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Transcripción
Hemos visto que en la celebración de la Cena del Señor las tres dimensiones del tiempo están a la vista; hay un recuerdo del pasado, hay una experiencia en el presente, pero también hay una anticipación del futuro. En nuestra última sesión, vimos la dimensión del pasado a modo de recordatorio, y hoy me gustaría que viéramos el aspecto futuro de la Cena del Señor. De nuevo, volviendo al relato de la Cena del Señor que encontramos en el Evangelio de Lucas, veamos lo que tiene que decir.
De nuevo, en el capítulo 22, versículo 17, leemos: «Y tomando una copa, después de haber dado gracias, dijo: “Tomen esto y repártanlo entre ustedes; porque les digo que de ahora en adelante no beberé del fruto de la vid, hasta que venga el reino de Dios”. Y tomando el pan, después de haber dado gracias, lo partió, y les dio, diciendo: “Esto es Mi cuerpo que por ustedes es dado; hagan esto en memoria de Mí”. De la misma manera tomó la copa después de haber cenado, diciendo: “Esta copa es el nuevo pacto en Mi sangre, que es derramada por ustedes. Pero, vean, la mano del que me entrega está junto a Mí en la mesa. Porque en verdad, el Hijo del Hombre va según se ha determinado; pero ¡ay de aquel hombre por quien Él es entregado!”».
Y luego sigue el cuestionamiento entre los discípulos en cuanto a quién sería el que lo traicionaría, y entonces Jesús tiene esta discusión con ellos sobre quién sería considerado como el mayor y quién como el que sirve. Y luego, en el versículo 28 dijo: «Ustedes son los que han permanecido junto a Mí en Mis pruebas; y así como Mi Padre me ha otorgado un reino, Yo les otorgo que coman y beban a Mi mesa en Mi reino; y se sentarán en tronos juzgando a las doce tribus de Israel». Aquí, Jesús enfoca el aspecto futuro en la consumación de Su reino, y Él mismo es el Ungido a quien el Padre ha declarado como el Rey de reyes y el Señor de señores.
Él menciona aquí que Su Padre le ha otorgado un reino, y que de la misma manera, Él ahora otorga a Sus discípulos entrada a Su reino y promete que habrá un tiempo en el futuro en que Él se sentará con ellos a Su mesa. Y miramos eso a través de las Escrituras y vemos la promesa anticipada de la fiesta de las bodas del Cordero, la gran ceremonia de Cristo y Su novia, que tendrá lugar en el cielo. Antes de ver eso, volvamos al Antiguo Testamento, donde vemos algunos breves indicios de esta expectativa futura.
Voy a leer quizás el salmo más conocido de todos, el Salmo 23 que dice lo siguiente: «El Señor es mi pastor, nada me faltará. En lugares de verdes pastos me hace descansar; junto a aguas de reposo me conduce. Él restaura mi alma; me guía por senderos de justicia por amor de Su nombre. Aunque pase por el valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque Tú estás conmigo; tu vara y tu cayado me infunden aliento». Ahora, permítanme parar allí y detenerme en medio de este salmo donde David está comparando al Señor Dios con un pastor.
El mismo David venía del mundo de los pastores, y por eso conoce las imágenes de las que habla; Él sabe que la tarea del pastor es cuidar de las ovejas, y si has visto un rebaño de ovejas, verás cómo van en todas direcciones y no tienen rumbo mientras deambulan a menos que alguien las guíe. Y Él, el Buen Pastor aquí lleva a las ovejas a los verdes pastos, no las coloca junto a los rápidos donde caerían al agua y morirían, sino que las lleva al lugar donde hay estanques tranquilos de aguas, que son lugares seguros de los cuales beber y saciar su sed.
Entonces el Pastor guía a las ovejas a través de lo que David llama las sendas de justicia, y aunque caminan por el valle de sombra de muerte, no tienen miedo, porque el Pastor está con ellas; Él las consuela con Su vara y Su cayado. Y has visto la vara del pastor y su cayado; usa la vara para defender a las ovejas de los lobos y demás, y el cayado lo usa para pastorearlas y mantenerlas a salvo en su presencia.
