¿Por qué es importante la cristología?
11 diciembre, 2024El Pentateuco
Este es el segundo artículo de la colección de artículos: Introducción a la cristología ortodoxa
La respuesta de Pedro a esta pregunta es bien conocida: «Tú eres el Cristo». Pedro reconoció que Jesús era el Mesías tan esperado, el Cristo prometido a lo largo del Antiguo Testamento. Sin embargo, Pedro aún no era capaz de conciliar en su propia mente cómo el Mesías prometido también podía sufrir y morir. Todavía debía comprender que el personaje exaltado de Daniel 7 era el mismo personaje sufriente de Isaías 53. Esta verdad sería más clara para él solo después de la resurrección y ascensión de Cristo.
Comprender esto nos permite hablar de una Cristo-logía del Antiguo Testamento, a pesar de que Jesucristo mismo no aparece en la carne sino hasta el tiempo de los evangelios del Nuevo Testamento. Podemos hablar de una cristología del Antiguo Testamento porque este contiene numerosas promesas, profecías, sombras y tipos que apuntan hacia la venida del Mesías, la venida de Cristo. Aunque no examinaremos todos esos textos, nos enfocaremos en algunos de los más significativos. Para comprender quién es este Mesías, es fundamental tener un entendimiento de dichos textos.
Génesis 3
El primer indicio de un tema mesiánico en el Antiguo Testamento aparece en las trágicas consecuencias de la caída. Adán y Eva confiaron en la palabra de la serpiente en lugar de la Palabra de Dios, y la respuesta de Dios no se hace esperar. Después de confrontar al hombre y a la mujer, quienes intentan culparse mutuamente (Gn 3:8-13), Dios pronuncia Su juicio primero sobre la serpiente, luego sobre la mujer, y finalmente sobre el hombre (vv. 14-19). Dios declara una maldición sobre la serpiente (v. 14), pero en el mismo acto de pronunciar esta maldición, Dios hace una promesa que da a la humanidad una razón para tener esperanza. La caída del hombre ha generado la necesidad de redención divina, una necesidad que Dios aborda de inmediato. A la serpiente, Él dice:
Pondré enemistad
Entre tú y la mujer,
Y entre tu simiente y su simiente;
Él te herirá en la cabeza,
Y tú lo herirás en el talón (Gn 3:15).
A este versículo con frecuencia se le denomina protoevangelio o el primer evangelio. Es gracia y misericordia en medio de la rebelión. Dios promete que habrá una larga lucha entre el bien y el mal, y que la descendencia de la mujer finalmente triunfará. Como queda claro en el resto del Antiguo y del Nuevo Testamento, este triunfo vendrá en el Mesías, Jesucristo, y a través de Él.
El pacto con Abraham
El tema principal de la historia patriarcal (Gn 12-50) gira en torno a las promesas de bendición de Dios, promesas otorgadas primero a Abraham, luego a Isaac, y finalmente a Jacob. No podemos subestimar la importancia de estas promesas para entender el resto de las Escrituras.
El llamado de Abram en Génesis 12:1-9 marca un punto crucial en la historia redentora. Mientras que Génesis 1-11 se enfoca principalmente en las terribles consecuencias del pecado, las promesas de Dios a Abram en Génesis 12 se centran en la esperanza de redención, de bendición restaurada y reconciliación con Dios. Dios se va a ocupar del problema del pecado y el mal, y va a establecer Su reino en la tierra. La manera en que lo hará comienza a revelarse en Sus promesas a Abram.
La sección clave de Génesis 12:1-9 es el llamado explícito de Dios a Abram que se encuentra en los versículos 1-3:
Y el Señor dijo a Abram:
«Vete de tu tierra, De entre tus parientes
Y de la casa de tu padre,
A la tierra que Yo te mostraré.
Haré de ti una nación grande,
Y te bendeciré,
Engrandeceré tu nombre,
Y serás bendición.
Bendeciré a los que te bendigan,
Y al que te maldiga, maldeciré.
En ti serán benditas todas las familias de la tierra».
El tema del llamado de Dios a Abram es evidente en la repetición de las palabras clave relacionadas con bendecir y bendición. El pecado del hombre ha provocado la maldición de Dios (Gn 3:14, 17; 4:11; 5:29; 9:25), pero aquí Dios promete formar un pueblo para Sí y restaurar Sus propósitos originales de bendición para la humanidad (ver Gn 1:28). De alguna manera, Abram será el mediador de esta bendición restaurada.
