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Continuando con nuestro estudio de la Santidad de Dios, recordamos que hemos estado viendo detenidamente y de cerca los registros del llamado de Isaías al oficio de profeta, lo cual encontramos en el capítulo 6 del libro con su mismo nombre. Y hemos visto la respuesta de los ángeles y los serafines al esplendor revelado de la santidad de Dios mientras cantan su respuesta antifonal: “Santo, santo, santo es el Señor de los ejércitos.
Toda la tierra está llena de su gloria.” Y vimos también la respuesta de Isaías a esta demostración del carácter de Dios en donde Isaías se maldice diciéndose a sí mismo: “¡Ay de mí, que soy muerto!” Vemos a Isaías arruinado, gritando que él es un hombre de labios inmundos y que habita en medio de un pueblo de labios inmundos.
Pero ahora nos queda la pregunta: ¿qué hace Dios con este hombre que ahora se está maldiciendo a sí mismo, que está postrado ante Dios, que clama por su propia suciedad e inmundicia? ¿Acaso responde Dios desde el cielo mirándolo y diciendo: sí, tú, gusano, eres inmundo, yace allí en la tierra y agoniza por siempre; tú no me importas?
Eso no es lo que Él hace.
Déjenme decirles, queridos amigos, qué más Dios no hace. Dios no mira a Isaías y le dice: oh Isaías, no seas tan melodramático; no te lo tomes tan a pecho. Tienen una autoimagen tan negativa. ¿No sabes qué clase de Dios soy? Yo soy un Dios que te acepta tal y como eres, que mi amor por ti es incondicional y no me importa que estés contaminado con este pecado. Dios no dijo eso a Isaías ni ha dicho eso a nadie.
Y de alguna manera, de algún modo tenemos que detener este evangelio de la gracia barata que cruza las vías respiratorias de todo el mundo como si el reino de Dios fuera el vecindario del Chavo, que le dice al mundo que Dios acepta a las personas tal como son. Ahora, la verdad detrás de esa distorsión es que el evangelio de Dios no espera que nos volvamos puros, santos y perfectos antes que Él entre en una relación salvífica con nosotros.
Dios no demanda perfección. Dios no demanda pureza antes que Él nos redima. Mientras aún somos pecadores es que Cristo muere por nosotros. Ese es el evangelio. Pero no exageremos tanto ese evangelio como para decir a las personas que no tienen que hacer nada. Ellos tienen que arrepentirse. Y si no nos arrepentimos, Dios nunca nos recibirá en Su reino. Y si nunca nos arrepentimos, Él nos dejará en la tierra gritando delante de Su santidad.
Él demanda que pongamos nuestra fe en su Hijo unigénito confiando en él y sólo en él y su justicia para que podamos tener el perdón de los pecados. Sí, en cierto sentido Dios ama a todos incondicionalmente, en el sentido de que no hay condiciones que tenemos que cumplir antes de que Dios nos dé Su gracia común, Su amor de benevolencia por el cual derrama su lluvia sobre justos e injustos.
Pero hacemos una distinción en teología entre el amor de la benevolencia de Dios y su amor complaciente. Ese amor complaciente, no en el sentido de la indiferencia, sino en el amor que disfrutan aquellos que han sido adoptados en Su familia, el amor redentor de Dios. Y ese amor no es incondicional. Para recibir ese amor, que Esaú no recibió pero que Jacob sí recibió, se requiere de fe. Requiere una respuesta de reconocimiento de nuestro pecado y nuestra necesidad desesperada del perdón de gracia de Dios para poder ser parte de su familia.
Isaías recibe el amor de Dios, el amor de la complacencia, el amor de la redención, cuando Isaías recibe el perdón por su pecado. Pero déjenme decir algo al mirar este relato de la purificación de Isaías, que la gracia que redime a este hombre quien está sobre su rostro maldiciéndose a sí mismo ante Dios, no tiene nada de barato en absoluto. Es una gracia que viene con el pesado precio y en el contexto del dolor extremo. Amados, permítanme preguntarles algo:
Alguna vez, te has arrepentido, en realidad, de tu pecado. Hay algo completamente dulce y liberador al arrepentirnos verdaderamente de nuestros pecados. Cuando nos presentamos ante Dios con toda honestidad, sin minimizar la situación, sin dar mil excusas ante Él, sino más bien clamando: ¡Oh, Dios, he pecado contra Ti! Contra ti, contra ti solo he pecado, tal como clamó David en el Salmo 51.
