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Este es el segundo artículo de la colección de artículos: Introducción a la cristología ortodoxa
La contribución del Nuevo Testamento a nuestra comprensión de la Persona de Cristo ha llenado volúmenes y continúa siendo fuente de profunda reflexión teológica a lo largo de los siglos. Aquí solo podremos arañar la superficie. En este breve artículo, abordaremos dos preguntas clave: ¿Quién dice Jesús que es Él y Quién dicen Sus discípulos que es?
El testimonio de Jesús sobre Sí mismo
No hay duda de que Jesús se consideraba a Sí mismo como el Mesías profetizado en el Antiguo Testamento. Él usa el título «Cristo» (que es la traducción griega de la palabra hebrea «Mesías») para referirse a Sí mismo (p. ej., Jn 4:25-26; 17:3), y acepta que otros lo llamen así (p. ej., Mt 16:16; Jn 11:25-27). Lo que el Antiguo Testamento prometía, Jesús afirmó cumplirlo.
Aunque Jesús utilizaba el título de «Cristo», su designación favorita era «Hijo del Hombre». Este título aparece unas sesenta y nueve veces en los evangelios sinópticos y trece veces más en el Evangelio de Juan. Casi siempre que se menciona, es Jesús quien lo emplea para referirse a Sí mismo. «Hijo del Hombre» es un título mesiánico cuyo significado pleno se revela al examinar su contexto en Daniel 7, donde se describe a una figura que asciende al Anciano de Días y a quien se le da dominio sobre todas las cosas. Al referirse a Sí mismo como el «Hijo del Hombre», Jesús está diciendo, en esencia: «Yo soy aquel de quien habló Daniel».
Jesus no solo sabía que era el Mesías prometido, sino que también dice y hace cosas a lo largo de los evangelios que revelan claramente que se veía a Sí mismo como Dios encarnado. En varios pasajes, Jesús hace declaraciones que implican Su existencia divina eterna antes de la encarnación (p. ej., Jn 3:13; 6:62; 8:42). En Mateo 11:27, hace referencia a la soberanía que comparte con el Padre, y varias declaraciones «Yo Soy» en el Evangelio de Juan afirman o indican Su deidad (Jn 8:58; 13:19). Sus enseñanzas y obras también dan a entender que es Dios encarnado: enseñó la ley como solo Dios puede hacerlo (Mt 5:22, 28, 32, 34, 39, 44); perdonó pecados (Mt 9:6; Mr 2:10; Lc 5:24), un acto que solo Dios puede realizar; escucha y responde oraciones (Jn 14:13-14); y recibe adoración y alabanza (Mt 21:16). No se puede leer los evangelios sin reconocer con honestidad que Jesús se ve a Sí mismo como el Mesías, el Hijo de Dios encarnado.
El testimonio de los discípulos sobre Jesús
Jesús se considera a Sí mismo como el divino Hijo de Dios y Mesías, pero ¿quién dicen Sus discípulos que es Él? Aunque a los discípulos les toma tiempo comprender plenamente quién es Jesús, cuando finalmente reconocen la verdad, lo proclaman con audacia. Natanael lo llama el Hijo de Dios y el Rey de Israel (Jn 1:49), mientras que Pedro lo reconoce como «Señor» (Lc 5:8) y «Santo de Dios» (Jn 6:69). Más adelante, Pedro declara que Jesús es «el Cristo, el Hijo del Dios viviente» (Mt 16:16). Pablo, por su parte, proclama que Jesús es el Cristo (Hch 17:2-3) y Señor (1 Co 1:2-3) y afirma la deidad de Cristo (Col 1:15-20; 2:9; Fil 2:6-11). Cuando consideramos la confesión fundamental del judaísmo de que el Señor es uno, estas declaraciones sobre Jesús, hechas por judíos, resultan aún más sorprendentes.
Varios pasajes del Nuevo Testamento se refieren explícitamente a Jesús como Dios. Por ejemplo, el Evangelio de Juan comienza declarando la deidad de Cristo:
En el principio ya existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba en el principio con Dios. Todas las cosas fueron hechas por medio de Él, y sin Él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho. En Él estaba la vida, y la vida era la Luz de los hombres. La Luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la comprendieron […] Pero a todos los que lo recibieron, les dio el derecho de llegar a ser hijos de Dios, es decir, a los que creen en Su nombre, que no nacieron de sangre, ni de la voluntad de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino de Dios.
El Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros, y vimos Su gloria, gloria como del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad (Jn 1:1-5, 12-14).
En este pasaje, el Verbo, identificado como Jesús (v. 14), es llamado «Dios» (v. 1). A pesar de las interpretaciones exegéticas forzadas de los «testigos de Jehová», este texto expresa de manera inequívoca la deidad de Cristo.
El apóstol Pablo también llama explícitamente a Jesús «Dios» en varios lugares. En Romanos 9:5, escribe: «De quienes [los judíos] son los patriarcas, y de quienes, según la carne, procede el Cristo, el cual está sobre todas las cosas, Dios bendito por los siglos». Aquí Pablo declara que Jesucristo es Dios sobre todas las cosas. En Tito 2:13, habla de la manifestación de «la gloria de nuestro gran Dios y Salvador Cristo Jesús». Tanto la palabra «Dios» como «Salvador» modifican a Jesucristo, es decir, Cristo Jesús es Dios y Salvador. Pedro también confiesa a Jesús como Dios y Salvador en el primer versículo de su segunda epístola. Las implicaciones de estas afirmaciones son asombrosas.
El Antiguo Testamento afirma claramente que el SEÑOR nuestro Dios es uno (Dt 6:4) y el Nuevo Testamento da continuidad al énfasis de que Dios es uno (Mr 12:29). Sin embargo, también declara que Jesús es Dios. ¿Está el Nuevo Testamento contradiciendo al Antiguo? ¿Cómo debían los cristianos interpretar estas afirmaciones? ¿Cómo podía la iglesia confesar que Dios es «uno» y al mismo tiempo confesar que Jesucristo es Dios? A la iglesia le tomó varios siglos dar respuestas a estas preguntas y explicar la enseñanza del Nuevo Testamento de una manera que fuera coherente con toda la evidencia.