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Transcripción
Mientras seguimos con nuestro estudio de los «Yo soy» de Jesús que encontramos en el Evangelio de Juan, vamos a dirigir nuestra atención ahora al segundo de la serie de «Yo soy», que es la declaración que Jesús hizo: «Yo soy la Luz del mundo». Ahora, dependiendo de la traducción de la Biblia que tengan enfrente, pueden encontrar esta referencia en un lugar un poco diferente al de otra persona. En mi Biblia, lo encuentro en Juan capítulo 8, versículo 12, donde leemos: «Jesús les habló otra vez, diciendo: “Yo soy la Luz del mundo; el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la Luz de la vida”».
La razón por la que mencioné de pasada que puede estar en un lugar diferente en sus Biblias es porque lo que precede a esto en mi texto, es el relato de la mujer sorprendida en adulterio. De hecho, en el subtítulo de una edición de la Nueva Biblia King James, dice esto en el capítulo 8: «Una adúltera se enfrenta a la luz del mundo». Pero la razón por la que esto es problemático es que en algunos manuscritos antiguos este texto no aparece al inicio del capítulo 8. Existe esta antigua discusión sobre el lugar al que pertenece en el texto. Prácticamente no hay argumento de que sea de origen apostólico, pero existe una disputa técnica sobre dónde encaja realmente en la narrativa.
Pero el lugar común en el que lo encontramos es en el capítulo 8, así que trabajemos en esa suposición de que Jesús da esta declaración a la gente después de que han sacado a esta mujer de la oscuridad y han hecho un espectáculo público de su culpa arrastrando su pecado, por así decirlo, a la luz del día. Jesús, después de despedir a sus acusadores y concederle su gracia a ella, entonces dice: «Yo soy la Luz del mundo; el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la Luz de la vida». El término «luz» es uno de los términos más importantes en todo el Evangelio de Juan. Juan usa la palabra luz, la palabra vida, por ejemplo, la palabra verdad, repetidamente una y otra y otra vez.
Pero, por supuesto, el Evangelio de Juan no es el único lugar en el Nuevo Testamento donde escuchamos la idea de que la luz se usa como una metáfora para referirse a la verdad del Evangelio, al ministerio de Cristo y a lo que sucede a las personas que se convierten a Cristo, porque se nos describe en nuestra condición natural caída como hijos de la oscuridad. En ese sentido, la oscuridad se refiere a una deficiencia, una deficiencia moral o corrupta del corazón humano. No puedo evitar recordar la novela clásica de Joseph Conrad titulada «El corazón de las tinieblas», es decir, el corazón de las tinieblas es un corazón que vive en un estado de corrupción. Hablamos de las obras que se hacen en la oscuridad.
Las personas dedicadas a la virtud no están proclives a esconderse en lugares oscuros. La oscuridad es el lugar donde los pecados indescriptibles se llevan a cabo, ya que se están ocultando de mostrarse en público. Recordemos a Isaías en el Antiguo Testamento cuando dio su profecía mesiánica del que vendría, el siervo del Señor dice que «El pueblo que andaba en tinieblas ha visto una gran luz». Vemos esta antítesis a lo largo de las Escrituras entre la luz y la oscuridad. Aunque Jesús es la luz del mundo e irradia la gloria refulgente de la luz de Dios mismo, porque Dios es visto como luz. Dios es visto como morando en luz inaccesible, que irradia la gloria refulgente de Su propio carácter.
Cuando vemos a Dios manifestándose en las Escrituras, lo hace una y otra vez con estas experiencias abrumadoras de luz. Pensamos en Jesús apareciéndose a Saulo en el camino a Damasco cuando ciega a Saulo con una luz que es más brillante que el sol del mediodía.
Pensamos, por ejemplo, en el monte de la Transfiguración, donde por unos breves momentos la deidad de Cristo irrumpió a través del velo de su humanidad y su rostro cambia y su ropa empieza a brillar, por así decirlo y hay una luz brillante que lo envuelve y los discípulos caen sobre su rostro como si estuvieran muertos.
