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Varios años atrás estaba en el Oeste de Pennsylvania porque fui invitado a hablar a una universidad en la zona industrial cerca de Pittsburgh. Tuve que tomar un bus desde el centro de Pittsburgh hasta el campus donde se realizarían los eventos; era un bus local, uno de esos buses que pasan a través de pueblos industriales bastante pobres al oeste de Pensilvania.
Quizás ustedes no sepan, pero en esa época el oeste de Pensilvania estaba muy deteriorado como quizás ninguna otra área en el país como resultado del declive de la industria del acero. Mi visita fue en la tarde de un día de invierno, y el bus mismo estaba sucio y las ventanas empañadas, lo que arrojaba un manto de oscuridad al mirar por las ventanas ese día gris de noviembre. E iba pasando a través de cada uno de esos pequeños pueblos donde veía tienda tras tienda tapiadas con signos de “cerrado” colocados afuera.
Tuve una abrumadora sensación de tristeza mientras observaba a la gente subir y bajar a lo largo de la ruta. La gente subía con una postura encorvada, con los hombros caídos. Se podían notar las líneas de desesperación en sus rostros. Y mientras veía esto, con esa actitud melancólica que estaba experimentando, me preguntaba si esas personas tenían algún tipo de esperanza. ¿Hay esperanza para esos pueblos?
Observo las fachadas externas, los edificios están deteriorados, las calles sin reparar; y pienso en todas las esperanzas que fueron puestas en los edificios de esos pueblos. Y ahora solo vemos la evidencia del deterioro, de la muerte y de la desesperanza. Y mientras estaba en esa actitud contemplativa, de repente pasamos por el frente de una tienda que había sido convertida en la fachada de una iglesia, y con un lenguaje simple y con un tipo de letrero de neón había una cruz en la ventana de la tienda. Y pensé en eso y me dije: ahí está el símbolo universal de la esperanza.
Eso me puso en alerta y empecé a mirar con mayor detenimiento, y descubrí que no podía pasar por ninguna cuadra de la ciudad sin que en algún lugar no viera el signo de la cruz. Y mientras observaba empecé a reflexionar. Y pensé, ustedes saben, en lo que estoy sentado aquí preocupándome por la desesperanza, y aún cuando lo estoy pensando ahora mismo, en algún lugar de este mundo hay un grupo de personas sentadas a la mesa comiendo pan y bebiendo de la copa en memoria de Cristo.
Y empecé a darme cuenta que no hay un solo segundo que pase por el reloj sin que haya algún lugar en la tierra donde haya gente celebrando la venida de Cristo al mundo y el triunfo de Cristo sobre la oscuridad, sobre la fealdad y la desesperación. Y así, por un breve segundo, tuve un entendimiento gráfico de la gloria de Dios, la gloria de Dios que no puede ocultarse ni esconderse bajo la fachada del deterioro o muerte.
Y pensé en el sexto capítulo de Isaías, cuando los ángeles cantaban la respuesta antifonal celebrando la santidad de Dios mientras se decían uno a otro, “Santo, santo, santo es el Señor, Dios de los ejércitos” Ellos añaden al coro las siguientes palabras,“Toda la tierra está llena de su gloria”. Piensen en esto. No solo está diciendo que hay pruebas ocultas escondidas detrás de las puertas, ocultas bajo las rocas, veladas a nuestra vista de la gloria de Dios, sino que la tierra está llena con la evidencia de la gloria de Dios.
Hace poco leí un libro escrito por el que quizás es el teólogo judío más famoso y talentoso en Estados Unidos, Abraham Heschel. En el libro habla acerca de la vida en Estados Unidos en el siglo XX. Él habla que lo que nos caracteriza en el siglo XX es nuestra superficialidad, el haber llegado a ser personas que están satisfechas con hojear la superficie de la vida, interesados sólo con imágenes e impresiones de los medios, no con la verdad intensa y profunda, sino sólo con pequeños fragmentos que nos entretienen, pero que no nos detienen en un llamado serio a una reflexión. Somos pragmáticos. Deseamos ser prácticos. Y en nuestra ocupada practicidad vamos por la vida cegados a las profundidades de la realidad que nos mira fijamente a los ojos.
