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Nota del editor: Este es el octavo capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: El reino de Dios.
Cuando sabemos que algo es realmente, verdaderamente, incluso en última instancia bueno, dos respuestas a menudo están en juego. Algunas personas se vuelven «grinches» cínicos y, aunque saben que se trata de algo bueno, tratan de evitar que otros lo prueben. Puede que se use la violencia, como cuando un niño rompe el amado juguete de un hermano para evitar que lo disfrute. Otros, sin embargo, desean profundamente esa cosa buena y se esfuerzan por saborearla con todo el celo que puedan reunir. Aquí también hay un tipo de violencia: una disposición a soportar dolor (dar a luz), a sufrir (terminar un maratón) o a perseverar sin cesar (escalar una montaña) porque estamos convencidos del valor de nuestra meta.
En El reino de Dios es el bien supremo. Es un tesoro escondido por el cual venderías todo para poder comprarlo (Mt 13:44), una perla de gran precio que vale más que todo lo que tienes (v. 46), un banquete de bodas tan bueno que las excusas para no asistir parecen absurdas (Lc 14:16-24). El reino de Cristo ofrece bendiciones que van más allá de todo lo que ofrece el mundo. Algunos tratan de robárselo a otros y arrebatarles su gozo (Jn 10:8), mientras que otros se esfuerzan por entrar a pesar del costo (Lc 13:24).


El clamor por obtener la bondad del reino se describe vívidamente en Mateo 11:12 y Lucas 16:16, dos relatos complementarios de una enseñanza difícil de Jesús. Él describe cómo —tomando en cuenta que habían pasado de la era de Israel a la nueva era anunciada por Juan el Bautista— se predican las buenas nuevas del reino. En otras palabras, ahora el reino es «evangelizado» de una manera fresca. El bien absoluto ha llegado, y Mateo y Lucas esbozan diferentes respuestas. Sin embargo, es complicado descifrar el sentido de la palabra griega biazetai que aparece en ambos pasajes pero con diferentes matices de fuerza o violencia. La palabra podría ser pasiva, pues en Mateo 11:12 vemos que el reino es tratado forzosamente por hombres violentos, pero en Lucas 16:16 vemos que el pueblo de Dios es forzado a entrar en él.
Podría decirse que es mejor tratarlo como un verbo medio-pasivo que transmite un interés propio. El reino se impone a sí mismo forzosamente al mundo, pero se le oponen personas violentas que buscan arrebatárselo a otros (Mt 11:12), y en respuesta, el pueblo de Dios se impone a sí mismo forzosamente para entrar en él (Lc 16:16). ¿De dónde viene tal compulsión, esa fortaleza casi violenta para soportar cualquier cosa? ¿De la fuerza de voluntad humana? No, pues, tal y como el Grinch, eso solo conduce a un robo egoísta de la bondad del reino. Más bien, proviene del evangelio mismo. Tal como lo expresó Cirilo de Alejandría, el mensaje sagrado del reino siembra un profundo deseo en el corazón regenerado de usar todo el vigor y la fuerza para entrar en la bendita esperanza. Una compulsión dada por el Espíritu le permite a uno ver el terreno del reino no como el terreno neutral de la gente tibia, sino como algo que viene con una fuerza divina, que sufre una fuerte oposición y adonde, por lo tanto, se debe entrar con fuerza. Cuando un anhelo por la bondad del reino satura tu ser renovado, no hay vanidad, incomodidad, sufrimiento, dolor ni oposición violenta en este mundo que te impida aplicar toda fuerza santa para esforzarte por entrar en él. Exige todo porque vale más que todo.