Pero en medio de todas estas hermosas imágenes sobre cómo Dios actúa como pastor, David continúa diciendo: «Tú preparas mesa delante de mí en presencia de mis enemigos; has ungido mi cabeza con aceite; mi copa está rebosando». Lo que Dios hace es vindicar a Su pueblo, y lo vindica en presencia de aquellos que los han acusado falsamente de todo tipo de calumnias.
Y David dijo: «No solo prepara una mesa delante de mí, sino que prepara esta mesa y me invita a su mesa públicamente», donde hay un juicio que se ve aquí del que David está hablando, donde el pueblo de Dios es llevado a la presencia del Señor Dios y disfruta de un banquete. Y no sólo disfrutan del banquete, sino que la copa que se pone delante de ellos rebosa con el vino que hace que el corazón se alegre.
De manera que, en un sentido, el salmo está anticipando aquí la venida del Mesías, que viene como el buen pastor; y este Mesías que viene como el buen pastor, que da Su vida por Sus ovejas, es también el mismo que, aunque se llama a Sí mismo un buen pastor, también se refiere a Sí mismo como el Pan que ha bajado del cielo, que es el pan de vida. Y así, de la imagen del pastor en el Antiguo Testamento, el Nuevo Testamento ve el cumplimiento del buen pastor que aparece en Cristo, que da Su vida por Sus ovejas, que no es un asalariado que huye cuando viene el lobo.
Y, sin embargo, al mismo tiempo, también cumple la experiencia histórica de la provisión de alimento del cielo por medio del maná durante los días que pasaron en el desierto los israelitas. Dios les dio provisiones diarias para satisfacer sus necesidades físicas alimentándolos con maná, que era pan del cielo. Y así esa imagen es escogida y empleada en el Nuevo Testamento donde Jesús es llamado el «Pan del cielo» que desciende del cielo, y en y por Sí mismo se convierte en el que alimenta y nutre a Su pueblo.
Veremos un poco más de esa imagen cuando veamos la dimensión presente de la Cena del Señor, pero simplemente de pasada, estamos viendo la conexión entre la promesa del Antiguo Testamento de este futuro Mesías que cuidaría de Sus ovejas y les proporcionaría las provisiones necesarias.
Miremos otra vez, si es posible, en el Nuevo Testamento, y veamos el evangelio según Mateo en el capítulo 22, versículo 1, donde tenemos una parábola que es enseñada por Jesús, la cual es llamada «la parábola del banquete de bodas»:
Jesús comenzó a hablarles otra vez en parábolas, diciendo: «El reino de los cielos puede compararse a un rey que hizo un banquete de bodas para su hijo. Y envió a sus siervos a llamar a los que habían sido invitados a las bodas, pero no quisieron venir. De nuevo envió otros siervos, diciéndoles: “Digan a los que han sido invitados: ‘Ya he preparado mi banquete; he matado mis novillos y animales cebados, y todo está preparado; vengan a las bodas’”. Pero ellos no hicieron caso y se fueron: uno a su campo, otro a sus negocios, y los demás, echando mano a los siervos, los maltrataron y los mataron. Entonces el rey se enfureció, y enviando sus ejércitos, destruyó a aquellos asesinos e incendió su ciudad. Luego dijo a sus siervos: “La boda está preparada, pero los que fueron invitados no eran dignos. Vayan, por tanto, a las salidas de los caminos, e inviten a las bodas a cuantos encuentren”. Aquellos siervos salieron por los caminos, y reunieron a todos los que encontraron, tanto malos como buenos; y el salón de bodas se llenó de invitados. Pero cuando el rey entró a ver a los invitados, vio allí a uno que no estaba vestido con traje de boda, y le dijo: “Amigo, ¿cómo entraste aquí sin traje de boda?”. Pero el hombre se quedó callado. El rey entonces dijo a los sirvientes: “Átenle las manos y los pies, y échenlo a las tinieblas de afuera; allí será el llanto y el crujir de dientes”. Porque muchos son llamados, pero pocos son escogidos».
En esta parábola, hay un elemento aterrador de juicio contenido en ella, así como una promesa emocionante de bendición indescriptible. Recuerden que cuando Cristo vino, Su entrada en el mundo fue definida en términos de la palabra griega krisis, de la cual obtenemos la palabra «crisis». Su venida trajo una división, la división suprema en esta tierra entre los que lo abrazarían y los que lo rechazarían.
