
La falsa enseñanza y la paz y pureza de la Iglesia | 2da Parte
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Nota del editor: Este es el cuarto y último capítulo en la serie «Falsos maestros«, publicada por la Tabletalk Magazine.
A través de los años, he hablado con muchos pastores, la mayoría de los cuales son hombres que trabajan fielmente en circunstancias difíciles, haciendo todo lo posible para satisfacer las expectativas de su iglesia. La rutina típica del pastor está llena de actividades que le impiden estudiar, pasar tiempo a solas y reflexionar. Está ocupado aconsejando a los atribulados y confundidos, visitando a los enfermos, evangelizando a los perdidos y compartiendo con los miembros de la iglesia.
Los que están en los bancos generalmente esperan que su pastor haga de estas cosas su más alta prioridad. Parecen pensar que el estudio y la preparación para la predicación son un lujo; actividades discrecionales que el pastor puede hacer en su tiempo libre, si es que tiene alguno.
Sin embargo, es exactamente lo opuesto. La responsabilidad del pastor de enseñar a la congregación es su primera y más importante prioridad. Otros deberes pastorales, aunque muy importantes y a menudo urgentes, nunca deben tener preeminencia sobre la enseñanza o abrumarlo con tanta actividad que le falte tiempo para prepararse adecuadamente para el ministerio de la Palabra.
La Escritura es clara sobre esto. Los apóstoles en Jerusalén enfrentaron tanto trabajo que tuvieron poco tiempo para la oración y el ministerio de la Palabra. Ellos dijeron: «No es conveniente que nosotros descuidemos la palabra de Dios para servir mesas» (Hch 6:2, aquí y siguiente). Por lo tanto, los apóstoles pidieron a la congregación que seleccionara hombres capaces y calificados para que hicieran el trabajo de servir para entonces ellos poder dedicarse al ministerio de enseñanza.
Uno de los requisitos fundamentales para que un hombre tenga el oficio de anciano o pastor es que debe «poder enseñar» (1 Tim 3:2; 2 Tim 2:2, 24; Tito 1:9). La expresión denota habilidad y aptitud especial: un talento distintivo para la enseñanza. El hombre que carece de esa habilidad no está calificado (y por lo tanto no está llamado por Dios) para ocupar el cargo de pastor.
El término pastor significa «guía, apacentador». Una de las formas más importantes para un anciano «pastorear el rebaño de Dios» (1 Pe 5:2) es alimentar y guiar a su gente con doctrinas e instrucciones de la Palabra de Dios.
La responsabilidad del pastor de enseñar a la congregación es su primera y más importante prioridad.
En Efesios 4, Pablo enumera algunos de los principales dones que Cristo le dio a Su pueblo. A diferencia de los dones espirituales que encontramos en Romanos 12:6-7 y 1 Corintios 12:8-10, estos dones no son destrezas o habilidades individuales. Son hombres, llamados a ser líderes y oficiales en la iglesia: «Y Él dio a algunos el ser apóstoles, a otros profetas, a otros evangelistas, a otros pastores y maestros» (Ef 4:11). Estos son cuatro oficios, no cinco. Pablo coloca «pastores y maestros» en una misma expresión con una construcción única. Él está hablando de pastores que son maestros.
Cuando el Apóstol le da su instrucción final a Timoteo, el enfoque de su exhortación es este texto tan conocido: «Predica la palabra; insiste a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con mucha paciencia e instrucción» (2 Tim 4:2). Cada elemento de este mandato tiene un propósito pedagógico.
Pablo le está ordenando a Timoteo que predique tanto didáctica como doctrinalmente. Eso es inconfundiblemente claro, porque él continúa diciendo: «Porque vendrá tiempo cuando no soportarán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oídos, acumularán para sí maestros conforme a sus propios deseos; y apartarán sus oídos de la verdad, y se volverán a mitos» (vv. 3-4). La doctrina (literalmente «enseñanza») es la esencia del mensaje de un predicador fiel. La Escritura es el único texto del verdadero pastor; mitos y asuntos que dan comezón de oír son los temas favoritos de los lobos y los mercenarios.
La naturaleza misma de la Palabra de Dios exige un enfoque didáctico. Unos versículos antes de decirle a Timoteo que «predicara la palabra», Pablo había escrito: «Toda Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para reprender, para corregir, para instruir en justicia» (2 Tim 3:16). Fíjate bien en el hecho de que todos los ministerios provechosos de la Palabra de Dios son primeramente instructivos antes que devocionales e inspiradores.
Para asegurarse de que el ministerio de enseñanza no muriera con Timoteo, incluso cuando la predicación de la Palabra de Dios llegara a pasar de moda, Pablo le dijo a Timoteo: «Y lo que has oído de mí en la presencia de muchos testigos, eso encarga a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros» (2 Tim 2:2)
Hoy día, cada predicador fiel que sigue las instrucciones de Pablo para el ministerio está en esa línea de sucesión. El encargo que Pablo le dio a Timoteo es para todos nosotros. Debemos permanecer comprometidos con nuestro llamado, buscando firmemente manejar con precisión la Palabra de Dios.