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Inspirado en el showman del siglo XIX P.T. Barnum (del circo Ringling Bros. y Barnum & Bailey), el musical de 2017 The Greatest Showman [El gran showman] cuenta la historia de un hombre en busca de la fama. Ambicioso e incansable, Barnum se eleva desde las profundidades de la pobreza hasta alturas inimaginables de la sensación mundial. Pero no se trata de una historia común de éxito. No satisfecho con un éxito extraordinario, Barnum quiere más. Estando en la cima de su popularidad, Barnum lo apuesta todo para hacer parte de su show a una famosa estrella de la ópera con el propósito de satisfacer a sus críticos. Capturando la verdadera ironía de los deseos de Barnum, la balada final de la cantante de ópera es el grito repetitivo e inquietante de «nunca es suficiente», que hace referencia al hambre insaciable de Barnum y su eventual caída. «Las torres de oro siguen siendo demasiado pequeñas», ella canta. «Estas manos podrían sostener el mundo, pero nunca será suficiente».
Esta historia y esta canción resuenan porque sin duda se hacen eco del grito común del corazón humano. Desde que Eva deseó más y sucumbió a la tentación de la serpiente, el descontento ha plagado nuestro mundo. El Barnum de El gran showman es sin duda paradigmático de los Estados Unidos del siglo XXI. Nunca antes ha habido tanta abundancia acompañada de un descontento tan generalizado. ¿Cuánto es suficiente? «Solo un poco más», bromeó John D. Rockefeller. Incluso si nos resistimos a este ethos común de nuestra época, seguimos siendo bombardeados por la publicidad que intenta convencernos de que lo que tenemos ahora, de hecho, no es suficiente.

Entonces, ¿cómo el evangelio de Jesucristo habla acerca de esta búsqueda común de más? El décimo mandamiento, «No codiciarás» (Ex 20:17), aborda justo el corazón de este problema. El Catecismo Mayor de Westminster en su pregunta número 147 identifica los deberes requeridos aquí como un «pleno contentamiento con nuestra propia condición; una actitud caritativa, de la totalidad del alma hacia nuestros prójimos… y [promover] todo aquel bien que le corresponde». Con esto vemos tanto una disposición hacia Dios como una disposición externa de verdadero contentamiento.
El aspecto divino del contentamiento se entiende mejor en el prefacio de los Diez Mandamientos, cuando el Señor le recuerda a Israel que Él es quien «te [sacó] de la tierra de Egipto, de la casa de servidumbre» (Ex 20:2). Como Señor del pacto, Yahvé había rescatado a Su pueblo de la esclavitud, había demostrado Su dominio sobre el reino creado y todos los supuestos dioses de este mundo, y lo hizo por Su gran amor por ellos, no porque se lo hubieran ganado o merecido. El Señor no solo los redimió, sino que también le dio a Israel la tierra de descanso, con la promesa de satisfacer sus necesidades terrenales en los días venideros.
Lo que aprendemos aquí es que el verdadero contentamiento se encuentra al conocer el carácter de Dios y Su historia de fidelidad, y al confiar en Su soberana sabiduría y bondad para proveer. Lejos de la idea estoica de la resignación pasiva a nuestro destino, el contentamiento piadoso es la certeza absoluta, el gozo y la gratitud de que Dios nos cuida personalmente y suple todas nuestras necesidades. El verdadero contentamiento significa estar satisfecho en Él, confiar en Su fidelidad y aferrarse a la verdad de que nada de lo que hay aquí en la tierra se compara con la herencia que nos espera en la eternidad. El verdadero contentamiento es someterse libremente y deleitarse en la provisión paternal de Dios para nosotros, cualquiera que sea.
La disposición de contentamiento hacia nuestro prójimo es un poco más complicada. Es irónico que este mandamiento hable específicamente de nuestro prójimo, y sin embargo, es el único mandamiento que nuestro prójimo no puede ver. Incluso si vivimos vidas sencillas, la codicia puede estar presente, o nuestro estilo de vida puede ser visto como una simple preferencia personal. Después de todo, hoy en día hay cierto orgullo y estatus en decidir tener menos. El minimalismo como medio de superación y paz individual es una expresión común del moralismo y la falsa religión. En contraste con esto, el contentamiento piadoso consiste en un gozo genuino por la prosperidad de nuestro prójimo, un afán de dar a los necesitados y vivir vidas que testifiquen la presencia y el señorío de Cristo sobre nuestra situación y posesiones. Nuestro llamado no es simplemente a estar contentos con menos, sino a estar descontentos cuando nuestro prójimo no tiene suficiente, tanto que estamos dispuestos a dar de nuestras provisiones para satisfacer sus necesidades. Así es que el contentamiento consiste en mucho más que vivir por debajo de nuestras posibilidades.
Entonces, ¿cómo podemos escapar de la tendencia descrita en Barnum de «nunca es suficiente», y vivir como sal y luz en un mundo que nunca está satisfecho? La respuesta no se encuentra en la falta de deseo, sino en el deseo ferviente de las cosas correctas. Como Agustín famosamente oró: «Nuestro corazón está inquieto hasta que encuentra su descanso en Ti». Solo Cristo puede saciar nuestra hambre y apagar nuestra sed (Jn 6:35). Esto es porque Él se humilló bajo la voluntad del Padre y luego triunfó mediante Su vida perfecta, muerte expiatoria y resurrección victoriosa. Cristo lo obedeció todo y lo ganó todo, incluido el mismo cielo, que nos da gratuitamente por gracia, recibida por la fe sola. Al vivir, pues, con la conciencia de que Él se entregó por nosotros, de que está presente y de que nunca nos dejará ni nos abandonará (Heb 13:5), aprendemos y modelamos el contentamiento a través de Su continuo fortalecimiento de nosotros (Flp 4:12-13) hasta ese último día en que lo heredaremos todo en Él. Por lo tanto, el contentamiento, no es simplemente desear menos, sino desear fervientemente lo que nunca puede ser quitado.
Durante la Cena del Señor, a veces me he encontrado deseando un poco más que un pequeño trozo de pan y una pequeña copa. Pero en esos momentos, recuerdo que la comida sagrada no es más que un anticipo de la cena final. Aunque sea una porción pequeña, es lo que Dios ha elegido darnos como regalo. Y como tenemos la promesa de Su presencia cuando participamos, esa presencia siempre es más que suficiente.