Y dicho sea de paso, déjenme decirles a manera de paréntesis que, si no saben qué es el arrepentimiento, pueden invertir una hora reflexionando en el Salmo 51 donde David derrama, bajo el ímpetu del Espíritu Santo, las expresiones de un corazón quebrantado y contrito delante de Dios. Cuando hacemos eso, hay algo dulce, algo que es un deleite, algo liberador al hacer una confesión abierta ante Dios. Pero, al mismo tiempo, amados, siempre hay algo doloroso que acompaña la confesión. No es divertido arrepentirse. Hay algo extremadamente costoso en ello, porque tenemos que mirarnos al espejo y darnos cuenta de que no fuimos tan buenos como creemos ser.
Entonces, cuando Isaías maldice: “¡Ay de mí, que soy muerto!”, Estoy arruinado, me estoy desmoronando y llora ante Dios porque ha visto a Dios cara a cara en la visión. Lo siguiente que sucede es que Dios toma la iniciativa y los Serafines ahora se mueven desde arriba del trono de Dios, de estar ejerciendo sus obligaciones y deber de celebrar a Dios en adoración. Ahora, en el servicio a Dios, Dios dirige al ángel para ir al altar.
Ahora, permítanme decir que, generalmente eso es lo que sucede en la salvación, hay un altar involucrado. En el Antiguo Testamento fue comunicado a través de las imágenes del altar del holocausto y del sacrificio. No hay redención en el Nuevo Testamento excepto por el altar del Gólgota donde Cristo fue levantado como nuestro sacrificio por una vez y para siempre. Y en ese altar sagrado, la expiación fue hecha por nuestros pecados. Isaías nos dice esto: “Y voló hacia mí uno de los serafines, teniendo en su mano un carbón encendido, tomado del altar con unas tenazas;” Estos carbones estaban al rojo vivo. Habían estado ardiendo allí en el santuario, estaban incluso calientes para el toque del ángel. Entonces los serafines deben usar tenazas para recoger ese carbón. Bueno, ¿qué hace él con eso? Dios le ordenó que volara a la tierra donde estaba Isaías postrado y que tomara ese carbón vivo del altar y que lo colocara sobre los labios de un hombre.
Tenemos costumbres muy extrañas como seres humanos para expresar nuestro afecto y cuidado. ¿Qué es romance sin un beso? No nos frotamos la nariz para comunicar afecto. Nos besamos. Y el instrumento que usamos para la ternura de un beso, son los labios. ¿Por qué? Porque los labios son, de alguna manera, los que guardan la entrada a nuestras almas, los labios sellan nuestras lenguas para que no expresen mentiras o falsedades, los labios pueden ocultar el veneno de las zarzas, como dicen las Escrituras, en su superficie están algunas de las terminaciones nerviosas más sensibles que tenemos en la piel.
Cuando los labios tocan tiernamente los labios de otra persona, comunican las profundidades del afecto. ¿Has experimentado el morder algo que estaba demasiado caliente? Una sopa que estaba muy caliente y dejaste caer la cuchara y dijiste: oh, me quemé los labios; y sabes cuán doloroso es probar algo muy caliente. Pero, ¿te imaginas un carbón encendido al rojo vivo que se coloque en tus labios, poniéndotelo en la boca? El dolor que eso sería.
Ahora, miramos este texto y decimos: ¿qué clase de Dios es este, que cuando un ser humano se humilla en oración, en arrepentimiento, contrito, simplemente no le dice a Isaías: te perdono? ¿Por qué este acto que parece ser un castigo cruel e inusual? ¿Cuál es el propósito del carbón? El propósito del carbón no es castigar a Isaías. El carbón se trae para la limpieza… La boca de Isaías está sucia. Necesita limpieza. Él es una persona herida. Y en la antigüedad, hasta el siglo XX, el procedimiento estándar para la limpieza y curación de una herida era el proceso de la cauterización mediante el cual el fuego purificaba la herida para evitar que la infección y el veneno se acumulen y se vuelvan fatales.
Por eso, Dios se inclina en misericordia para limpiar a su siervo y le ordena al ángel que venga con el carbón ardiente y se lo ponga sobre los labios, y no quiero ser muy gráfico aquí, pero estoy pensando que cada ángel ahí, podía oír el chisporroteo de la carne chamuscada cuando ese carbón tocó los labios. Pero noten que Isaías no dice nada sobre el dolor.
