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Transcripción
En esta sesión voy a hacer lo que les prometí en la última sesión: vamos a ver los pasos que debemos dar a fin de avanzar en nuestra peregrinación cristiana a medida que buscamos crecer en gracia y hacia la conformidad con la imagen de Cristo. Ya hemos visto la lucha que tenemos por delante, y hemos considerado la meta de la vida espiritual, que es la santidad y la conformidad a la imagen de Cristo, y hemos considerado algunas de las prioridades de la justicia; y en esta sesión quiero referirme a ese punto de partida tan importante, que creo que es fundamental y de vital necesidad si vamos a avanzar satisfactoriamente en nuestra tarea.
Ese punto de partida está en la seguridad de nuestra salvación, y antes de considerar eso, comencemos con una oración. Padre nuestro y Dios nuestro, de nuevo venimos ante Ti porque es en Ti donde descansa nuestra seguridad y donde está anclada nuestra esperanza. Oramos por una medida más profunda de Tu Santo Espíritu, para que Tú aquietes y calmes nuestros espíritus mientras experimentamos turbulencia en este mundo, y nos des esa quietud y confianza que solo pueden venir del poder trascendente del Espíritu Santo. Pedimos estas cosas en el nombre de Jesús, amén.
Cuando tratamos con el tema de la salvación, es costumbre en teología mirar a la salvación en el sentido amplio y luego dividirla en sus partes constituyentes, y parte de la teología sistemática es examinar lo que llamamos técnicamente el ordo salutis, que es simplemente una forma elegante de decir: «el orden de la salvación», porque la totalidad de la salvación se compone de partes individuales que ocurren en secuencia, consecutivamente.
Comenzamos nuestra vida cristiana cuando Dios sopla en nosotros la vida del Espíritu y nos hace nacer de nuevo, y de esa regeneración viene la respuesta humana de la fe y el arrepentimiento, y tan pronto como creemos en Cristo y abrazamos a Cristo y nos arrepentimos de nuestros pecados, el próximo gran momento en nuestra salvación es, por supuesto, nuestra justificación. Pero, a pesar de que la justificación se encuentra en el comienzo de la vida cristiana, en el momento en que creemos en Cristo, realmente creemos en Cristo y verdaderamente confiamos en Cristo, en ese instante Dios nos atribuye, nos imputa, la justicia de Cristo y somos declarados justos.
Si recuerdan, en nuestra discusión anterior, mencioné la fórmula que Lutero tenía para eso, y se las quiero recordar: que Lutero expresó ese concepto con la frase de que el cristiano que es justificado es simul justus et peccator. Esas cuatro palabras latinas simplemente significan que somos, al mismo tiempo, justos y pecadores. ¿Cómo puede ser así? Suena como una contradicción, ¿no?, en la superficie.
Somos justos en virtud de la rectitud o la justicia de Cristo, que nos es dada, transferida a nuestra cuenta. Dios te imputa la justicia de Jesús a ti. Esa es la base de tu justificación; pero en cuanto a ti mismo, sigues siendo un pecador. Ese es todo el punto de la doctrina protestante de la justificación: es que mientras aún éramos pecadores, Cristo murió por nosotros, y Cristo asegura nuestra redención. Él no espera que nosotros seamos dignos de la salvación. Él no espera que nosotros lleguemos a ser santos antes de que seamos contados como justos.
Ahora, cuando hablamos de eso en términos del orden de la salvación, decimos: «La justificación es al comienzo de la vida cristiana, y luego el resto de la peregrinación (y esa es la parte que nos interesa en este curso) lo llamamos el proceso de santificación». La gran disputa en el siglo XVI entre la Iglesia católica romana y la Iglesia protestante, en su forma más simple y elemental, puede reducirse (si algo puede reducirse a términos simples) a este problema básico: que para Roma la justificación sigue a la santificación.
Debes ser santificado antes de ser justificado de manera segura. Eso es algo de simplificación excesiva porque hay una sensación, y aquí no quiero salirme por la tangente, es que el bautismo afecta la justificación a través de la administración del sacramento, pero eso es algo temporal. Solo dura mientras perseveres en la justicia, porque si cometes pecado mortal… ¿por qué se llama mortal? No porque te mate directamente, pero sí porque mata algo. Mata la gracia de la justificación en tu alma.
