
La defensa de la fe
7 febrero, 2023
Recordando el antiguo Princeton
11 febrero, 2023Juicio y recompensa en el juicio final

Eclesiastés sabe cómo criticar y juzgar. Comienza y termina de la misma manera: «”Vanidad de vanidades”, dice el Predicador, “Vanidad de vanidades, todo es vanidad”» (1:2; 12:8). Si esto no fuera ya bastante deprimente, escucha su último verso: «Teme a Dios y guarda Sus mandamientos, porque esto concierne a toda persona. Porque Dios traerá toda obra a juicio, junto con todo lo oculto, sea bueno o sea malo» (12:13-14). ¿Hablas en serio? ¿Mi vida sin sentido termina en una muerte miserable y luego también soy juzgado por ello? Esto no podría ser peor.
A menos que… ¿y si el juicio de Dios fuera precisamente lo que da sentido a nuestras vidas? ¿Has tenido un profesor que te haya devuelto un trabajo sin darle una calificación? O peor, ¿que nunca te lo haya devuelto? Incluso si recibiste la mejor calificación, no te importó porque te diste cuenta de que tú no le importabas al profesor. ¿Has hecho un mal trabajo, y tu jefe se ha dado cuenta pero no te ha dicho nada? Al principio te sientes aliviado, pero cuando piensas en ello, te das cuenta de que tu trabajo, y tú, no tienen importancia alguna. Peor que ser reprendido es ser considerado tan poca cosa que ni siquiera somos dignos de una reprimenda.

Puede que temamos el juicio final, pero el que tengamos que rendir cuentas significa que importamos. ¿A quién le importa cómo lavo los platos, navego por Internet o hablo con aquellos más cercanos? A Dios sí, y promete hacerme responsable de «toda palabra vana» (Mt 12:36). Mi vida, y las miles de elecciones que tomo cada día, no podrían importar más.
JUICIO
Sin embargo, el gran trono blanco es aterrador. Toda persona se postrará ante Aquel de quien «huyeron la tierra y el cielo» (Ap 20:11). Estaremos totalmente expuestos ante el Ser más poderoso, que tiene los más altos estándares posibles (Lc 12:2-3; Ro 2:16; 1 Co 4:5). Y lo que estará en juego no podría ser mayor: la vida eterna o el fuego inextinguible (Lc 16:25-26; He 9:27). De todos los momentos que alguna vez viviremos, este será el más trascendental. Lo que ocurra entonces determinará cómo y dónde viviremos para siempre. Solo hay una manera de sobrevivir a ese momento: debemos habernos apartado de nuestro pecado y haber puesto toda nuestra fe en Jesús. Escondernos en el Único que puede cubrirnos ante la mirada penetrante de nuestro glorioso Dios. Nuestro pecado debe ser juzgado, pero si estamos en Cristo, ha sido juzgado en Cristo.
Cuando veamos a nuestro Salvador que murió por nosotros, ¿nos estremeceremos por las muchas veces que abusamos de Su gracia y aumentamos Su dolor? ¿Lloraremos de alegría y también de tristeza por no haber confiado antes en Él? ¿Sentiremos un profundo remordimiento (esta palabra es demasiado débil) por aquellos a quienes nuestro pecado ha alejado de Jesús? Hay consecuencias permanentes y devastadoras del pecado.
¿Qué debemos esperar cuando muramos? Aquellos que usan la gracia como un cheque en blanco para pecar como quieran deben tener «cierta horrenda expectación de juicio» (He 10:27). Por el contrario, aquellos que diligentemente crecen fuertes en esa gracia, tal vez sufriendo en esta vida por ello, anticipan ansiosamente su reivindicación. Los santos martirizados ahora mismo están suplicando en el cielo: «¿Hasta cuándo, oh Señor santo y verdadero, esperarás para juzgar y vengar nuestra sangre de los que moran en la tierra?» (Ap 6:10). Es como si dijeran: «Dejamos este mundo como perdedores, destruidos por nuestros enemigos. ¿No volverás Tú y nos reivindicarás? Anuncia al mundo que estábamos en el lado correcto de la historia. Tráenos de vuelta para reinar contigo».
RECOMPENSA
Para los fieles, el juicio final de Dios otorgará una gran recompensa. Jesús prometió que quienes soporten la persecución, amen a sus enemigos y sirvan obedientemente a su Maestro serán grandemente recompensados (Mt 5:11-12; 25:23; Lc 6:35). No dice exactamente en qué consisten esas recompensas, pero podemos suponer que animarán y reafirmarán a quienes las reciban (Mt 6:19-21; Lc 19:17; 1 Co 3:14).
Algunos se preguntarán si hablar de recompensas es egoísta. Estoy de acuerdo en que sería egoísta servir a Jesús solo por la recompensa. También sería contraproducente porque tal comportamiento no sería recompensado. Sin embargo, si servimos a Jesús por Su causa, buscando Su reino por encima de todo, entonces lo más apropiado sería recibir una recompensa. Nos estremecemos cuando un malcriado egoísta crece y hereda el negocio familiar. Pero un hijo que sirve obedientemente a sus padres, poniendo sus necesidades por encima de las propias, recibe legítimamente una parte de la riqueza familiar.
Algunos se preguntarán si las recompensas importan. ¿No vamos a devolverlas de todos modos (Ap 4:10-11)? Puede ser precisamente por eso que importan. Si nos invitan a cenar a casa de nuestro benefactor, no se nos ocurriría presentarnos sin un regalo. Del mismo modo, tendremos que llevar algo para expresar nuestra gratitud cuando asistamos a la cena de las bodas del Cordero. ¿Pero qué sucede? Que Dios ya es dueño de todo, y todo lo que tenemos viene de Él. ¿Qué podríamos llevar, entonces?
Cuando mis hijos eran pequeños, mi esposa y yo comprábamos pequeños regalos para que ellos nos los dieran. Era nuestro dinero, pero a nuestros hijos les encantaba darnos un regalo y decirnos: «Para ti, mami», o «Para ti, papi». Pensé que la farsa era un poco tonta hasta que consideré lo que significaba para ellos y lo que significaba para mí que ellos tuvieran el deseo de darnos estos regalos. Todavía no nos damos cuenta de cómo anhelaremos llevarle algo a nuestro Padre celestial. Pero Él lo sabe, y ya se ha ocupado de ello. Vive hoy como alguien que espera ser juzgado por Dios, y cuando llegue ese día, recibirás una recompensa que podrás devolverle con gratitud.