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Transcripción
Estamos estudiando los usos de la ley del Antiguo Testamento en la vida del cristiano del Nuevo Testamento. Hemos estado considerando el triple uso o función de la ley del Antiguo Testamento y el primer uso es que la ley funciona como un espejo. Nos vemos en ese espejo y al observar la ley de Dios, nos damos cuenta de los defectos y las fallas en nuestro propio carácter, las manchas que contaminan nuestras almas; y en segundo lugar vimos que la ley funciona como un freno a nuestra maldad para mantener algunas de nuestras pasiones bajo control debido a la rienda que se coloca, por así decirlo, entre nuestros dientes.
El tercer uso de la ley es quizás el más importante y yo resumo el tercer uso de Calvino llamándolo el «carácter revelador de la ley». Por supuesto, el primer uso implica el carácter revelador de la ley en la medida en que la ley nos revela el carácter de Dios, cómo es la justicia verdadera, la norma y estándar verdadero de comportamiento. Pero me refiero a otra dimensión de la revelación que nos llega por la ley de Dios.
El salmista del Antiguo Testamento llamó a la ley la luz o lámpara para nuestros pies y para nuestros caminos, porque la ley arroja luz sobre lo que es agradable a Dios. Una pregunta con la que los cristianos lidian todo el tiempo es: «Oh Dios, ¿qué quieres que haga? ¿Cómo puedo servirte?». Nos sentimos presionados por todo tipo de normas y estándares subculturales cristianos que a veces tienen poco o nada que ver con la voluntad de Dios. Todos tenemos nuestras pequeñas reglas y normas que definen la experiencia cristiana.
Lo esencial para el cristiano no es: «¿Qué quiere mi iglesia que haga?», o «¿Qué quiere mi grupo de comunión que haga o mi compañero de rendición de cuentas que haga?». ¿Qué es lo que Dios requiere de mí? ¿Qué es lo que estoy llamado a hacer para agradar a Dios? Podemos discutir sobre los asuntos técnicos de hasta qué punto tanto por la ley como por pacto nos encontramos bajo los estatutos del Israel del Antiguo Testamento, pero un asunto es ciertamente claro en el nuevo pacto: que las personas que están en Cristo han sido redimidas en primer lugar de la maldición de la ley.
Saben que no pueden ser redimidos contando con sus buenas obras o con su obediencia, sino que han sido redimidos para justicia y que la meta de la vida cristiana es la justicia y ¿cómo sabemos dónde está la línea de meta? ¿Cómo sabemos cómo luce la justicia si ignoramos la revelación más clara y brillante de esa justicia, que se encuentra en la ley de Dios? ¿Por qué dice David: «Cuánto amo tu ley»? David fue descrito como un hombre conforme al corazón de Dios. Quería agradar a Dios. Su deleite estaba en la ley del Señor porque su deleite estaba en el Señor y quería aprender cómo complacer a Dios.
Si un cristiano me dice: «No me importa la ley del Antiguo Testamento», equivale a decir: «No me importa agradar a Dios» y ¿es siquiera posible que una persona sea regenerada, que una persona esté verdaderamente en Cristo y no tenga ninguna preocupación en su alma o en su corazón por hacer lo que agrada a Dios? Jesús lo explicó. Él dijo por un lado, «Si ustedes me aman, guardarán Mis mandamientos» y yo sigo diciendo que creo que es el argumento más aterrador que Jesús dijo alguna vez, cuando al final de Su exposición del significado más profundo de la ley de Dios que Él dio en el Sermón del monte y de eso se trataba el Sermón del monte.
El Sermón del monte fue un sermón sobre los Diez Mandamientos. El Sermón del monte fue sobre los mandamientos más amplios que Cristo está explicando sobre la ley de Dios y el momento culminante de ese sermón viene cuando Jesús da una advertencia, diciendo: «Muchos me dirán en aquel día: “Señor, Señor, ¿no hicimos esto en tu nombre? ¿No hicimos aquello en tu nombre?”, etc. y yo les diré: “Apártense de mí. Jamás los conocí”».