El llamado de Dios a Abram incluye cuatro promesas básicas: (1) descendencia, (2) tierra, (3) bendición de Abram mismo y (4) bendición de las naciones a través de Abram. La bendición prometida a las naciones de la tierra es clave. Esta bendición de todas las familias de la tierra es el propósito principal detrás del llamado de Dios a Abram. Su llamado y las promesas que recibe no son fines en sí mismos. Abram recibe la promesa de una descendencia, tierra y bendición personal para que pueda ser el mediador de la bendición de Dios a todas las familias de la tierra. Como queda claro en el resto del Antiguo Testamento, esta bendición llegará a través del establecimiento del reino de Dios bajo Su Mesías.
Génesis 49
Al acercarse a su muerte, Jacob reúne a sus hijos para pronunciar sus últimas palabras sobre ellos (Gn 49). En ese momento, les dice: «Reúnanse para que les haga saber lo que les ha de acontecer en los días venideros» (Gn 49:1). El significado de la frase «días venideros» o «días postreros» (ver Nm 24:14), debe determinarse por su contexto. En general, habla de un tiempo futuro indeterminado. Jacob se dirige a todos sus hijos, pero sus palabras dirigidas a Judá son especialmente significativas para la cristología del Antiguo Testamento. Estas palabras anticipan no solo el surgimiento del rey davídico, sino también algo mayor.
En Génesis 49:10, Jacob dice: «El cetro no se apartará de Judá, / Ni la vara de gobernante de entre sus pies, / Hasta que venga Siloh, / Y a él sea dada la obediencia de los pueblos». Algunos consideran que este versículo es la primera profecía mesiánica explícita en el Antiguo Testamento. Aunque la traducción precisa de las palabras «Hasta que venga Siloh» es debatida debido a la ambigüedad del hebreo, existe un consenso general en que la profecía apunta al surgimiento de la monarquía davídica. El punto principal de las palabras de Jacob a Judá es que el cetro, símbolo de realeza, pertenecería a su tribu hasta la llegada de aquel a quien verdaderamente corresponde este estatus real. En el Antiguo Testamento, esta profecía encuentra un cumplimiento inicial en David. Sin embargo, en el Nuevo Testamento, se cumple de manera plena y definitiva en Jesucristo, el hijo de David y el León de la tribu de Judá (cf. Mt 1:1; Ap 5:5).
Éxodo
En su primera epístola a los Corintios, el apóstol Pablo dice a sus lectores: «Porque aun Cristo, nuestra Pascua, ha sido sacrificado» (1 Co 5:7). El contexto de esta afirmación se encuentra en el libro de Éxodo. En Éxodo 12, Dios le da a Moisés las instrucciones para la ceremonia de la Pascua que distinguirá a Israel de Egipto. Dios establece que este mes será el primer mes del año para Israel (v. 2), y que esta noche conmemorará el nacimiento de Israel como nación. Cada familia debe tomar un cordero sin defecto, mantenerlo hasta el día catorce del mes, momento en el cual será sacrificado (vv. 3-6). La sangre del cordero debe ser puesta en los postes y el dintel de las casas, y las familias deben comer la carne asada del cordero (vv. 7-11). Dios le dice a Moisés que esa noche Él pasará por Egipto y herirá a los primogénitos de los egipcios, pero pasará de largo las casas marcadas con la señal de la sangre del cordero (vv. 12-13). El cordero pascual se convierte así en un sustituto de Israel, el primogénito de Dios (cf. 4:22). Como tal, este cordero es un tipo del Mesías venidero, quien también muere como sustituto de Su pueblo.
Levítico
A primera vista, la relevancia mesiánica de Levítico podría no parecer evidente, pero cuando recordamos que el Nuevo Testamento describe a Cristo como nuestro Sumo Sacerdote (He 8-9) y como el sacrificio una vez y para siempre por el pecado (He 10), la importancia de este libro se vuelve más clara. Levítico detalla la santidad que Dios requiere de Su pueblo, estableciendo las leyes sobre los sacrificios y el sacerdocio. Los sacrificios proporcionaban un medio para que el pueblo de Israel fuera purificado de sus pecados, mientras que los sacerdotes que ofrecían estos sacrificios actuaban como mediadores entre Dios y Su pueblo. Tanto el sacerdocio como los sacrificios apuntaban a una realidad mayor que vendría en la persona y obra de Jesús, el Mesías.
