Recibe la guía de estudio de esta serie por email
Suscríbete para recibir notificaciones por correo electrónico cada vez que salga un nuevo programa y para recibir la guía de estudio de la serie en curso.
Transcripción
Hemos visto la orientación temporal de la Cena del Señor con respecto al pasado, cuando recordamos lo que Cristo llevó a cabo en la cruz, y también con respecto al futuro, con la forma en que la Cena del Señor nos señala la fiesta de las bodas del Cordero en el cielo; pero la pregunta sigue siendo, ¿qué pasa ahora? ¿Qué hay del significado actual de la celebración de la Cena del Señor? Y es en ese punto que la gran mayoría de las controversias que han surgido a lo largo de la historia de la iglesia han centrado su atención.
La mayoría de los informes en la historia de la iglesia favorecen la presencia real de Cristo en la celebración de la Cena del Señor para que cuando nos reunamos a la mesa, estemos en una verdadera comunión con Él. Y, por supuesto, no todos creen eso, que hay una manera especial en la que Él está presente en la Cena del Señor, pero claramente es así que piensa la mayoría. Pero es solo en cuanto a eso que la mayoría está de acuerdo, porque el verdadero problema es el modo de esa presencia. ¿De qué manera está presente Cristo en la mesa del Señor?
Parte del asunto de entender el cómo de Su presencia, está relacionado con las palabras que usó en su institución. En los tres evangelios sinópticos que nos dan la narración histórica del relato de las palabras de Cristo sobre la institución de este sacramento, los tres tienen a Jesús diciendo: «Esto es Mi cuerpo». Ahora, la pregunta que ha surgido en las controversias, históricamente, se centra en esta palabra «es». ¿Cómo se debe entender este «es»? Y aunque podamos reírnos con algún tipo de cinismo sobre las diversas formas en que se puede usar el verbo «ser», recordando la famosa expresión del presidente Clinton: «Depende de lo que es: “es”».
Hay controversias reales en las que el resultado del debate se basa en cuál es el significado de «es» porque en el español, la palabra «es» es de hecho parte del verbo «ser» y, por lo general, pensamos en este verbo «ser» como un verbo de enlace que sirve como una cópula, de la cual se deriva la palabra «copular», dicho sea de paso. Una «cópula» es aquella situación gramatical en la que el verbo «es» representa una identificación entre el sujeto y el predicado, de modo que cuando se dice que algo «es» otra cosa, el verbo sirve básicamente como una marca igual en la que se puede invertir el predicado y el sujeto sin perder ningún significado.
Por ejemplo, si decimos: «Un soltero es un hombre no casado», no hay nada en el predicado que no esté ya presente en la noción de soltero en el sujeto, y por lo tanto hay un signo de igual. Podríamos invertirlos y decir: «Un hombre no casado es soltero». Pero además de este uso del verbo «ser», también está el uso metafórico, donde el verbo «ser» o la palabra «es» en este caso, puede significar «representa». Entonces, tienes, por ejemplo, en las declaraciones de Jesús que se encuentran en el Evangelio de Juan, donde Jesús dice: «Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. Yo soy el buen pastor. Yo soy la Puerta por la que los hombres deben entrar. Yo soy el camino. Yo soy la verdad. Yo soy la vida», y otros más, donde Él usa estas expresiones unidas al verbo «ser».
Queda claro, de cualquier lectura de esos textos, que lo que Jesús está haciendo aquí es usar el sentido representativo del verbo «ser» de una manera metafórica. Cuando Él dice: «Yo soy la puerta», Él no está diciendo burdamente que donde tú tienes piel, Él tiene algún tipo de barniz para madera, y donde tú tienes brazos, Él tiene bisagras, o algo tan absurdo como eso. Lo que quiere decir es que «yo funciono», metafóricamente, «como un portal, un punto de entrada al reino de Dios. Si quieres entrar en el reino de Dios, tienes que venir a través de mí, así como quieres entrar en una habitación, tienes que pasar por la puerta».
