que lo haré», «oraré por ti» o «haré eso» y luego nos olvidamos de lo que dijimos. Necesitamos una llamada de atención sobre el peso de la palabra que prometemos.