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Transcripción
Recuerdo que una semana antes de Navidad, cuando estaba en tercer grado, y no voy a decir qué año era, porque fue hace mucho tiempo, pero estaba muy emocionado porque mi abuela me llevó al centro de Pittsburgh, no solo para ver las exhibiciones navideñas de todas las grandes tiendas, sino también para que gastara el dinero que había ahorrado de mi mesada, para mi familia y, por primera vez en mi vida, para comprar un regalo de Navidad a una novia. Me llené de romanticismo, todo el romanticismo que un niño de tercer grado podía reunir. Tienes que entender que tenía veinticuatro años cuando estaba en tercero.
Fuimos a las grandes tiendas y quise comprar algo romántico para mi novia, así que elegí un pequeño broche decorativo, a mí me pareció de oro, pero no era realmente de oro porque solo pagué un par de dólares por él. Pero lo mejor era que podía grabar sus iniciales en el broche. Así que la señora del mostrador las grabó y me lo envolvió para regalo y el último día de clase antes de Navidad le di la caja a mi novia, ella la abrió y se quedó boquiabierta con este maravilloso regalo, un broche con las iniciales M. E. F. por Margaret Ellen Frable. Querida Ellen, dondequiera que estés, me pregunto si todavía tienes el broche. Lo dudo.
Pero en realidad nunca lo superé porque parece que el regalo que más me gusta hacerle a mi esposa de toda la vida son piezas de joyería, y casi todos los años, después de haber comprado el resto de sus regalos de Navidad, no me resisto y voy a visitar a mi amigo, el joyero Jack y le digo: «¿Qué vamos a hacer este año, Jack?». A él se le ocurren varias ideas como anillos, pulseras o collares y otras cosas más y este año le regalé a mi esposa un collar de perlas y el día después de Navidad, estaba pensando en eso y me pregunté qué pensará Dios de todo el dinero que gastamos en joyas.
Empecé a pensar en el poco valor que realmente tiene todo este oro y diamantes y esmeraldas y rubíes que nos tienen tan fascinados con las joyas. Y pensando en eso, dije, supongo que Dios no aborrece las joyas en realidad, porque la imagen que tenemos en el Nuevo Testamento de la Nueva Jerusalén y de la ciudad santa es una ciudad que está adornada con magníficas joyas y cuyas calles están pavimentadas con oro. Entonces empecé a darme cuenta de que la gente de todas las civilizaciones y de todas las épocas y culturas ha estado fascinada con las joyas, simplemente por su belleza, y vienen a ser algo muy apreciado por nosotros, no porque podamos comerlas o usarlas como herramientas, sino más bien por su función como muestras que expresan amor, valor y estima.
Entonces mi mente volvió al Antiguo Testamento, cuando Dios reunió a una nación de personas para sí, una nación de esclavos que estaban sumidos en la pobreza y la necesidad y los rescató de su esclavitud en Egipto. Creó Su iglesia a partir de este pueblo y luego Dios dictó la construcción del primer santuario, la construcción del tabernáculo y cuando leemos el registro de esa construcción, aparecen algunos aspectos sorprendentes en la narración. Una de las primeras cosas que noté en el relato de la construcción del tabernáculo fue que la primera vez que la Biblia menciona que alguien fue lleno del Espíritu Santo, no fue con la unción de un profeta o de un sacerdote o de un rey o de un juez, sino que fue la unción de los artesanos que Dios seleccionó para construir los artículos del mobiliario para Su iglesia. Aholiab y el nombre del otro compañero que no recuerdo en este momento, ellos fueron llenos del Espíritu Santo para realizar una obra de belleza para adornar el santuario de Dios.
Recuerdo también que la primera vez que leí el Antiguo Testamento, tuve dificultades para leer los pasajes de Éxodo, Levítico y Números en los que se narra con detalles minuciosos las medidas del tabernáculo y los adornos precisos que se utilizaban para vestir a los sacerdotes. La manera en que las vestiduras fueron diseñadas por Dios, por ejemplo, para Aarón, para los hijos de Aarón, Dios dio instrucciones detalladas sobre cómo debían tejerse y cómo debían decorarse. Me preguntaba a qué se debía todo ese ritual tan elaborado. La Biblia da respuesta a esa pregunta. Dios dijo de las vestiduras y los ornamentos de Aarón y sus sacerdotes, que Él diseñó todo esto por dos razones, para gloria y para belleza y yo dije: «¡Un momento! El Dios del cielo y de la tierra es un Dios que ama la belleza».
A menudo he dicho que la fe cristiana es como un taburete con tres patas y tenemos la tendencia de hacer nuestros taburetes sobre una sola pata o dos y esas tres patas, esos tres elementos de la fe, incluyen lo bueno, lo verdadero y lo bello. Estos tres elementos. Por esta razón, es obvio que Dios está interesado en la bondad y ¿por qué la Biblia está interesada en la bondad, si no es porque Dios mismo es la fuente y el origen y la norma de todo lo que es bueno? Como Su pueblo, estamos llamados a reflejar lo que Él es y estamos llamados a ser buenos. También entendemos que en la Biblia hay una santidad asociada a la verdad, porque toda la verdad procede en última instancia de Dios, que es en Sí mismo la esencia de la verdad. Pero ¿qué pasa con el tercer elemento, la tercera pata, el elemento de lo bello?
