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Uno de los temas principales que encontramos en el libro de Hebreos, en el Nuevo Testamento, es el de la superioridad de Cristo, y particularmente en su función en el papel de nuestro gran Sumo Sacerdote. Ahora, cuando el autor habla de la grandeza de Jesús, en este sentido, hace una comparación y un contraste entre el pacto que Dios hizo con su pueblo por medio de Moisés y el nuevo pacto que ahora ha sido mediado por medio de su Hijo Jesucristo. Y leemos en el capítulo ocho de Hebreos estas palabras, en el versículo 3: “Porque todo Sumo Sacerdote está constituido para presentar ofrendas y sacrificios, por lo cual es necesario que este también tenga algo que ofrecer.
Así que si Él estuviera sobre la tierra, ni siquiera sería sacerdote, habiendo sacerdotes que presentan las ofrendas según la ley; los cuales sirven a lo que es copia y sombra de las cosas celestiales, tal como Moisés fue advertido por Dios cuando estaba a punto de erigir el tabernáculo.” Y luego en el versículo 6, “Pero ahora Él ha obtenido un ministerio tanto mejor, por cuanto es también el mediador de un mejor pacto, establecido sobre mejores promesas”. Luego, el autor continúa explicando cómo el nuevo pacto es un pacto mejor que el antiguo pacto y ahora hace que el antiguo pacto quede obsoleto.
Pero también notamos en este texto que el nuevo pacto es visto como mejor no sólo porque tenemos un mediador mejor que Moisés, sino también que tenemos una mejor promesa. Y eso es significativo porque nos da cierta información y conocimiento sobre la naturaleza misma de los pactos. Y vemos que, si hay alguna estructura o marco básico para todo el desarrollo del plan de redención en las Escrituras, esa estructura o marco se expresa en términos del concepto de pacto.
Leemos sobre todo tipo de pactos en la historia bíblica. Existe el pacto que Dios hace con Adán y Eva, que tendemos a llamar el pacto adámico. Existe el pacto que Dios hace con Noé, donde Dios pone su arco iris en el cielo como signo de ese pacto, que llamamos el pacto noético, y luego Dios entra en un pacto con Abraham, el pacto abrahámico, que se renueva entonces con sus descendientes, Isaac y Jacob, etc. Pero por lo general, cuando pensamos en el Antiguo Pacto, pensamos principalmente en el pacto que Dios hace con Israel por medio de Moisés en el Monte Sinaí, y eso generalmente se llama el pacto mosaico o el pacto sinaítico porque se estableció en el monte Sinaí.
Ahora, ¿qué es un pacto? Bueno, básicamente un pacto es un acuerdo entre dos o más partes y ese acuerdo se basa sobre todo y principalmente en una promesa y eso es lo que notamos en ese texto de Hebreos que leí hace unos momentos, que el nuevo Pacto, parte de la razón de por qué es mejor, es porque tiene una promesa aún mejor que esas promesas que estaban contenidas en el Antiguo Testamento.
Ahora, vemos promesas de pacto que existen fuera de la Biblia en prácticamente todas las arenas de la vida humana. Cuando entramos en una relación laboral con un empleador y si tenemos lo que llamamos un contrato industrial, ciertas promesas son hechas por el empleador y por el empleado a medida que llegan a términos y llegan a un acuerdo entre las dos partes.
Y vemos que la estructura misma del matrimonio se basa en este concepto de pacto donde se hacen promesas entre dos personas y están selladas con votos sagrados y juramentos en la presencia de Dios y así por el estilo. Incluso nuestro gobierno nacional se basa en el concepto de un pacto o un acuerdo entre los que gobiernan y los que son gobernados.
Y por lo tanto hay promesas presentes en todo pacto y también entendemos que un pacto en el mundo antiguo, además de tener promesas, siempre tuvo estipulaciones o leyes que formaban parte del acuerdo. Es decir, se hicieron promesas con la condición de que ciertas estipulaciones fueran cumplidas. Y luego, con esas promesas que contaron con la presencia, como dije, de juramentos y votos y varias ceremonias y rituales que dramatizaron la realidad de la promesa.
