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Nota del editor: Este es el tercer capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: Como buscar la voluntad de Dios
A lo largo de los registros de la historia, muchas personas se han esforzado por definir la voluntad de Dios. Cuando hablamos de la voluntad de Dios hoy en día, tendemos a hablar de cosas relacionadas con nosotros mismos, generalmente cosas buenas como nuestros cónyuges, nuestros hijos, nuestros trabajos, nuestras finanzas y nuestros pasatiempos. Sin embargo, históricamente, cuando los teólogos han discutido la voluntad de Dios, lo han hecho para decir cosas principalmente sobre Dios, por lo general en referencia a cosas profundas como la naturaleza de Dios, el decreto de Dios, la libertad de Dios, la soberanía de Dios y la sabiduría de Dios. No para ignorar las grandes decisiones de la vida, sino para ubicarlas en la vasta extensión de los propósitos eternos de Dios.
Definir la voluntad de Dios es importante para nosotros como cristianos porque revela quién es Él como el Dios eterno, todopoderoso y omnisciente. Geerhardus Vos describe la voluntad de Dios como «esa perfección de Dios por la cual, en un acto muy simple y de una manera racional, sale hacia Sí mismo como el bien supremo y hacia las criaturas fuera de Él por Su propio beneficio». Dicho de manera negativa, la voluntad de Dios no puede separarse de Dios mismo. Dado que Dios es uno en esencia, Su voluntad es indivisa. Como Richard Muller declara de manera concisa, «Dios es lo que Él quiere». Visto desde nuestra perspectiva, la voluntad de Dios refleja Su carácter, revela Su diseño para Su creación y manifiesta Su sabiduría y poder al ordenar todo lo que sucede para nuestro beneficio y Su gloria.
Un texto bíblico clave para definir la voluntad de Dios es Deuteronomio 29:29. Afirma: «Las cosas secretas pertenecen al Señor nuestro Dios, mas las cosas reveladas nos pertenecen a nosotros y a nuestros hijos para siempre, a fin de que guardemos todas las palabras de esta ley». Este versículo resume «las palabras del pacto» que Dios le dio a Israel al final de la vida y el ministerio de Moisés (Dt 29:1). También proporciona un marco bíblico-teológico para comprender la voluntad divina.
El contexto de Deuteronomio es instructivo. Mientras el Señor prepara a Josué para llevar a Israel a la tierra de Canaán después de la muerte de Moisés, le recuerda a Su pueblo la necesidad de Su Palabra para conocer Su voluntad. Este demostraría ser un mensaje que Israel necesitaba escuchar. La anticipación de la tierra prometida presionaría los límites de la fe de Israel mientras navegaba por los obstáculos que a menudo se encuentran en la brecha entre la promesa y el cumplimiento. Frente a las incertidumbres que acompañan a la vida en un mundo caído, Israel necesitaba que se le recordara que obedecer la Palabra de Dios era el centro del conocimiento de la voluntad de Dios para sus vidas.
En el corazón de este pasaje en Deuteronomio 29 hay una distinción entre «las cosas secretas» que pertenecen a Dios y «las cosas reveladas» que nos pertenecen a nosotros y a nuestros hijos. Con base en esta distinción, los teólogos a menudo se refieren a la voluntad secreta de Dios y a Su voluntad revelada. Si bien este punto puede parecer obvio, es crucial para definir la voluntad de Dios. Hay innumerables cosas que no sabemos como humanos, ya que somos finitos. Pero no se puede decir lo mismo de Dios, ya que Él es infinito y omnisciente. El conocimiento de Dios es exactamente como Él: absolutamente perfecto. A diferencia de nosotros, Dios no necesita resolver los problemas por deducción. No necesita consejeros para determinar qué hacer en una crisis o para ayudarlo a afrontar los acertijos morales. Dado que Dios es infinito e incomprensible, tiene perfecto conocimiento de Sí mismo y de todas las cosas. Pero este conocimiento «secreto» pertenece solo a Dios. Podríamos llamar a esto la inescrutabilidad de Dios. Hay cosas que sólo Dios conoce y que están más allá de nuestro conocimiento (ver Rom 11:33-36).
En cambio, nuestro conocimiento es como nosotros: finito e incompleto. Ya que somos creados, dependemos de Dios para conocer Su voluntad. De manera más precisa, a medida que Dios se revela en Su Palabra, podemos en verdad conocer Su voluntad, aunque no de manera exhaustiva. El punto es que Dios es el mejor intérprete de Su voluntad. Por eso son tan importantes «las cosas reveladas». La Escritura representa la autorrevelación de la voluntad de Dios en forma escrita. Si bien no podemos descifrar las «cosas secretas» de Dios, podemos estar seguros de conocer la voluntad de Dios en la medida en que Él se ha revelado en Su Palabra. Para Israel y para nosotros, definir la voluntad de Dios implica conocer y aplicar la Palabra escrita de Dios.
