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Nota del editor: Este es el tercer capítulo en la serie especial de artículos de Tabletalk Magazine: La historia de la Iglesia | Siglo XIX
En medio de los profundos cambios del siglo XIX, destacados anteriormente en esta publicación, una institución que se destacó por su fidelidad a la ortodoxia cristiana histórica fue el Princeton Theological Seminary (Seminario Teológico de Princeton). Fue fundado en 1812 como el primer seminario presbiteriano en Norteamérica, y allí se entrenaron a más de seis mil ministros en su primer siglo —mucho más que en cualquier otra institución—, dando forma a la identidad confesional del presbiterianismo estadounidense. Entre los titanes de la facultad se destacan cuatro: Archibald Alexander, Charles Hodge, A.A. Hodge y Benjamin B. Warfield. Hubo muchos otros, por supuesto, pero estos cuatro fueron los más influyentes para establecer lo que el historiador de la iglesia David Calhoun llamó el «testimonio majestuoso» del seminario desde su fundación hasta 1929.
¿Qué hizo de Princeton una gran institución? Ciertamente, Princeton era reconocido por su erudición. Sus profesores nunca «eludían las preguntas difíciles» (como dijo Robert Dick Wilson, profesor de Antiguo Testamento) cuando se enfrentaban a las principales controversias de su época. Los teólogos de Princeton brindaron una defensa intelectual de la autoridad bíblica y la fe reformada a través de comentarios bíblicos y tratados teológicos, y especialmente a través de la famosa revista del seminario, Biblical Repertory and Princeton Review. La revista logró que la herencia confesional reformada influyera sobre una amplia gama de desafíos intelectuales y eclesiásticos que se agitaban en la vida estadounidense del siglo XIX: el pelagianismo de Charles G. Finney, el irracionalismo del romanticismo, la incredulidad del darwinismo, las corrupciones del catolicismo romano, el escepticismo de la alta crítica y mucho más.


Princeton también fue conocido por su compromiso inquebrantable con la teología de la Reforma. Reflexionando sobre sus cincuenta años en la facultad, Charles Hodge afirmó que «en este seminario nunca se originó una idea nueva». En general, estas palabras fueron malinterpretadas. Las respuestas de los teólogos de Princeton a asuntos controversiales siempre fueron estudiadas y matizadas (como su evaluación de la evolución). Su punto era que los hombres de Princeton se enfocaban en elogiar y defender la fe reformada, y estaban totalmente comprometidos con la autoridad de las Escrituras y el sistema de doctrina que se encuentra en los Estándares de Westminster. En su discurso inaugural de 1888, Warfield se hizo eco de los sentimientos de Hodge al afirmar que
aunque el poder de Charles Hodge puede no estar sobre mí, la teología de Charles Hodge está dentro de mí, y esta es la teología que, según mi capacidad, quiero enseñar a los estudiantes en los años venideros.
Al negar que alguna vez hubo una «teología distintiva de Princeton», Francis Patten sugirió que «semper eadam [siempre igual] es un lema que le vendría bien [a Princeton]».
Pero la consistencia de Princeton no encajaba bien con los cambios que ocurrirían en la iglesia. A principios del siglo XX, un espíritu de expansión en la Iglesia Presbiteriana de los Estados Unidos de América (PCUSA, por sus siglas en inglés) se impacientó con la precisión confesional del seminario, y ciertos movimientos progresistas presionaron para que se revisara la Confesión de Westminster, con el fin de ser más eficaces al testificar a la era moderna. Warfield lamentó la dilución del testimonio de la iglesia, pero su reacción no fue ni sectaria ni provinciana. Dijo que el calvinismo era simplemente «el cristianismo hecho realidad».
Es posible que «el antiguo Princeton» haya sido usado por primera vez por J. Gresham Machen, profesor de Nuevo Testamento, cuando le escribió a su madre sobre la muerte de Warfield en 1921: «El funeral del Dr. Warfield fue ayer por la tarde en la Primera Iglesia de Princeton… Me pareció que el antiguo Princeton, una gran institución, murió junto con el Dr. Warfield». Lo que Machen anticipó se hizo oficial en 1929, cuando la institución se reorganizó. La inclusión de modernistas en la junta directiva impulsó a Machen, junto con otros cuatro miembros de la facultad de Princeton, a formar el Westminster Theological Seminary en Filadelfia. Machen sabía que nadie confundiría su nuevo seminario con Princeton. Aun así, abrió sus puertas porque Princeton «se había conformado al espíritu de la época». Concluyó que: «[Aunque el] Princeton Seminary esté muerto, la noble tradición de Princeton está viva. Westminster se esforzará, por la gracia de Dios, en continuar esa tradición sin impedimentos».
