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Nota del editor: Este es el quinto capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: La ética cristiana
¿Qué es la vida cristiana? Cuando añadimos el adjetivo cristiano al sustantivo vida, hacemos un enorme anuncio: la resurrección de Vivimos en una época de confusión moral sin precedentes. El consenso público sobre cuestiones morales básicas —el fruto de la influencia cristiana en la civilización occidental— ha sido erosionado de manera trágica. A medida que reinan el pragmatismo y el relativismo, estamos reviviendo el período en el que «cada uno hacía lo que le parecía bien ante sus ojos» (Jue 21:25). En medio de esta niebla, la fe cristiana nos presenta una cosmovisión coherente que proporciona una guía directa sobre cuestiones éticas centrales. En este artículo, consideraremos cómo la ética cristiana se refiere a una serie de cuestiones muy controvertidas de nuestro tiempo.
¿Cuáles son los principios que definen la ética cristiana? De manera inmediata, pensamos en los dos mandamientos más importantes, expresados por nuestro Señor Jesús: amar al Señor nuestro Dios con todo nuestro corazón, alma y mente, y amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos (Mt 22:37-40). Es completamente cierto decir que la ética cristiana está centrada en el amor. Pero ¿qué significa en la práctica amar a Dios y a los demás? ¿Qué exige realmente de nosotros el amor cristiano?
Para responder esta pregunta crucial, debemos recurrir a las leyes morales de Dios, expresadas de manera más directa en Sus mandamientos. Los cristianos tradicionalmente han reconocido los Diez Mandamientos, entregados a Moisés en el monte Sinaí y escritos en tablas de piedra por el dedo mismo de Dios, como un resumen de la ley moral (Ex 20:1-17; 31:18). Estos mandamientos, que representan nuestros deberes fundamentales para con Dios y nuestros semejantes, se reafirman como principios morales permanentes en el Nuevo Testamento (Lc 18:20; Rom 13:8-10; Stg 2:11). Sin embargo, es crucial reconocer que incluso en el Sinaí estos mandamientos divinos estaban lejos de ser innovaciones éticas. Nadie debería pensar que la idolatría, el asesinato, el adulterio y el robo estaban permitidos antes del pacto mosaico. Los Diez Mandamientos reflejan lo que los teólogos reformados han llamado las ordenanzas de la creación: normas morales universales que se basan primero y principalmente en el carácter de Dios y, en segundo lugar, en la naturaleza de los seres humanos y sus relaciones sociales tal como fueron originalmente creadas y ordenadas por Dios.
Lo que esto implica es que la ética cristiana está arraigada en las doctrinas bíblicas de Dios, la creación y la humanidad. De hecho, cuando vemos que todos los fundamentos básicos están asentados en los primeros capítulos del Génesis, la mayoría de las cuestiones morales encajan con bastante facilidad, incluso teniendo en cuenta las decisiones éticas desafiantes que enfrentamos ocasionalmente. Las verdades bíblicas centrales que debemos reconocer en estos capítulos incluyen las siguientes: (1) Dios es el Creador soberano de todas las cosas, quien gobierna y habla con autoridad absoluta; (2) hay un orden natural en la creación, que debemos respetar; (3) Dios hizo a la humanidad a Su propia imagen; por lo tanto, tenemos una dignidad y un valor especiales, y debemos buscar reflejar el carácter de nuestro Creador en todo lo que hacemos; (4) el diseño de Dios para la humanidad incluye una diferenciación sexual y complementariedad básica: varón y hembra; (5) Dios estableció el pacto del matrimonio con el propósito de que tengamos compañía, procreación e intimidad sexual; de esa manera, la sociedad humana se estructura en torno a la unidad familiar básica: un hombre y una mujer, unidos en matrimonio, criando hijos (si Dios los bendice con ellos) para formar nuevas familias; (6) Dios comenzó la raza humana con una sola familia, estableciendo de manera decisiva la unidad fundamental y la solidaridad de toda la humanidad.
Teniendo en cuenta estos principios creacionales de la ética cristiana, consideremos cómo proporcionan una dirección moral clara sobre siete temas en disputa en la actualidad: aborto, eutanasia, racismo, pena capital, divorcio, homosexualidad y transexualidad.
En primer lugar, considera la doctrina de la imago Dei y sus implicaciones éticas. Toda vida es un don de Dios, quien es el único que tiene «vida en sí mismo» (Jn 5:26). Dios es el autor de la vida y, por tanto, tiene autoridad para dar vida y para quitarla. Esto es cierto para todas las criaturas vivientes, pero el hecho de que los seres humanos hayan sido creados de manera especial a la imagen de Dios significa que nuestras vidas son excepcionalmente valiosas y preciosas a los ojos de Dios. Maldecir a alguien creado a la imagen de Dios es nada menos que una ofensa contra Dios (Stg 3:9). Por lo tanto, tenemos el deber moral de honrar y proteger la vida humana de principio a fin. La ciencia moderna confirma de manera inequívoca lo que la Biblia siempre ha dado a entender: un nuevo ser humano empieza a existir en el momento de la concepción (Jue 13:3-5; Job 31:15; Sal 51:5; 139:13-16). Un niño en el vientre, incluso en las primeras etapas de desarrollo, lleva la imagen de Dios no menos que un bebé recién nacido o un adulto maduro. El aborto es, por lo tanto, la destrucción de un ser humano indefenso y un mal grave a los ojos de Dios. Esta debe ser la línea de base para el pensamiento cristiano sobre el aborto, incluso mientras luchamos con cómo abordar situaciones trágicas como las anomalías fetales y el embarazo a través de la violación.