Gente que reclama una relación íntima con Cristo, una experiencia evangélica con Cristo; y Jesús expresó que les dirá: «Por favor, márchense. No sé quiénes son, ustedes que practican la iniquidad». Esa es una terrible, terrible acusación de antinomianismo en cualquiera de sus manifestaciones, que aquellos que Jesús se negará a reconocer son los que desprecian la ley de Dios. Para Jesús, obedecer a Dios era su vida. Era su comida y su bebida. El celo por la casa de Su Padre lo consumía. ¿Crees que Él se deleita en aquellos que desprecian lo que Él ama?
¿Qué significa cuando el Nuevo Testamento nos llama a crecer hasta la madurez en Cristo, a conformarnos a la imagen de Cristo y a buscar la mente de Cristo? Tener la mente de Cristo es pensar como Cristo para poder actuar como Cristo. ¿Acaso no nos llama el Nuevo Testamento a la imitatio Christi, a la imitación de Cristo y la idea que Pablo expone es que debemos imitar a Cristo como Cristo imitó al Padre. ¿Cómo lo hizo? Por Su obediencia perfecta y debemos imitar el celo de Jesús por agradar al Padre.
Si queremos saber lo que es agradable a Dios, ¿qué mejor lugar para buscar que en Su ley, porque la ley revela lo que Dios quiere que Su pueblo haga? No se amerita un conocimiento especial para ello, y si nos apresuramos a desechar la ley de Dios, ¿qué dice eso sobre la naturaleza de nuestro afecto íntimo por Cristo y por Dios?
Una vez más, vuelvo a la exclamación del salmista: «¡Cuánto amo Tu ley!». Ama la ley, no por amor a algo abstracto, sino porque ama al Dios de la ley, cuya voluntad y carácter se revelan. Es decir, la ley revela la voluntad preceptiva de Dios. Revela lo que Dios quiere que la gente haga y lo que no, y en ese sentido tiene una importancia tremenda para nosotros ahora.
Hay algo en la forma en que se da la ley que es sumamente importante que comprendamos. En el decálogo, es decir, en los Diez Mandamientos, que es una especie de carta magna de toda la ley del Antiguo Testamento, tenemos una forma de ley que se denomina «apo» A-P-O, «díctica» D-I-C-T-I-C-A, «ley apodíctica» y esa forma de ley, esa forma, apodíctica se distingue de lo que llamamos «casuista». Estos términos pueden resultarte totalmente extraños. No dejes que te asusten. Vamos a intentar entenderlos.
Empecemos primero por el segundo: el derecho casuista. Quizá nunca hayas oído el término «casuista». Quizás lo has escuchado como el sustantivo «casuística» o si no, seguro que has oído el término «jurisprudencia», que se refiere a casos legales. Ves un juicio por televisión y oyes a los abogados argumentar su caso y puede que el juez vea a los abogados y les diga: «Cítenme algunos casos. Cítenme algún precedente» y ellos dirán: «Bueno, en Jones contra el estado de Nevada en 1976 la decisión del tribunal fue tal y tal». Va y hace que sus asistentes jurídicos busquen todos los casos que han tratado incidencias similares que están ante el tribunal en esta ocasión.
Pues bien, la Biblia contiene mucha jurisprudencia en el Antiguo Testamento y la forma literaria en que suele presentarse es lo que llamamos el «estilo si-entonces» si-entonces y dice algo así: «Si tu buey pisotea el campo de trigo de tu vecino, entonces tienes que pagar los daños y perjuicios». ¿Ves ese «si»? El código de leyes de Israel podría continuar diciendo: «Y si tu burro pisotea el campo de trigo de tu vecino o si tu asno pisotea el campo de cebada de tu vecino…» y podríamos tener una Biblia tan grande como una casa si tuviéramos leyes específicas para gobernar cada tipo concebible de agravio o transgresión, ¿no?
