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Este es el primer artículo de la colección de artículos: Introducción a la cristología ortodoxa
«¿Quién dicen ustedes que soy Yo?». Esta es la pregunta que Jesús hizo a Sus discípulos antes de comenzar la última parte de Su ministerio terrenal.
La respuesta de Pedro a esta pregunta es bien conocida: «Tú eres el Cristo». Pedro reconoció que Jesús era el Mesías tan esperado, el Cristo prometido a lo largo del Antiguo Testamento. Sin embargo, Pedro aún no era capaz de conciliar en su propia mente cómo el Mesías prometido también podía sufrir y morir. Todavía debía comprender que el personaje exaltado de Daniel 7 era el mismo personaje sufriente de Isaías 53. Esta verdad sería más clara para él solo después de la resurrección y ascensión de Cristo.
Algo que los discípulos reconocieron rápidamente fue que Jesús no era un hombre corriente. Lo vieron hacer y decir cosas que indicaban que era plena y verdaderamente humano. Tuvo hambre y sed. Se cansó y durmió. Sufrió y murió. Pero también lo vieron hacer cosas que solo Dios podía hacer y lo oyeron decir cosas que solo Dios podía decir. Junto a Tomás, ellos fueron llevados a confesar que Jesús es Señor y que Jesús es Dios (Jn 20:28).
Para los primeros discípulos, quienes eran judíos profundamente arraigados en el Antiguo Testamento, esto suscitaría preguntas importantes. A todo judío se le había enseñado desde la infancia la confesión fundamental de fe:
Escucha, oh Israel, el SEÑOR es nuestro Dios, el SEÑOR uno es. Amarás al SEÑOR tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza (Dt 6:4-5).
Solo hay un Dios. Sin embargo, este Jesús hacía y decía cosas que solo Dios podía hacer o decir. Y hacía y decía cosas que solo son propias de los seres humanos.
¿Cómo conciliamos esto?
Los fariseos resolvieron esta tensión concluyendo que Jesús era un mentiroso blasfemo, y lo condenaron. Sus seguidores, en cambio, lo conciliaron al reconocer que Él era quien dijo ser: el Verbo que estaba con Dios y que era Dios (Jn 1:1), el Verbo que se hizo carne y habitó entre nosotros (Jn 1:14).
No obstante, no pasó mucho tiempo antes de que surgieran maestros que conciliaran estos hechos de maneras que distorsionaban o destruían la verdad. Por ejemplo, antes incluso de que se completara el Nuevo Testamento, ya había quienes negaban que Cristo había venido en la carne (1 Jn 4:3). ¿Qué importancia tiene la cristología? Pues bien, Juan se refiere a este error cristológico concreto como «el espíritu del anticristo». Nada podría ser más grave.
En los siglos posteriores a la finalización del Nuevo Testamento, muchos intentaron explicar cómo podemos confesar que Dios es uno y al mismo tiempo confesar que Jesús es Dios. También intentaron explicar cómo podría sufrir y morir Aquel que confesamos que es Dios, dado que Dios no puede sufrir ni morir. Asimismo, buscaron explicar cómo Aquel podía manifestar características tanto de Dios como de hombre.
La lucha por encontrar la respuesta bíblica a estas y otras preguntas constituye la historia de los debates trinitarios y cristológicos.
Las respuestas que demos a estas preguntas determinan si estamos adorando al Dios Trino revelado en las Escrituras o a un ídolo de nuestra propia imaginación. Estas respuestas definen si somos seguidores de Jesucristo, el Hijo de Dios, o seguidores de uno de los muchos falsos cristos.
En las próximas semanas, exploraremos la lucha histórica por articular la doctrina bíblica de Cristo. Analizaremos detenidamente las declaraciones de los credos que se han considerado expresiones autorizadas de lo que enseñan las Escrituras. También examinaremos con cuidado las perspectivas erróneas que se han rechazado por no ser bíblicas.
Nuestro objetivo es responder con claridad la pregunta más importante que cualquier ser humano puede enfrentar: «¿Quién dices que es Jesús?».