Westminster no fue el único seminario que afirmó ser el «nuevo antiguo Princeton». Ocho años después de la fundación de Westminster, el predicador fundamentalista Carl McIntire afirmó que Westminster estaba abandonando su herencia presbiteriana estadounidense y adoptando ciertos aspectos de la Iglesia Reformada Neerlandesa, así que estableció el Faith Theological Seminary, una escuela que llevaría a cabo la tradición del antiguo Princeton en formas en las que Westminster fracasó. Una década más tarde, en 1947, se fundó el Fuller Theological Seminary en Pasadena, California, como el seminario insignia del «nuevo evangelicalismo» que surgió después de la Segunda Guerra Mundial. El presidente fundador, Harold Ockenga, propuso que «el nuevo seminario de la costa oeste captaría la gloria y el nivel académico del antiguo Princeton». McIntire y Ockenga eran compañeros de clase del Princeton Seminary que se trasladaron a Westminster para terminar su formación teológica con Machen. Por mucho que McIntire y Ockenga difirieran entre sí, compartían una impaciencia con el calvinismo ferozmente confesional que Machen estableció en Westminster y en la Iglesia Presbiteriana Ortodoxa que Machen ayudó a fundar al dejar la PCUSA en 1936. El hecho de que afirmaban mantener el ideal del antiguo Princeton resaltó lo mucho que este se malinterpretaba, pues fue abrazado por fundamentalistas separatistas así como por evangélicos que permanecieron en el presbiterianismo original.
El espíritu del antiguo Princeton también llegó al sur, pues en 1966 se fundó el Reformed Theological Seminary siguiendo la tradición de Princeton. Según Morton H. Smith, el modelo de Westminster fue particularmente convincente en la fundación del seminario, debido a su sucesión espiritual de Princeton. «La facultad original del Reformed Seminary», observó Smith, «veía el seminario como un hijo de Westminster».
Cuando los seminarios dicen que aspiran a ser como el «antiguo Princeton», generalmente se refieren a su alto nivel de erudición. Pero ¿están buscando la esencia del testimonio de Princeton en el lugar correcto? Cuando la venerable facultad del Princeton Seminary describió la singularidad de su pedagogía, no se enfocaron en su rigor académico.
Por ejemplo, con motivo del centenario de Princeton en 1912, Warfield eligió celebrar un aspecto del legado del seminario que quizás nos parecería extraño. En un artículo para el Journal of the Presbyterian Historical Society, Warfield analizó la contribución de los «hijos del seminario» a la himnodia de la iglesia. La cantidad de himnos de calidad producidos por graduados de Princeton igualaba el número de años que cumplía el seminario. Escribió: «Es un récord del cual Princeton Seminary bien puede estar orgulloso. Y ciertamente no se podría erigir un monumento más grato para conmemorar el centenario de Princeton».
El orgullo de Warfield resaltó el deseo del seminario de alinear la teología con la piedad de la Reforma, una conexión que se encuentra en el estatuto inicial del seminario. The Plan of a Theological Seminary [El plan de un seminario teológico] (1811) buscaba «unir la piedad del corazón» con el «aprendizaje sólido», creyendo que si los ministros del evangelio tienen uno sin el otro, «en última instancia [resultaría] perjudicial para la iglesia». Este lazo vital requería tanto diligencia académica como fidelidad en la asistencia al culto público y la devoción privada.
En la vida del seminario, esto llegó a expresarse particularmente en las «conferencias vespertinas del sabbat», una práctica que se remonta a la misma fundación de la institución. Los servicios de una hora consistían en un tiempo de oración y cantos dirigido por un estudiante, seguido de un discurso de un miembro de la facultad sobre una amplia gama de temas teológicos. El propósito, en cada Día del Señor a lo largo del año escolar, era destacar el carácter práctico de la doctrina reformada.
A.A. Hodge, hijo de Charles y su sucesor en teología sistemática en Princeton, escribió: «Era aquí que estos maestros de maestros, de la manera más eficaz, ponían la corona sobre su trabajo, ejerciendo su influencia más amplia y permanente». No se trataba de producir eruditos consumados, sino pastores comprometidos con la «obra de salvar almas y edificar la iglesia de Cristo». El exalumno de Princeton, John Murray, agregó que estas reuniones eran el «medio clave para cultivar esa piedad inteligente que caracterizaba a Princeton».
El joven Hodge insistió en que era «el ejercicio más notable y memorable de todos los estudios en el seminario». Warfield, quien enfatizó a lo largo de sus años en Princeton el cultivo de la «vida religiosa» del estudiante, atribuyó a la conferencia el haber mantenido «el fuego encendido en el altar durante cien años». Los estudiantes compartían la misma perspectiva. David Calhoun afirmó: «Los exalumnos no recordaban ninguna otra característica de la vida del seminario con más frecuencia o con más calidez que esas conferencias».
Los cristianos reformados viven en tiempos muy diferentes y enfrentan diferentes desafíos culturales en el siglo XXI. Los seminarios de hoy entrenan a un cuerpo estudiantil mucho más diverso que el que asistió al antiguo Princeton. Pero si vale la pena recuperar el espíritu del antiguo Princeton, este exige un interés renovado en la preocupación que tenía la facultad por establecer la piedad de la Reforma en la vida de sus estudiantes. Los profesores de Princeton entendieron que su llamado en el salón de clases estaba relacionado con su servicio como eclesiásticos. Entrenaron a sus estudiantes en formas que unían la fe y la práctica reformadas. Las instituciones que continúan aspirando a la grandeza del Princeton de antaño harían bien en seguir el modelo de esta característica perdida del genio del antiguo Princeton.