Es por eso que el Concilio de Trento dijo: «Debemos tener otro sacramento, el sacramento de la penitencia, que se llama “el segundo tablón” de la justificación. Siguiendo a la analogía del barco, que tiene ese tablón, el segundo tablón de la justificación para aquellos que han hecho naufragar sus almas, es decir, comienzas con la gracia justificadora del bautismo. Tan pronto cometas un pecado mortal, debes obtener la absolución. Debes pasar por la penitencia para ser justificado de nuevo, pero solo permaneces justificado hasta que vuelvas a cometer un pecado mortal otra vez.
Y es por eso que Roma también niega cualquier posibilidad en este mundo, fuera de una revelación extraordinaria, inmediata, especial de Dios comunicándote directamente que estás seguro en Sus brazos, que no podemos tener seguridad de salvación porque nunca sabemos si al día siguiente puede ser la ocasión en que cometamos pecado mortal y muramos en pecado mortal y lo perdamos todo. De modo que, no seremos completa y definitivamente justificados a menos que o hasta que primero seamos santificados.
La doctrina protestante, por otro lado, invierte el orden y dice que primero somos justificados, como lo fue Abraham. En el momento en que creyó fue justificado. Pablo lo dice en Romanos 4. Y ese es el comienzo de esta peregrinación en la que la santificación es el proceso por el cual nos ocupamos en nuestra salvación y crecemos en gracia y somos conformados a Cristo. Incluso la palabra «salvación» es confusa porque se usa en diferentes tiempos en la Biblia.
En un texto leerás que «Fuimos salvos desde la fundación del mundo», y la siguiente oración, «Hemos sido salvados», o «Estamos salvos», o «Estamos siendo salvados», lo que sugiere que todavía estamos en proceso, y luego habla de: «Seremos salvos» porque, de nuevo, ese término «salvación» es un concepto muy amplio. Somos justificados en el momento en que creemos, pero eso es solo una parte de todo el proceso de salvación. Lo que nos interesa ahora es ese proceso de santificación: ir progresando en nuestra vida espiritual.
Ahora, desde esa perspectiva, es imposible ser santificado a menos que primero seas justificado. Es posible estar justificado y no saberlo. Es posible estar en un estado de gracia y no ser consciente de ello, y así, cuando estás trabajando en tu santificación, que se deriva de tu justificación, pero no estás seguro de tu justificación, hay un sentido en el que un peso muy, muy opresivo de ansiedad se entromete en la vida cristiana y hace que esa peregrinación hacia la santificación, la cual es una lucha para empezar, sea mucho más pesada porque estamos viviendo momento a momento con el miedo mortal de que nuestros esfuerzos no son lo suficientemente buenos, de que nuestro progreso no ha llegado lo suficientemente lejos, y que en ese punto nos pueden robar la paz que es el legado de Jesús, la paz con Dios de la que Pablo nos dice que es el primer fruto de nuestra justificación, y luego quedamos atrapados en la confusión interior, que es una de las cosas más frustrantes para el crecimiento espiritual.
Es por eso que me preocupa profundamente que entendamos, al comienzo de nuestras vidas espirituales, si estamos realmente en estado de gracia o no. Cuando hablo de la seguridad de la salvación, es mi costumbre hablar sobre el problema de la seguridad explicándolo de esta manera: que hay cuatro tipos de personas en el mundo, este será un pequeño ejercicio muy simple, cuatro tipos de personas en el mundo.
El primer grupo son aquellas personas que no están en un estado de gracia. No son salvos. No son redimidos. Son extraños al pacto. No han experimentado redención. Están fuera del reino de Dios. Solo por abreviar, llamaremos a ese grupo los «no redimidos» o los «no salvos». Ahora, este primer grupo de personas es ese grupo de personas que no son salvas y lo saben. Saben que están fuera de la gracia. Saben que están fuera de la comunión con Dios. Saben que son extraños en el reino, ¿OK? Ese es el grupo número uno.
El grupo número dos se refiere a aquellas personas que están en un estado de gracia y lo saben. Son redimidos, y saben que son redimidos. Tienen la seguridad de dónde están parados dentro de la comunión de Cristo. ¿De acuerdo? Eso es fácil.