La santidad de la vida se aplica igualmente a los problemas relacionados con el final de esta. La eutanasia es el término técnico para «asesinato por compasión», es decir, quitar de manera activa una vida humana para evitar o reducir el sufrimiento. La controversia actual se centra en la práctica del «suicidio asistido por un médico», en el que los médicos están alistados para ayudar a los pacientes a terminar con sus vidas sin dolor. De acuerdo con su ética provida, la Escritura siempre describe el suicidio —literalmente, matarse a sí mismo— en términos negativos, y mientras la Biblia tiene mucho que decir acerca de cómo soportar el sufrimiento, nunca presenta el suicidio como una solución. Por lo tanto, si bien debemos apoyar plenamente los cuidados paliativos compasivos, la eutanasia debe considerarse moralmente incorrecta según los estándares bíblicos.
El racismo ha traído un sufrimiento tremendo y división a las sociedades humanas a lo largo de la historia. Este es otro tema del que la ética cristiana habla de manera clara y contundente. Hemos notado cómo el relato bíblico de la creación subraya la unidad fundacional de la humanidad. Estrictamente hablando, solo hay una raza —la raza humana— aunque por diseño de Dios ha florecido en una maravillosa diversidad de etnias. Además, la imago Dei no viene en grados; todo ser humano porta por igual la imagen de Dios y, por lo tanto, debe gozar de la misma dignidad, valor y protección ante la ley. Como reconocen incluso los historiadores seculares, el concepto moderno de derechos civiles tiene sus raíces en la teología y la antropología de la cosmovisión cristiana.
El apoyo a la pena capital a menudo se presenta como algo contrario a las convicciones provida, pero en realidad está basado en la doctrina de la imago Dei. El fundamento bíblico es explícito: precisamente porque Dios nos hizo a Su propia imagen, los asesinos deberían perder sus propias vidas como un castigo justo y proporcionado (Gn 9:5-6). Al mismo tiempo, el respeto por la santidad de la vida requiere que apliquemos estándares rigurosos de evidencia e imparcialidad para asegurar que la justicia se defienda de manera consistente y transparente en nuestros sistemas legales, especialmente en el enjuiciamiento de crímenes capitales (Lv 19:15; Dt 17:6; 19:15-21).
Apliquemos ahora las ordenanzas de la creación del matrimonio y la sexualidad a algunos problemas morales contemporáneos, comenzando con el divorcio. En los Estados Unidos de hoy, alrededor de dos de cada cinco matrimonios terminan en divorcio, y la noción de «divorcio exprés» es ampliamente aceptada. Si un esposo y una esposa deciden que ya no están enamorados, eso se considera justificación suficiente para abandonar el matrimonio. Sin embargo, cuando Jesús fue interrogado de manera directa sobre el divorcio y el nuevo matrimonio, le señaló a la gente la institución divina del matrimonio en Génesis 2:24, enfatizando que cuando un hombre y una mujer entran en un pacto matrimonial, Dios los une en una profunda unión de una sola carne (Mt 19:4-6). Solo la infidelidad matrimonial o el abandono voluntario que viola la unión de una sola carne puede justificar la disolución de ese vínculo solemne (Mt 5:32; 19:9; 1 Co 7:10-15).
De manera similar, mientras que las relaciones entre personas del mismo sexo han sido normalizadas agresivamente en las sociedades occidentales, la enseñanza bíblica es inequívoca. El relato de la creación es claro en que el matrimonio fue ordenado por Dios como un vínculo entre un hombre y una mujer, para servir como base para la familia y la sociedad. Por diseño de Dios, Eva fue hecha «idónea» para Adán, no solo sexualmente sino como compañera (Gn 2:18). La Escritura y la naturaleza juntas atestiguan que una pareja del mismo sexo no puede formar una unión de una sola carne ni ser fecundos y multiplicarse (1:28). Incluso si no hubiera condenas explícitas de la homosexualidad en la Biblia, el asunto sería resuelto de manera decisiva por el relato bíblico de la creación y sus ecos en las enseñanzas de Cristo.
Los mismos principios se aplican a la transexualidad. Los cristianos deben ser compasivos con aquellos que sufren de disforia por su identidad sexual y sus cuerpos. No obstante, el plan de Dios para la sexualidad humana es claro: estamos hechos a imagen de Dios, varón y hembra, y nuestros cuerpos son los principales indicadores de quiénes somos (incluso teniendo en cuenta casos anómalos excepcionales debido a malformaciones en el desarrollo). Sencillamente no hay base en la Escritura para una categoría de «identidad de género» que sea independiente de nuestra sexualidad encarnada.
Se puede y se debe decir mucho más acerca de estos problemas y otros desafíos éticos a los que nos enfrentamos hoy. Aun así, los principios fundamentales de la ética cristiana se revelan claramente en la Escritura y están arraigados de manera profunda en las doctrinas de Dios, la creación y la humanidad. De hecho, como hemos visto, los fundamentos se establecen casi por completo en los dos primeros capítulos del Génesis.