Pero en lugar de eso, lo que la Biblia da son ejemplos, presenta casos ejemplares, de modo que entonces un juez diría: «Bueno, si la ley dice que si un buey pisotea el campo de trigo se deben pagar tales y tales daños, puedo obtener una pauta de cómo emitir un veredicto de justicia si es el burro de alguien que pisotea el campo de trigo de otra persona. ¿Lo ves? Así que eso es lo que se llama «derecho casuista», jurisprudencia, ejemplos concretos, particulares.
La jurisprudencia simplemente desarrolla y detalla las implicaciones de la ley más fundacional y fundamental que rige al pueblo, que es la ley apodíctica y se comunica en el estilo literario del mandato o prohibición personal y tiene la fuerza del absoluto moral: «No tendrás otros dioses delante de Mí» o «No codiciarás, hurtarás, matarás, cometerás adulterio, darás falso testimonio». Estos son los preceptos fundacionales que gobernaban la tierra. Eran la Declaración de derechos de Israel.
Me pregunto cuántos libros harían falta para imprimir todas las leyes que ha promulgado el Congreso de los Estados Unidos desde su creación. Me pregunto cuántos volúmenes harían falta para escribir las leyes que se han promulgado en los últimos diez años. Algunos analistas dicen que somos una sociedad excesivamente gobernada y que ha habido tal proliferación de leyes, hay tantas leyes que hemos llegado al punto de no respetar ninguna de ellas. Pero esa es otra historia.
Hemos visto una situación en nuestro país en la que si un Estado promulga una ley, un estatuto y alguien no cree que la ley sea justa, ¿tiene algún recurso? ¿Puede la persona poner a prueba la validez de esa ley con una norma más estricta? ¿Qué ocurrió en el movimiento por los derechos civiles en la historia de Estados Unidos cuando los Estados tenían derechos discriminatorios contra grupos étnicos que hacían ilegal que las personas de color se sentaran en la parte delantera del autobús o que utilizaran las mismas instalaciones públicas que los blancos?
Esas eran leyes y cuando esa señora subió a ese autobús y se sentó en la parte delantera del autobús, estaba infringiendo la ley. ¿Por qué la gente hacía eso? Querían contrastar la ley local, el estatuto, con una norma superior y la norma era la Constitución de los Estados Unidos. El objetivo de la Suprema Corte es decidir si determinadas leyes promulgadas por el Gobierno federal o por los Estados se ajustan a las normas básicas de justicia adoptadas inicialmente. Si lo hacen de forma coherente es otro asunto. No creo que lo hagan, pero para eso fueron diseñadas.
Ese es su propósito: evaluar las leyes particulares a la luz de las absolutas, pero hoy vivimos en una sociedad en la que estamos llegando rápidamente a la conclusión de que no hay leyes absolutas, ni siquiera en la constitución. Pero quiero que entendamos que el formato de los Diez Mandamientos es apodíctico y lo otro que quiero que entendamos antes de sumergirnos en una explicación de esos Diez Mandamientos, que empezaremos en nuestra próxima sesión, es que la forma, otro aspecto de la forma de la ley, es que la forma es elíptica, elíptica.
Es decir, hay una elipse y la forma en que esta palabra de la geometría se aplica a la gramática es cuando se hace una declaración con una oración y algo no se dice directamente, sino que se asume tácitamente y puede insertarse legítimamente en la declaración. Lo llamamos enunciado elíptico. El carácter elíptico principal de la ley de Dios es éste y lo aprendemos observando detenidamente cómo Jesús expone los Diez Mandamientos en el Sermón del monte que, en primer lugar, cuando la ley de Dios prohíbe algo, al mismo tiempo que está prohibiendo algo, está silenciosa, tácita, elípticamente ordenando lo contrario; y cuando ordena algo, al mismo tiempo está prohibiendo tácitamente lo contrario.
