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Comenzó como un juego familiar y amistoso de Monopolio. Le informé a mi hijo que había aterrizado en Plaza del parque. Su mente se atascó en las palabras y empezó a dar vueltas: «Plaza del parque, Plaza del parque…». Una y otra vez repetía las palabras. Debí haberlo recordado: las consonantes fuertes al comienzo de las palabras a menudo se atascan en su mente, y una mente obsesivo-compulsiva es uno de los síntomas del autismo. No estoy seguro de en qué momento cambió su estado de ánimo, pero su ira pasó de sí mismo a mí; después de todo, fui yo quien dije la frase que ahora estaba bombardeando su cerebro. Me llamó grosero y otros nombres. El juego había terminado. En esos momentos, es difícil para mí saber qué hacer. Me recuerdan que la caída no solo corrompió nuestros cuerpos sino también nuestras mentes. ¿Cuándo cruzó mi hijo la línea del pecado, si lo hizo? No puedo disciplinar o desenseñar la obsesión. Sin embargo, él es responsable de cómo responde en estos momentos. ¿Cómo debe reaccionar un padre? Me frustré y solo deseé ni siquiera haber jugado el juego. Habría sido más fácil evitar la situación por medio de no interactuar con mi hijo.
La iglesia se encuentra en el mismo tipo de dilema cuando trata con personas que sufren de enfermedades mentales. Aunque también tienen raíces espirituales, las enfermedades mentales son un conjunto de conductas causadas, al menos parcialmente, por la mente y las complejas reacciones químicas del sistema nervioso. Lidiar con la enfermedad puede volverse complicado, por lo que a menudo queremos descartar la idea por completo e intentar «volver a enseñar» o disciplinar los comportamientos de quienes sufren estas aflicciones. Pero existe un problema. Durante un período de doce meses, según un estudio del National Institute of Mental Health, poco más de una cuarta parte de la población adulta de EE.UU. cumple los criterios para el diagnóstico de uno o más trastornos mentales. Alrededor del seis por ciento de la población en cualquier período de doce meses sufre de «trastornos mentales gravemente debilitantes».
RECONOCE
Podemos debatir la terminología, pero debemos reconocer la legitimidad de las enfermedades mentales. Algunos encuentran mucho más aceptable que estos temas sean estrictamente médicos o espirituales; sin embargo, en este lado del cielo, puede que no haya un bisturí lo suficientemente afilado para separar las razones espirituales/psicológicas del comportamiento de las razones médicas/fisiológicas del comportamiento. Estamos asombrosa y maravillosamente hechos. Nuestros cuerpos responden a nuestras mentes y viceversa.
INVOLÚCRATE
Involucrarse es abordar públicamente el tema de la enfermedad mental. El veinticinco por ciento de todas las personas tendrá un episodio depresivo durante su vida; esto debe abordarse a través de la enseñanza y los programas de la iglesia. A veces es más fácil entrar a la iglesia y admitir un crimen que cargar con el estigma de la depresión crónica, esquizofrenia u otro trastorno mental. En las encuestas, la iglesia tiene aproximadamente la misma tasa de uso de medicamentos psicotrópicos que la población en general. No estamos abordando aquí el posible uso excesivo de medicamentos recetados o la tendencia a etiquetar y diagnosticar demasiado rápido a las personas, que son temas importantes. El punto es que no tenemos la opción de ignorar y no interactuar con aquellos que sufren de enfermedades mentales.
TEN UNA CURIOSIDAD HUMILDE
Todos hemos «pecado contra pecadores». La iglesia a menudo se apresura a alcanzar y servir a los que sufren de enfermedades físicas, como debe ser. Esto es cierto incluso si algunas de nuestras enfermedades son causadas por nuestro propio comportamiento. Los malos hábitos de salud, la falta de ejercicio y la obesidad son problemas de estilo de vida que contribuyen a nuestra salud. La iglesia no discrimina y dice: «Tuviste sobrepeso durante los últimos quince años, así que no te visitaremos en el hospital durante tu cirugía de corazón». Como creyentes, a menudo sentimos curiosidad por los factores que pueden haber contribuido a la enfermedad, pero estamos llamados a ser humildes y amables. Necesitamos una curiosidad humilde cuando tratamos con personas afligidas por enfermedades mentales.
Tomar conciencia de tu propia «salud mental» es una parte importante del proceso de tener una curiosidad humilde. En su libro The Emotionally Healthy Church: A Strategy for Discipleship That Actually Changes Lives [La iglesia emocionalmente saludable: una estrategia para el discipulado que realmente cambia vidas], Peter Scazzero y Warren Bird sugieren que así como un equipo adquiere la personalidad de su entrenador, una iglesia desarrolla algunos rasgos de su pastor. La salud emocional del pastor y de los líderes de la iglesia impactará a la congregación. ¿Estás crónicamente triste o cansado? ¿Continuas repitiendo patrones de comportamiento que te sorprenden? La curiosidad humilde comienza con nosotros mismos.
GRACIA Y APOYO
Por último, la iglesia debe ser un lugar de esperanza y refugio para estas personas, no un lugar de vergüenza y estigma. Estas personas tienden a sentirse solas y no deseadas. Que nuestras iglesias se conviertan en lugares que ofrezcan esperanza. A menudo, las personas indican que la iglesia es un lugar donde ocultan sus adicciones y luchas, pero debe convertirse en un lugar de arrepentimiento y crecimiento. Los trastornos mentales no deben celebrarse, y sin embargo las personas que sufren de enfermedades mentales pueden y deben ser alentadas, aceptadas, desafiadas y amadas dentro del cuerpo de Cristo.
Creo que puedo intentar otra ronda de Monopolio esta noche con mi hijo, incluso si eso me mete en problemas.