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Nota del editor: Este es el undécimo capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: Lo que realmente dijo N.T. Wright
«La fe y la obediencia no son antitéticas. Van exactamente juntas. De hecho, muy a menudo la propia palabra “fe” podría traducirse correctamente como “fidelidad”, lo que también aclara el punto».—N.T. Wright, What Saint Paul Really Said [Lo que San Pablo realmente dijo], p. 160.
La palabra griega pistis puede significar, en su traducción al español, tanto «fe» como «fidelidad»; nadie discute ese hecho (para esto último, ver Rom 3:3). Sin embargo, N.T. Wright da dos pasos que no pueden evaluarse con justicia sin entender cómo se integran en su comprensión más amplia de cómo encaja la Biblia. En primer lugar, en el puñado de casos en los que nuestras traducciones dicen «fe en Jesucristo» o «fe en Cristo» o similares (Rom 3:22, 26; Gal 2:16; 3:22; Flp 3:9), expresiones en las que Cristo es el objeto de nuestra fe, en todos los casos Wright toma la expresión para significar «fidelidad de Jesucristo» o su equivalente. En otras palabras, de lo que se trata es de la fidelidad que Jesucristo ejerció siendo el israelita fiel, haciendo la voluntad de Su Padre y yendo a la cruz, no de la fe que ejercen tanto los judíos como los gentiles, con Jesús mismo como objeto de la fe. En el plano de la mera gramática, la expresión griega (que no utiliza preposiciones afines al «en» o «de» del español) podría leerse en ambos sentidos. En segundo lugar, en algunos casos Wright piensa que cuando Pablo habla de la «fe» de los cristianos, en realidad está hablando de su «fidelidad», más o menos equivalente a su obediencia. ¿Qué debemos hacer con estos pasos?

En primer lugar, en defensa de Wright, es importante reconocer que no niega que los seres humanos deban depositar su fe en Cristo. Más bien, argumenta que en algunos pasajes lo que está en cuestión no es la fe humana en Cristo, sino la fidelidad humana o la fidelidad del propio Jesucristo. Así, Romanos 3:22, tal y como él lo entiende, afirma que la justicia de Dios que viene tanto por «la fe en Cristo» como por «la fidelidad de Cristo» es en todo caso para todos los que creen.
En segundo lugar, aunque el tema de la fidelidad y la obediencia de Jesús a Su Padre celestial es bastante fuerte en el Nuevo Testamento (especialmente en Juan y Hebreos, pero lo atestigua también Flp 2:5-11 y Getsemaní en los sinópticos), no está en absoluto claro que el tema se halle en la media docena de pasajes de «fe/fidelidad de Jesucristo». Los temas, francamente, son complejos. Una lectura correcta de los contextos de estos pasajes muestra que, siempre que se utiliza el verbo «creer», el objeto es invariablemente Jesús o el evangelio; se necesitarían pruebas extraordinarias para sostener que el sustantivo afín «fe» se utiliza de alguna manera diferente. Wright cree que las pruebas son extraordinarias, sobre todo por la forma en que él lee el argumento de la Biblia. Entiende que el punto álgido de la salvación gira en torno a la «justicia» de Dios (más o menos la «fidelidad del pacto» de Dios) al enviar a Jesús para que funcione como el israelita fiel que va a la cruz y es vindicado por Su Padre, de modo que todos los que están en unión con Jesús, judíos y gentiles por igual, se constituyen en el pueblo del pacto de Dios. La valoración más amable de esta concepción de la teología bíblica —¿no deberíamos todos ser amables al valorar a los demás?— es que no es tan equivocada como es culpable de poner el énfasis en el lugar equivocado. Wright admite que Cristo en la cruz se ocupa en un nivel u otro del pecado, la justicia, la culpa, la condena y la santidad, pero para él son temas relativamente menores comparados con los temas dominantes de la fidelidad de Dios al pacto y de la fidelidad obediente de Cristo a Su rol como el israelita ideal. En la perspicaz valoración de Douglas J. Moo, Wright pone en segundo plano lo que el Nuevo Testamento pone en primer plano, y pone en primer plano lo que el Nuevo Testamento pone en segundo plano.
En tercer lugar, la afición de Wright a encontrar «fidelidad» en lugar de «fe» hace que pierda gravemente el sentido de muchos pasajes paulinos. Por ejemplo, considera a Abraham tal y como se describe en Romanos 4. Muchos documentos judíos de la época sostienen que Abraham recibió muchos y grandes dones de Dios —se convirtió en padre de muchas naciones, fue llamado amigo de Dios, sus oraciones fueron respondidas— precisamente porque se le consideró fiel (por ejemplo, Eclesiástico 44:19-20; 1 Macabeos 2:52; Jubileos 19:8-9). Por el contrario, cuando Pablo, en Romanos 4:3, cita Génesis 15:6 («creyó Abraham a Dios, y le fue contado por justicia»), el apóstol ve que Dios justifica al impío (Rom 4:5). En la concepción judía dominante, la justificación de Dios a Abraham es totalmente apropiada: Abraham lo merecía, pues era «fiel». Para Pablo, la justificación de Abraham por parte de Dios es un desafío a la impiedad de Abraham. No es de extrañar: para Pablo, la justificación de los pecadores depende absolutamente del Cristo crucificado.
Errores de este tipo se acumulan en la lectura que Wright hace de Pablo hasta el punto de que uno teme que el obispo esté llevando a su rebaño por mal camino.