Por ejemplo, en términos sencillos, cuando el primer mandamiento dice: «No tendrás otros dioses delante de Mí», el mandamiento tiene una connotación negativa: «No tendrás». No puedes tener dioses delante de mí. ¿Qué es lo opuesto? Lo opuesto sería tener dioses delante de Él. Así que obviamente, lo que se está expresando tácitamente aquí es que debemos dar toda nuestra devoción singular y consistentemente a Dios y solo a Dios. Se vuelve un poco más complejo o sutil cuando decimos: «No matarás o no asesinarás». ¿Qué dice eso sobre la obligación de un ser humano de hacer esfuerzos positivos en favor del bienestar de la vida de las personas?
Lo que Jesús explica es que la ley «no matarás» no significa simplemente que no te está permitido asesinar, sino que significa todo, desde «no asesines» hasta «promueve la vida». Muestra las implicaciones más amplias diciendo: «La prohibición contra el asesinato significa que no te está permitido enfadarte con tu hermano sin causa justificada. No debes odiar a tu hermano», pero en el lado positivo del balance incluye el mandamiento tácito de trabajar por el sustento y el bienestar de toda vida humana. No es solo una negación del asesinato; es una declaración a favor de la vida. ¿Lo ves?
Eso es lo que entendemos por carácter elíptico, donde al mismo tiempo que la ley prohíbe un aspecto en particular, está mandando a hacer positivamente lo opuesto. Así que, «No codiciarás» significa, «serás generoso». De la misma manera, si Dios hubiera dicho, «serás generoso», eso significaría: «No seas tacaño». Los opuestos están incluidos allí porque no podemos obedecer lo que se declara explícitamente si estamos haciendo lo contrario. Así que con eso en mente, que la ley viene en forma de estructura literaria apodíctica, en forma de una obligación personal absoluta, —lo que debes y lo que no debes hacer— y que viene con este carácter elíptico que Jesús nos explica. Es importante saberlo antes de empezar en nuestra próxima sesión con el primer mandamiento.
CORAM DEO
Alguna vez has hecho la pregunta, «¿Cuál es la voluntad de Dios para mi vida?». No puedo imaginar a un cristiano siendo cristiano por mucho tiempo sin hacer esa pregunta. Creo que todos hemos sido perseguidos por esa pregunta en más de una ocasión y como he dicho antes, esa es la pregunta que recibo de la gente más que cualquier otra pregunta individual: «¿Cómo puedo saber la voluntad de Dios para mi vida?».
Mi respuesta suele decepcionarles. No les indico que lean su horóscopo. No les indico que busquen una dirección mística. No les indico que pongan vellones. Digo: «Si de verdad quieres conocer la voluntad de Dios para tu vida, medita en la ley de Dios día y noche», porque cuanto más entendemos los principios de Dios, cuanto más entendemos la revelación que nos ha dado, más clara será Su voluntad para nuestras vidas.
Me recuerda la historia del obispo de Australia que tenía un joven párroco que trabajaba en la iglesia y un día entró y no se había afeitado. El obispo lo vio y le dijo: «Jovencito, ¿por qué no te afeitaste antes de venir a trabajar hoy?». Él respondió: «Bueno, todas las mañanas me levanto y espero la guía del Espíritu. Si el Espíritu me guía a afeitarme, me afeito; si el Espíritu no me guía a afeitarme, no me afeito. Y esta mañana el Espíritu no me guio a afeitarme».
Él dijo: «Bueno, ¿por qué no le ahorras al Espíritu tiempo y energía y a ti mismo mucho tiempo de oración y energía, y desde este día en adelante vives sencillamente bajo el principio que vas a estar limpio cuando estés delante de la gente a la que ministras y que vas a estar bien afeitado? No necesitas una revelación sobrenatural para eso».