Ahora, eso es tan importante para nuestra comprensión del cristianismo bíblico porque en el análisis final toda nuestra vida cristiana descansa sobre la confianza o la fe en una promesa. Es decir, en la promesa de Dios de redimirnos por medio de la persona y la obra de Jesús. En un sentido muy real, en términos de pacto lo que Dios ha hecho por su pueblo es que Él nos ha dado su Palabra. Y creo que es irónico en el Nuevo Testamento que cuando Cristo viene, nos sea presentado por Juan en su Evangelio como el que es la encarnación de la Palabra. Dios no sólo habla su palabra de promesa, sino que esa promesa está encarnada en la Palabra quien es Cristo. Y así no hay manera de que podamos sobre enfatizar la importancia de esta estructura de pacto para nuestra comprensión de la fe cristiana.
Ahora, si vemos la Biblia y, fuera de estos pactos específicos que he mencionado con Adán y Noé y Moisés y Abraham, etc., en términos generales hablamos de tres tipos principales de pactos que aparecen en las páginas de las Escrituras. Y esos tres pactos mayores que llamamos ante todo el pacto de redención, en segundo lugar, el pacto de obras y, en tercer lugar, el pacto de gracia. Ahora, hay mucha confusión sobre esta terminología y una de las cosas que queremos hacer hoy, es tratar de aclarar algunos de los malentendidos que asisten con frecuencia a estos conceptos.
Hoy en día parece oírse muy poco en la iglesia sobre este primero, que es el pacto de redención, pero sin embargo me parece uno de los conceptos más emocionantes que tenemos en la teología sistemática. El pacto de redención no se refiere a un pacto que Dios hace con los seres humanos. No es el pacto que Dios hace con nosotros, sino que es el pacto que Dios hace consigo mismo. Es decir, es el acuerdo del pacto que tiene lugar en toda la eternidad entre las tres personas de la Divinidad. Y eso es tan importante de entender porque en la revelación bíblica del drama de la redención vemos la actividad de las tres personas de la Divinidad. La creación misma es una obra trinitaria.
Se nos dice que es Dios el Padre quien llama al mundo a existencia y, sin embargo, cuando saca orden del vacío y de las tinieblas, es hecho porque el Espíritu de Dios se mueve sobre las aguas y trae cosas a existencia. Y, sin embargo, el Nuevo Testamento está lleno de referencias a que Cristo es el agente a través del cual el Padre crea todas las cosas. En Él fueron hechas todas las cosas, y no hay nada que se haya hecho que esté fuera de Él. Y así la creación es un asunto de la participación y el compromiso del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Y de la misma manera cuando miramos el concepto de redención, vemos que también es una obra trinitaria. Hacemos una distinción a veces en la teología, de la que hablamos como una distinción económica o como una distinción funcional entre los miembros de la Divinidad.
Es el Padre quien inicia el Plan de Salvación. Es el Padre con quien nos asociamos con los decretos eternos de elección y sus propósitos y plan de salvación. Y es el Padre quien envía al Hijo al mundo para lograr nuestra redención, en favor nuestro, en su ministerio. Y después de que el Hijo haya logrado nuestra redención, todavía queda tener esa redención aplicada a nuestra vida personal. ¿Cómo aprovecho la obra de Cristo? ¿Cómo me convierte en una persona redimida?
Bueno, no será así a menos que se aplique a mí a través de la obra y el ministerio de Dios el Espíritu Santo quien me regenera, que me vivifica de la muerte espiritual a la vida espiritual y crea fe en mi corazón. Es el Espíritu quien me santifica y es el Espíritu quien me glorificará en el cielo. Así que toda esta obra de redención, toda esta operación involucra a los tres miembros de la Trinidad trabajando en acuerdo.
