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Hasta ahora, en nuestro estudio de la cristología, hemos visto brevemente los estados de Cristo y luego los nombres que se han dado a Cristo, y hoy vamos a ver los «oficios» de Cristo. Y cuando vemos los oficios de Cristo, uno de los conceptos clave que encontramos, es la idea de que Cristo es llamado nuestro mediador. Así como Moisés fue llamado el mediador del antiguo pacto, de esa manera Cristo es llamado el mediador del nuevo pacto. ¿Y qué hace un mediador? Un mediador es un ‘enlace’, un intermediario, alguien que se interpone entre dos o más partes usualmente para mediar en una disputa, pero no necesariamente.
Ahora, cuando vemos lo que se está mediando aquí, vemos que aquí arriba está Dios y aquí abajo está el hombre y entre Dios y el hombre tenemos este mediador. Ahora, cuando pensamos en mediadores en el Antiguo Testamento o ‘enlaces’ o agentes que funcionan en alguna relación entre Dios y el hombre, vemos tres tipos principales de mediadores (no los únicos porque tienes a Moisés en una categoría especial), pero los tres tipos de mediadores que encontramos en el Antiguo Testamento son aquellos a quienes Dios ha seleccionado para una tarea específica y luego fueron capacitados para realizar su tarea en virtud de ser ungidos por el Espíritu Santo. Y las tres funciones básicas que encontramos allí son las del profeta, la del sacerdote y la del rey.
Entonces, con respecto a Jesús cuando vemos los oficios realizados por Cristo en el drama de la redención, decimos que Jesús tiene o está involucrado en lo que se llama técnicamente el Munus Triplex, o el triple oficio que Cristo cumple, los tres oficios del Antiguo Testamento en una sola persona, que Cristo es nuestro Profeta, es nuestro Sacerdote, y es nuestro Rey. Ahora, ¿cuál es la diferencia entre estos distintos oficios? En el Antiguo Testamento vemos al profeta, y el profeta en su mayor parte es un portavoz y él es un agente de revelación por el cual Dios, en vez de hablar directa y audiblemente desde el cielo a la congregación de Israel, da su palabra, pone su palabra en la boca de sus profetas, en la medida que están llenos del Espíritu Santo; luego entregan la palabra de Dios al pueblo.
Entonces, podemos decir esto, que el profeta está frente al pueblo. Dios está detrás de él.
De tal modo que, lo que el profeta dice que está hablando en nombre de Dios, así como sus mensajes, están precedidos por las palabras: «Así dice el Señor.» Ahora, también notamos en el Antiguo Testamento que hay una enorme lucha entre los verdaderos profetas de Dios y los falsos profetas. Y el pueblo va tras los falsos profetas; ellos son mucho más populares. Los verdaderos profetas son asesinados, odiados y despreciados. Pensamos en Jeremías y otros, y en las quejas y los problemas y aflicciones que tuvieron que soportar porque el pueblo no quería escuchar la verdadera palabra de Dios.
Y recordemos que cuando Jeremías se quejó a Dios de la popularidad de los falsos profetas que sólo estaban dando al pueblo lo que querían oír, sanando ligeramente la herida de la hija de Sión y contando sus propios sueños; Dios le dijo a Jeremías: «El profeta que tenga un sueño, que cuente su sueño, pero el que tenga mi palabra, que hable mi palabra con fidelidad». Él Dijo: ‘Jeremías, deja de preocuparte por lo que hacen los falsos profetas. Tú tarea, tú vocación es ser mi portavoz y estás llamado a ser fiel en hablar lo que sea que te ordene que digas’. Ahora, por medio de los profetas Dios da su Palabra. Pero cuando vemos a Cristo en el Nuevo Testamento, vemos que Él es el profeta par excellance.
Quiero tomar un tiempo en esto porque tenemos una tendencia a subestimar esto. Estamos muy entusiasmados con su deidad y su realeza y estos otros aspectos de su ministerio, tendemos a pensar que ser profeta es una especie de oficio menor y no algo que es muy importante. De hecho, vemos una comprensión progresiva de aquellos quienes se encuentran con Jesús en el Nuevo Testamento como la mujer en el pozo, al principio: «Señor, me parece que tú eres profeta». Eso fue todo un galardón; fue todo un honor decir: ‘Eres un profeta de Dios’, pero ella todavía no había alcanzado el cenit de su confesión, al cual llegó cuando reconoció que Él era el Mesías.
