
Ancianos para la iglesia
28 junio, 2022
Un sutil evangelio de la prosperidad
28 junio, 2022El alto llamado de las mujeres

En letras grandes y en negritas, la portada de la revista TIME del 20 de enero de 1992 planteaba la pregunta: «¿Por qué los hombres y las mujeres son diferentes?». La tesis del artículo de portada sugería en letras mucho más pequeñas, casi como disculpándose: «No solo es la crianza. Nuevos estudios muestran que nacen de esa manera».
Sin duda, esa información fue novedad para muchos que se habían empapado de la doctrina feminista de los treinta años anteriores. Pero para cualquiera que esté familiarizado con las enseñanzas de la Biblia, tales descubrimientos difícilmente parecen ser de interés periodístico. Dios diseñó a hombres y mujeres para que fueran diferentes y para que cumplieran roles diferentes en el hogar y la iglesia.
Lamentablemente, a lo largo de la historia, las diferencias entre hombres y mujeres se han utilizado para justificar el maltrato al «sexo más débil». Incluso en culturas que se consideran avanzadas e ilustradas, las mujeres a menudo han experimentado una severa represión y, en ocasiones, abusos.

Una de las oraciones matutinas registradas en el Talmud para guiar a los hombres judíos (obviamente) al comienzo del día dice: «Bendito seas, Señor, nuestro Dios, gobernante del universo que no me hiciste una mujer». Esa bendición se queda corta en comparación con la actitud arrogante de un romano viajero, reflejada en una carta que le escribió a su esposa embarazada en el año 1 a. C. Después de advertirle que se encargue del bebé que crece dentro de ella, el romano escribe: «En caso de que lo tengas antes de mi regreso, si es un niño, déjalo vivir; si es una niña, exponla», refiriéndose a la práctica de dejar a una niña en un lugar público para que otra persona la reclame o para que muera.
Frente a este tipo de prácticas misóginas, el cristianismo apareció con una ética completamente diferente en cuanto al valor y el estatus de la mujer. Muchos de los seguidores originales de Jesús eran mujeres, y las mujeres se encontraban entre los que se reunieron para orar mientras esperaban recibir el Espíritu Santo en Pentecostés (Hch 1:14).
El apóstol Pablo elogia con gusto a mujeres específicas (Ro 16:1-16; Col 4:15; 2 Ti 1:5) y describe a las mujeres de Filipos como colaboradoras en la labor del evangelio (Fil 4:3). También hace una declaración inequívoca sobre la igualdad espiritual de hombres y mujeres en el nuevo pacto, cuando escribe: «No hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay hombre ni mujer, porque todos sois uno en Cristo Jesús» (Gá 3:28).
Esta apreciación por el valor inherente y la dignidad de la mujer es el contexto de la enseñanza del Nuevo Testamento sobre los diferentes roles asignados a hombres y mujeres en la iglesia. No reconocer esto puede ocasionar que los lectores casuales de la Biblia malinterpreten algunas de las instrucciones que Pablo le da a Timoteo, catalogándolas como machistas.
El apóstol le enseña a su joven colega lo que las mujeres deben hacer y lo que no deben hacer en las reuniones de adoración de la iglesia: «Que la mujer aprenda calladamente, con toda obediencia. Yo no permito que la mujer enseñe ni que ejerza autoridad sobre el hombre, sino que permanezca callada» (1 Ti 2:11-12).
Debido a la fuerza de la prohibición en el versículo 12, a menudo muchos pasan por alto la amonestación importante que se encuentra en el versículo 11. Las mujeres cristianas deben ser aprendices, algo que generalmente no era promovido por los judíos. En la iglesia, se anima a las mujeres a crecer en conocimiento y entendimiento (Tit 2:3-4). La actitud tranquila y obediente que caracteriza su aprendizaje no es un desprecio a la personalidad de la mujer. En otra parte, Pablo anima a todos los creyentes a cultivar la primera cualidad (2 Ts 3:12), así como a elogiar la segunda (2 Co 9:13).
Los cristianos siempre deben mostrar sumisión a las autoridades correspondientes (Ro 13:1; Tit 3:1), incluidos aquellos que sirven como ancianos en la iglesia (He 13:17). Como Pablo aclara más adelante en su primera carta a Timoteo, dicho oficio debe ser ocupado únicamente por un hombre que sea «marido de una sola mujer» (3:2). Como dice el Concilio Bíblico sobre la Masculinidad y la Feminidad, aunque «los hombres y las mujeres son iguales a la imagen de Dios», no obstante «mantienen diferencias complementarias en función y papel», tanto en el hogar como en la iglesia.
La restricción que prohíbe a las mujeres enseñar a los hombres o ejercer autoridad sobre ellos en la iglesia no es una negación del valor espiritual, es un parámetro divinamente instituido para el ministerio. ¿Pueden las mujeres enseñar en la iglesia? Absolutamente. De hecho, algunas reciben instrucciones para hacerlo: «Las ancianas… que enseñen lo bueno, que enseñen a las jóvenes a que amen a sus maridos, a que amen a sus hijos» (Tit 2:3-4).
Si bien las restricciones de Pablo sobre los roles de las mujeres no concuerdan con el espíritu igualitario de nuestra época, la base de su argumento deja en claro que su instrucción no está condicionada culturalmente: «Porque Adán fue creado primero, después Eva. Y Adán no fue el engañado, sino que la mujer, siendo engañada completamente, cayó en transgresión» (1 Ti 2:13-14).
El orden de la creación y el orden de la caída proporcionan la razón por la cual las mujeres no deben ejercer autoridad sobre los hombres en la iglesia. Desde el principio, Dios ha querido que los hombres lideren en el hogar y en la iglesia. Esto no es un desprecio hacia las mujeres. Es la sabiduría de Dios, la que ordena lo mejor para Su pueblo y Su mundo.