El narrador magistral
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Soy un millennial. No es que esté orgulloso de ese calificativo, dado su uso durante la última década. De todos modos, nunca he conocido un mundo sin televisión, teléfonos móviles y computadoras, pero he podido experimentar lo que sería vivir en un mundo así. Recuerdo haber trabajado como consejero en un campamento en Maryland hace algunos años. Este campamento no tenía internet inalámbrico, y los teléfonos inteligentes todavía no existían. Solíamos quedarnos despiertos hasta tarde en la noche en el vestíbulo, conversando y riéndonos con otros miembros del personal. Cuando mi hermana menor fue a trabajar allí un par de años después, el campamento ya había instalado Internet inalámbrico. Le pregunté sobre el vestíbulo. Ella dijo que por las noches, prácticamente ya nadie lo usaba. Muchos se quedaban en sus habitaciones para ponerse al día con el correo electrónico y navegar por Internet.
Es extraño que la tecnología pueda cambiar la forma en la que vivimos, pero lo ha hecho, y lo sigue haciendo. Somos criaturas físicas, y nuestro entorno no solo nos rodea. Somos parte de él, y él es parte de nosotros. Algo de nuestro medio ambiente —y, por lo tanto, de nosotros— ha cambiado en los últimos años. Robert D. Putnam, en su estudio histórico sobre la conexión social en los Estados Unidos, Solo en la bolera, escribe:
Las últimas décadas han sido testigos de una sorprendente disminución del contacto regular con nuestros amigos y vecinos en una amplia gama de actividades. Pasamos menos tiempo conversando durante las comidas, intercambiamos visitas con menos frecuencia, participamos con menos frecuencia en actividades recreativas que fomentan la interacción social informal, pasamos más tiempo mirando (aunque a veces se haga en presencia de otros) y menos tiempo haciendo. Conocemos menos a nuestros vecinos, y a nuestros viejos amigos no los vemos tan seguido.
En su muy estudiado libro, Putnam destaca el verdadero declive de la participación política, cívica y religiosa en las últimas décadas. Y, por supuesto, cuando hay más aislamiento —es decir, menos conexión social— hay más soledad. Un par de encuestas recientes, incluyendo una realizada por el proveedor de atención médica Cigna, junto con otra de The Economist y la Kaiser Family Foundation, resaltan la omnipresencia de la soledad en el mundo occidental. Esta última halló que el 22 por ciento de los adultos en los Estados Unidos a menudo o siempre se sienten solos, carecen de compañía o se sienten excluidos. Según los expertos, los jóvenes son más propensos a sentirse solos que las personas mayores, y la soledad parece estar aumentando entre todos. Varios estudios, como uno de la Sociedad Americana del Cáncer, incluso han relacionado la soledad con la mala salud y con un mayor riesgo de muerte. Algunos han tomado estos datos y le han dado un nombre: «la epidemia de la soledad».
¿Qué es lo que ha causado nuestra soledad? No podemos señalar a una sola cosa, porque el problema es complejo. Putnam lo reconoce, pero también sugiere algunos factores que contribuyen, como la tecnología. Sin embargo, la tecnología, como el Internet inalámbrico, de alguna manera ha traído más conectividad. Permite que personas de diferentes lugares del mundo se comuniquen entre sí. Las redes sociales, por ejemplo, han permitido que mucha gente se vuelva a conectar. No obstante, al mismo tiempo, las redes sociales no pueden ofrecer el mismo nivel de involucramiento que la presencia personal. Es decir, no se compara con invitar a un amigo a cenar. Otras tecnologías ofrecen una experiencia similar. La televisión puede parecer genial cuando estamos solos, pero también puede parecer vacía. Igualmente podríamos apuntar a una tecnología como el automóvil, el cual nos ha brindado una mayor libertad de movimiento, pero a menudo a costa de aislarnos. Los humanos ahora viven más distanciados que nunca, lo que resulta en menos oportunidades de verse. Y cuando viajamos, cada uno está aislado en su propio auto.
También podríamos apuntar a los cambios sociales y religiosos ocurridos durante el siglo pasado. Putnam señala que las mujeres que ingresaron a la fuerza laboral moderna a mediados del siglo XX cambiaron significativamente nuestra conexión social. Reconoce que las mujeres suelen estar más comprometidas socialmente que los hombres, y si ambos en la pareja están trabajando, simplemente hay menos tiempo para involucrarse en la comunidad. (Eso no quiere decir, por supuesto, que las mujeres nunca deberían ingresar al mercado laboral. Después de todo, antes de que los hombres ingresaran a la fuerza laboral moderna, también estaban en casa, en la granja familiar). Además, también podemos reconocer el creciente número de estadounidenses que se han desvinculado de la religión organizada. En general, y al no pertenecer a un grupo religioso particular que se reúna regularmente, nuestra conexión social ha disminuido. En cualquier caso, independientemente de las causas del aumento de nuestro aislamiento, estamos más aislados que nunca.
Tal vez tú no te sientas aislado. Si no te sientes así, probablemente conozcas a alguien que sí. La soledad está en todas partes hoy. Los estudios lo dejan claro. Así que ¿cómo deberíamos vivir? Como cristianos, estamos llamados a seguir el ejemplo de Jesucristo y vendar a los quebrantados de corazón (Is 61:1). Si conoces a muchas personas, tienes amigos y estás conectado socialmente, comparte esa abundancia con las personas solitarias y los necesitadas. Identifícalos en tu iglesia para que sean amigos y recíbelos, porque Cristo nos recibió a nosotros (Rom 15:7). Las personas solitarias suelen ser fáciles de detectar porque se sientan solas en la iglesia y no hablan con nadie. Si estás solo y aislado, recuerda que Dios está cerca de los quebrantados de corazón y salva a los abatidos de espíritu (Sal 34:18). El cristiano nunca está realmente solo, porque Dios está con él (Jn 14:16-17). Ora para que Dios te conceda amigos y una comunidad, y cuando lo haga, compártelos con otros.
En una era solitaria y aislada, tenemos la gran oportunidad de reflejar la luz de Jesús en nuestro mundo, pues Jesús nos ha dicho que todos sabrán que somos Sus discípulos si nos amamos unos a otros (Jn 13:35). ¿Y qué otra solución tiene el aislamiento que no sea el amor de Cristo?