Me preguntó si siquiera lo sintió, porque al mismo tiempo que los ángeles actuaron para purificar, Dios habló. Y las palabras de Dios que cayeron sobre los oídos de Isaías fueron las palabras más maravillosas que Isaías o cualquier ser humano pudieron escuchar. “Y tocando con él sobre mi boca, dijo: He aquí que esto tocó tus labios, y es quitada tu culpa, y limpio tu pecado.”
Ahora Isaías escucha un oráculo del ángel de Dios, que es el supremo oráculo de la bienaventuranza. “He aquí que esto tocó tus labios, y es quitada tu culpa, y limpio tu pecado.” Déjenme decirlo de nuevo, amados. “y es quitada tu culpa.” ¿Qué darías para poder llamar a un camión de basura para que vaya a tu casa no a sacar la basura de tu ático o garaje, sino para que quite el pecado de tu alma y lo entierre en algún lugar?
La esencia del Evangelio de Jesucristo es el anuncio de la remisión de los pecados, y que algo sea remitido indica ser eliminado, quitado. ¿Y qué le dice Dios a su pueblo? “Cuanto está lejos el oriente del occidente, hizo alejar de nosotros nuestras rebeliones.” Ven, Él dice, el profeta Isaías en el primer capítulo, “Ven y estemos a cuenta: Si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana.” ¿Qué tan roja es la mancha en tu alma? ¿Es carmesí?
Isaías dijo que todos estamos en esa condición, pero oí esta voz que me decía: mira, tus pecados han sido quitados. Tus transgresiones han sido eliminadas. Y tus pecados han sido purgados. No solo perdonados, sino limpiados. Te estoy limpiando la boca sucia.
Ya no tengo contra ti los pecados que salieron de esa boca. Te estoy dando una boca pura y te estoy poniendo en la boca, Isaías, mis palabras, para que ahora lo que salga de tus labios no se blasfemia ni maldiciones ni mentiras, sino que ahora hablarás mi Palabra.
Y mientras Isaías escucha este glorioso anuncio de su redención, escucha algo más. Dios dijo: “¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros? Y lo primero que Isaías dice con labios ampollados pero puros es: “Heme aquí, envíame a mí.” No aquí estoy, No es una declaración de su ubicación. Él no está preocupado por la geografía. Dios sabe muy bien dónde está, pero Dios dijo: ¿Quién irá por mi? ¿A quién enviaré? E Isaías dice: Aquí estoy. Envíame.
La incongruencia de esto. Dos minutos antes, este Isaías acababa de anunciar que tenía la boca sucia. ¿Por qué debería ir y ser el portavoz de Dios? Él es la persona más descalificada en el mundo para hablar por Dios, ¿hasta qué? Hasta que él fue perdonado. La única calificación verdadera que alguien haya tenido para ser portavoz de Dios es que esa persona haya experimentado lo que significa ser perdonado. Todo el estudio en el seminario nunca puede calificarme para ser un predicador. La única credencial que tenemos todos nosotros es que hemos experimentado el perdón de Cristo.
Y entonces Isaías dijo, ey, si estás buscando a alguien para enviar, no busques más. Iré a donde quieras que vaya. Me arrastraré sobre el vidrio. Se lo diré a todo el mundo, porque he visto al Rey. He contemplado la gloria de Dios. No estoy avergonzado del Evangelio de Dios No puedo esperar para contarle al mundo entero sobre esta experiencia, sobre este momento de mi vida.
Sí, es doloroso. Sí, apenas puedo hablar. Mi boca está llena de ampollas, pero por primera vez en mi vida, estoy limpio. Ahora entiendo quién eres. Entonces, envíame.
CORAM DEO
En nuestro pensamiento Coram Deo para hoy, quiero hacerte una pregunta muy personal y práctica.
¿Sabes en tu alma que tus pecados han sido perdonados por Dios? ¿Tienes la seguridad de que a los ojos de Dios estás limpio?
Sabes que Dios no es ciego y sabes que Él conoce el pecado que está en tu alma, que está en tu boca, que está en tu vida. Pero también ha provisto una cobertura para eso, con el manto de la justicia de Cristo. Y todo el que está adornado con ese manto de la justicia de Cristo, es aceptable ante el Padre.
Pero para recibir esa limpieza, uno debe confiar en Cristo y solo en Cristo. Si confías en tu rectitud, si confías en tu desempeño, si confías en tus esfuerzos eso es todo lo que podrás presentar ante un Dios santo. Y no será suficiente. Pero si pones tu confianza en la justicia de Cristo, entonces puedes estar seguro de que Dios dirá: Tus pecados te son perdonados y tus transgresiones han sido removidas.