Un panorama del siglo XX
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¿Qué significan para la vida cristiana la soberanía de Dios, la salvación por gracia, la justificación por la fe y la nueva vida en unión con Cristo? Para Martín Lutero, tienen cuatro implicaciones:
1. El cristiano está justificado y, sin embargo, es pecador.
La primera implicación es el conocimiento de que el creyente cristiano es simul iustus et peccator, a la vez y al mismo tiempo justificado y pecador. Este principio, al que Lutero pudo haber sido estimulado por la Theologia Germanica de John Tauler, era un principio enormemente estabilizador: en y de mí mismo, todo lo que veo es un pecador; pero cuando me veo en Cristo, veo a un hombre contado por justo con Su perfecta justicia. Por tanto, ese hombre puede presentarse ante Dios tan justo como Jesucristo, porque solo es justo por la justicia de Cristo. Aquí permanecemos seguros.
2. Dios se ha convertido en nuestro Padre en Cristo.
La segunda implicación es el descubrimiento de que Dios se ha convertido en nuestro Padre en Cristo. Somos aceptados. Uno de los relatos más hermosos que se encuentran en las Charlas de sobremesa de Lutero fue, tal vez de forma significativa, registrado por alguien un tanto melancólico, pero muy querido, Juan Schlaginhaufen:
Dios debe ser mucho más afable conmigo y hablarme de manera más afable que mi Katy al pequeño Martín. Ni Katy ni yo podríamos sacarle intencionadamente un ojo o arrancarle la cabeza a nuestro hijo. Dios tampoco podría. Dios debe tener paciencia con nosotros. Él ha dado pruebas de ello, y por lo tanto envió a Su Hijo en la carne para que le busquemos para nuestro bien.
3. La vida cristiana es soportar una cruz.
En tercer lugar, Lutero enfatiza que la vida en Cristo es necesariamente una vida bajo la cruz. Si estamos unidos a Cristo, nuestra vida será modelada por la Suya. El camino tanto para la verdadera iglesia como para el verdadero cristiano no es por la teología de la gloria (theologia gloriae) sino por la teología de la cruz (theologia crucis). Esto nos impacta interiormente al morir al yo y exteriormente al compartir los sufrimientos de la Iglesia. La teología medieval de la gloria debe ser superada por la teología de la cruz. A pesar de todas sus diferencias en la comprensión de la naturaleza precisa de los sacramentos, Lutero y Calvino coinciden en este punto. Si estamos unidos a Cristo en Su muerte y resurrección, y marcados por nuestro bautismo (como enseña Pablo en Romanos 6:1-14), entonces toda la vida cristiana será soportar la cruz:
La cruz de Cristo no significa ese pedazo de madera que Cristo cargó sobre sus hombros, y en el cual fue clavado después, sino que generalmente significa todas las aflicciones de los fieles, cuyos sufrimientos son los sufrimientos de Cristo, 2 Corintios 1:5: «Porque así como los sufrimientos de Cristo son nuestros en abundancia»; y de nuevo: «Ahora me alegro de mis sufrimientos por ustedes, y en mi carne, completando lo que falta de las aflicciones de Cristo, hago mi parte por Su cuerpo, que es la iglesia» (Col 1:24). Por tanto, la cruz de Cristo en general significa todas las aflicciones que la iglesia sufre por Cristo.
