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23 agosto, 2022Cómo manejar la lujuria

Tan cerca como nuestra piel está la troica de pasiones descritas por el apóstol Juan: la pasión de la carne, la pasión de los ojos y la arrogancia de la vida (1 Jn 2:16). Estos deseos desmedidos y prohibidos del pecador son la fuente del pecado, como señala Santiago al enseñar que Dios no nos tienta a pecar: «Sino que cada uno es tentado cuando es llevado y seducido por su propia pasión. Después, cuando la pasión ha concebido, da a luz el pecado; y cuando el pecado es consumado, engendra la muerte» (Stg 1:14-15).
El hombre natural es esclavo de sus deseos (Ro 3:10-18), pero en nuestra conversión, debido a nuestra unión con Cristo, somos liberados de su dominio: «Por tanto, no reine el pecado en su cuerpo mortal para que ustedes no obedezcan a sus lujurias; ni presenten los miembros de su cuerpo al pecado como instrumentos de iniquidad, sino preséntense ustedes mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y sus miembros a Dios como instrumentos de justicia. Porque el pecado no tendrá dominio sobre ustedes, pues no están bajo la ley sino bajo la gracia» (6:12-14).

Sin embargo, Dios en Su inescrutable sabiduría, determinó dejar dentro de Sus hijos e hijas convertidos un remanente de pecado; y ese remanente reside en los deseos. Por eso, el mismo apóstol que anunció que estamos muertos al dominio del pecado, hizo una crónica de sus luchas: «Porque yo sé que en mí, es decir, en mi carne, no habita nada bueno. Porque el querer está presente en mí, pero el hacer el bien, no. Pues no hago el bien que deseo, sino el mal que no quiero, eso practico» (7:18-19).
Todos estamos conscientes de la lucha contra los pecados asediantes de nuestras pasiones. Vienen vestidos con muchos tipos de atuendos, incluidos el materialismo, el poder y el orgullo. Pero aquí me enfocaré en el problema de la lujuria sexual. Todos reconocemos que el fracaso sexual es una epidemia en la iglesia de hoy. Es difícil que pase una semana sin que sepamos de otro líder de la iglesia que ha sido denunciado por adulterio, fornicación, homosexualidad o pornografía.
Las tentaciones sexuales están en todas partes; somos bombardeados con tentaciones sexuales por medio de la ropa (o la falta de ella), la televisión, las vallas publicitarias, las canciones, el lenguaje sugestivo y las solicitudes en Facebook. Consideremos la pornografía, por ejemplo. Ya no es necesario entrar en una tienda para comprar material pornográfico: está tan cerca como la pantalla del computador y es poderosamente adictiva.
Pero ¿tenemos que sucumbir? La respuesta, como se ha señalado anteriormente, es no. No estamos bajo el dominio del pecado. Sin embargo, necesitamos tomar precauciones diarias. Como fundamento, nuestras familias e iglesias necesitan fomentar una cultura de castidad, enfatizar la pureza sexual en pensamiento, forma de vestir, lenguaje y comportamiento. Tal cultura comienza con los padres en el hogar y los que tienen un cargo (pastores y oficiales de la iglesia y sus esposas) en la congregación.
Debemos utilizar cuidadosamente los medios de gracia: la adoración pública, la predicación, la oración, los sacramentos, el ayuno y la adoración privada y familiar. Sobre todo, debemos aferrarnos a Cristo.
También necesitamos desarrollar hábitos que nos ayuden a guardar el corazón. En su folleto Impure Lust [Lujuria impura], John Flavel dio siete pautas de cómo manejar la lujuria:
1. Pide a Dios un corazón limpio, renovado y santificado por la gracia salvadora. Debemos empezar siempre con el corazón, porque es la fuente de todo lo demás (Mt 15:19), y Dios promete responder a nuestras oraciones cuando oramos según Su voluntad (Jn 14:13-14). Debemos procurar el poder santificador del Espíritu Santo.
2. Camina en el temor de Dios todo el día, y apercibido de que Su ojo omnisciente está siempre sobre ti. Cuántas veces nuestro comportamiento está dictado por quien nos mira. Olvidamos que Él lo ve todo.
3. Evita las amistades indecentes y la asociación con personas inmorales, ya que estas son alcahuetas de la lujuria. Las malas compañías corrompen las buenas costumbres. Recuerda que esta instrucción no solo incluye con quien nos relacionamos físicamente, sino también a quienes seguimos a través de películas, música, libros, revistas y computadores.
4. Ejercítate en tu llamado con diligencia; será un excelente medio para prevenir este pecado. Has oído el adagio: «La ociosidad es el taller del diablo».
5. Pon freno a tu apetito: no comas en exceso. Esta instrucción no significa que no podamos disfrutar de los buenos dones de Dios de la comida y la bebida, y del placer de festejar con amigos, pero es un recordatorio serio de que si complacemos nuestros apetitos físicos en un área, seremos más propensos a caer en otras áreas.
6. Escoge un cónyuge y deléitate en el que has elegido. Una de las ideas liberadoras de la Reforma es que dentro del matrimonio, el sexo es para el placer y es una protección dada por Dios contra los deseos ilícitos.
7. Cuídate de seguir en el camino del pecado, especialmente de la superstición y la idolatría, en cuyos casos, y como castigo a estos males, Dios suele entregar a los hombres a estas pasiones degradantes (Ro 1:25-26). El pecado inevitablemente engendra pecado.
De estas maneras, la iglesia puede proteger a su pueblo. Practica y enseña estas cosas.