Una de las grandes, grandes preguntas de la filosofía es establecer normas objetivas para la belleza. Esta es la ciencia de la estética. ¿Es la belleza algo puramente subjetivo, algo que está meramente en el ojo del que ve o existe en última instancia una norma objetiva para lo que es auténticamente bello y lo que es en última instancia feo? Creo que si nos fijamos en las Escrituras, tenemos que llegar a la conclusión de que hay una fuente máxima de belleza y se encuentra en el carácter de Dios, al igual que el estándar normativo para lo bueno y para lo verdadero es Dios, así también el estándar máximo de la belleza es Dios y Dios está muy interesado en la belleza. Vemos este interés por la belleza en las Escrituras, particularmente en el Antiguo Testamento, pero también en el Nuevo Testamento, como he dicho, en el libro del Apocalipsis y en el lenguaje, las imágenes que se utilizan para describir el amor de Cristo por Su iglesia y del banquete en el cielo donde la iglesia de Cristo será adornada como una novia es adornada para su novio, sin mancha, sin defecto, sin arruga.
Qué te muestra eso sino una visión de hermosura, que en el cielo la iglesia será hermosa, la iglesia será buena y la iglesia será verdadera. Si vemos la adoración como nos es dada por Dios en el Antiguo Testamento y quiero hablar de eso por separado en un momento, veremos que Dios está profundamente interesado en que la adoración que se le da en Israel sea una adoración que es buena, que es santa, no mala. Que la adoración verdadera es una adoración que se hace en rectitud; pero también, como hemos visto, tal y como Jesús le dijo a la mujer en Sicar, «Dios quiere que la gente lo adore en espíritu y en verdad». Dios no es honrado por una adoración basada en herejías, falsas enseñanzas y mentiras. Por el contrario, en el corazón de nuestra adoración debe haber un compromiso con la verdad. Pero también vemos en el Antiguo Testamento casi una preocupación por la presencia de lo bello en la casa de Dios.
Sé que hoy estamos viviendo un momento en la historia de la iglesia en el que estamos atravesando una crisis en la adoración y es como si todo en la adoración estuviera en juego en la iglesia.
He estado en iglesias que adoptan un nuevo enfoque contemporáneo y moderno para la adoración, donde el diseño del edificio se hace para disfrazar cualquier indicio de que esto podría ser en realidad el edificio de una iglesia, donde el altar ya no se llama altar, se llama el escenario, donde está el púlpito o atril no se llama púlpito, «de ninguna manera», sino un podio y la congregación no se llama congregación, se llama audiencia. Tratamos de atraer a la gente con las formas más contemporáneas de entretenimiento, si podemos decirlo así, de belleza, de sonido, de luz y experiencias visuales. Parte de eso es un deseo de romper con las viejas tradiciones de las que la gente ya está cansada y no quiere continuar así; y todo está diseñado para atraer a la gente, para tener alcance evangelístico y hacer que estén presentes ante la predicación de la Palabra y de las cosas de Dios.
Algunas iglesias van en esa dirección. Otras iglesias insisten en liturgias tradicionales, antiguas; pero en todo eso, hay una antipatía permanente, particularmente en el mundo evangélico, hacia la belleza, porque queremos evitar una forma vacía de adoración que sea meramente externa y queremos que nuestra adoración provenga del corazón y no queremos que nuestra adoración esté básicamente interesada de lo que sea excitante a la vista con elementos mundanos. De hecho, uno de los grupos de personas más perseguidos dentro de la comunidad cristiana en el siglo XX en Estados Unidos, son aquellos cristianos que también son artistas, porque el arte se considera en cierto modo como algo mundano. Sabemos que uno de los legados de la reforma protestante del siglo XVI fue que hubo una reacción tan fuerte contra el sistema litúrgico que había surgido después de cientos de años en la Iglesia católica romana, que muchos protestantes repudiaron cualquier uso de la forma o la ornamentación en la adoración.
Voy a hablar más acerca de eso de otra forma más adelante, pero por ahora, solo quiero hablar de este elemento de la belleza. No vayamos ni a la Europa del siglo XVI, ni a los puritanos, ni a ningún otro lugar. Vayamos al Antiguo Testamento. Vayamos al capítulo 25 del libro de Éxodo, empezando en el versículo 1. Leemos en Éxodo 25 estas palabras, «El Señor habló a Moisés» recuerden ahora, estamos escuchando la voz de Dios, Dios le dijo a Moisés, «Dile a los israelitas que tomen una ofrenda para Mí. De todo aquel cuyo corazón le mueva a hacerlo, ustedes tomarán Mi ofrenda». Dios le está ordenando a Moisés que le ordene al pueblo que le traiga una ofrenda a Dios. ¿Qué quiere Dios? Quiere una ofrenda que se dé de buena gana y que salga del corazón. ¿Escuchamos eso en el Nuevo Testamento? «No de mala gana ni por obligación», «Dios ama al que da con alegría», etc.