La unión del creyente con Cristo, en Su muerte y resurrección, y la puesta en práctica en la experiencia diaria se convirtieron así, para Lutero, en los lentes a través de los cuales el cristiano aprende a ver cada experiencia de la vida. Esto —la theologia crucis— es lo que hace que todo sea más nítido y nos permite dar sentido a los altibajos de la vida cristiana:
Conviene que sepamos estas cosas, para que no nos invada la tristeza ni caigamos en la desesperación al ver que nuestros adversarios nos persiguen cruelmente, nos excomulgan y nos matan. Pero pensemos nosotros mismos, tras el ejemplo de Pablo, que debemos gloriarnos en la cruz que llevamos, no por nuestros pecados, sino por el amor de Cristo. Si consideramos solo los sufrimientos que soportamos en nosotros mismos, no solo serán penosos, sino intolerables; pero cuando podamos decir: «Tus sufrimientos (oh Cristo) abundan en nosotros»; o, como dice en el Salmo 44: «Por causa Tuya nos matan cada día», entonces estos sufrimientos no solo son fáciles, sino también dulces, según este dicho: «Mi yugo es fácil y Mi carga ligera» (Mt 11:30).
4. La vida cristiana se caracteriza por la garantía de salvación y el gozo.
En cuarto lugar, la vida cristiana se caracteriza por la garantía de salvación y por el gozo. Este fue uno de los sellos distintivos de la Reforma, y es comprensible. El redescubrimiento de la Reforma con respecto a la justificación —que en lugar de trabajar con esperanza para alcanzarla, la vida cristiana comienza realmente con ella— trajo una liberación impresionante, llenando la mente, la voluntad y los afectos con gozo. Esto significó que ya se podía empezar a vivir a la luz de un futuro establecido en gloria. Inevitablemente, esa luz se reflejaba para atrás en la vida presente, produciendo un intenso alivio y liberación.
Para Lutero, la vida cristiana es una vida fundamentada, edificada y magnificada por el evangelio, que exhibe la gracia gratuita y soberana de Dios y se vive en gratitud al Salvador que murió por nosotros, unidos a Él soportando la cruz hasta que la muerte sea devorada en victoria y la fe se convierta en visión.
Tal vez, en 1522, mientras escuchaban la predicación de Lutero un domingo en la iglesia de Borna, algunos de su congregación se preguntaban qué yacía en el corazón de este evangelio que tanto había entusiasmado, por no decir transformado, al hermano Martín. ¿Podría ser también para ellos? Lutero les había leído el pensamiento. Había subido al púlpito bien preparado para responder a su pregunta:
¿Pero qué es el evangelio? Es esto, que Dios ha enviado a Su Hijo al mundo para salvar a los pecadores, Jn 3:16, y para aplastar el infierno, vencer la muerte, quitar el pecado y satisfacer la ley. Pero ¿qué debes hacer tú? Nada más que aceptarlo y mirar a tu Redentor y creer firmemente que ha hecho todo esto por tu bien y te lo da todo gratuitamente como propio, para que en los terrores de la muerte, del pecado y del infierno, puedas decir con confianza y depender firmemente de Él, y decir: Aunque no cumplo la ley, aunque el pecado sigue presente y temo la muerte y el infierno, aun así, por el evangelio yo sé que Cristo me ha concedido todas Sus obras. Estoy seguro de que no mentirá, de que cumplirá Su promesa. Y como signo de esto he recibido el bautismo. En esto anclo mi confianza. Porque sé que mi Señor Cristo ha vencido a la muerte, al pecado, al infierno y al diablo por mi bien. Porque era inocente, como dice Pedro: «EL CUAL NO COMETIÓ PECADO, NI ENGAÑO ALGUNO SE HALLÓ EN SU BOCA», 1 P 2:22. Por eso el pecado y la muerte no pudieron matarle, el infierno no pudo retenerlo, y se ha convertido en su Señor, y le ha concedido esto a todos los que lo aceptan y creen. Todo esto no se efectúa por mis obras o méritos, sino por pura gracia, bondad y misericordia.
Lutero dijo una vez: «Si pudiera creer que Dios no está enojado conmigo, me pondría de cabeza de gozo». Quizá ese mismo día algunos de los que le oyeron predicar respondieron y experimentaron la «confianza» de la que hablaba. ¿Quién sabe si algunos de los oyentes más jóvenes escribieron más tarde a sus amigos y les contaron que se habían ido a casa y se habían puesto de cabeza de gozo?