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Nota del editor: Este es el tercer capítulo en la serie especial de artículos de Tabletalk Magazine: La historia de la Iglesia | Siglo XV
«Si fue profético, debió de referirse a Martín Lutero, quien brilló unos cien años después». Así escribió John Foxe en su Libro de los mártires del siglo XVI, refiriéndose a una declaración atribuida al reformador bohemio Jan Hus en ocasión de su muerte. Condenado por herejía en 1415 por el Concilio de Constanza, Hus, según una historia que se originó algunos años después del hecho, se dirigió a sus verdugos poco antes de que se ejecutara su sentencia y comentó: «Hoy queman un ganso, pero dentro de cien años surgirá un cisne que no podrán hervir ni asar».
¿Por qué Hus se identificaría como «un ganso»? ¿Y por qué los comentaristas posteriores, y el propio Lutero, creyeron que la legendaria profecía de Hus se refería al monje alemán cuya protesta contra las indulgencias lanzó la Reforma un siglo después?
La primera pregunta es más fácil de responder que la segunda. Hus, nacido aproximadamente en 1372, procedía de la ciudad de Husinec (literalmente, «pueblo de gansos»), en el sur de Bohemia, en lo que hoy es la República Checa. Su apellido, derivado de su lugar de nacimiento, significa «ganso» en checo. Pero entender por qué Lutero y los protestantes posteriores creyeron que Hus había anticipado, si no predicho, la Reforma, es más difícil y requiere considerar la vida, la doctrina y la muerte de Hus.
LA VIDA DE HUS
En 1390, Hus, cuyos primeros años son desconocidos, se matriculó en la Universidad de Praga con la intención de prepararse para el sacerdocio. Más tarde confesó que la ordenación al ministerio le atraía por su promesa de proporcionar una vida cómoda y la estimación del mundo. A pesar de dedicar, según admitió, demasiado tiempo a jugar al ajedrez, Hus sobresalió en sus estudios y, al recibir su título de maestría en 1396, entró en la facultad de filosofía de la universidad.
Poco después de empezar a enseñar, Hus experimentó, en palabras de un biógrafo, un «cambio radical y fundamental» que le llevó a un compromiso más profundo con Cristo. Es posible que este «cambio» se debiera a la exposición al pensamiento de John Wycliffe, cuyas ideas empezaban a causar revuelo en Praga. El programa reformador de Wycliffe, que incluía una crítica estridente a la inmoralidad del clero, el rechazo de la doctrina medieval de la transubstanciación y la insistencia en el acceso de los laicos a las Escrituras en la lengua vernácula, llegó a Bohemia gracias, en gran medida, a los estudiantes checos que estudiaron en la Universidad de Oxford con el propio Wycliffe y volvieron a casa con la cabeza llena de sus ideas y las mochilas llenas de sus libros.
En 1403, el conflicto sobre las ideas de Wycliffe llegó a un punto crítico en la Universidad de Praga. Aunque Hus no estaba de acuerdo con el rechazo de Wycliffe a la transubstanciación, sí estaba de acuerdo con mucho de lo que el reformador inglés había dicho y se unió al partido reformador pro-Wycliffe. Solo un año antes, Hus había sido nombrado predicador de la capilla de Belén en el centro de Praga. Sus sermones desde el púlpito de Belén reflejaban cada vez más la preocupación de Wycliffe por la corrupción dentro de la iglesia.
La predicación del «pequeño ganso de Dios», como llegó a ser llamado Hus, era inmensamente popular, atrayendo a multitudes de varios miles. Hus estaba ansioso por hacer que la Escritura y su mensaje reformador fueran accesibles al pueblo. No solo predicaba en checo, sino que traducía a la lengua vernácula partes de la liturgia y varios himnos latinos. Incluso aprovechó los espacios vacíos de las paredes de la capilla para promover su mensaje, encargando murales que contrastaban la humildad y sencillez de Cristo con la vanidad y codicia de los sacerdotes contemporáneos.
En 1409, el papado, perturbado por la fama ascendente de Hus, ordenó al arzobispo de Praga que prohibiera la predicación en la capilla de Belén. Hus se negó a renunciar a su púlpito. Al año siguiente, el arzobispo excomulgó a Hus por herejía e inmediatamente después huyó de la ciudad por miedo a las represalias populares. Hus siguió predicando. En 1411, el papado, que para entonces había emitido una segunda excomunión de Hus (sin efecto), puso a toda la ciudad de Praga bajo interdicto, prohibiendo así al clero de Praga ofrecer al pueblo sermones, bodas, la eucaristía u otros servicios religiosos.
El interdicto del papa tuvo inicialmente poca fuerza gracias al rey Wenceslao IV de Bohemia. Wenceslao apoyó a Hus y ordenó al clero de Praga que hiciera caso omiso del interdicto. Sin embargo, en 1412 las circunstancias enfrentaron a Hus con Wenceslao. El papado comenzó a vender indulgencias en Bohemia para recaudar fondos para una campaña militar. Wenceslao no se opuso a ello, sobre todo porque recibía una parte de las ganancias. Pero Hus, que veía la venta de indulgencias como un síntoma de la corrupción de la iglesia, protestó desde el púlpito y el estrado. El rey, deseoso de mantener sus nuevos ingresos, prohibió las críticas a las indulgencias. Reforzó esa prohibición decapitando a varios hombres que hablaban en contra de ellas. Para socavar aún más a Hus, el rey ordenó al clero de Praga que hiciera cumplir el interdicto del papa.