Obviamente, se nos dice que Jesús vino a los Suyos, es decir, a la nación judía, pero Su propio pueblo no lo recibió, y en cierto sentido, esta parábola es una recapitulación de la historia de Israel, a quien Dios invitó a ser Su esposa, pero cuya nación lo rechazó y se negó a venir a Su fiesta de bodas con Su propio pueblo. No les interesaba; tenían mejores cosas que hacer. Y así se fueron, y se fueron a sus casas; se fueron a sus negocios; hicieron de todo menos responder a la invitación al banquete de bodas que su Señor Dios había ofrecido.
Y cuando los siervos salieron a invitarlos, mataron a los sirvientes. ¿Quiénes eran esas personas? Esos, obviamente, se refiere a los profetas de Israel que fueron asesinados por el pueblo escogido de Dios, y finalmente, Dios dijo: «Un momento. Mi Hijo va a tener una novia, y mi Hijo va a tener un reino, y mi Hijo va a tener una boda en la que habrá una multitud de invitados». Y por eso envió a sus siervos a los caminos y a los senderos para encontrar a las personas que no formaban parte de la comunidad original. Esto obviamente se refiere a que Dios trajo a los gentiles que eran extraños y extranjeros al pacto de Israel y les dio a estas personas al Hijo para celebrar el matrimonio con Su novia.
Sin embargo, incluso allí, había pretendientes que venían sin la ropa adecuada, y entendemos esa imagen de la vestimenta a lo largo del Nuevo Testamento, que la única manera en que alguna vez podremos ir al banquete del Rey en el cielo es si estamos vestidos con las vestiduras justas de Cristo, usando las vestiduras de Su justicia porque en y por nosotros mismos, no somos dignos de venir a la fiesta; no somos dignos de aparecer con el Cordero a menos que estemos usando Sus vestiduras. Parte del elemento de juicio en esta parábola es que aparece alguien que no debe estar ahí, que realmente no se cuenta entre los elegidos, y Dios dijo: «¿Qué estás haciendo aquí? Tomen a este hombre, átenlo, échenlo, porque muchos son los llamados y pocos los escogidos».
Hay un verdadero paralelo aquí entre esta parábola del capítulo 22 y la del capítulo 25, que no la vamos a ver ahora, simplemente lo menciono de pasada, es la parábola de las vírgenes prudentes e insensatas que también fueron llamadas a asistir a un banquete de bodas, a una fiesta de bodas, y cinco que eran sabias venían con aceite en sus lámparas, y las que eran insensatas no, y cuando se apagaron sus lámparas, tuvieron que volver a buscar más aceite; y cuando se habían ido, llegó el novio y comenzó la fiesta y se cerraron las puertas. Pero el punto era que muchos de los que originalmente fueron invitados a la ceremonia de matrimonio y a la fiesta fueron descalificados y fueron enviados a las tinieblas de afuera, a un lugar de llanto y crujir de dientes.
Finalmente, si vamos al último libro del Nuevo Testamento, el libro de Apocalipsis, tenemos referencias a las bodas del Cordero. En el capítulo 19 del libro de Apocalipsis, leemos lo siguiente: Después de esto oí como una gran voz de una gran multitud en el cielo, que decía:
«¡Aleluya! La salvación y la gloria y el poder pertenecen a nuestro Dios,
Porque Sus juicios son verdaderos y justos,
Pues ha juzgado a la gran ramera
Que corrompía la tierra con su inmoralidad,
Y ha vengado la sangre de Sus siervos en ella».
Y dijeron por segunda vez: «¡Aleluya! El humo de ella sube por los siglos de los siglos». Entonces los veinticuatro ancianos y los cuatro seres vivientes se postraron y adoraron a Dios, que está sentado en el trono, y decían: «¡Amén! ¡Aleluya!». Y del trono salió una voz que decía: «Alaben ustedes a nuestro Dios, todos ustedes Sus siervos, Los que le temen, los pequeños y los grandes».
Oí como la voz de una gran multitud, como el estruendo de muchas aguas y como el sonido de fuertes truenos, que decía: «¡Aleluya! Porque el Señor nuestro Dios Todopoderoso reina.
Regocijémonos y alegrémonos, y démosle a Él la gloria,
Porque las bodas del Cordero han llegado y Su esposa se ha preparado».
Y a ella le fue concedido vestirse de lino fino, resplandeciente y limpio,
Porque las acciones justas de los santos son el lino fino.
