¿Qué significa que la iglesia sea «apostólica»?
28 enero, 2025La adoración de la iglesia que es una, santa, católica y apostólica
Este es el quinto y último artículo de la colección de artículos: La iglesia es una, santa, católica y apostólica
¿Qué pensarías si fueras a tu iglesia el domingo por la mañana y allí sacrificaran la vida de un niño como parte de la adoración? ¿Qué pensarías si, al llegar a la iglesia este domingo, descubrieras que en lugar del sermón hay una orgía sexual religiosa?
Lo que deberías pensar y saber es que tales cambios significarían que tu iglesia ya no adora al mismo Dios. La adoración de cualquier grupo de personas refleja al Dios que adoran. Si la iglesia es una, santa, católica y apostólica, entonces se deduce que su Dios es Dios y que no hay otro, que su Dios es santo, que su Dios ha hablado con autoridad y que su Dios es uno. Si ese es el carácter de Dios, y si esa es la identidad de Su iglesia, entonces esto debe expresarse primero y ante todo de manera visible en su adoración. Si la adoración del cuerpo local no proclama que la iglesia es una, santa, católica y apostólica, entonces está traicionando a su Dios y negando su derecho de nacimiento.
Es hora de que las iglesias de nuestra cultura —indolentes y centradas en el hombre, que tan fácilmente usan las etiquetas de «cristiano» y «evangélico»—, reconozcan que su adoración debe ser conforme al carácter del Dios Trinitario. Cualquier sustituto simplemente estaría utilizando formas de adoración idólatras para acercarse a un Dios que no tolera la profanación.
Tomemos un momento para recorrer los diferentes aspectos de la adoración de nuestras iglesias locales y entender cómo cada una de esas características debería proclamar que somos parte de la iglesia que es una, santa, católica y apostólica.
Amo el llamado a la adoración. Se nos llama a ser un pueblo santo, un pueblo que se aparta del mundo para adorar. Somos santos, apartados del mundo para Su servicio por medio del bautismo. El mundo no canta la «Doxología», ni el «Gloria Patri», ni el «Sanctus». Desde el inicio, cuando participamos o respondemos al llamado a la adoración, estamos declarando que nosotros, como iglesia, somos un sacerdocio real y santo. Como Sus sacerdotes, ofrecemos nuestra adoración (cada parte de ella) como un sacrificio santo para Él.
Cantamos los grandes himnos de la fe, ya sean de alabanza, oración, arrepentimiento, acción de gracias o reconocimiento. Al hacerlo, proclamamos a Dios como el único Dios santo que ha hablado con autoridad, y que ha bautizado y ordenado a personas de todas las razas, lenguas y naciones para ser Suyos. Esto significa que el contenido de nuestros himnos importa. Los corazones sinceros no significan nada para Dios si expresan pensamientos y palabras que niegan o diluyen Su carácter.
A medida que atendemos cuidadosamente a Su Palabra, nos ponemos de pie sobre el mismo fundamento de los profetas y apóstoles. No somos apóstoles. No pertenecemos a una línea biológica descendiente de los apóstoles. Somos los descendientes espirituales de los apóstoles, ya que permanecemos sobre su autoridad: la Palabra infalible e inerrante del Dios vivo. Al ponernos de pie y recitar el Credo Apostólico o el Credo Niceno, seguimos sus pasos. Al confesar, necesitamos pedirle a Dios que despierte nuestras emociones. Decimos las mismas palabras que estuvieron en los labios de los mártires cuando murieron, sin avergonzarnos de «la fe que de una vez para siempre fue entregada a los santos» (Jud 3). La proclamación de Su Palabra y las declaraciones de credo son las líneas de plomada que separan a Su iglesia de las de los mormones, los testigos de Jehová y los unitarios.
Es maravilloso cuando tenemos diversidad de razas y culturas adorando en un mismo lugar. Sin embargo, debemos recordar que la diversidad en un mismo santuario no es la expresión más clara de nuestra catolicidad. La catolicidad de la iglesia no se expresa principalmente en nuestras relaciones unos con otros, sino en nuestra reunión para adorar al Dios Trino que es uno. Toda Su iglesia adora al mismo Dios y Padre, y todos están habitados por el mismo Espíritu, quien da testimonio a nuestros espíritus de que somos hijos de Dios, hermanos de Cristo y hermanos entre nosotros. Imagina la vista que se tiene desde el cielo cada día del Señor cuando personas de todas las razas, idiomas y naciones se reúnen ante este único Dios para adorar. La frase que acabo de escribir nos trae a la mente un pasaje por encima de todos los demás: «Y cantaban un cántico nuevo, diciendo: “Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos, porque Tú fuiste inmolado, y con Tu sangre compraste para Dios a gente de toda tribu, lengua, pueblo y nación. Y los has hecho un reino y sacerdotes para nuestro Dios; y reinarán sobre la tierra”» (Ap 5:9-10). Esa es la canción del cielo. Nuestra adoración es un preludio y una vista previa de ese himno que se entona y se ve alrededor del mundo cada día del Señor.
Querido lector, ¿comprendes que cada aspecto de nuestra adoración —nuestra adoración en nuestra iglesia local este domingo— debería proclamar que somos parte de la iglesia que es una, santa, católica y apostólica? Este es nuestro llamado, nuestro deber y nuestro gozo. No es fácil; no se puede abordar de manera casual como si no tuviera importancia. Requiere estudio y reflexión, no solo de parte de aquellos que planifican los detalles de la adoración, sino también de los propios adoradores. Requiere enseñanza para que esta preciosa herencia continúe en la próxima generación. Requiere atención constante para que podamos crecer en nuestro entendimiento de la adoración. Y lo más importante, requiere un corazón lleno y energizado por el Espíritu Santo para que no caigamos en la tumba vacía de la ortodoxia muerta.
Es por nuestra adoración que se nos conoce como la iglesia que es una, santa, católica y apostólica.