Números 24
Una de las profecías mesiánicas más intrigantes se encuentra en Números 22-24, en la historia de Balaam. En este punto de la historia, Israel ha acampado en las llanuras de Moab, y Balac, el rey de Moab, está dominado por el miedo (22:1-4). Como resultado, convoca a Balaam, un profeta pagano de Mesopotamia, con el fin de maldecir a los israelitas (vv. 5-8). Sin embargo, Dios no permite que Balaam maldiga a Israel, sino que le ordena bendecir a Israel. En los capítulos 23-24, para la frustración de Balac, Balaam entrega cuatro oráculos de bendición sobre Israel. El cuarto oráculo es particularmente notable. Balaam prevé la venida de un rey, aunque su advenimiento no será inmediato: «Lo veo, pero no ahora; / Lo contemplo, pero no cerca» (Nm 24:17). El rey venidero es descrito como una estrella que sale de Jacob y un cetro que se levanta de Israel (v. 17; ver Gn 49:10). Este rey derrotará completamente a sus enemigos (v. 18). Esta profecía se iba a cumplir inicialmente en el reinado de David, pero su cumplimiento final sería con la llegada del Mesías.
Deuteronomio 18
El establecimiento del oficio profético es el tema central de Deuteronomio 18:15-22. Después de detallar las formas prohibidas de intentar conocer la voluntad de Dios (vv. 9-14), Moisés procede a explicar la naturaleza de la profecía, el medio legítimo por el cual Dios comunicaría Su palabra a Su pueblo (vv. 15-22). Moisés declara: «Un profeta de en medio de ti, de tus hermanos, como yo, te levantará el SEÑOR tu Dios; a él oirán» (Dt 18:15). Con estas palabras, Dios dispone la continuación del oficio profético después de la muerte de Moisés.
Es importante recordar, sin embargo, que Moisés era único entre los profetas como ministro del pacto de Dios (Nm 12:6-8; Dt 34:10-12). Como veremos, el mensaje de los profetas posteriores estaba arraigado en el pacto mediado por Moisés. Jeffrey Niehaus explica:
El ministerio profético era de dos tipos: el profeta como mediador del pacto (solo Moisés); y el profeta como mensajero de las demandas del pacto (profetas subsiguientes). Dios había levantado al profeta Moisés para mediar Su pacto con Israel; luego levantaría a otros profetas para traer las demandas del pacto, recordarle al pueblo su obediencia al pacto o anunciar los castigos pactuales por su desobediencia.
La promesa de Dios de levantar a otro profeta como Moisés fue entendida más tarde por los israelitas como una profecía mesiánica (Jn 1:21, 45; 6:14; 7:40). En última instancia, esta promesa profética apunta a Jesús, el mediador único del nuevo pacto (cf. Hch 3:20-22).
Conclusión
Este breve repaso de algunos textos mesiánicos en el Pentateuco no pretende en absoluto ser exhaustivo. Jesús afirmó que todo el Antiguo Testamento se refiere a Él (Lc 24:27). Apenas hemos rascado la superficie. En nuestra próxima entrada, examinaremos varias profecías y promesas en los libros históricos, Salmos y los Profetas.
Dice el SEÑOR a mi Señor:
«Siéntate a Mi diestra,
Hasta que ponga a Tus enemigos por estrado de Tus pies».El Señor extenderá desde Sión Tu poderoso cetro, diciendo:
«Domina en medio de Tus enemigos».Tu pueblo se ofrecerá voluntariamente en el día de Tu poder;
En el esplendor de la santidad, desde el seno de la aurora;
Tu juventud es para Ti como el rocío.El SEÑOR ha jurado y no se retractará:
«Tú eres sacerdote para siempre
Según el orden de Melquisedec».El Señor está a Tu diestra;
Quebrantará reyes en el día de Su ira.
Juzgará entre las naciones,
Las llenará de cadáveres,
Quebrantará cabezas sobre la ancha tierra.
Él beberá del arroyo en el camino;
Por tanto levantará la cabeza.