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El narrador magistral
3 septiembre, 2020El ahora cuenta para siempre

El siguiente artículo apareció por primera vez en la edición de mayo de 1977 de Tabletalk Magazine:
El título de la columna, El ahora cuenta para siempre, busca centrar la atención en la relevancia de nuestra vida presente con respecto a los destinos eternos que todos enfrentamos. Vivimos en una cultura que pone el acento en el «ahora». Se le llama la «Generación Pepsi»: se nos dice que vivamos la vida con «entusiasmo» porque «solo se vive una vez». Los objetivos a corto plazo, los métodos pragmáticos para resolver los problemas, la histeria silenciosa por hacer que todo suceda «ahora», muestran la desesperación del hombre moderno respecto al futuro. La suposición tácita es que es «ahora o nunca» porque no hay un futuro último para la humanidad.
Nuestra afirmación como cristianos es que nuestra vida es más que el «ahora». Si no lo fuera, incluso el ahora no tendría sentido. Pero decimos que el ahora cuenta. ¿Por qué? Cuenta porque somos criaturas que tienen un origen y un destino que están arraigados y fundamentados en Dios.
¿Dije «arraigado»? ¿Por qué es tan importante esta palabra? Recientemente hemos experimentado un fenómeno cultural de proporciones épicas. El drama televisado Raíces (1977) ha tenido un efecto estremecedor en nuestra población. ¿Podemos explicar la reacción nacional ante Kunta Kinte y Chicken George simplemente en términos de nuestro sentimiento de años de lucha racial? Yo no lo creo. Tampoco lo cree Alex Haley, el autor del libro. Raíces tipifica un problema que trasciende la raza. Es el problema de la identidad de todo ser humano moderno. ¿Quién soy yo?
La pregunta de la identidad nunca puede responderse solo en términos del presente. Saber quién soy implica descubrir mi pasado (mi origen) y al menos vislumbrar mi futuro (mi destino). Si soy un accidente cósmico surgido del polvo y destinado a más polvo, entonces no soy nada. Soy una broma… un cuento contado por un idiota. Pero si mis raíces últimas están fundadas en la eternidad y mi destino está anclado en esa misma eternidad, entonces conozco algo de lo que soy. Sé que soy una criatura de importancia eterna. Si es así, entonces mi vida cuenta. Lo que hago hoy cuenta para siempre. El ahora significa algo.
Raíces nos conmovió profundamente porque provocó la esperanza de que, si nos remontamos lo suficiente, podremos encontrar continuidad y estabilidad. Raíces tenía su figura mesiánica en Chicken George. El programa tuvo un episodio completo en que este personaje no estuvo visiblemente presente. Sin embargo, su «presencia invisible» impregnaba todas las escenas. Nunca he visto una producción televisiva en la que un personaje estuviera tan obviamente presente sin aparecer en la pantalla. Cuando George apareció, guió a su familia en un nuevo éxodo hacia una nueva tierra de promisión. Raíces miró hacia atrás y hacia delante de tal manera que dio sentido al presente.
Así como la televisión nos invitó a disfrutar Raíces, Hollywood nos invitó a disfrutar Rocky (1976). Esta película ha captado la imaginación del público de una forma nueva. Quizá represente solo un ejercicio de nostalgia, un retroceso a Frank Merriwell y a los finales felices originales. O tal vez represente una protesta contra esta era del antihéroe y del relato del caos que caracteriza el cine moderno. Sea cual sea el motivo, la película no es tipo Cenicienta, sino una representación de la sensibilidad humana demostrada en la compasión de Rocky como cobrador para el prestamista y su ternura en la pista de hielo.
Se aprecia una calidez aplaudible en el amor «tipo Lennie» de Rocky por los animales y los adolescentes descarriados y en sus sentimientos hacia su entrenador. Los frutos de la disciplina, la resistencia y la devoción a la dignidad obtienen en realidad papeles virtuosos. Rocky trabajó y luchó no por un premio momentáneo, sino por una posición de valor perdurable.
Quizá Rocky sea un hito. Quizá estemos empezando a ver que hay algo más en la vida que la Pepsi-Cola. No es ahora o nunca, sino ahora y siempre. El ahora cuenta. Cuenta… para la eternidad.
Han pasado treinta años desde que escribí mi ensayo original bajo el título «El ahora cuenta para siempre». Fue en la década de 1970, en un momento en que nuestra cultura aún se tambaleaba por los efectos perjudiciales de la guerra de Vietnam, y aún más significativamente de la revolución moral radical que marcó la década de 1960. La historia ha demostrado que la revolución moral de la década de 1960 ha introducido muchos más cambios en la vida en los Estados Unidos que la revolución política de 1770. Nuestra cultura fue descrita en la década de 1970 como una que estaba fuertemente influenciada por el secularismo. La idea principal del secularismo es que la vida está desligada de la eternidad. Toda la vida debe ser vivida en el aquí y el ahora, en este saeculum, porque no hay una dimensión eterna.
Tras el secularismo vino la filosofía del relativismo. Aunque el relativismo fue adoptado en muchos ámbitos en la década de 1970, desde entonces se ha establecido tan firmemente en nuestra cultura que el número estimado de estadounidenses que adoptan alguna forma de relativismo filosófico o moral alcanza más del 95 por ciento. En este sentido, nuestra cultura ha pasado de lo que entonces se llamaba neopaganismo a una cultura ahora de neobarbarianismo. Aunque la ley a favor del aborto conocida como Roe v. Wade ya estaba vigente cuando escribí mi primer ensayo, la proliferación del aborto a demanda —que alcanza el millón y medio al año— ha marcado de tal manera nuestra cultura como una cultura de muerte, que todos los vestigios de nuestra cultura civilizada mueren con la muerte de cada bebé no nacido. Nuestra nación es una nación en guerra consigo misma, donde los valores, la familia y la moralidad han sido tan golpeados en familias y condados, estados y la nación, que la base unificada de nuestra antigua civilización ha sido hecha añicos.
Sin embargo, hay algo que no ha cambiado en los últimos treinta años, y es el hecho de que porque Dios reina, todo lo que sucede hoy tiene consecuencias que duran hasta la eternidad. Es tan cierto hoy como lo fue la primera vez que tomé el bolígrafo para escribir el título, lo que sucede ahora cuenta para siempre. Que la cultura sea paganizada, que la cultura sea bárbara, pero que la Iglesia sea la Iglesia y nunca negocie la dimensión eterna de la vida.