Porque Jesús no es simplemente un profeta. Él es el profeta extraordinario. No sólo proclama la palabra de Dios, Él es la Palabra de Dios. El autor de Hebreos empieza su libro diciendo: «Dios, habiendo hablado hace mucho tiempo… por los profetas», y luego continúa, «en estos últimos días nos ha hablado por su Hijo», quien es la encarnación misma de la Palabra de Dios, quien manifiesta plenamente aquello que el Padre le da. Fíjate que Jesús dijo: ‘No hablo nada bajo mi propia autoridad, sino todo lo que el Padre me dice, yo hablo’. Entonces, Él es el profeta fiel del Nuevo Testamento. Otro punto, y es este, que Jesús no es sólo el tema de la profecía, sino que en las Escrituras Él es el principal objeto de la profecía. Él no sólo enseña sobre el futuro o declara la Palabra de Dios, Él es la Palabra de Dios, y es el punto central de toda la enseñanza profética de las profecías del Antiguo Testamento.
Muy bien, entonces Él es nuestro profeta extraordinario. En segundo lugar, es sacerdote. Ahora una de las preguntas que hago a mis alumnos en el seminario, y a veces trato de engañarlos, les pregunto: «¿Cuál es el pasaje del Antiguo Testamento que se cita o se alude con más frecuencia en pasajes del Nuevo Testamento? Es decir, de todas las declaraciones del Antiguo Testamento, ¿qué versículo del Antiguo Testamento es citado con mayor frecuencia por los escritores del Nuevo Testamento?» Y la respuesta a esa pregunta es Salmos 110, y hay una razón para eso, porque en este Salmo tenemos una declaración extraordinaria sobre el carácter del Mesías.
Permítanme leer los primeros versículos del Salmo 110 y ver si lo reconocen. «Dice el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies. El Señor extenderá desde Sión tu poderoso cetro, diciendo: Domina en medio de tus enemigos. Tu pueblo se ofrecerá voluntariamente en el día de tu poder; en el esplendor de la santidad, desde el seno de la aurora; tu juventud es para ti como el rocío. El Señor ha jurado y no se retractará: Tú eres sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec».
De nuevo, vamos al libro de Hebreos y vemos cuánta atención se presta en el libro de Hebreos al sacerdocio perfecto de Cristo. Ahora, como un mediador en el Antiguo Testamento en vez del sacerdote dándole la cara al pueblo y siendo portavoz de Dios, más bien la postura básica del sacerdote era que el sacerdote estaba de cara a Dios y de espaldas al pueblo, porque al igual que el profeta, el sacerdote era un portavoz, pero hablaba por el pueblo. Fue él quien vino a interceder en nombre del pueblo. Oró por la gente. Y no sólo eso, sino que ministraba en el templo; ministraba en el altar; ministraba en el lugar santísimo cuando ofrecía sacrificios a Dios por el pueblo.
Entonces, notamos que el pueblo, principalmente, no traía sus propios sacrificios, aunque hubo ocasiones en que lo hicieron, pero los sacrificios principales eran ofrecidos en el Día de la Expiación por el sumo sacerdote. Ahora hemos visto que el autor de Hebreos ve en Jesús a un sacerdote que es único. Notamos que en este Salmo 110 se atribuyen dos cosas a aquel de quien se habla. «Dice el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra”. Hará de la tierra el estrado de tus pies. Aquí hay una promesa de realeza que el Padre da al Hijo. Pero en sólo un par de líneas más adelante dice: «Tú eres sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec.»
Entonces, en este Salmo mesiánico del Antiguo Testamento, el Mesías es prometido en ambos sentidos, como Rey y como Sacerdote. Ahora, y de nuevo, vemos que el autor de Hebreos trabaja el punto de que el sacerdocio de Cristo es un sacerdocio más alto que el sacerdocio que era el sacerdocio ordinario establecido con Aarón y la tribu de los levitas, porque su sacerdocio se remonta antes de Aarón y Leví, al de este misterioso personaje Melquisedec. Y nos damos cuenta de nuevo cómo es que… cómo el autor de Hebreos sustenta su caso de la superioridad del sacerdocio de Melquisedec, ya que Abraham está subordinado a Melquisedec y Abraham es superior a Leví, y si Abraham es superior a Leví, y Leví está subordinado a Abraham, y Abraham está subordinado a Melquisedec, entonces quod erat demonstrandum: Leví está subordinado a Melquisedec.