Cuando enseño esto a mis alumnos y en particular cuando trato con jóvenes, les hago algunas preguntas simples. Voy a preguntar a algunos de nuestros amigos que están con nosotros hoy; tenemos algunos jovencitos que están siendo educados en casa. Voy a hablar contigo, Samuel, te voy a hacer famoso. Vas a salir en la televisión. Te voy a hacer una pregunta simple. A ver si puedes ayudarme. ¿De qué color es una naranja? Naranja, ok. Es como ¿quién está enterrado en la tumba de Bolívar? ¿Verdad? Eso fue rápido, ¿de qué color es la naranja?
Ahora le voy a preguntar a tu hermano mayor, Luis, algo más difícil. ¿De qué color es una naranja cuando las luces están apagadas? [Luis] – negro. [RC] – ¿Qué? [Luis] – negro. [RC] – Muchas gracias. Negro. Ven, porque el naranja, como color, no es inherente a esa pieza de fruta. La única vez que una naranja es naranja es cuando la luz está encendida, porque el color es algo que no pertenece a las camisas o a las blusas o los zapatos o a las personas o a las cosas y objetos. Los colores del arco iris se encuentran en la luz.
Lo que sucede es que ciertas sustancias reflejan o refractan ciertos colores que están en el prisma de la luz y otras se absorben, entonces cuando algo como una naranja solo rebota el naranja, entonces le parece a nuestros ojos como si fuera naranja. Pero sin la fuente de luz, todo es negro. No hay color, porque la pureza se encuentra en la luz misma. Me acuerdo de eso cada vez que tenemos el fenómeno del arco iris en el cielo donde ves el prisma cruzando como un arco, como el arco en el cielo que nos muestra la belleza del color que se encuentra dentro de la luz.
Cuando los discípulos hablan de su recuerdo de la transfiguración en la que la luz de la deidad brotaba desde Cristo, Él no la estaba reflejando, venía de adentro. A diferencia de Moisés, cuyo rostro irradiaba después de haber visto la espalda de Dios, entonces el rostro de Moisés empezó a brillar. Pero Moisés brillaba con una gloria reflejada, no con una gloria inherente o intrínseca. Cristo, cuando de Él empezó a irrumpir esta luz en el monte de la Transfiguración, estaba mostrando Su gloria, no la gloria reflejada, sino Su gloria interna. Es por eso que los discípulos e incluso Juan mismo dijeron: «El Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros, y vimos Su gloria, gloria como del unigénito del Padre».
Aunque no es hasta el capítulo 8 en el Evangelio de Juan que tenemos un registro de Jesús llamándose a sí mismo la Luz del mundo, Él ya ha sido descrito en esos términos anteriormente por el autor del Evangelio mismo. Los voy a llevar al principio del Evangelio de Juan a estas palabras: «En el principio ya existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba en el principio con Dios. Todas las cosas fueron hechas por medio de Él, y sin Él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho. En Él estaba la vida, y la vida era la Luz de los hombres. La Luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la comprendieron». No hay pasaje en toda la Escritura que afirme con más claridad la deidad de Cristo que el prólogo del Evangelio de Juan.
Dice de la segunda persona, el logos, que Él estaba con Dios en el principio y que Él era Dios, y que también es el creador de todas las cosas, que nada llega a ser excepto a través del poder del logos. Y dice: «En Él estaba la vida, y la vida era la Luz de los hombres». Y esta es la luz ahora que brilla en la oscuridad cuando el logos mismo, la fuente suprema de luz, viene a este mundo. La gran luz que entra en medio de la oscuridad no es comprendida por la gente de las tinieblas. Juan continúa diciendo: «Vino al mundo un hombre enviado por Dios, cuyo nombre era Juan». Se refiere a Juan el Bautista. «Este vino como testigo para testificar de la Luz, a fin de que todos creyeran por medio de él. No era él la Luz, sino que vino para dar testimonio de la Luz. Existía la Luz verdadera que, al venir al mundo, alumbra a todo hombre».
Esta metáfora de la luz y la oscuridad no se encuentra simplemente en el Nuevo Testamento o en la literatura cristiana, sino que se encuentra en otras fuentes y otras filosofías. Fue sin duda una de las metáforas favoritas del filósofo Platón. Algunos de ustedes pueden recordar de sus estudios en la universidad o incluso en la escuela secundaria de haber leído «La República» de Platón, que Platón tiene una famosa analogía o una parábola donde cuenta la historia de esclavos que están confinados en sus aposentos dentro de una cueva. Y hay un poco de fuego en la cueva, pero estos hombres están atados allí y la única luz que tienen es una luz vaga que refleja las sombras en la pared de la cueva.
