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Nota del editor: Este es el sexto capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: Perfeccionismo y control
«Dame esta región montañosa… y los expulsaré». Estas son las palabras de Caleb a sus ochenta años, cuando los israelitas irrumpieron en la tierra prometida y se preparaban para enfrentarse a sus enemigos, palabras que fueron registradas en el libro de Josué (14:12). A la luz de los obstáculos frente a Caleb y los peligros que representaban, sería difícil pensar en él como algo menos que ambicioso.
Pero ¿eran buenas o malas las ambiciones de Caleb? Muy a menudo, la palabra ambición evoca la imagen negativa de los banqueros inversionistas de Wall Street racionalizando la codicia egoísta. O quizás uno podría encontrar la palabra impresa en un cartel motivacional con un escalador aferrado a la ladera de una montaña que intenta ascender. Pero ¿cuál de estas dos cosas es la ambición? ¿Es mala o debemos cultivarla en nosotros mismos y en nuestros hijos? ¿La Biblia promueve la ambición?
Cuando buscamos la palabra ambición en distintas versiones de la Biblia, la encontramos en varios pasajes como la traducción de diversas palabras griegas. La palabra ambición se emplea tanto en contextos positivos como negativos. Negativamente, Santiago condena a los que tienen «celos amargos y ambición personal» (Stg 3:14). Positivamente, Pablo expresa que tenía «Mi gran aspiración [ambición] siempre ha sido predicar la Buena Noticia» (Rom 15:20 NTV). La Biblia claramente reconoce tanto la ambición buena como la ambición mala. ¿Cómo podemos diferenciarlas?
Recordemos qué es la ambición. Según la definición del diccionario es simplemente un deseo de lograr un fin particular. Pero esta definición quizás es demasiado débil, ya que puede aplicarse a las decisiones de la vida cotidiana que no se considerarían ambiciosas. Así que, permíteme sugerir la siguiente definición de la ambición: deseo intenso que conduce a la disposición de superar obstáculos para lograr un fin particular. Hay dos observaciones importantes que hacer aquí. Primero hay que notar la relación entre el «deseo» y el «fin». En segundo lugar, observa que la definición también incluye las palabras «superar obstáculos» y «lograr», las cuales indican que se requerirá un cierto grado de esfuerzo y que se emplearán medios en el proceso. Consideremos cada una de estas observaciones con más detalle.
DESEOS Y FINES
En segundo lugar, el pecado distorsiona la proporción de la relación deseo-fin, llevándonos a desear incluso los fines correctos con un deseo desproporcionado (un deseo débil por las cosas que son mejores y un deseo intenso por lo mediocre o trivial). Recuerda las palabras de Jesús a los fariseos en Mateo 23:23:
¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas!, porque pagáis el diezmo de la menta, del eneldo y del comino, y habéis descuidado los preceptos de más peso de la ley: la justicia, la misericordia y la fidelidad; y estas son las cosas que debíais haber hecho, sin descuidar aquellas.
Por esta razón, necesitamos que la Escritura nos recuerde una y otra vez que debemos renovar nuestras mentes para valorar lo que Dios valora y odiar lo que Dios odia. Debemos entrenar nuestra mente (y por lo tanto nuestras emociones) para amar lo que Dios ama. Observa Romanos 12:2 ―«Y no os adaptéis a este mundo, sino transformaos mediante la renovación de vuestra mente, para que verifiquéis cuál es la voluntad de Dios: lo que es bueno, aceptable y perfecto»― y el Salmo 37:4 ―«Pon tu delicia en el SEÑOR, y Él te dará las peticiones de tu corazón»―.
MEDIOS
La segunda parte de la definición de la ambición es el uso de medios para lograr los fines deseados. El pecado nos lleva a desvirtuar los medios revelados por Dios para lograr los fines; a menudo empleamos métodos pecaminosos para alcanzarlos. Sin embargo, los medios utilizados también deben estar de acuerdo con la Palabra de Dios. La Escritura está repleta de mandamientos y principios que nos guían en el uso de los medios, y nos dicen qué es lícito y qué no lo es. Incluso si el deseo es bueno y el fin agrada a Dios, no debemos emplear medios ilícitos para satisfacer ese deseo. Podríamos desear tener un hijo, y eso sería agradable a Dios, pero secuestrar al bebé de alguien como un medio para lograr este fin resultaría pecaminoso.