Hus, que no quería ver al pueblo privado de la Palabra y los sacramentos por su culpa, abandonó Praga en 1412. Pasó los dos años siguientes en un exilio autoimpuesto en el sur de Bohemia, escribiendo obras que fomentaban sus ideales reformadores. En 1414, fue citado a comparecer ante el Concilio de Constanza para responder a los cargos de herejía y el emperador Segismundo, hermano del rey Wenceslao, le prometió un salvoconducto al terminar el concilio. Hus aceptó asistir al concilio consciente de que podría no regresar, pero con la esperanza de que se le diera la oportunidad de promover su visión de la reforma de la iglesia. Al llegar a Constanza en noviembre de 1414, fue arrestado y permaneció en prisión hasta su juicio y ejecución el verano siguiente.
LA TEOLOGÍA DE HUS
Hus no era un mero imitador de Wycliffe como han sugerido algunos estudiosos. Tampoco, como otros han insinuado, se anticipó al protestantismo en todos los aspectos. Contra Wycliffe y los reformadores, defendió la doctrina de la transubstanciación, aunque negó que los sacerdotes tuvieran el poder de transformar el pan en el cuerpo de Cristo. Contra la doctrina protestante de la sola fide, creía que la caridad desempeñaba un papel instrumental en la justificación de los pecadores.
Sin embargo, Hus se anticipó a varias de las convicciones claves del protestantismo. Criticó la veneración idolátrica de sus contemporáneos hacia María y los santos. También criticó la práctica medieval de negar el cáliz al pueblo (por miedo, aparentemente, a que pudieran manipular mal la sangre de Cristo) y ofrecerles solo el pan en la eucaristía. La insistencia de Hus en que los laicos debían recibir tanto el pan como el vino llegó a definir tanto a sus seguidores que, cuando se vieron obligados a defenderse militarmente tras la muerte de Hus, incorporaron un cáliz a su escudo.
Hus se anticipó a los reformadores y reveló el alcance de su deuda con Wycliffe en su doctrina sobre la iglesia. Hus identificó la verdadera iglesia como ese cuerpo invisible de creyentes en el pasado, el presente y el futuro que han sido eternamente elegidos por Dios para salvación e incorporados a Cristo como cabeza de ellos. Argumentaba que no todos los miembros de la iglesia visible pertenecen a la iglesia invisible, y cuando el clero, en particular, demuestra ser réprobo por sus acciones, su autoridad es sospechosa. Esta doctrina sirvió para que Hus criticara duramente a los sacerdotes y a los papas como «anticristos» y para que estuviera dispuesto a ignorar las bulas papales cuando estas contradijeran claramente la Escritura.
La doctrina de Hus sobre la Escritura estaba relacionada estrechamente con su doctrina sobre la iglesia. Hus rechazaba cualquier pretensión de que la iglesia visible, que en algún momento pudo estar poblada más por los réprobos que por los elegidos, ejerciera la infalibilidad en sus decisiones o interpretaciones de la Escritura. Tenía en alta estima a las voces tradicionales de la iglesia, especialmente a los padres de la iglesia; de hecho, privilegiaba la interpretación de la Escritura por parte de los padres de la iglesia por encima de cualquier interpretación individual, incluida la suya. Pero Hus reconocía que incluso los padres podían equivocarse. Así, reconocía a la Escritura como la única norma infalible de fe y práctica cristianas, un punto de vista que los reformadores expresarían con el lema sola Scriptura.
LA MUERTE DE HUS
Hus tuvo pocas oportunidades de defender su doctrina en el Concilio de Constanza y finalmente fue condenado por una combinación de afirmaciones legítimas y espurias sobre sus creencias. Se le pidió que se retractara de las enseñanzas que se le atribuían falsamente. Hus se negó a hacerlo, a pesar de que eso sellaba su destino, porque no quería cometer perjurio admitiendo creencias que no tenía.
El 6 de julio de 1415, Hus fue despojado de sus ropas clericales, decorado con un gorro de burro adornado con dibujos de demonios, atado a una estaca y quemado hasta morir. Según el relato de un testigo, confió su alma a Dios y cantó un himno a Cristo mientras las llamas lo envolvían. Una vez muerto, las autoridades trituraron sus restos y los arrojaron al río Rin para evitar que fueran venerados por sus seguidores. Irónicamente, es probable que Hus hubiera apreciado este último gesto.
Hus nunca llegó a pronunciar la famosa profecía que se le atribuye en ocasión de su muerte. Sí expresó, en una carta que escribió durante su encarcelamiento, la esperanza de que surgieran «aves» más fuertes que él para continuar su obra. De hecho, fue Lutero, en escritos de la década de 1530, quien transformó las palabras de Hus en un oráculo que encontró su cumplimiento en él. Independientemente de ello, uno sospecha que Hus se habría regocijado de ver el día de Lutero y se habría alegrado de reconocer el trabajo de Lutero y los esfuerzos posteriores para reformar la iglesia de acuerdo con la Palabra de Dios como una continuación adecuada de sus propias labores.