Y así vemos a Jesús usando el verbo en otros contextos, donde Él no indica una identidad; y así, cuando se llega a las palabras de la institución de la Cena del Señor, la pregunta obvia es ¿cómo es que «es» se está usando aquí? ¿Cuál es el significado de «es» en este contexto? ¿Está Jesús diciendo: «Este pan que estoy partiendo ahora es realmente mi carne? ¿Esta copa de vino que he bendecido, realmente es mi sangre»? ¿De modo que cuando la gente estaba bebiendo ese vino, en realidad estaban bebiendo Su sangre, y cuando estaban comiendo el pan, en realidad estaban comiendo Su carne, Su cuerpo físico? De eso se trata esta polémica.
Y recuerda que en la comunidad romana del primer siglo, los cristianos fueron acusados del delito de canibalismo porque los rumores decían que los cristianos se reunían en secreto, como en las catacumbas, devorando el cuerpo de alguien y bebiendo la sangre de esa persona. Así que la idea de una conexión real entre el pan y la carne, el vino y la sangre ya había aparecido bien temprano en la historia de la iglesia.
En el siglo XVI, donde los luteranos y los reformados, que estaban de acuerdo en tantas cosas pero que no podían llegar a una unidad completa, encontraron que la barrera que los mantenía separados era principalmente su comprensión de la Cena del Señor, porque Lutero insistía en el significado de identidad de la palabra «es» aquí, y él, en medio de las discusiones, repetía una y otra vez la frase latina: «Hoc est corpus meum», «Este es mi cuerpo», porque en la misa, que era en latín, las palabras de institución, por supuesto, se pronunciaban en latín: «Hoc est corpus meum».
Por cierto, así es como llegamos al término popular «hocus pocus (abradacabra)» porque la gente no entendía lo que el sacerdote estaba diciendo en latín durante la misa, y ellos decían: «Esto es mucho «abracadabra». Solo, escuchaban el «hoc est», y al no entenderlo, decían que era «abacadabra», pero esa es otra historia.
En todo caso, una de las principales controversias del siglo XVI tuvo que ver con la comprensión católica romana de la Cena del Señor, porque la Iglesia católica romana, en ese entonces, y ahora, en ese entonces enseñó y continúa enseñando, la doctrina de la transubstanciación –transubstanciación. Y, esta es la postura de que la substancia del pan y del vino es transferida sobrenaturalmente —o transferida, mejor dicho, transformada sobrenaturalmente — en el cuerpo real y la sangre real de Jesús.
Ahora, la razón detrás de la manera en que está formulado es porque la gente viene a la iglesia, y ven pan, y ven vino. Las personas escuchan la oración de consagración, y luego participan del pan y del vino; e incluso después de que la oración de consagración ha tenido lugar, para el observador, para el que está experimentando la Cena del Señor, todavía se ve como pan, y todavía sabe a pan, y si lo dejaras caer al suelo, sonaría como pan; huele a pan, y se siente como pan; no parece carne, no huele a carne. En otras palabras, los cinco sentidos, cuando observan o perciben los elementos del pan y el vino, antes de la oración de consagración y después de la oración de consagración, no hay diferencia perceptible.
De modo que la persona puede rascarse la cabeza y decir: «Bueno, me estás hablando de un milagro, pero seguro que no parece que haya ocurrido un milagro aquí porque las cosas se ven exactamente de la misma manera que antes». Con miras a lidiar con este problema, la iglesia ideó una fórmula, en realidad, no sólo una fórmula teológica, sino una fórmula filosófica para explicar el fenómeno de que el pan y el vino mantienen su apariencia, y se remontaron al pasado a las categorías filosóficas de Aristóteles y tomaron prestado el lenguaje de Aristóteles para articular su postura.
Tomemos unos momentos para volver a las categorías aristotélicas. Aristóteles estaba muy preocupado por la naturaleza de la realidad, e hizo una distinción de los objetos, objetos reales, entre lo que él llamaba su «substancia» o su «esencia», la materia verdadera que hace que una cosa sea lo que es, su esencia real, y lo que él llamaba en latín los «accidens», que no eran accidentes: como los accidentes automovilísticos involuntarios o algo por el estilo, sino que por accidens se refería a las cualidades externas perceptibles de una cosa.