El ángel me dijo: «Escribe:
“Bienaventurados los que están invitados a la cena de las Bodas del Cordero”». También me dijo: «Estas son palabras verdaderas de Dios». Entonces caí a sus pies para adorarlo.
Y me dijo: «No hagas eso. Yo soy consiervo tuyo y de tus hermanos que poseen el testimonio de Jesús; adora a Dios. El testimonio de Jesús es el espíritu de la profecía».
Aquí, en este último libro del Nuevo Testamento, tenemos la oportunidad de ver un vistazo al futuro, donde a Juan se le permitió mirar más allá del velo y ver lo que Dios tiene reservado para Su pueblo en la consumación final de Su reino. Aquí él ve la fiesta de las bodas del Cordero y dice que la fiesta, las bodas del Cordero ya están listas, han llegado, y Su novia ha sido preparada, es decir, la iglesia, y dijo: «Cuán bienaventurados son todos los que reciben una invitación a esta celebración». Así que tenemos esta promesa en el Nuevo Testamento de que llegará el día en que todos los santos, todos los que son fieles a Cristo, serán reunidos en el cielo para esta celebración gozosa, para este matrimonio final con Cristo, que estará marcado por una fiesta que superará cualquier cosa que podamos imaginar en este mundo.
Ahora, conociendo esa promesa futura que corre a todo lo largo de la enseñanza de Cristo en el Nuevo Testamento, vemos estas vagas referencias a ella en la institución del Nuevo Testamento de la Cena del Señor, donde Jesús mismo llama la atención a ese tiempo futuro en el que se sentará con Su pueblo y celebrará en la fiesta del reino de Dios en el cielo. Así que todavía está pendiente esa celebración, y cada vez que celebramos la Cena del Señor en este mundo, no solo miramos hacia el pasado a lo que ya ha sido realizado por Cristo, sino que nos damos cuenta de que a pesar de que nuestra redención se ha cumplido en la historia, todavía hay otro capítulo por escribir, que todavía hay más del reino de Dios que vamos a experimentar, que hemos experimentado la inauguración de ese reino, la venida de ese reino, la coronación del Rey de ese reino, pero todavía esperamos la consumación final de ese reino, que se llevará a cabo en el futuro.
De manera que, cuando celebramos la Cena del Señor, vemos que la Cena del Señor no es solo una señal de lo que ya ha sucedido, sino que también es la señal y el sello de Dios de lo que sucederá en el futuro. Recuerden que los sacramentos son signos y sellos, y que la idea del sello es tomada del antiguo mundo de los monarcas, cuando los reyes daban edictos reales que debían ser publicados en la plaza del pueblo para que la gente pudiera reconocer que era una proclamación auténtica del rey y no una falsificación, allí estaría el sello de cera que se colocaba sobre el edicto o proclamación. Y la razón por la que usaban cera era que cuando se calentaba, era suave, y el rey tenía un anillo con un sello que era único para él, y tomaba su anillo y lo presionaba en la cera del sello y luego quitaba el anillo, dejando una marca indeleble, dejando su sello que garantizaba la autenticidad de la autoridad real que estaba detrás de la proclamación.
De modo que, la palabra sphragis en el Nuevo Testamento, tomada prestada de la cultura griega, se usa con respecto a las promesas futuras que Dios da a Su pueblo. Cada cristiano que nace del Espíritu también es habitado por el Espíritu Santo, es ungido por el Espíritu Santo, y finalmente es sellado por el Espíritu Santo. Dios ha puesto su marca indeleble en nuestra alma, garantizando el cumplimiento futuro de todas sus promesas. Al igual que en el Antiguo Testamento, el pueblo de Israel celebraba una vez al año la Pascua, la cual esperaba un cumplimiento futuro, que de hecho tuvo lugar cuando el cordero pascual fue sacrificado en el Calvario, por lo que cada vez que celebramos la Cena del Señor hoy, miramos hacia ese futuro, donde la promesa que Dios ha hecho de la fiesta de las bodas de Cristo y su esposa.
Así, la Cena del Señor es un anticipo del cielo, una experiencia anticipada del cielo, donde veremos al Novio en toda Su gloria, y veremos a la iglesia ofrecida a Él en su perfección. Esa es la orientación futura de la Cena del Señor.