Cuando leemos la voluntad revelada de Dios en la Escritura, descubrimos que la Biblia hace varias distinciones entre la voluntad decretiva de Dios, la voluntad preceptiva de Dios y la voluntad de Dios de Su beneplácito. La voluntad decretiva de Dios se refiere a Su perfecto y sabio consejo al ordenar o decretar libremente todo lo que sucede. Como dice el apóstol Pablo en Efesios 1:11: «También [en Cristo] hemos obtenido herencia, habiendo sido predestinados según el propósito de aquel que obra todas las cosas conforme al consejo de su voluntad». La voluntad decretiva de Dios subraya Su soberanía total sobre todas las cosas, incluida la creación y la redención, la historia y la providencia. Como tal, nunca puede ser frustrada, ni siquiera por nuestro pecado y desobediencia. Esto no es para sugerir que Dios se deleita en el pecado o que es autor del pecado, sino para decir que lo permite para cumplir Su voluntad soberana.
La voluntad preceptiva de Dios representa el estándar moral que Dios requiere que todas las personas cumplan. Nos dice lo que Dios demanda de nosotros como portadores de Su imagen; transmite lo que debemos hacer, sin importar si lo obedecemos o no. La voluntad preceptiva de Dios, resumida para nosotros en los Diez Mandamientos, también se conoce como la ley moral. Como dice el Catecismo Mayor de Westminster:
La ley moral es la declaración de la voluntad de Dios a la humanidad, dirigiendo y obligando a cada uno a una conformidad y obediencia personal, perfecta y perpetua a ella, en el marco y disposición de todo el hombre, cuerpo y alma, y en el cumplimiento de todos los deberes de santidad y justicia que se debe a Dios y al hombre: prometiendo vida a los que la cumplen, y amenazando de muerte a los que la violan (CMW 93).
En resumen, la lógica de la voluntad preceptiva de Dios se resume en la máxima «Sed santos, porque Yo soy santo» (1 Pe 1:16).
Una distinción menos conocida pero relacionada es la voluntad de Dios de Su beneplácito. Esta voluntad disposicional tiene dos partes. Por un lado, se refiere al placer de Dios al ordenar Su decreto soberano. Por ejemplo, Efesios 1:5 habla de que Dios predestinó amorosamente a Su pueblo en Cristo «conforme al beneplácito de su voluntad». Y Efesios 1:9 revela cómo Dios dio a conocer el misterio de Su voluntad en Cristo «según el beneplácito que se propuso». Por otro lado, se refiere al deleite de Dios cuando hacemos lo que Él quiere (ver Rom 12:2; Ef 5:10; Col 3:20). En este sentido, Dios se agrada cuando obedecemos y se disgusta cuando desobedecemos.
Si bien estas distinciones nos ayudan a matizar la enseñanza bíblica sobre la voluntad de Dios, no debemos concluir que hay voluntades en competencia o contradictorias en Dios. La voluntad divina refleja el plan único y unificado del único Dios verdadero. Una ilustración clásica de este principio se encuentra en el sermón del apóstol Pedro en Pentecostés. En Hechos 2:22-23, afirma:
Varones israelitas, escuchad estas palabras: Jesús el Nazareno, varón confirmado por Dios entre vosotros con milagros, prodigios y señales que Dios hizo en medio vuestro a través de Él, tal como vosotros mismos sabéis, a este, entregado por el plan predeterminado y el previo conocimiento de Dios, clavasteis en una cruz por manos de impíos y le matasteis.
Desde una perspectiva, la ejecución de Jesús violó la voluntad preceptiva de Dios, ya que matar a un hombre inocente es asesinato. Sin embargo, desde el punto de vista de la voluntad decretiva de Dios, se nos dice que la crucifixión fue según el plan soberano de Dios. Además, el profeta Isaías destaca el beneplácito de Dios cuando declara de Cristo que «quiso el Señor quebrantarle… y la voluntad del Señor en su mano prosperará» (Is 53:10). La cruz de Cristo nos ayuda a comprender cómo nada puede frustrar la voluntad de Dios de asegurar la salvación de Su pueblo para la gloria de Su nombre.
Al confrontar decisiones grandes y pequeñas, no debemos concluir que nuestra respuesta es simplemente «dejar todo en las manos de Dios». Confiar en la voluntad de Dios implica descansar activamente en Su sabiduría divina y someterse a Su Palabra. Si bien las cosas secretas de Dios siguen siendo un misterio, sabemos con certeza que la voluntad de Dios implica cultivar la santidad y la acción de gracias en todo (1 Tes 4:3; 5:18). Podemos sentir la tentación de preocuparnos por el mañana, pero un estudio de la voluntad de Dios nos llama hoy a una vida de obediencia.