
La ascensión
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Todo pensamiento cautivo
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Nota del editor: Este es el tercer capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: Hechos de los Apóstoles
Una vez, le pregunté a un «antimisionero» judío ortodoxo cuál, según él, era el mensaje general de la Biblia hebrea. No solían faltarle las palabras y normalmente tenía una respuesta a la mano, pero, de algún modo, esta pregunta lo confundió. «No pensamos en la Biblia bajo esos términos» fue su primer esbozo de respuesta. Exacto. Precisamente por eso muchos líderes religiosos de Jerusalén en el primer siglo no reconocieron que había llegado el tiempo de la redención. Pero para no ser demasiado duros con los rabinos, reconozcamos que, al principio, ni los apóstoles entendieron plenamente el tipo de redención que Jesús había efectuado.
El contexto del libro de los Hechos es la historia de la redención. Si me pidieran resumir el mensaje general de la Biblia hebrea, mi respuesta sería esta: «bendición, maldición, bendición restaurada». Usamos la palabra «bendición» de una forma demasiado casual y solemos olvidar su profundo significado. Dios creó a Adán y «los bendijo y les dijo: “Sean fecundos y multiplíquense. Llenen la tierra y sométanla. Ejerzan dominio…”» (Gn 1:28). Fuimos creados bajo la bendición de Dios, con Su rostro vuelto en amor hacia nosotros y resplandeciendo sobre nosotros. Todo estaba bien entre nosotros y Dios. Eso es lo que significa la bendición (Nm 6:24-26). Cuando pecamos, perdimos el paraíso y caímos bajo la maldición de Dios, que es lo contrario a la bendición. Cuando Dios le prometió a Abraham que él iba a ser el canal por el que la bendición iba a llegar a todas las naciones (Gn 12:2-3), debemos entender esa promesa a la luz de los capítulos previos. La bendición después de la caída significa quitar la maldición y regresar a una relación bendita con el Creador. La promesa de Dios para Abraham define el tema de toda la Biblia (Gá 3).

Específicamente, ¿qué es lo que incluye la bendición? En el Edén, el hombre vivía en paz en la presencia de Dios. No había ningún problema en la relación entre ambos. El Padre amoroso regía sobre aquellos que habían sido creados a Su imagen. Había armonía entre Adán y Eva, entre el hombre y la naturaleza, y, sobre todo, entre el hombre y Dios. El hombre era inocente, puro de corazón y libre de culpa. No había muerte. Todo eso se perdió con la maldición de la caída. Volver a un estado de bendición significaría restaurar la relación con el Padre, eliminar la muerte, volver a tener acceso al árbol de la vida y recibir un corazón renovado o «circuncidado» (Dt 30:6).
En los profetas posteriores, vemos que este tema del paraíso restaurado se asocia con la venida del Mesías (Is 11:1-11). Para recuperar la bendición en su plenitud, era necesario que un «segundo Adán» cargara personalmente la maldición y ganara la bendición obedeciendo fielmente al Padre (cap. 53). El propósito de Dios de que la gente creada a Su imagen sea fecunda y se multiplique es un tema común en la Biblia hebrea, un tema que se repite en toda la historia de Israel. Todo esto nos da el contexto para entender el ímpetu misionero del libro de los Hechos. El segundo volumen de Lucas narra cómo Jesús siguió llevando la salvación a Israel y a todas las naciones después de Su ascensión (este es un tema importante en su Evangelio; ver Lc 1:32-33, 54-55, 68-79; 2:29-32; 3:6; 4:18-19, 43; 24:46-47).
Una pregunta apostólica
Al comienzo del libro de los Hechos, los discípulos hicieron una pregunta al Jesús resucitado: «Señor, ¿restaurarás en este tiempo el reino a Israel?» (1:6). De un modo similar a los fariseos, habían malinterpretado la naturaleza y extensión de la redención mesiánica. La respuesta de Jesús es iluminadora e intrigante: «No les corresponde a ustedes saber los tiempos ni las épocas que el Padre ha fijado con Su propia autoridad; pero recibirán poder cuando el Espíritu Santo venga sobre ustedes; y serán Mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra» (vv. 7-8). Él no negó la validez de la esperanza de ellos en la redención de Israel; más bien, les dio una respuesta que demostraba que esa redención era más grandiosa de lo que imaginaban.
Crecimiento y multiplicación
Lucas nos dice en Hechos que, mientras los apóstoles predicaban, «la palabra de Dios crecía, y el número de los discípulos se multiplicaba en gran manera en Jerusalén, y muchos de los sacerdotes obedecían a la fe» (6:7) y que «la palabra del Señor crecía y se multiplicaba» (12:24). Cabe notar que Lucas, quien debe haber usado la septuaginta (la traducción griega del Antiguo Testamento), utiliza en estas dos referencias los mismos verbos griegos que la septuaginta emplea en Génesis 1:28. Pablo también usó esos dos verbos para revelar que el cumplimiento supremo de la fecundidad y la multiplicación se encuentra en el evangelio (Col 1:6, 10). Lo que está en la mira aquí es nada menos que el restablecimiento del propósito original de Dios en una creación redimida. El alcance de la redención es universal y revierte la maldición de la caída.