Si tuvieras que describirme, me describirías en términos de mi peso, en términos de mi altura, tal vez la ropa que llevo puesta, mi peinado, el color de mi cara, el color de mis ojos. Pero en todas esas descripciones, estás restringido a lo que puedes ver de mí, a las cualidades externas perceptibles. No sabes lo que soy en mi esencia personal. No conozco la esencia de la tiza; solo veo la forma cilíndrica, la dureza que siento, y veo la blancura como el color. Esas son todas las cualidades externas perceptibles.
Ahora, Aristóteles creía que cada objeto tenía su propia substancia, y cada substancia tenía sus accidentes correspondientes. Si tuvieras la substancia de un elefante, también tendrías los accidentes de un elefante. Para Aristóteles, si parecía un pato, caminaba como un pato y graznaba como un pato, era un pato, porque la esencia de ser pato siempre produce los accidentes de ser pato, y cada vez que miras los accidentes de ser pato, sabrás que debajo de la superficie, aquello que no ves, está la esencia de ser pato, por así decirlo.
Así que en su intento filosófico de definir la diferencia entre la percepción superficial y la realidad profunda, la iglesia tomó prestadas estas categorías y dijo que en el milagro de la misa, un doble milagro se lleva a cabo. Por un lado, la substancia del pan y del vino se transforma en la substancia del cuerpo y de la sangre de Cristo, mientras que los accidentes permanecen igual. ¿Qué significa eso? Eso significa que antes del milagro, tienes la substancia del pan y los accidentes del pan, tienes la substancia del vino y los accidentes del vino, pero después del milagro, ya no tienes la substancia del pan o la substancia del vino. En cambio, tienes la substancia del cuerpo y de la sangre de Cristo, pero los accidentes del pan y del vino aún te quedan. Así que tienes los accidentes del pan y los accidentes del vino sin su substancia.
Y el segundo milagro es que tenemos la substancia del cuerpo y la sangre de Cristo sin los accidentes de la carne y la sangre, así que ahí es donde vemos el doble milagro. De modo que tienes la substancia de una cosa y los accidentes de otra, que es algo que, por supuesto, Aristóteles nunca tuvo en cuenta en términos de naturaleza. Pero esa se convirtió en la formulación oficial de la Iglesia católica romana, cuya fórmula, por cierto, fue objeto de un profundo ataque, no solo en la Reforma del siglo XVI, sino desde dentro de la Iglesia católica romana, desde el ala progresista de la Iglesia católica en Europa Occidental en la década de los años sesenta, a finales de los años cincuenta y principios de los cincuenta, en especial en Alemania y en Holanda.
El teólogo católico romano holandés llamado Edward Schillebeeckx ——no trates de deletrearlo, es casi indeletreable— publicó una obra llamada «Christus, the Ontmoeting of God», eso es: «Cristo, el sacramento de Dios en el encuentro», donde introdujo una nueva idea en la que decía que lo que sucede en el milagro de la misa no es una transformación mágica o sobrenatural de la substancia de una cosa en la substancia de otra; no era transubstanciación según Schillebeeckx, sino transignificación, lo que sucede en la misa es que los elementos del pan y el vino adquieren ahora un significado celestial. Hay un cambio real en el significado de los elementos, aunque la naturaleza de los elementos sigue siendo la misma.
Fue apoyado por el catecismo holandés y algunos otros teólogos progresistas en ese momento, y creó una gran controversia dentro de la Iglesia católica romana; y el precepto básico que estos teólogos defendían era este: que la enseñanza de la iglesia en cuanto a su contenido permanece inmutable; la verdad de Roma es inmutable, nunca cambiará, pero la forma en que esa verdad se comunica o se formula está sujeta a cambios. Entonces dicen, todavía podemos hablar del milagro de la misa, pero no tenemos que articularlo en términos aristotélicos o según las formulaciones antiguas.
Y esa fue la postura que estas personas adoptaron, a lo que el Papa respondió en 1965 con una importante encíclica. Pío Pablo VI publicó una encíclica titulada «Mysterium Fidei», «El misterio de la fe», donde él responde a este asunto y dice que no solo con respecto a la Cena del Señor en la misa es inmutable la substancia o el contenido de la doctrina, sino también su formulación. Y él dijo no, no, no más de esto, tratando de deshacerse de la formulación aristotélica de la transubstanciación. Se mantiene, y así sigue siendo la postura oficial de la Iglesia católica romana.