Recuerdo que cuando estaba en la universidad hace años, surgió una controversia entre los teólogos alemanes llamada la Controversia Unstamong, la cual presuponía que la enseñanza de la Escritura indicaba una lucha entre el Padre y el Hijo en la que lo que Cristo hizo en su ministerio terrenal fue persuadir o mover al Padre a alejarse de su ira y su hostilidad hacia la raza humana. Y eso, por supuesto, es una seria desviación de la comprensión bíblica de cómo se lleva a cabo la redención. Porque el pacto de redención indica que desde toda la eternidad el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo estaban totalmente de acuerdo en este asunto de salvación humana.
Así que no fue como si el Hijo viniera a este mundo a regañadientes. Más bien, el Hijo se alegró de cumplir con el plan del Padre y de encarnarse. Y vemos eso incluso gráficamente en la lucha que el Dios-hombre tiene en la víspera de su expiación, allí en Getsemaní, cuando Cristo está orando en el jardín y está sudando gotas de sangre en su pasión y en su agonía y dice: “Que pase de mí esta copa; pero no se haga como yo quiero sino como tú quieras”. De modo que lo que está diciendo aquí es que, si hay otra manera, hagámoslo, pero ten en cuenta, Padre, que estoy contigo 100% de acuerdo con tu voluntad.
Y así, detrás de toda la estructura del pacto de la salvación, hay ante todo el pacto eterno dentro de la misma Divinidad. Ahora, cuando hablamos del pacto de obras y del pacto de gracia, aquí es donde nos encontramos con muchos malentendidos y confusión. En la superficie, a lo que se refiere esta distinción es a la diferencia entre el acuerdo o la relación que Dios tiene con Adán y Eva antes de la caída y luego el acuerdo que Dios tiene con los descendientes de Adán después de la caída.
El pacto de gracia – perdón, el pacto de obras se refiere a la situación original en la que Adán y Eva son creados. Donde son puestos, en un estado de prueba. Donde Dios les da ciertos mandamientos, estipulaciones, les da ciertas promesas. Lo que se pone ante Adán y Eva es la promesa de la vida eterna. Y eso está indicado o simbolizado por el árbol de la vida en el jardín del Edén, y sin embargo al mismo tiempo hay estipulaciones y la estipulación principal es que no deben comer del árbol del conocimiento del bien y del mal. Y así lo que encontramos en ese pacto de obras es esto: que el destino de la raza humana será determinado y decidido sobre la base del desempeño, sobre la base de la obra de Adán y Eva con respecto a su obediencia o desobediencia a los términos del pacto.
Si pasan la prueba, si son obedientes, si sus obras son buenas, entonces entran en su estado eterno de bendición. Si fallan en ajustarse a los términos de ese pacto, entonces morirán y ellos junto con sus descendientes se sumergirán en la ruina, de modo que toda la base de la relación con Dios y los seres humanos se establece aquí sobre la base de obras. Y lo que leemos, por supuesto, en las Escrituras es que Adán y Eva fracasaron miserablemente en ese examen, esa prueba. Infringieron ese acuerdo y los términos y estipulaciones del pacto, y como resultado de eso sumieron al mundo a la ruina.
Ahora, hay un par de cosas que debemos tener en cuenta aquí. A veces, cuando pensamos en ser redimidos o ser salvos, que lo que se ha logrado para nosotros es la recuperación del paraíso. Vimos que Adán y Eva perdieron su estado en el paraíso y por medio de Cristo somos redimidos. Y la gente dice, “Oh, bueno, así que volvemos al paraíso.” No, no, no. Lo que tenemos que entender es que lo que se logra en nuestra redención no es simplemente una restauración a donde Adán y Eva estaban antes de que cayeran, sino más bien un ascenso al estado que habrían logrado si hubieran tenido éxito en obedecer los términos del pacto. Así que no es que Cristo haga posible que volvamos a un estado de inocencia y luego tengamos que pasar por la prueba de nuevo y tal vez perderlo una vez más.