IMPLICACIONES DE LA AMBICIÓN PIADOSA
Entonces, juntemos estas observaciones y construyamos una perspectiva bíblica de la ambición. Primero, debemos tener ambiciones piadosas. Pablo se describe a sí mismo como ambicioso y nuestro Señor ciertamente fue ambicioso (según nuestra definición anterior) para cumplir Su llamado como Profeta, Sacerdote y Rey. En segundo lugar, la ambición piadosa requiere deseos que estén relacionados correctamente con fines justos. En tercer lugar, la ambición piadosa emplea medios justos para lograr esos fines. Pero ¿cómo desarrollamos una ambición piadosa?
DISCIPLINA, DEBER Y DESEO
Primero, debemos reconocer e implementar las herramientas que Dios nos da. Pablo escribe en 1 Timoteo 4:7: «Disciplínate a ti mismo para la piedad». Necesitamos entender que la disciplina tiene un papel en la vida de cada cristiano para que este supere la pereza y trabaje con el fin de crecer en la piedad.
En segundo lugar, está el deber. Muchos cristianos se estremecen cuando se menciona la palabra deber. Pero el deber debe entenderse como un medio para lograr un fin. El deber es la obediencia disciplinada con miras a desarrollar amor por lo que se practica. El deber es la práctica de deleitarse en lo que deleita a Dios hasta que experimentamos ese deleite verdadero. Mi esposa y yo hemos asignado quehaceres a nuestros hijos, y a menudo se resisten a hacerlos, pero nuestro objetivo es ayudarlos a desarrollar amor por el orden y el trabajo, de tal manera que el deber subyacente les resulte secundario. La disciplina y el deber son caminos hacia el deleite.
IDENTIDAD Y AMBICIÓN CRISTIANA
Otra manera de crecer en la ambición piadosa es que los cristianos comprendan su identidad, su posición y su propósito.
En cuanto a su posición, todo cristiano debería tener un entendimiento bíblico y claro de la naturaleza de su ciudadanía en el Reino de Dios. Entender que somos hijos del Creador y que estamos en pacto con Él es fundamental para comprender quiénes somos. Reflexionar en las prioridades del Reino y el juicio final nos ayudará a forjar una ambición piadosa.
Además de comprender quiénes somos (posición), necesitamos saber por qué somos (propósito). Al principio de la creación, Dios les dice a Adán y Eva lo que deben hacer; a eso lo llamamos el mandato de la creación (Gn 1:28). Estamos llamados a ser fructíferos y multiplicarnos. Lamentablemente, muchos de los que profesan a Cristo han menoscabado la responsabilidad de casarse y tener hijos. En la cultura moderna, ambas cosas se consideran difíciles e incluso contraproducentes para la libertad y el gozo personal. Pero los que buscan cumplir su destino autodesignado en oposición a los propósitos originales de Dios cuando creó la humanidad son como un tren que quiere liberarse de sus rieles. Como cristianos, debemos resistir esta corriente y considerar el matrimonio como un regalo de Dios. A menos que tengamos el llamado excepcional a la soltería específicamente por causa del ministerio, debemos tener la ambición de casarnos, tener hijos y criar familias piadosas.
El mandato de ejercer dominio sobre el planeta aborda el tema de la vocación, del llamado. ¿Consideras que de alguna manera tu trabajo forma parte de ese mandato? Deberías considerarlo así si es un trabajo legítimo. Y cuando en verdad ves tu trabajo como parte del plan de Dios, de Su panorama general, entonces tu ambición de hacer las cosas bien y tener éxito debería crecer.
Los mandatos anteriores se relacionan con la familia y el ámbito civil, pero Dios además nos colocó en la Iglesia. Al hacerlo, también nos prescribe el papel que debemos desempeñar en nuestro llamamiento como hermanos y hermanas. Dios le da dones espirituales a cada creyente (Rom 12; 1 Co 12; Ef 4; 1 Pe 4), mediante los cuales nos ministramos los unos a los otros. También se nos ha dado el mandato de ir al mundo, proclamar el evangelio (Mr 16:15) y hacer «discípulos de todas las naciones» (Mt 28:19). Ambos énfasis, el del ministerio interno en la Iglesia y el de la proclamación externa al mundo, son esenciales para la ambición y la práctica cristiana piadosa.
Pablo escribió en 2 Corintios 5:9: «Ya sea presentes o ausentes, ambicionamos serle agradables». Que esto también sea cierto de nosotros.