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8 diciembre, 2021Juan 3:16 y la capacidad del hombre para elegir a Dios


Es irónico que en el mismo capítulo, de hecho, en el mismo contexto en el cual nuestro Señor enseña la necesidad absoluta del nuevo nacimiento para ver el reino, o tan siquiera para poder escogerlo, los puntos de vista no reformados encuentran uno de sus principales textos de prueba para argumentar que el hombre caído conserva una pequeña isla de capacidad para elegir a Cristo. Es Juan 3:16: «Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo aquél que cree en Él, no se pierda, mas tenga vida eterna».
¿Qué enseña este famoso versículo sobre la capacidad que tiene el hombre caído para elegir a Cristo? La respuesta sencilla es nada. El argumento propuesto por el punto de vista no reformado es que el texto enseña que todas las personas en el mundo tienen el poder para aceptar o rechazar a Cristo. Pero una vista cuidadosa del texto revela que no enseña nada de eso. Lo que el texto enseña es que todos los que creen en Cristo serán salvos. Quienquiera que haga lo primero (creer) recibirá lo segundo (la vida eterna). El texto no dice nada, absolutamente nada, de quiénes creerán. No dice nada sobre la capacidad moral natural del hombre caído. Tanto las personas reformadas como las no reformadas están de acuerdo de todo corazón en que todos los que crean serán salvos. Donde no están de acuerdo es sobre quién tiene la capacidad de creer.


Algunos pueden decir: «Está bien. El texto no enseña explícitamente que el hombre caído tiene la capacidad de elegir a Cristo sin primero haber nacido de nuevo, pero eso es lo que implica». No estoy dispuesto a admitir que el texto implica algo así. Sin embargo, aunque lo hiciera, no haría diferencia alguna en el debate. ¿Por qué no? Nuestra regla de interpretar la Escritura es que las implicaciones que vienen de la Escritura siempre necesitan estar subordinadas a la enseñanza explícita de la Escritura. Nunca, nunca, nunca podemos revertir este orden para subordinar la enseñanza explícita de la Escritura a las implicaciones posibles que vienen de la Escritura. Esta regla hermenéutica es compartida por pensadores de ambas tradiciones, tanto reformados como no reformados.
Si el versículo de Juan 3:16 mostrara una capacidad humana natural y universal del hombre caído de elegir a Cristo, esta implicación sería arrasada por la enseñanza explícita de Jesús en sentido contrario. Ya hemos demostrado que Jesús enseñó explícita e inequívocamente que ningún hombre tiene la capacidad de acudir a Él sin que Dios haga algo para darle esa capacidad, es decir, a menos que lo atraiga a Él.
El hombre caído está en la carne; en ese estado él no puede hacer nada para complacer a Dios. Pablo declara: «la mente puesta en la carne es enemiga de Dios, porque no se sujeta a la ley de Dios, pues ni siquiera puede hacerlo, y los que están en la carne no pueden agradar a Dios» (Rom 8:7,8).
Preguntamos, entonces: «¿Quiénes son los que están “en la carne”?». Pablo continúa declarando: «Sin embargo, vosotros no estáis en la carne sino en el Espíritu, si en verdad el Espíritu de Dios habita en vosotros. Pero si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, el tal no es de Él» (Rom 8:9). La palabra crucial aquí es «si». Lo que distingue a los que están en la carne de los que no, es la presencia del Espíritu Santo. Nadie que no haya nacido de nuevo tiene la presencia del Espíritu Santo morando en él. La gente que está en la carne no ha nacido de nuevo. A menos que primero hayan nacido de nuevo, nacidos del Espíritu Santo, no pueden someterse a la ley de Dios. No pueden complacer a Dios.
Dios nos manda a creer en Cristo. Él se complace con los que eligen a Cristo. Si la gente no regenerada pudiera elegir a Cristo, pudiera someterse por lo menos a uno de los mandamientos de Dios y por lo menos pudieran hacer algo agradable a Dios. Si esto es verdad, el apóstol ha errado aquí cuando insiste en que los que están en la carne no pueden someterse a Dios ni complacerlo.
Llegamos a la conclusión de que el hombre caído todavía está libre para escoger lo que desea, pero ya que sus deseos son absolutamente malvados, le falta la capacidad moral para venir a Cristo. En tanto que permanece en la carne, el no regenerado nunca elegirá a Cristo. No puede elegir a Cristo precisamente porque no puede actuar en contra de su propia voluntad. No tiene ningún deseo por Cristo. No puede elegir lo que no desea. Su caída es grande. Es tan grande, que solo la gracia eficaz de Dios obrando en su corazón puede traerlo a la fe.
Publicado originalmente en el Blog de Ligonier Ministries.