Estas personas que están en esta cueva oscura con esta luz tenue, todo lo que ven son las sombras y no tienen una mirada clara de la realidad. Y lo que Platón llama a estas sombras que bailan en las paredes de la cueva es «opinión». Él ve esto como algo menos que conocimiento verdadero. En la analogía de Platón dice que para que una persona adquiera el verdadero conocimiento, tiene que salir de la cueva, de la oscuridad hacia el sol del mediodía, donde a la luz del brillo del sol puede contemplar los objetos como realmente son, que es solo en el contexto de la luz que la realidad puede ser conocida para que tengas conocimiento. Todo lo demás son tan solo aproximaciones tenues, solo opiniones que realmente no importan. Esta es la filosofía de Platón.
Ahora, ¿por qué es eso importante para el cristianismo? Bueno, en el segundo siglo el apologista cristiano, Justino Mártir, habló de que no solo encontramos la verdad en las fuentes que Dios nos da a través de Moisés y a través de los profetas y en la Biblia, sino que la luz de la verdad de Dios brilla a través de la creación como Pablo nos dice en el primer capítulo de Romanos que la revelación de Dios está no solo en la Biblia, sino también en la naturaleza donde «Los cielos proclaman la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de Sus manos». Y dice… y por supuesto, Justino Mártir continúa diciendo que algunas personas, incluso los incrédulos, pueden ver un poco de la realidad. Es por eso que las personas que son incrédulas pueden ser médicos, matemáticos, biólogos eficaces o lo que sea, porque trabajan con la luz de la naturaleza y la luz de la naturaleza puede revelar ciertas verdades.
Entonces podemos reconocer y quedar impresionados por las ideas de Platón, impresionados por las ideas de Cicerón, impresionados por las ideas de Aristóteles, y lo que Justino Mártir estaba diciendo es la fuente de donde obtienen su conocimiento. Cualquier conocimiento que se encuentra en Platón, que sea valioso, proviene en última instancia de la fuente suprema de luz que es Cristo. Cristo es el que ilumina a todos los que vienen al mundo. En otras palabras, aparte de la luz de la gracia de Dios que se da al mundo a través de Cristo, no hay nada más que ignorancia, nada más que oscuridad, sino que incluso aquellos que no son cristianos participan en cierta parte del flujo de los beneficios que provienen de la luz que ha venido al mundo.
Incluso cuando rechazamos esa luz, todavía participamos de los beneficios de esa luz. También creo que es importante darse cuenta de que cuando volvemos al relato de la creación en la primera página de la Sagrada Escritura, se nos dice que en el principio Dios creó los cielos y la tierra. Luego leemos: «La tierra estaba sin orden y vacía o desierta, y las tinieblas cubrían la superficie del abismo». De modo que el universo pre estructurado que Dios describe en el primer capítulo de la Biblia… antes de empezar Su obra de creación, todo lo que tenemos es algo sin orden y en caos. Todo lo que tenemos es vacío y tinieblas. Piensen en esas tres metáforas: desorden, vacío y oscuridad. Todas son palabras que suenan negativas y ominosas en nuestro vocabulario.
Pero el primer acto de la creación ¿cuál es? El Espíritu se movía sobre la superficie del abismo y Dios dice: «Sea la luz». Al instante la luz se enciende. De modo que el primer acto de Dios en la creación es traer luz a un universo que está lleno de oscuridad fuera de Él. Él mismo es descrito, como dije, en términos de luz. Ese es el principio de la revelación bíblica. Cuando vamos al final de la revelación bíblica, en el Nuevo Testamento hasta el Apocalipsis y leemos en los últimos capítulos del libro de Apocalipsis la vívida descripción que Juan nos da mientras está en el exilio en la isla de Patmos y tiene esta visión dentro del cielo y ve los nuevos cielos, la nueva tierra, la nueva Jerusalén descendiendo del cielo y describe el interior de la ciudad santa.