Babel revertida
En el libro de los Hechos, nos vemos confrontados de inmediato con el tema de las lenguas. No voy a abordar aquí si el don de lenguas es para la iglesia de hoy o no. Lamentablemente, ese debate suele oscurecer el significado del fenómeno apostólico de las lenguas. En Babel, la humanidad rebelde y altiva fue esparcida debido a la confusión de los idiomas. El Pentecostés, también conocido como Shavuot, es la fiesta judía en que la cosecha del trigo es dedicada al Señor. La tradición judía afirmaba que la ley había sido dada durante el Shavuot y que los gentiles que también habían salido de Egipto oyeron esa ley en sus setenta idiomas (ver Dennis Johnson, The Message of Acts in the History of Redemption [El mensaje de Hechos en la historia de la redención], P&R, 1997, p. 60). En Pentecostés, miles de judíos y prosélitos judíos de diversas naciones escucharon la Palabra de Dios, cada cual en su propia lengua, y fueron cosechados para el reino (Hch 2:8). A medida que el evangelio fue avanzando hacia una audiencia cada vez mayor, los samaritanos (un pueblo parcialmente judío) recibieron el mensaje acompañado por prodigios. Luego, en Jope, la ciudad desde donde Jonás huyó de su llamado a predicar el arrepentimiento a los paganos, Pedro recibió una visión relacionada con la inclusión de los gentiles y fue llamado a predicarles. La casa de Cornelio, el centurión romano, creyó (cap. 10), y volvieron a manifestarse las lenguas de Pentecostés. El reino de Dios iba avanzando, uniendo a judíos y gentiles, y derrocando la separación entre el hombre y Dios, y también la separación entre las personas de distintas tribus y lenguas. En lugar de una separación, estaba produciéndose una reunión.
Bendición para todas las naciones
Lo que Pedro dijo sobre Cornelio llamó la atención de los apóstoles al hecho de que «también a los gentiles ha concedido Dios el arrepentimiento que conduce a la vida» (11:18). Mientras el rabino antimisionero Saulo perseguía apasionadamente a los seguidores del Mesías, fue confrontado de forma gloriosa por el Señor, quien lo llamó un «instrumento escogido, para llevar Mi nombre en presencia de los gentiles, de los reyes y de los israelitas» (9:15). Pablo empezó a predicarles a los judíos, luego a los gentiles, y muy pronto el evangelio se estaba expandiendo por Asia Menor y Grecia. Los apóstoles en Jerusalén abordaron el problema de la inclusión de los gentiles y, bajo la guía del Espíritu Santo, no solo entendieron que los gentiles debían ser admitidos en la comunidad mesiánica sin tener que circuncidarse previamente, sino también que esa inclusión era lo que los profetas habían contemplado al hablar de la restauración del reino davídico y de la siega de las naciones (Hch 15, citando Am 9:11-15). Lo que Dios había prometido a Abraham estaba siendo cumplido por el Mesías. Como indicaba el Salmo 72:17, las bendiciones abrahámicas estaban cumpliéndose gracias al Hijo supremo de David: «Y sean benditos por él los hombres; Llámenlo bienaventurado todas las naciones».
Una misión mundial dual
Cuando Pablo fue llevado ante el rey Agripa para defenderse de los cargos de oponerse a la ley, contestó: «Así que habiendo recibido ayuda de Dios, continúo hasta este día testificando tanto a pequeños como a grandes, no declarando más que lo que los profetas y Moisés dijeron que sucedería: que el Cristo había de padecer, y que por motivo de Su resurrección de entre los muertos, Él debía ser el primero en proclamar luz tanto al pueblo judío como a los gentiles» (Hch 26:22-23). Llevar las buenas nuevas a judíos y gentiles siempre fue el plan de Dios. Los discípulos habían preguntado: «Señor, ¿restaurarás en este tiempo el reino a Israel?» (1:6). Ahora entendían que el propósito redentor del Señor iba mucho más allá de Israel.
Isaías 42:1-7 y 49:1-6 revelaban que el Siervo mesiánico «tendría un ministerio dual, tanto para Israel como para los gentiles» (Johnson, p. 40). La buena nueva sigue avanzando hacia judíos y gentiles. Es el poder para salvación «del judío primeramente y también del griego» (Ro 1:16). Así como los apóstoles judíos llevaron las buenas nuevas a los gentiles, ahora los creyentes judíos y gentiles llevan el evangelio al mundo, pero también de regreso al pueblo judío. Teólogos como Juan Calvino, John Murray, Geerhardus Vos, Jonathan Edwards y John Owen han reconocido que Dios sigue teniendo el propósito de traer «tiempos de alivio» para el pueblo judío a través del evangelio. El Dr. Clair Davis, profesor emérito de historia de la iglesia en el Westminster Seminary, ha dicho muchas veces que la renovación del compromiso con llevar el evangelio al pueblo judío siempre ha ido de la mano con la renovación del compromiso hacia la evangelización mundial.
Nuestro glorioso propósito
Es fácil que nos empantanemos en cuestiones terrenales y locales. Los detalles ordinarios de la rutina cotidiana gritan continuamente pidiendo nuestra atención. No debemos perder de vista el propósito glorioso para el que fuimos llamados: la restauración de toda la creación. Nuestro testimonio, nuestra oración y nuestro servicio en el nombre de Cristo para vendar las heridas de los que sufren forman parte de algo espectacular y maravilloso, de algo que los profetas anhelaban ver (1 P 1:10). Quiera Dios renovar nuestro celo por Su obra en nuestros propios vecindarios y por Su iniciativa misionera mundial. Quiera Él avivarnos para que oremos y trabajemos con fe a fin de que los judíos y los gentiles sean restaurados a la bendición. El Mesías Jesús sigue trabajando para impulsar el reino del Padre por el poder del Espíritu Santo. El segundo volumen del libro de los Hechos aún se está escribiendo. Volvamos a comprometernos con esta iniciativa global, de Jerusalén a todas las naciones, y luego de vuelta a Jerusalén.