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Transcripción
Continuamos con nuestro estudio de la ley de Dios, y hemos visto cómo la ley de Dios en el Antiguo Testamento es relevante para el cristiano del Nuevo Testamento y lo que haremos ahora es dar una exposición de los Diez Mandamientos, pasaremos por cada uno de ellos y profundizaremos en su significado y su aplicación para nuestras vidas. Así que hoy empezaremos con el primer mandamiento.
A veces la gente confunde el primer mandamiento con el gran mandamiento. El gran mandamiento, que se encuentra en Deuteronomio 6, es en esencia un resumen de toda la ley y tal vez recuerden cómo dice: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y a tu prójimo como a ti mismo». Pero ese es el resumen de la esencia de toda la ley del Antiguo Testamento.
El decálogo empieza con el primer mandamiento y tengo que decirles que hay cierto debate histórico sobre cuál es el orden de los mandamientos, particularmente con nuestros amigos luteranos. Parte de la confusión tiene que ver con el primer y el segundo mandamiento. Pero la forma en que lo leemos en Éxodo 20 es la siguiente: «Entonces Dios habló todas estas palabras diciendo: “Yo soy el Señor tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de la casa de servidumbre. No tendrás otros dioses delante de Mí”».
En la tradición histórica más amplia, las afirmaciones iniciales de este versículo incluyen el preámbulo o prólogo ofrecido cuando Dios entregó la ley, y por el cual es identificado, como el legislador: «Yo soy el Señor tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto» y luego tradicionalmente se supone que la parte final de ese versículo incorpora el primer mandamiento, que es: «No tendrás otros dioses delante de Mí».
A primera vista, esta ley parece simplemente declarar el monoteísmo ¿y qué entendemos por monoteísmo? El monoteísmo es la idea de que solo existe un Dios. En este punto es importante señalar que históricamente los estudiosos de la alta crítica, algunos críticos del Antiguo Testamento sostienen que los judíos, particularmente en el período patriarcal e incluso en la época del éxodo, cuando el decálogo fue dado a través de Moisés, no eran, estrictamente hablando, un pueblo monoteísta, sino que eran henoteístas H-E-N-O-T-E-Í-S-T-A-S.
Esto no significa que creían en un dios que era heno, y de ahí eran henoteístas, sino que el henoteísmo era una especie de transición entre el politeísmo pagano (politeísmo significa la creencia en muchos dioses) y un monoteísmo completo en el que la gente creía que solo existía un Dios. El henoteísmo, como ya he dicho, es una especie de forma híbrida entre esos dos o una forma de transición en la evolución de la religión. La teoría es que las religiones del mundo empezaron con un tipo primitivo de animismo donde la gente creía que los arbustos, los árboles y los animales estaban habitados por espíritus sagrados y estos espíritus tenían que ser aplacados y apaciguados a través de ofrendas y demás.
Luego se desarrolló en el tipo de politeísmo que encontramos en la religión egipcia o en la religión romana o en la mitología griega, donde había un dios de la guerra, un dios del amor, un dios de la cosecha y un dios para esto y un dios para aquello. Pero el henoteísmo, como punto de transición, creía que cada nación o pueblo tenía un dios que gobernaba supremamente sobre esa nación, pero que había muchos dioses. Había un dios para los judíos, un dios para los filisteos, un dios para los cananeos, pero aunque había muchos dioses, cada nación tenía una deidad particular que era su propio dios patrono, por así decirlo.
Los estudiosos de la alta crítica dicen que fue en la historia judía tardía que los judíos llegaron a la conclusión de que en última instancia solo había un Dios sobre toda la tierra y sobre todas las naciones y sobre todos los pueblos, pero mientras tanto los judíos tenían su deidad tribal que era Yahvé y Yahvé era adorado en oposición al dios Dagón, que era el dios de los filisteos o el dios Baal, que era el dios de los cananeos y demás. Por supuesto yo difiero de esta opinión crítica. El cristianismo clásico ortodoxo enseña que el concepto de monoteísmo se encuentra desde la primera página del Antiguo Testamento, donde se presenta la idea de un Dios que no es simplemente Señor de un pueblo determinado o de una nación concreta, sino que es el Creador del cielo y de la tierra y de todo lo que hay en Él y así.
Pero cuando llegamos al primer mandamiento, éste dice: «No tendrás otros dioses delante de Mí». Claramente esto es una prohibición contra la práctica del politeísmo o de la idolatría, pero de nuevo, algunos pueden decir que está bien que el primer mandamiento te permita tener una multiplicidad de dioses y diosas siempre y cuando le des la supremacía más alta al Señor Dios, es decir que adores a Yahvé y siempre y cuando Él sea el rey de los dioses, como lo era Zeus, entonces está bien tener deidades menores esparcidas entre esta religión. Pero ese no es el punto.