Sé que se ha abusado de esos términos un millón de veces en la historia cristiana, pero su origen está en este mandato: que hagamos una ofrenda a Dios de buena gana y que salga del corazón. «Y esta es la ofrenda que tomarán de ellos: oro, plata y bronce; tela azul, púrpura y escarlata, lino fino y pelo de cabra; pieles de carnero teñidas de rojo, pieles de marsopa y madera de acacia; aceite para el alumbrado, especias para el aceite de la unción y para el incienso aromático; piedras de ónice y piedras de engaste para el efod y para el pectoral. Que me hagan un santuario, para que Yo habite entre ellos. Conforme a todo lo que te voy a mostrar, conforme al diseño del tabernáculo y al diseño de todo su mobiliario, así ustedes lo harán».
Luego lo que sigue es esta lista aparentemente interminable de instrucciones detalladas sobre cómo se debe construir el tabernáculo, cómo se debe adornar y cómo se debe decorar; y ves lo que Dios ordena, que sea un lugar de belleza. Sé que cada vez que una congregación pasa por un proyecto de construcción en la iglesia local, hay una crisis. Creo que más gente se va de la iglesia por el color que pintan el sótano de la iglesia que por debates doctrinales y ese tipo de asuntos. Y cada vez que una iglesia pasa por un proyecto de construcción, seguro que alguien se levanta y dice, «No deberíamos estar gastando dinero en esto o en aquello. Sería mejor destinarlo a las misiones o a alimentar a los pobres» y ¿quién puede discutir de eso? Mientras que, por otro lado, la gente dice: «Pero queremos que el santuario sea hermoso. Queremos que sea un lugar que exprese nuestro deseo de honrar la magnificencia de Dios. No queremos una iglesia fea; queremos un lugar bello».
¿Sientes esa tensión? Es decir, siempre está ahí, ¿no? Recuerdo que Santo Tomás de Aquino la sintió. Fue en su primera visita a Roma y estaba maravillado por las magníficas estructuras de los edificios eclesiásticos que había en la ciudad eterna y uno de los sacerdotes de allí le dijo a Santo Tomás: «Bueno, ¿recuerdas cuando Pedro y Juan curaron al hombre de la puerta Hermosa?». Tomás se acordó de eso y dijo: «Bueno, ya no podemos decir: “No tengo ni plata ni oro”». Tomás dijo: «Sí y tal vez por eso ya no podemos decir: “Levántate y anda”» y por supuesto Tomás estaba sintiendo la tensión allí. Es tan fácil para nosotros hacer de nuestras iglesias y nuestros santuarios no tanto un reflejo de nuestro deseo de honrar a Dios con la belleza, sino más bien un intento de recrear la torre de Babel y construir un monumento a nosotros mismos y a nuestra propia riqueza y a nuestro propio estatus.
Ese es siempre un peligro precipitado siempre que construimos una iglesia, pero el principio sigue ahí, que cuando Dios construyó una iglesia, se preocupó por Su gloria y por la belleza. Ninguno de nosotros, en cualquier iniciativa de construcción de iglesias, tiene finanzas ilimitadas y sé que las iglesias pueden ser llamativas y todo lo demás y que no tienen que ser abrumadoramente caras. Pero aquello que hagamos y cualquier presupuesto que tengamos debe hacerse con buen gusto y con miras a lo que estamos tratando de hacer en ese lugar, que nuestra iglesia debe ser una expresión visible de nuestro deseo de honrar a Dios, no solo en el adorno de la misma, sino en el estilo arquitectónico de la misma y todo lo demás.
Lo que vamos a hacer en las próximas sesiones es examinar las formas en las que Dios ordenó estos aspectos en el Antiguo Testamento, sabiendo muy bien que no estamos viviendo en el período del Antiguo Testamento y no se supone que debemos reinstituir el sistema de sacrificios y todo eso, pero para ver si podemos entender los principios de la adoración del Antiguo Testamento que todavía pueden ser relevantes para nuestra sociedad y nuestra cultura, buscando dirección y guía en medio de esta crisis de adoración que tanto define nuestro tiempo.
CORAM DEO
Cuando vas a tu iglesia, ¿te parece hermosa o prefieres mantener los ojos cerrados, no para orar, sino para proteger tus ojos del mal gusto? Me temo que la obra cristiana es considerada por el mundo como de tercera categoría. Tenemos fama de ser chapuceros, de ser incultos en nuestra forma de entender la belleza y me temo que esa fama es con mucha frecuencia bien merecida. Pero no hace falta gastar cantidades extravagantes de dinero para tener excelencia y creo que todo lo que hagamos en nuestra adoración debe hacerse para la gloria de Dios. Hay un viejo himno que cantamos, que dice así: «Da lo mejor al Maestro» y a veces pienso que estamos más preocupados por nuestra propia apariencia, por la ornamentación de nuestros propios cuerpos y de nuestras propias casas, en un grado superior a nuestra preocupación por honrar a Dios en la adoración.