Evangelismo cultural, al estilo del siglo VII
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Nota del editor: Este es el primer capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: La iglesia confesional
Hace diez años se me pidió que escribiese un libro titulado Why Do We Have Creeds? [¿Por qué tenemos credos?] En respuesta a esta pregunta, mi objetivo era ayudar a los cristianos, específicamente a aquellos de trasfondo no confesional, a entender la necesidad e importancia de los credos y las confesiones. Personalmente provengo de un trasfondo no confesional y nunca había entendido cuán útiles son hasta que leí los Estándares de Westminster en 1997, los cuales sostengo plenamente hasta el día de hoy. En esta edición de Tabletalk, nuestra esperanza es llamar a la Iglesia a que vuelva a sus credos y confesiones históricos y afirmarlos fielmente, no solo de labios, lo cual es cada vez más común en la Iglesia de hoy en día.
Aquí presento una especie de apologética de 10 puntos —-basada en el contenido de Why Do We Have Creeds? [¿Por qué tenemos credos?]— para la formulación, la utilidad y el propósito de los credos y las confesiones de la Iglesia. El propósito de los credos y las confesiones es: 1) glorificar a Dios y gozar de Él para siempre, al creer, confesar y proclamar nuestra doctrina conforme a lo que Él ha revelado en Su Palabra; 2) afirmar al único y verdadero Dios todopoderoso que se nos ha revelado y cuyos atributos, leyes y obra redentora nos dirigen a Él como nuestro único Señor con el fin de amarle con todo nuestro ser; 3) custodiar la inmutable y sana doctrina de la Escritura frente a los falsos maestros y herejes fuera de la Iglesia y frente a las falsas nociones de la Escritura dentro de la Iglesia; 4) discernir la verdad del error doctrinal y de las verdades a medias; 5) mantenernos firmes, a través de las edades hasta el regreso de Cristo, como una Iglesia, santa, católica y apostólica que cree en la pura Palabra de Dios, que la confiesa y que la proclama, y que administra debidamente los sacramentos del bautismo y de la Cena del Señor, incluyendo el ejercicio consistente de la disciplina eclesiástica; 6) sostener la doctrina de la inspirada e inerrante Palabra de Dios, que tiene que ver con cada aspecto de nuestra vida, como nuestra única autoridad infalible de fe y práctica; 7) preservar la libertad de los cristianos frente a las leyes extrabíblicas, tradiciones y supersticiones que atan la conciencia de las personas; 8) confirmar a hombres que han sido elegidos para servir como ministros conforme a los requisitos doctrinales de la Iglesia y equipar, examinar y probar a estos mismos hombres; 9) preservar la pureza, y por tanto, la paz y la unidad visibles de la Iglesia como el testimonio externo de Cristo al mundo; y 10) cumplir la Gran Comisión en nuestra afirmación y proclamación del único y verdadero evangelio de Jesucristo haciendo discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que nuestro Señor Jesucristo manda.