El punto aquí es que cuando la ley dice, «No tendrás otros dioses delante de Mí», el «delante» no significa «delante de mí en cuanto a rango», sino que la referencia aquí simplemente significa que Dios está diciendo, «no se te permite tener dioses delante de mí. Eso es delante de mi cara, en mi presencia», lo cual, cuando consideramos el concepto bíblico de que la presencia de Dios es universal y que Él es omnipresente, ¿dónde se permitiría tener otros dioses? En ninguna parte. Lo que realmente se está diciendo aquí en el primer mandamiento es que Dios dice que simplemente no se te permite tener ningún otro dios, punto. Dios no permitirá que Su gloria y Su nombre sean compartidos con nada en el orden creado, que Dios y solo Dios debe ser el Señor de las naciones, el Señor de la gente y solo Él debe ser adorado.
Cuando Calvino dio su exposición de la ley en las Instituciones, aisló cuatro elementos que están incluidos dentro de esta prohibición de tener cualquier otro dios en la presencia del Dios verdadero, y estos cuatro elementos son estos: El principio básico es que nada de lo que pertenece propiamente a Dios mismo debe ser asignado o atribuido a ninguna otra cosa, y que estos cuatro elementos que pertenecen a Dios exclusivamente son estos: Número uno, los escribiré y luego los explicaré un poco, adoración; número dos, confianza; número tres invocación y número cuatro acción de gracias. Estos son los cuatro elementos que pertenecen exclusivamente a Dios.
En primer lugar, adoración. En toda la Escritura y en particular el Antiguo Testamento, prima el hecho de presentarse ante el Señor Dios con espíritu de reverencia, de alabanza, de honor y, sobre todo, de adoración y que es deber de toda persona adorar al Dios que es, y que adorar significa atribuirle el honor y la gloria que le son debidos a Él y a Su nombre. Mientras profundizamos en esto y vemos sus implicaciones más amplias, está claro que lo que se contempla en el Antiguo Testamento, tanto en el primer como en el segundo, así como en el tercer mandamiento, es una prohibición enérgica y vehemente contra cualquier forma de idolatría; si tuviera que resumir el problema que Israel tuvo en su historia, en el Antiguo Testamento, el mayor problema, el problema de raíz de la religión israelita era el coqueteo constante con los ídolos.
Si vemos el primer capítulo de Romanos en el Nuevo Testamento, veremos al apóstol Pablo enseñando que el pecado fundamental, primordial, no solo de Israel sino de toda la humanidad, es el pecado de la idolatría, por el cual la gloria de Dios, la gloria que le pertenece correcta y exclusivamente a Él es cambiada por una mentira y la gente empieza a adorar y servir a la criatura en lugar de al Creador. Es la adoración de criaturas lo que está en el corazón de la idolatría y debemos tener cuidado aquí porque tenemos una tendencia a pensar en la idolatría simplemente en términos burdos de inclinarse ante un ídolo, como el becerro de oro o a la madre tierra o algo así en términos muy primitivos.
Pero en la dimensión más profunda de esto, la idolatría ocurre cuando cualquier atributo de Dios mismo es despojado de Su gloria y reemplazamos al Dios bíblico con un dios que creamos a nuestra propia imagen. Por ejemplo, cuando vemos la revelación bíblica del carácter de Dios y vemos que Su naturaleza es totalmente santa y que es un Dios de rectitud pura, que es un Dios de justicia así como un Dios de misericordia, que es un Dios de ira así como un Dios de gracia y un Dios de amor y todos estos atributos que son parte de lo que Él es.
Si empezamos a jugar con estos aspectos y a articular un concepto de Dios por el cual lo despojamos de Su soberanía o lo despojamos de Su santidad o lo despojamos de Su omnipotencia o lo despojamos de Su inmutabilidad (despojos que ocurren todos los días en el ámbito de la teología), estamos en esencia cambiando la gloria de Dios y la verdad de Dios por una mentira. Y dejamos de honrar a Dios como Dios; y esa es la acusación de Pablo en Romanos 1. La razón por la cual Pablo habla de la ira de Dios revelada contra todas las naciones y todas las personas es por nuestra tendencia a hacer justamente eso, quitarle la verdadera gloria al carácter de Dios y no adorar al Dios que es.
Me atrevo a decir que todos nosotros, en mayor o menor grado, pero ciertamente en alguna forma, permitimos que elementos de idolatría se inmiscuyan en nuestra fe y en nuestra religión. Si no nos gustan ciertos aspectos de la existencia de Dios y borramos esos elementos o atributos de Su carácter y nos oponemos a ellos, entonces el Dios al que estamos adorando no es el Dios verdadero. El Dios verdadero es el Dios que se revela en las Sagradas Escrituras. Es el Dios de la soberanía, de la santidad, de la justicia y todo lo demás.
Recuerdo haber tenido una discusión en una iglesia sobre la ira de Dios y una mujer estaba muy preocupada y dijo: «Dr. Sproul, yo no creo que haya ira en Dios. Mi Dios es un Dios de amor» y le dije: «Mi Dios es un Dios de amor también, pero ¿de dónde sacaste la idea de que Dios es un Dios de amor?». Obtenemos esa idea de la clara manifestación del carácter de Dios a través de las Escrituras. Es la misma fuente que nos dice que este Dios amoroso también es capaz de tener ira y no podemos tan solo escoger y elegir los atributos que nos gustan de Dios. Eso es, en esencia, hacer lo mismo que hacen los politeístas cuando tienen su dios patrón del amor o su dios de la guerra o su dios de esto o su dios de aquello, pero la religión verdadera significa adorar a Dios tal como es.
