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Nota del editor: Este es el séptimo capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: Perfeccionismo y control
LA CRIANZA
La crianza exitosa se trata de una pérdida de control legítima y ordenada por Dios. El objetivo de la crianza es criar hijos que una vez dependieron totalmente de nosotros para que sean personas maduras e independientes que, con confianza en Dios y un vínculo adecuado con la comunidad cristiana, sean capaces de valerse por sí mismos.
En los primeros años de crianza, tenemos el control de todo y, aunque nos quejamos del estrés de todo el proceso, nos gusta tener el poder. Es poco lo que los bebés y los niños muy pequeños eligen hacer. Les elegimos la comida, los tiempos de descanso, la forma en que hacen ejercicio físico, lo que ven y oyen, adónde van y quiénes son sus amigos… la lista podría seguir y seguir.
Sin embargo, la realidad es que, desde el primer día, nuestros hijos se van independizando. El bebé que antes no podía darse vuelta sin ayuda ahora puede gatear hacia el baño sin nuestro permiso y desenrollar un rollo completo de papel higiénico. Ese mismo niño pronto saldrá conduciendo de la casa hacia lugares totalmente ajenos a nuestro alcance parental.
¿Cuántos padres han luchado con los amigos que sus hijos han elegido? Sí, la elección de compañeros es un asunto muy serio, pero también es un área en la que cedemos control a un niño que va madurando. El objetivo de la crianza no es mantener un control estricto sobre nuestros hijos en un intento por garantizar su seguridad y nuestra cordura. Solo Dios puede ejercer ese tipo de control. En cambio, el objetivo es que Él nos use para inculcar en nuestros hijos un dominio propio cada vez mayor a través de los principios de la Palabra y permitirles ejercer la elección, el control y la independencia en círculos cada vez más amplios.
Como consejero y pastor, trabajé regularmente con padres que querían retroceder en el tiempo. Pensaban que la única esperanza era volver a los antiguos días de control total. Intentaban tratar a su hijo adolescente como a un niño pequeño. Terminaron pareciendo más carceleros que padres, y se olvidaron de ministrar el evangelio, que era la única esperanza en esos momentos cruciales de conflicto.
Es vital que recordemos tres verdades del evangelio en lo que respecta a estos conflictos de la crianza:
1. No hay ninguna situación que no esté bajo control, porque Cristo reina sobre todas las cosas por amor a la Iglesia (Ef 1:22).
2. La situación no solo está bajo control, sino que Dios también está obrando en ella, haciendo el bien que ha prometido hacer (Rom 8:28). Por lo tanto, no necesito controlar todos los deseos, pensamientos y acciones de mi hijo que está madurando. En cada situación, él o ella está bajo el control soberano de Cristo, quien está logrando lo que yo no puedo.
3. El objetivo de mi crianza no es conformar a mis hijos a mi imagen, sino trabajar para que sean conformados a la imagen de Cristo. Mi objetivo no es clonar mis gustos, opiniones y hábitos en mis hijos. No busco que mi imagen esté en ellos; mi anhelo es ver la de Cristo.
No podemos pensar en la crianza sin considerar honestamente lo que nosotros como padres aportamos al conflicto. Si nuestros corazones están dominados por el éxito, el reconocimiento y el control, anhelaremos inconscientemente que nuestros hijos cumplan con nuestras expectativas en lugar de atender sus necesidades espirituales. En vez de ver los momentos de conflicto como puertas de oportunidades dadas por Dios, los consideraremos irritantes, frustrantes y decepcionantes, y experimentaremos una ira creciente contra los mismos hijos a los que hemos sido llamados a ministrar.
EL MATRIMONIO
Lo mismo ocurre con el matrimonio. Nuestros matrimonios viven en medio de un mundo que no funciona como Dios quiso. De una manera u otra, nuestros matrimonios se ven afectados todos los días por un mundo quebrantado. Tal vez, el asunto simplemente se trate de la necesidad de vivir con las complicaciones ordinarias de un mundo quebrantado, o tal vez estemos enfrentando problemas mayores que han alterado el curso de nuestras vidas y nuestros matrimonios. Pero hay una cosa segura: no escaparemos del entorno en que Dios ha elegido que vivamos.
No es accidental que estemos viviendo nuestros matrimonios en este mundo quebrantado. No es accidental que tengamos que lidiar con las cosas con que lidiamos. Nada de esto es azar, casualidad o suerte. Todo es parte del plan redentor de Dios. Hechos 17 dice que Él determina el lugar exacto donde vivimos y la duración exacta de nuestras vidas.
Dios sabe dónde vivimos y no se sorprende por lo que enfrentamos. Aunque enfrentemos cosas que no tienen sentido para nosotros, todo lo que enfrentamos tiene un sentido y un propósito. Estoy convencido de que comprender nuestro mundo caído y el propósito de Dios para mantenernos en él es fundamental para construir matrimonios de unidad, comprensión y amor.
Verás, la mayoría de nosotros tenemos un paradigma de felicidad personal. Ahora bien, no es malo querer ser feliz y tampoco es malo esforzarnos por la felicidad conyugal. Dios nos ha dado la capacidad de disfrutar y ha puesto cosas maravillosas a nuestro alrededor para que las disfrutemos. El problema no es que esta sea una meta errónea, sino que es una meta demasiado pequeña. Dios está trabajando en algo profundo, necesario y eterno.
Dios tiene un paradigma de santidad personal. No te dejes intimidar por este lenguaje. Estas palabras significan que Dios está obrando a través de nuestras circunstancias diarias para cambiarnos. En Su amor, Él sabe que no somos todo lo que fuimos creados para ser. Aunque sea difícil de admitir, todavía hay pecado dentro de nosotros, y ese pecado se interpone en el camino de lo que estamos destinados a ser y de lo que estamos diseñados para ser (y, por cierto, ese pecado es el mayor obstáculo de todos para un matrimonio de unidad, comprensión y amor).
Dios está usando las dificultades del aquí y el ahora para transformarnos, es decir, para rescatarnos de nosotros mismos. Y debido a que nos ama, interrumpirá o comprometerá deliberadamente nuestra felicidad momentánea a fin de dar un paso más en el proceso de rescate y transformación, al que está inquebrantablemente comprometido.
Cuando comenzamos a aceptar el paradigma de Dios, la vida cobra más sentido: las cosas que enfrentamos no son problemas irracionales, sino herramientas transformadoras. Y hay esperanza para nosotros y nuestros matrimonios, porque Dios está en medio de nuestras circunstancias y las está usando para moldearnos, dándonos la forma de lo que Él nos creó para que fuéramos. Cuando Él hace eso, no sólo respondemos mejor a la vida, sino que nos convertimos en personas mejores con las que convivir, lo que se traduce en mejores matrimonios.
Entonces, de una manera u otra, este mundo caído y lo que hay en él entrará por nuestras puertas, pero no debemos temer. Dios está con nosotros y está obrando para que estas dificultades den lugar a cosas buenas en nosotros y a través de nosotros.