Ahora, Lutero se opuso a la transubstanciación porque creía que implicaba un milagro frívolo, innecesario. Dijo: «No tienen que pasar por toda esta distinción de substancia y accidentes cuando todavía podemos tener una postura de la presencia corporal real de Cristo en la última Cena». Lutero creía que la verdadera sangre de Jesús y la verdadera carne de Jesús estaban presentes en el elemento, pero están en, debajo y a través de los elementos. Los elementos no se convierten en el cuerpo y la sangre de Cristo, sino que el cuerpo y la sangre de Cristo se añaden sobrenaturalmente a los elementos, pero están dentro, debajo y a través de ellos, de modo que no son visibles como tales. Pero todavía argumentaba a favor de la presencia real del cuerpo físico y la sangre de Cristo.
Ahora, los reformadores, por otra parte, -Calvino y los reformadores suizos y escoceses- rechazaron el punto de vista de Lutero no por motivos sacramentales, sino por motivos cristológicos. Y tendremos una clase entera si es necesario, para explicar cuál es el problema con respecto a nuestra comprensión de la naturaleza humana de Cristo en lo que se refiere a la celebración de la Cena del Señor, porque de eso se trata el debate, ya que cuando hablamos del cuerpo y la sangre, no estamos hablando de la naturaleza divina, porque la naturaleza divina no tiene un cuerpo, y la naturaleza divina no tiene sangre; el cuerpo y la sangre son propiedades o atributos de la humanidad de Jesús. Entonces, la forma en que entendemos el comportamiento de ese cuerpo y sangre tiene un tremendo impacto en nuestra comprensión más profunda de la naturaleza humana de Cristo mismo, por lo que la controversia se centró en ese punto.
Calvino, por ejemplo, en el siglo XVI, era en cierto sentido como Adolfo Hitler. Tal vez no debería decir eso porque hay personas que de todos modos asociarían a Calvino con Hitler como hermanos de sangre, pero solo en este sentido tenían en común una cosa: que Hitler se vio obligado a librar una guerra en dos frentes, y los historiadores e historiadores militares dijeron que si no hubiera abierto el frente oriental con Rusia, probablemente habría logrado su conquista de Europa occidental. Pero dado que dividió sus tropas para luchar tanto en el este como en el oeste, eso lo llevó a su caída. Así que Calvino en el siglo XVI luchó en dos frentes con respecto a la Cena del Señor. Por un lado, tenía a Zuinglio y a los espiritualistas que sostenían que la Cena del Señor es solo un recordatorio; tiene un significado espiritual, pero no hay una presencia especial de Cristo en la Cena del Señor.
Entonces Calvino tuvo que debatir en contra de esas personas porque estaban insistiendo en la presencia real de Cristo. Y por otro lado, estaba debatiendo con los católicos romanos y con los luteranos con respecto a la naturaleza de esa presencia, y una de las rarezas es el uso que hace Calvino de la palabra «substancia» o «substantivo». Cuando discutía con la Iglesia católica romana y con los luteranos, se negaba a hablar de la presencia substancial de Cristo en la Cena del Señor y, sin embargo, cuando discutía con los espiritualistas de este lado, insistía en la palabra presencia «sustantiva» o «substancial» de Cristo en la Cena del Señor. Y algunos historiadores miran eso y dicen que Calvino estaba hablando por ambos lados de su boca. No, no, no, no. Lo que él entendió fue que, aquí, en este debate, la palabra «substancia» se usó de una manera, y aquí, se usó de otra.
¿Cuáles fueron las dos formas en que se usó? Aquí, por los católicos romanos y los luteranos, que insistían en la presencia substancial de Cristo, la palabra «substancial» significaba físico, que Él está físicamente presente. Calvino estaba aquí hablando con los espiritualistas, que negaban la presencia substancial de Cristo. Lo que estaban negando era la presencia real de Cristo, y aquí, el término «sustantivo» o «substancial» significaba «real» en lugar de «físico». Así que en contra de los espiritualistas, Calvino argumentó a favor de la presencia substancial de Cristo, es decir, la presencia real de Cristo. Y con los católicos y los luteranos, él negó la presencia substancial de Cristo porque estaba negando la presencia física de Cristo, y veremos eso más profundamente en nuestra próxima sesión.