Una advertencia ahora a los pastores: Como parte de las implicaciones más amplias de este mandamiento, se nos exige que prediquemos y enseñemos todo el consejo de Dios. Si nos abstenemos de proclamar todo el carácter de Dios tal como se nos presenta en las Escrituras, estamos participando en este tipo de idolatría y estamos violando el primer mandamiento.
En segundo lugar, no solo hay que adorar a Dios y a Dios solamente, sino también confiar. Lo que Calvino quiso decir con esto no es que no se nos permita confiar en las personas a nivel humano y confiar en que la lluvia caerá, sino que en última instancia la confianza a la que nos sujetamos o a la que nos aferramos para nuestra redención, para nuestra salvación, debe estar en Dios. ¿En qué confías para tu salvación? ¿Confías en ti mismo? ¿Confías en la iglesia? ¿Confías en tus amigos? ¿Confías en tu trabajo? ¿O confías exclusivamente en Dios, que es el único digno de confianza en sentido máximo? Por tanto, el objeto de nuestra confianza debe ser exclusivamente Dios.
En tercer lugar, la invocación. Lo que se quiere decir aquí es que «invocar» significa «llamar» y ¿a quién llamamos para nuestro consuelo, para nuestro rescate, para nuestra realización como seres humanos? ¿Decimos que creemos en Dios y que confiamos en Dios y que adoramos a Dios, pero luego apelamos a las estrellas o a nuestros antepasados o a algún otro organismo para que nos redima? Nuestra invocación, nuestra confianza en la ayuda debe ser una confianza, en última instancia, en la ayuda de Dios, de cuyo cuidado dependemos.
En cuarto lugar, es el principio de la acción de gracias. De nuevo, si los llevo de vuelta al primer capítulo de Romanos, Pablo dice que Dios se revela a través de la creación, que los hombres restringen esta verdad con injusticia y se involucran en esta idolatría y él los condena de dos males particulares. En primer lugar, la negativa a honrar a Dios como Dios, y además, dice Pablo, «ni le dieron gracias». De modo que podemos decir que los pecados primarios gemelos de una raza caída son los pecados de negarse a adorar, honrar y alabar a Dios y la negativa a ser agradecidos a Dios… y lo hacemos cada vez que murmuramos y nos quejamos de nuestra situación en este mundo.
A veces albergamos en nuestros corazones la idea de que Dios no está siendo realmente justo, que merecemos una mejor suerte de la que disfrutamos hoy y que el problema en última instancia reside en Dios y nos centramos en todos nuestros problemas y en todas nuestras dificultades y empezamos a pensar que Dios ha sido injusto con nosotros en lugar de cantar Sublime gracia y comprender que toda dádiva buena y perfecta que disfrutamos en esta vida viene de Dios y que por cada beneficio que recibimos de Su mano, deberíamos responder rápidamente con acción de gracias, con alabanza y con honor. Pero si somos desagradecidos, estamos violando el primer mandamiento porque no estamos manteniendo al Dios que es tan rico en Su misericordia y Su bondad, frente a nuestros ojos. No lo estamos adorando con la alabanza de nuestra acción de gracias y de nuestra gratitud.
Estas son solo algunas de las formas en que el primer mandamiento puede ser violado, pero el corazón y el alma del primer mandamiento significa simplemente que la verdadera religión se centra en Él, en Dios y se centra en Él en Su excelencia, en Su majestad y Su gloria, no solo por lo que puede hacer por nosotros y por los beneficios que podemos obtener de esta relación, sino más bien que tenemos una pasión por ver el honor y la gloria y la majestad de Dios en el tiempo.
CORAM DEO
Permíteme preguntarte hoy cuán importante es para ti, de manera práctica en tu vida diaria, el no poner absolutamente nada antes que a Dios. ¿Cuán importante es para ti vivir toda tu vida coram Deo, ante el rostro de Dios, en la presencia de Dios, bajo la autoridad de Dios, para la gloria de Dios? El fin para el que hemos sido creados es Dios: que Él sea todo en todos. Recordamos la oración de Agustín: «Oh Señor, nos has creado para ti y nuestros corazones están inquietos hasta que encuentren su descanso en ti».
No fuimos creados simplemente para nuestra labor, para nuestro trabajo, para nuestra salud, para nuestra felicidad, para nuestros matrimonios, para nuestras relaciones humanas. Todo eso forma parte de las riquezas de la vida tal como la conocemos, pero el fin último para el que fuimos creados fue glorificar a Dios y por eso el primer mandamiento nos llama a detenernos, justo ahí. Dice: «Un momento. Número uno, no tendrás otros dioses delante de mí». Dios es celoso en el sentido de ser cuidadoso con Su nombre y de que hemos sido creados para Su gloria. Esa es nuestra misión. Ese es nuestro destino. Ese es el propósito por el que respiramos.