El apóstol Pablo en el primer capítulo de Romanos describe la situación que es común a la humanidad. Pablo nos dice en Romanos 1 que desde el mismo inicio del tiempo, desde el mismo comienzo de la creación Dios se ha revelado a sí mismo y continúa revelándose a sí mismo a través de la naturaleza. Él dice allí, “Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas…”Pero luego él lleva al mundo entero delante del Tribunal de Dios y los evalúa en términos de una formulación de cargos universal, debido a que el pecado básico y primordial de la humanidad, de acuerdo a Pablo, por el cual todos somos culpables y nadie se puede excusar, es que sostenemos esta verdad de la revelación en un espíritu de impureza. La resistimos, la reprimimos, la enterramos, la enjaulamos.
Entonces el apóstol dice que “… la ira de Dios se revela…” contra el mundo entero, y la razón de su enojo es porque reprimimos y suprimimos la gloria que Él manifestó aun en la naturaleza misma. Y añade que nuestra propensión es a cambiar la verdad de Dios por la mentira, y servir y adorar a las criaturas en vez de al Creador.
Esa es nuestra inclinación natural, una inclinación hacia la idolatría, fijando nuestra mirada en las cosas de este mundo y nunca reconociendo cómo las cosas de este mundo guían nuestra atención más allá de este mundo a la gloria y a la majestad de su Creador. El pecado fundamental, de acuerdo al apóstol, es que rechazamos el honrar a Dios como Dios, ni tampoco somos agradecidos.
Entonces, lo que Pablo está describiendo es similar a lo que el salmista dice cuando señala, “Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos”. Todo eso simplemente hace eco a lo que los ángeles están declarando en el cielo mismo, que toda la tierra está llena de su gloria.
Si la tierra está llena de la gloria de Dios, no tenemos que ser genios científicos para encontrarla. No necesitamos un microscopio. No necesitamos un telescopio como el Hubble para tener un vistazo de la majestad de Dios. Está en todas partes.
Todo el mundo, dijo alguna vez Calvino, es un glorioso teatro de la majestad de Dios. Pero caminamos en ese teatro como hombres y mujeres vendados, quienes voluntariamente han vendado sus ojos. Cerramos nuestros ojos y no miramos a lo que está justo delante de nuestros ojos. La claridad manifiesta de la majestad de Dios nos rodea por completo.
Y así como Heschel, el teólogo judío, indica que, de alguna manera, hemos sido inoculados con eso y estamos inmunes ahora. Hemos perdido nuestra capacidad de asombro. Hemos trivializado el teatro de la gloria divina, y caminamos por ella impermeabilizados a la maravilla y al asombro.
Ahora quiero que veas el contraste entre nuestra respuesta a la manifestación de la gloria de Dios y lo que Isaías describe que toma lugar en su visión, mientras oye a los serafines afirmando, “Santo, santo, santo es el Señor de los Ejércitos. Toda la tierra está llena de su gloria”. Lo que sigue inmediatamente en el texto es extraordinario. Él dice, “Y los quiciales de las puertas se estremecieron con la voz del que clamaba… y la casa se llenó de humo”. Ahora Isaías está dándole un vistazo al templo celestial, y mientras las voces están cantando de la santidad de Dios, las puertas del templo interior del cielo mismo están repentinamente temblando en sus bases y vibrando ante el espectáculo de la gloria divina.
Hace unos años atrás visité una prisión de máxima seguridad con Lem Barney, quién por muchos años fue un jugador profesional de Fútbol americano. Ambos estábamos en el Directorio del Ministerio Prison Fellowship. Entramos a esa prisión y Len se puso al frente de cientos de hombres endurecidos, hombres rudos, y empezó a cantar la canción de niños: “Otros, Señor, sí, otros, ayúdanos a vivir por ellos”.
No podía creer que este jugador de fútbol profesional tuviera la humildad para cantar una canción tan sencilla. Y, a su estilo, empezó a hablar a esos hombres de las riquezas de Cristo y de la gloria de Dios. Y a la mitad de su presentación, se detuvo y preguntó a esos hombres, ¿Eso los enciende? Y no hubo respuesta; pausó por un momento y luego él dijo, “señores, si esto no los enciende, entonces ustedes no tienen ningún interruptor”. Y todos se rieron. Y pensé que estaba en lo cierto. Si no podemos emocionarnos con la gloria de Dios, entonces algo está mal, algo no está funcionando en nuestras almas, porque en ese texto, cuando la gloria de Dios es presentada de forma simple y su santidad está radiando a través del santuario, las puertas y las columnas del templo son movidas. Esas son cosas y objetos inanimados. Las puertas no tienen espíritus. Las puertas no tienen almas. Las puertas no tienen mentes; pero aun esos objetos hechos de madera o metal fueron movidos por la presencia de Dios.