Pero de nuevo, la segunda confusión aquí es que debido a que este pacto se llama el pacto de obras y el otro se llama el pacto de gracia, tendemos a pensar que este primer pacto no tenía nada de gracia. Pero ten en cuenta que para que Dios establezca cualquier pacto con una criatura, para darnos cualquier promesa en cualquier condición que Él haga esa promesa, ya es un acto de gracia porque no se requiere que Dios, en virtud de la creación, prometa nada a sus criaturas. Cuando nos crea, somos los que tenemos la obligación, no el creador, y para que incluso nos ofrezca o nos prometa la vida eterna y esta felicidad de bendición que ofrece a Adán y Eva es ya un acto de gracia. Así que el punto es que el pacto de obras en sí se funda en la gracia.
Pero sin embargo la distinción sigue siendo significativa y la razón es esta: que una vez que el pacto de obras es roto y se infringe, si ese no es el fin (y no todos perecemos) y Dios nos da una nueva oportunidad para ser redimidos y Él exime a sus hijos Adán y Eva y los redime a pesar de su estado caído, lo hace sobre la base de una nueva promesa, la cual promete centrarse en la gracia porque es la promesa de que serán redimidos por otro. Que esa promesa es la promesa de redención por la intervención de Dios en la obra de Cristo.
Ahora, aquí es donde la confusión realmente se pone pesada. Las Escrituras nos dicen que somos salvos por gracia y lo entendemos. Y esa gracia se manifiesta porque somos salvos por medio de la persona y de la obra de Cristo. Y lo que Cristo hace para salvarnos es que se convierte en nuestro campeón. Se convierte en nuestro sustituto. Es presentado en el Nuevo Testamento como el nuevo Adán o el último Adán o el segundo Adán. El que ahora viene al mundo y se pone bajo la obligación y las estipulaciones del pacto original de obras. Como este nuevo Adán, vuelve a la situación en la que Adán y Eva estaban en el paraíso. Y esto está dramatizado, por supuesto, en la experiencia del desierto de Jesús, donde sufre los 40 días de tentación de Satanás. Pero ese no es el final.
A lo largo de toda su vida, está expuesto a esa tentación y por eso hago hincapié y seguiré haciendo hincapié en que no sólo somos salvos por la muerte de Cristo, sino también por la vida de Cristo, porque es en su vida de perfecta obediencia que Cristo cumple todos los términos establecidos en el pacto original de obras para que en el análisis final veamos que somos salvos por las obras. Dices, “Espera un minuto. Pensé que enseñamos la justificación sólo por fe”. Sí. Pero la justificación sólo por fe significa justificación al poner nuestra fe solo en Cristo, porque solo Cristo ha cumplido el pacto de obras. Todavía somos salvos por obras, pero no somos salvos por nuestras obras, sino por las obras de Cristo, por ende, el pacto de gracia no anula el pacto de obras; por el contrario, cumple los términos del pacto de obras.
Hace poco estaba dando una charla en la iglesia sobre la cruz y mencioné que a veces la gente piensa que el Antiguo Testamento tiene que ver con la justicia y la ira de Dios y que el Nuevo Testamento tiene que ver con su misericordia, gracia y amor. Y le recordé a la gente que el ejemplo más claro en cualquier parte de la Escritura de la ira de Dios y la justicia de Dios no se encuentra en el Antiguo Testamento, sino en el Nuevo Testamento – se encuentra en la cruz. Porque aquí la ira de Dios se derrama sobre Cristo y la justicia de Dios se satisface plena y completamente en este acto y, sin embargo, este acto que demuestra así la justicia de Dios es también al mismo tiempo el ejemplo más claro de la gracia de Dios que encontramos en las Escrituras porque esa ira es recibida por otra persona. Es recibida por nuestro sustituto que se somete a los términos del primer pacto y cumple con todas esas obligaciones para todos los que depositan su confianza en Él.
Así que el pacto de gracia y el pacto de obras, aunque es importante distinguirlos, van de la mano y juntos cumplen las promesas de Dios desde toda la eternidad.