Dice que allí no hay luz, ni sol. ¿Por qué? Porque la gloria de Dios y del Hijo de Dios iluminan los lugares celestiales. No hay noche, porque la presencia de Dios irradia esta luz constantemente. Eso es lo que la Biblia describe como la gloria de Dios, la refulgencia de Su ardiente pureza y brillo viene a nosotros en luz. Todo esto está contenido en la afirmación de Jesús aquí cuando dice: «Yo soy la Luz del mundo; y si me sigues, el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la Luz de la vida». ¿No es interesante que en nuestro vocabulario popular cuando alguien se convierte, usamos la expresión que han visto la luz, porque antes estaban cegados a lo que es de Dios?
La religión parecía, ya saben, innecesaria, irracional, fanática y todo lo demás, insignificante. De repente, cuando tus ojos se abren y ves la dulzura completa del resplandor de Cristo, todo cambia. He aquí, lo viejo ha pasado y todo se ha vuelto nuevo, porque ahora ves lo que nunca antes habías visto. El otro lugar donde Jesús se llama a sí mismo la Luz del mundo es en el contexto cuando sana al hombre que nació ciego, porque ese hombre abre los ojos y ve por primera vez. Quizás lo primero que ve es la misma Luz del mundo que le dio su vista en primer lugar.
Cuando Jesús hace esta afirmación en el capítulo 8, escuchen la respuesta judía «Entonces los fariseos le dijeron: “Tú das testimonio de Ti mismo; Tu testimonio no es verdadero”. Jesús les respondió: “Aunque Yo doy testimonio de Mí mismo, Mi testimonio es verdadero, porque Yo sé de dónde he venido y adónde voy; pero ustedes no saben de dónde vengo ni adónde voy. Ustedes juzgan según la carne; Yo no juzgo a nadie. Pero si Yo juzgo, Mi juicio es verdadero; porque no soy Yo solo, sino Yo y el Padre que me envió. Aun en la ley de ustedes está escrito que el testimonio de dos hombres es verdadero. Yo soy el que doy testimonio de Mí mismo, y el Padre que me envió da testimonio de Mí”. Entonces le decían: “¿Dónde está Tu Padre?”. “Ustedes no me conocen a Mí ni a Mi Padre”, les respondió Jesús. “Si me conocieran, conocerían también a Mi Padre”».
Ven lo que está pasando aquí y es que, según la ley judía, cuando se da testimonio y se hacen afirmaciones, para que sea legal tiene que ser corroborado por otra fuente. Tiene que haber el acuerdo de al menos dos testigos. Aquí Jesús está diciendo «Yo soy la Luz del mundo» y los fariseos dicen, «Oh, no, no lo eres. ¿Quién crees que eres para hacer una afirmación como esa solo por ti mismo? Nadie más lo está respaldando. Nadie más está corroborando o verificando esta tremenda afirmación que estás haciendo». Jesús dice: «No tengo que tener nada que me corrobore porque sé quién soy. Sé de dónde vengo y a dónde voy». Esta es realmente una declaración increíble.
Una vez más, tal como lo había hecho cuando dijo ser el pan de vida, hace referencia a Su lugar de origen. Este es el testimonio que se requiere en la tierra. Tienes que tener testigos que corroboren, pero cuando Dios habla, no necesitas corroboración humana. «Sé de dónde vengo. Yo vine de arriba; voy a volver allí. Si insisten en dos testimonios, permítanme recordarles que Mi testimonio de Mí mismo no es algo que hago por mi cuenta, sino que el Padre da testimonio de Mí. Si escuchan a Mi Padre, deberían escucharme a Mí». Ahora, ¿dónde sucede eso? Lo vemos de diferentes maneras en el Nuevo Testamento. Lo vemos en el bautismo de Jesús cuando el Padre habla audiblemente desde el cielo: «Este es Mi Hijo amado en quien Yo estoy complacido». En otra parte dice, «Este es Mi Hijo, Mi Escogido; oigan a Él».
Recordamos a Nicodemo en el tercer capítulo del Evangelio de Juan yendo a Jesús por la noche y diciendo: «Maestro, sabemos que Tú eres un maestro enviado por Dios o no serías capaz de hacer las señales que haces». Para que los milagros de Jesús, las señales que Él hace, reflejen el testimonio de Dios, la confirmación y la corroboración de las afirmaciones de verdad de Jesús, entonces Jesús dice: «Oigan, no solo estoy dando testimonio de que soy la Luz del mundo, sino que Mi Padre, que me envió, también da Su testimonio de esa verdad».