Y la comparación es una que los profetas hacen repetidamente, ¿no es cierto? Que ellos dicen que nosotros, los que rechazamos ser movidos por la grandeza de Dios no tenemos tanta sensibilidad como los animales. “El buey conoce a su dueño…” y textos como esos. Y él habló de cómo esos animales—el burro, el caballo y otros hacen por naturaleza lo que Dios decidió que hicieran, y ellos tienen un mayor sentido para responder a su Creador en obediencia de la que tenemos nosotros porque la hemos perdido.
Una encuesta hecha en los Estados Unidos hace unos años preguntó quién hizo que ya no fueras a la iglesia y por qué dejaron de asistir. No era una encuesta para los que nunca habían ido a la iglesia. Era una encuesta preparada para preguntar a aquellos, literalmente millones de personas que en alguna oportunidad estuvieron involucrados en la vida de la iglesia y luego la abandonaron. Y en esa encuesta particular, la razón número uno por lo que las personas dejaron de asistir a la iglesia fue porque la iglesia era aburrida.
La segunda respuesta más frecuente que apareció en la encuesta era que ellos consideraban irrelevante a la iglesia. Ahora, cuando leo las páginas de la Escritura, de forma particular las páginas del Antiguo Testamento, cada vez que un episodio comunica que el pueblo tiene ese vistazo momentáneo de la gloria de Dios revelada, hay una multitud de respuestas humanas variadas que están registradas.
Algunos se regocijan y manifiestan un sentido de emoción y júbilo al haber estado presentes, al haber visto la manifestación de la gloria. Otros son afectados con un ánimo sombrío de silencio y se quedan paralizados.
Pero la reacción que es más común es la reacción del miedo paralizante—los pastores en los llanos fuera de Belén, a la mitad de la noche, de repente fueron testigos del sonido y la manifestación de luces más espectacular que el mundo jamás haya visto.
Cuando de repente aparece en el cielo un ejército celestial, y la gloria de Dios brilla totalmente, ¿qué es lo que dice la Escritura? “… y tuvieron gran temor”. Esa es la reacción normal a cualquier manifestación visible de la gloria de Dios. Sin embargo, las reacciones podrían diferir entre los seres humanos a la santidad de Dios. Algo que nunca encontrarás en la Escritura es alguien que esté aburrido en la presencia de Dios, o alguien que sale de un encuentro con el Dios viviente y dice que fue irrelevante.
No hay un encuentro que pueda tener un ser humano que sea más relevante para la vida diaria que encontrarse con el Dios viviente. Si la gente está aburrida en la iglesia el domingo en la mañana, lo que me dice es que, de alguna manera, la presencia de Dios, el carácter de Dios, el Dios tal como es, no se ha manifestado allí.
Una mujer se me acercó un día. Ella estaba amargada y enojada, y estaba enojada con su pastor. Y le pregunté, ¿Cuál es el problema? Ella me dijo que estaba enojada con su pastor. Le pregunté por qué. Ella dijo porque tenía la convicción de que él, de forma sistemática, hacer todo lo que está en su poder para esconder el carácter de Dios de ellos el domingo en la mañana. El pastor está tan temeroso de que podría ofender a alguien, de que a alguien no le guste oír que Dios es santo, que es soberano o que Dios es capaz de airarse, que él nunca habla de eso. Él ha desarmado a Dios. Le ha quitado los dientes a Él, le quitó las garras y dientes. Le ha quitado todo lo que podría causar temor.
Y así ese Dios ahora se ha convertido en algo inocuo; por eso estamos muertos de aburrimiento. Uno no fue creado para aburrirse con la gloria de Dios. Tienes que estar espiritualmente muerto para aburrirte con la gloria de Dios, porque la gloria de Dios llena la tierra. ¿Cuándo fue la última vez que la notaste?
CORAM DEO
En nuestro pensamiento Coram Deo para este día quisiera que pensemos en la siguiente pregunta, ¿Cuán práctico es el pragmatismo? ¿Cuán práctico es realmente ir por la vida estando muy preocupado con las cosas del momento que nunca nos detenemos para penetrar la superficie? Cuando entendemos que solo bajo la superficie hay un millar de puntos de luz—no de luz política, no luz social, sino la luz de la radiante gloria de Dios.
No hay nada más práctico, nada que cambie más nuestra práctica de forma radical que estar cara a cara con la gloria del Dios santo. La evidencia de ello está a nuestro alrededor. Si no lo has visto, quizá has estado con los ojos cubiertos. Y es tiempo de quitar el velo y abrir los ojos al episodio glorioso de la gloria de Dios que está en todo tu derredor.