Luego, el tercer grupo es el grupo que acabo de mencionar hace un minuto. Esas son las personas que están en un estado de gracia pero que aún no están seguras de ello. Así que ellos son salvos, y ellos no lo saben.
Ahora, esos tres grupos diferentes de personas son muy, muy fáciles de delinear. No nos causan ningún problema. Permítanme repetirlos de nuevo. Están aquellos que son salvos, lo siento, aquellos que no son salvos y saben que no son salvos. Hay quienes son salvos y saben que son salvos. Hay quienes son salvos y no saben que son salvos. Todo muy sencillo.
Es la cuarta categoría que lo enreda todo. Esas son las personas que no son salvas y que saben que son salvas, ¿OK? Porque, ¿qué hace eso ahora? Eso ensombrece la seguridad, porque si digo: «Sé que soy salvo. Estoy seguro de que soy redimido», ¿cómo sé que no soy una de esas personas que no son salvas y que están seguras de que son salvas? ¿Alguna vez te ha preocupado eso? Apuesto a que te preocupa.
Recuerdo que no hace mucho tiempo… ¿alguna vez has tenido una experiencia como la que los filósofos llaman un «estallido repentino de autoconciencia existencial»? Es casi como si salieras de ti mismo, y estuvieras sumamente consciente de dónde estás. Es como si el tiempo se detuviera por un segundo, y estuvieras consciente de ti mismo como un ser, donde por lo general te pierdes en el ritmo de la actividad, pero de repente, como cuando estás hablando en público, y te das cuenta de que la gente te está mirando y tomando notas, y caes en cuenta de que te están evaluando, y quieres correr hacia la salida.
Todos pasamos por esos momentos. Bueno, yo tuve uno de esos momentos de autoconciencia aguda que salió de la nada, y pensé: «R.C., ¿qué pasa si no estás redimido? ¿Y si tu destino es el infierno?» Les confieso que mi cuerpo se inundó de un escalofrío que iba desde mi cabeza hasta mi columna, y estaba aterrado. Muy aterrado, y dije para mis adentros: «Sé razonable sobre esto. Sé racional al respecto. Mira de nuevo. Examínate a ti mismo. ¿Por qué te preocupas por eso? O sea, si me estoy preocupando, esa es una señal saludable de que tal vez al menos estás preocupado por tu redención».
Pero empecé a mirar, y lo primero que ves es tu desempeño, ¿no? Y yo digo: «Bueno, he cometido este pecado, y cometí este pecado. No cumplí con aquella resolución. Fracasé en tal objetivo. No viví a la altura de lo que Cristo me llamó a hacer aquí», y cuanto más examinaba el asunto, peor me sentía, y empecé a decir: «Tal vez no soy salvo». Entonces, ¿qué hago al respecto? Regresé a mi habitación, abrí el libro y comencé a leerlo.
Agaché mi cabeza y dije: «Jesús, aquí estoy», tú sabes, «no tengo nada más. No puedo aferrarme a mi desempeño. No puedo mostrar mis logros. No puedo mostrar mi obediencia. Todo lo que tengo es Tu expiación. Tengo que ponerme a merced de la corte». Y ni aun eso era suficiente para darme seguridad plena porque sé que una penitencia así puede no ser real, no ser una contrición real y no estar motivada por un corazón quebrantado, sino que puede estar motivada por lo que llamamos atrición, un miedo al castigo. Miedo al infierno. «Me aferro a la cruz solo porque tengo miedo de la ira de Dios. Esa no es la verdadera penitencia.
Sabemos que Esaú se arrepintió con lágrimas de miedo. No le hizo ningún bien porque no era un arrepentimiento piadoso. No había un verdadero dolor por el pecado. Nunca hubo tristeza. Nunca hubo desesperanza ni dependencia de Cristo. No hubo un correr a refugiarnos en la cruz, nada de eso. Así que, de nuevo, tuve que volver a la fuente. Tuve que volver a la cruz, y tuve que decir: «Padre, ¿qué más tengo?», y recordé la crisis que se produjo en el momento de la vida de los propios discípulos cuando Jesús estaba expresando una gran enseñanza -resultó ser sobre la soberanía de Dios- y enseñaba lo que se conoce como «declaraciones duras, y leemos, casi como una nota editorial a pie de página en el Evangelio, que «desde aquel día muchos de sus discípulos ya no andaban más con él».