Ahora todo este argumento aquí en Hebreos se hace necesario debido al linaje de Jesús. Para ser rey y cumplir la profecía del Antiguo Testamento del reino de Dios, el rey tenía que venir de la tribu de Judá, y David, por supuesto, era de la tribu de Judá, y Jesús era de la tribu de Judá, siendo de la casa y de la familia en la línea y el linaje de David. Entonces, no había duda acerca de sus calificaciones tribales y credenciales para ser rey. Pero, de nuevo, en el sacerdocio regular, el sacerdocio estaba restringido a la tribu de Leví, y Jesús obviamente no puede ser tanto de la tribu de Judá y de la tribu de Leví. Entonces, el autor de Hebreos nos dice que su sacerdocio cumple este pasaje.
Se puede ver por qué el Salmo 110 es tan importante. Porque en este Salmo se declara que el Mesías sería sacerdote y que no sería un sacerdote levítico, que sería un sacerdote de un orden diferente, de hecho, de un orden superior, a saber, de la orden de Melquisedec. Y ese sacerdocio superior se manifiesta no sólo en la perfección moral de Jesús, quien no tiene que hacer ningún sacrificio por su propio pecado antes de entrar en el templo.
En el Antiguo Testamento, como hemos visto, en el Día de expiación, el sumo sacerdote tenía que hacer sacrificios por su propio pecado antes de poder hacer el sacrificio en nombre del pueblo. Además, su sacrificio tenía que repetirse anualmente; además, cuando el sumo sacerdote moría, era sucedido por otro. Y lo que el autor de Hebreos nos dice con respecto a la superioridad del sacerdocio de Cristo es que, en primer lugar, no tiene que hacer sacrificios por su propio pecado porque está sin pecado.
En segundo lugar, no tiene que repetir su sacrificio. El sacrificio que ofrece se ofrece por una vez y para siempre. En tercer lugar, el sacrificio que ofrece no es el de ovejas y cabras, como las Escrituras nos dicen que la sangre de las ovejas y toros y cabras no quitará el pecado. El sacrificio que Cristo ofrece es el sacrificio de sí mismo, y Él no muere para ser reemplazado por un sucesor, sino que es sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec, continuando su obra mediadora hasta este momento, no ofreciendo continuamente sacrificios para satisfacer la justicia de Dios, sino, intercediendo por su pueblo todos los días en el templo celestial, en el lugar santísimo celestial.
Y tal como vimos hace un momento, que en el caso de la función del profeta, que Cristo es tanto el sujeto como el objeto de la profecía, entonces con respecto a la función del sacerdote, es el sujeto y el objeto del sacerdocio, porque no sólo Él como sacerdote ofrece el sacrificio subjetivamente, sino que el sacrificio que ofrece objetivamente es su propia persona. Entonces Él es el sacerdote perfecto y perfecto intermediario ahora y para siempre. Entonces, finalmente el tercer oficio que encontramos aquí, que también se indica en el Salmo 110 al principio, donde dice: Oh Señor – o “Dice el SEÑOR a mi Señor: Siéntate a mi diestra», es el oficio de Rey.
Ahora, tal vez les cueste pensar en el oficio de rey bíblicamente como el de un mediador. Pero si volvemos a las raíces del Antiguo Testamento es muy importante que entendamos que, si alguna vez vemos una manifestación del derecho divino de los reyes, lo vemos en el Antiguo Testamento, porque el rey de Israel no es autónomo. Él no tiene autoridad absoluta investida en sí mismo, sino que recibe su oficio de parte de Dios y está llamado a ejercer una vice-regencia, repito, una vice regencia que debe manifestar la justicia y el gobierno de Dios mismo.
Ahora, por supuesto, la historia de los reyes en el Antiguo Testamento es una historia de corrupción indescriptible y del fracaso de esos reyes para llevar a cabo la responsabilidad que se les había dado inicialmente. Pero el rey de Israel está sujeto a la ley del rey. Entonces, el rey mismo es un mediador; está bajo la ley de Dios y, sin embargo, ayuda a mantener y establecer la ley de Dios para el pueblo. De nuevo, no hay independencia del rey de Dios en la Biblia. El rey es el agente de Dios, el ministro de Dios para gobernar. Ese es el mismo principio en el Nuevo Testamento con respecto a los magistrados civiles.