Después de ese discurso en particular que Jesús dio, algunos de sus más devotos e íntimos seguidores se enfurecieron tanto por lo que su maestro les estaba enseñando que se alejaron. Dijeron: «No vamos a escuchar más de eso», y se fueron. ¿Y se acuerdan cuando Jesús se volvió hacia el grupo íntimo– Pedro, Santiago y Juan – Él los miró y les hizo una pregunta. —“¿Acaso también ustedes quieren irse?” ¿Qué dijo Pedro? ¿Ah?, no dice: «¡Oye, no, Jesús! No nos vamos a ir. Estamos contigo en todo momento. Nos encanta lo que dices. Esos tipos son unos revoltosos. No entienden de teología. Nunca fueron redimidos para empezar».
Él no le dio nada de eso. Es obvio, si lees entre líneas, que a Pedro tampoco le gustó lo que Jesús estaba diciendo, igual que al resto de ellos, pero adoptó un enfoque muy práctico. «¿A dónde más podríamos ir? Solo tú tienes palabras de vida eterna». Y ese es el punto en el que tienes que estar firme antes de que haya alguna esperanza de progreso en la experiencia cristiana. Ahí es donde fui impulsado en mi pequeño episodio agudo, existencial y de autoconciencia. Tuve que volver. —¿A dónde más puedo ir? Es como la letra de la canción: «Tú puedes salvar y solo Tú». Sin Él no puedo hacer nada. Tengo que estar firme donde está mi redención.
Ahora, está bien. Me estoy emocionando un poco. Permítanme hacer esta pregunta: ¿Cómo es posible, sin embargo, que alguien no sea salvo y esté seguro de que es salvo? Realmente la respuesta a eso es fácil, ¿no? Tienen un malentendido ya sea de los términos de la salvación o un malentendido de su propia autoevaluación de si han cumplido o no con esos términos de la salvación. En su mayor parte, el engaño y el error que causa una falsa sensación de seguridad provienen del primero más que del segundo, es decir, de una falsa comprensión de lo que se necesita para ser salvo. Es por eso que la Reforma fue una controversia tan violenta.
Recuerdo cuando Lutero respondió a Desiderio Erasmo de Rotterdam, donde Erasmo había discutido con Lutero sobre la teología de Lutero, y Erasmo estuvo a la altura del momento y escribió lo que llamó «La diatriba contra Lutero», en la que se enfrentó a Lutero punto por punto teológicamente, tratando de vindicar la clase dominante clásica contra Lutero, y cuando Lutero respondió en su libro «La esclavitud de la voluntad», que recomiendo a todos que lo lean.
No es tan pesado ni técnico como para que los laicos no puedan leerlo. Es hermoso y lírico en su prosa y profundo en su contenido, pero en medio de esa obra, Lutero agradece a Erasmo. Dijo: «Te agradezco, Erasmo, que no me hayas atacado en el punto de si el Papa es o no el vicario de Cristo en la tierra o si María fue inmaculadamente concebida, o si debemos confesarnos o no confesarnos. Estas cosas son nimiedades», y Lutero comprendió que desgarrar el cuerpo de Cristo por cuestiones como esas sería un mal monstruoso: fracturar la unidad de la iglesia por asuntos menores.
Lutero dijo: «Ustedes entienden que estamos tratando con el ojo del tornado, el artículo sobre el cual la iglesia se apoya o cae, el artículo sobre el cual tú te apoyas o caes. ¿Cómo soy salvo?» Ese era todo el asunto. Recuerdo que un teólogo que estuvo en el Concilio Vaticano II era un observador protestante, cordialmente relacionado con los teólogos católicos romanos, tratando desesperadamente de sanar la brecha y traer a las iglesias divididas de vuelta a la unidad. Aquellos que trataron de poner fin a los problemas del siglo XVI eran básicamente del espíritu: «Dejemos que el pasado quede en el pasado. Enterremos las armas. Olvidémonos de esos problemas y cerremos la brecha».
El teólogo protestante, que fue uno de los teólogos más pacíficos e irénicos del siglo XX, dijo: «Señores, el tema del siglo XVI no fue una pelea imaginaria. Es el artículo sobre el cual la iglesia se sostiene o cae». De nuevo, el propósito de esto no es centrarse en el debate entre Roma y la Reforma, sino entender que ese es el quid del asunto.
Si vamos a progresar, tenemos que saber dónde estamos con relación a nuestro Dios. Una vez más les recuerdo el tormento de Lutero, que buscó la paz, que buscó el consuelo, que buscó la libertad mediante actos rigurosos de abnegación, autoflagelación, pasando por todos los ritos litúrgicos de la iglesia y mucho más, siendo el monje entre los monjes, y no encontró la paz porque estaba operando con un falso sentido de cómo se asegura la salvación.
Ahora, sería fácil inferir de lo que estoy diciendo que los falsos puntos de vista de la salvación se encuentran en Roma. No es verdad. De hecho, hoy en día hablo con más sacerdotes católicos romanos que abogan por la justificación por la fe sola que los que encuentro entre los protestantes. Es decir que las líneas ya no están tan claras en las instituciones. Ustedes saben que las personas cruzan esas líneas todo el tiempo, pero el punto que quiero hacer es este: que incluso dentro del protestantismo encontramos un malentendido generalizado de los términos de la redención.
En el siglo XVI -de nuevo para simplificar- el tema era si la justificación era por la fe sola o si era por algún tipo de combinación operativa entre la fe y las obras. El problema, por cierto, nunca fue entre la fe sola versus las obras solas, ya que algunos protestantes han calumniado a la Iglesia católica romana. La Iglesia católica romana nunca ha dicho que se pueda llegar al cielo sin fe. El problema estaba en si era la fe sola.
Ahora, la doctrina dominante en nuestra cultura hoy en día, como he dicho muchas veces, no es la justificación por la fe sola, o la justificación por las obras solas, o la justificación por la fe más las obras. La doctrina dominante de la justificación en nuestra cultura hoy en día y en la iglesia de hoy es la justificación por la muerte: que todo lo que tienes que hacer para entrar al cielo es morir porque, «¿no va todo el mundo allí?»”
Entonces el proceso de razonamiento es este: empiezo con la premisa A: todos van al cielo, o todo ser va al cielo cuando muere. Premisa B: soy un «ser». La conclusión es, ya sabes, irrefutable. Es arrolladora. Si esas premisas son ciertas, -todo ser va al cielo y yo soy un «ser»- la conclusión llega automáticamente: iré al cielo. Así que puedo andar totalmente en paz y seguro, convencido de que voy al cielo porque he hecho la suposición errónea de que todo el mundo va al cielo.
La idea de la crisis de Cristo ha sido oscurecida en nuestra cultura. Todo el mundo conoce Juan 3:16 – «Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio a Su Hijo unigénito, para que todo aquel que cree en Él, no se pierda, sino que tenga vida eterna». ¿Qué dice Juan 3:17? ¿Eh? Oops. Juan 3:17, el siguiente versículo: «Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por Él». Eso sigue siendo una buena noticia, ¿no? ¿Y Juan 3:19? «Y este es el juicio: que la Luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas» que ¿qué? «que la Luz, pues sus acciones eran malas».
Juan continúa diciendo que esa crisis de la aparición de Cristo es el momento de separación entre los redimidos y los perdidos, y la peor suposición en la que podríamos elaborar nuestra salvación es la idea de «todos son salvos».
O, hay personas que confían en su propio desempeño. A fin de hacer eso, debemos exagerar el aprecio que tenemos de nuestra propia justicia o traer a la tierra desde los cielos la ley de Dios. Eso es letal. Vamos a considerar eso un poco más en nuestra próxima sesión, pero en todo caso, si estamos trabajando en base a un falso sentido de justificación, no podemos tener una auténtica auto seguridad, y sin una seguridad auténtica, estamos paralizados en nuestras almas para caminar por el camino cristiano.
En nuestra próxima sesión, trataré de ampliar esto un poco más y tratar de ver cómo podemos obtener ese tipo de seguridad que es tan vital para nuestra peregrinación espiritual, y lo veremos en la próxima clase.