La Biblia puede permitir dos esferas de operación diferentes entre la iglesia y el estado y en ese sentido habla de la separación de la iglesia y el estado porque tienen diferentes deberes que cumplir, pero nunca encuentras en las Escrituras la idea de separación entre el estado y Dios, porque los gobernantes de este mundo son ordenados y nombrados por Dios. Y, son ordenados a la vocación de defender la justicia y establecer la justicia, y son responsables ante Dios por la forma en que ejercen su reinado.
Hace años me invitaron a hablar en el desayuno inaugural del gobernador en Tallahassee aquí en Florida. Y en esa ocasión, cuando di esa charla, le recordé solemnemente al gobernador del estado, le dije: «Señor hoy es su día de ordenación. Recuerdo mi día de ordenación cuando tuve que ir ante el Presbiterio y me separaron para el ministerio evangélico y así sucesivamente y tuve que hacer votos y juramentos, y hoy vas a ser ordenado en el ministerio, porque ser gobernador es ser un ministro de Dios, y sólo Dios puede hacerte gobernador, y Dios te hará responsable de cómo gobiernas». Eso es cierto para cualquier gobernante en cualquier nación y en cualquier situación.
Ahora, lo que Dios ve en este mundo es un mundo que está gobernado por reyes corruptos, reyes que no obedecen la ley del rey y se desvían de hacer justicia y lo correcto. Y el modelo más cercano que encontramos en el Antiguo Testamento, el rey ideal, él mismo fue un corrupto, y ese era David. Pero David introdujo la edad real de oro en Israel y después de su muerte el pueblo anhelaba ver la restauración del Reino Davídico. En la profecía de Amós, él habló del día en que Dios levantaría el tabernáculo caído de David. Entonces, en el corazón de la esperanza mesiánica a lo largo de las páginas del Antiguo Testamento estaba el anhelo y el deseo ansioso del pueblo de que uno como David volviera, y el Mesías, como él predice aquí en el Salmo 110, promete que su Hijo reinaría por siempre y para siempre.
Entonces, cuando Cristo viene, es anunciado como el rey recién nacido. De hecho, es crucificado debido a las afirmaciones de realeza, y es la razón por la que Pilato estaba tan inquieto. Ustedes saben, ‘¿Qué pasa con este asunto del reino?’ y Jesús dijo: «Mi reino no es de este mundo», pero eso no quería decir que no tuviera un reino. De hecho, Dios lo hace su Rey, y vemos la culminación del ministerio terrenal de Jesús al ver los estados de la vida de Cristo, no en su resurrección, sino en la ascensión.
De nuevo, donde Dios lo eleva a su diestra, lo lleva a su coronación, lo instala allí a su diestra como el gobernante de todo el universo, como el Rey de reyes y como el Señor de señores cuyo reinado se llevará a cabo por siempre y para siempre, como el Rey que es el Pastor-Rey. ¿No es eso una idea interesante en el Antiguo Testamento? Al igual que David aprendió a ser un buen rey por el cuidado que él otorgó y la protección que dio a las ovejas que fueron puestas a su cuidado, y así el rey del Mesías-Rey sería un Pastor-Rey y sería un Rey-Sacerdote, esto sin mencionar un Rey-Profeta.
De nuevo, quien no tuvo que ser sucedido por otra generación, pero su Reino no tiene fin, y el alcance de su reinado será por la eternidad. La única diferencia entre el reino de hoy y el reino que conoceremos en el futuro está en su visibilidad, en el análisis final, porque la realidad es que ahora mismo Jesús es Rey. Tiene el cargo político más alto del universo porque ha sido instalado en esa posición por Dios. Eso está en el corazón del Credo de los Apóstoles, cuando decimos, «padeció bajo Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado… Al tercer día resucitó de entre los muertos; ascendió a los cielos; y está sentado a la diestra de Dios Padre Todopoderoso.» Estar a la diestra de Dios es estar en la posición de poder, estar en la posición de autoridad por la cual gobierna no sólo la iglesia, sino que gobierna el mundo.
Me encanta cantar el «Coro Aleluya» de Haendel porque sus palabras son tomadas directamente de la Escritura en un entorno musical tan magnífico. Y ya saben cómo va el final. «Y reinará por siempre y siempre y siempre” ¿qué? “Aleluya. Es por eso que la iglesia exclama «Aleluya», porque nuestro Mesías no es sólo un profeta, no sólo un sacerdote, sino que es nuestro Rey.