Sobre la controversia
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Nota del editor: Este es el octavo capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: Lo que realmente dijo N.T. Wright
«[La justificación] no trataba tanto de “entrar”, o incluso de “permanecer”, sino de “cómo se podía saber quién estaba dentro”. En el lenguaje teológico cristiano estándar, no se trataba tanto de soteriología sino de eclesiología; no tanto de salvación sino de la iglesia». —N.T. Wright, What Saint Paul Really Said [Lo que San Pablo realmente dijo], p. 119.
A pesar de todas sus diferencias respecto a la doctrina de la justificación, los protestantes y la Iglesia católica romana están de acuerdo en algo: la justificación se refiere fundamentalmente a la salvación del pecador. Hacer esta observación no es, por supuesto, minimizar la importancia de las diferencias entre Roma y el protestantismo respecto a la justificación. Sin embargo, es para subrayar que el debate entre protestantes y católicos romanos tendría poco sentido si no se reconociera que ambas partes entienden que la Escritura enseña que la justificación pertenece principalmente al ámbito de la salvación.
Imagínate la conmoción que ha producido el que un destacado erudito del Nuevo Testamento y hombre de iglesia protestante haya declarado que tanto los católicos romanos como los protestantes han malinterpretado profundamente la enseñanza bíblica sobre la justificación. La justificación en el presente, afirma N.T. Wright, trata principalmente de cómo se puede saber quién pertenece a la iglesia. No se trata principalmente de la salvación del pecador. Wright, por supuesto, no está diciendo que la justificación no tenga nada que ver con la salvación del pecador. Sí tiene que ver. Sin embargo, está diciendo que la iglesia ha pasado por alto lo que la Biblia dice que es el núcleo de la doctrina: «cómo se puede saber quién es miembro de la familia del pacto» (What Saint Paul Really Said [Lo que San Pablo realmente dijo], p. 122). Wright reconoce el potencial ecuménico de su postura. Afirma que, si está en lo cierto, ha tendido un gran puente entre Roma y el protestantismo, al menos en este punto.
Wright cree que tiene la Biblia de su lado. Señala especialmente la epístola de Pablo a los gálatas. La cuestión que impulsa a Gálatas, argumenta Wright, es cómo se define al pueblo de Dios. Los oponentes de Pablo, los judaizantes, sostenían que la fe más las obras definían al cristiano como miembro del pueblo de Dios. En otras palabras, la circuncisión era necesaria para la identidad cristiana. Sin embargo, Pablo escribe esta carta para decir que la fe es suficiente como distintivo de la pertenencia cristiana. La circuncisión no es necesaria para la identidad cristiana. Este debate proporciona el trasfondo de la «justificación» en Gálatas. Cuando Pablo dice que una persona «no es justificado por las obras de la ley, sino mediante la fe en Cristo Jesús» (Gal 2:16), está diciendo que una persona se identifica como parte del pueblo de Dios por la insignia de la fe. No se le identifica así por el distintivo de la circuncisión ni por otras obras exigidas por la ley de Moisés.
Sin duda, Wright presenta un caso plausible. Sin embargo, si se examina más de cerca, surgen problemas importantes. Observa cómo Pablo define las «obras de la ley» en Gálatas 3. Son cosas que hacemos. Para ser justificado por las obras de la ley, hay que permanecer «EN TODAS LAS COSAS ESCRITAS EN EL LIBRO DE LA LEY, PARA HACERLAS» (3:10; ver Dt 27:26). Al no cumplir esta norma, todos hemos caído bajo la maldición de la ley (3:10; ver también Gal 5:3). Sin embargo, estamos justificados por la fe, porque el justo Jesús «nos redimió de la maldición de la ley, habiéndose hecho maldición por nosotros» (3:11, 13). La justificación se refiere a que los pecadores han sido sacados de la maldición de la ley gracias a la muerte de Jesús en la cual llevó la maldición.
O bien, observa cómo Pablo le habla sobre la justificación a la iglesia en Roma. Los pecadores no pueden ser justificados por las «obras de la ley» (Rom 3:20). La ley exige la perfección (2:13). Puesto que estamos «todos bajo pecado» y que «NO HAY JUSTO, NI AUN UNO», ningún pecador puede cumplir la norma perfecta de la ley para ser justificado (3:9-10).
Dios justifica al pecador solo por la obra de Aquel que es perfectamente justo: Jesús. «[Somos] justificados gratuitamente por su gracia por medio de la redención que es en Cristo Jesús, a quien Dios exhibió públicamente como propiciación por su sangre a través de la fe» (3:24-25; ver también 5:9). Somos declarados justos «por la obediencia de uno» (5:19). Somos justificados únicamente sobre la base de la obediencia perfecta y la satisfacción plena de Cristo, que se nos imputa y recibimos a través de la fe sola.
Para Pablo, pues, la justificación se refiere fundamentalmente a la salvación. Trata a las personas como pecadores bajo la maldición de la ley. Presenta a Jesús como el que obedeció perfectamente a la ley y se hizo maldición por los pecadores.
Por tanto, Wright se equivoca al decir que la justificación en el presente se refiere principalmente a la pertenencia a la iglesia. Aun así, hay una lección que debemos aprender. La Biblia enseña que la justificación es un incentivo poderoso y convincente para que los creyentes vivan juntos en la unidad. Pablo tuvo que abordar un asunto que había provocado una grave división en la iglesia de Roma (ver Rom 14). ¿Cómo Pablo insta a la unidad en la iglesia? «Aceptaos los unos a los otros, como también Cristo nos aceptó para gloria de Dios» (15:7). La forma en que Cristo te recibió —un pecador inmerecido al que se le mostró la gracia justificadora de Dios en Cristo— debería marcar la pauta de tu vida con los demás creyentes de la iglesia, especialmente cuando enfrenten los baches y desafíos que inevitablemente llegan. A fin de cuentas, responder con gracia a nuestras diferencias y soportar las ofensas con amor es la mejor prueba de cuán profundo la enseñanza bíblica sobre la justificación se ha arraigado en nuestras vidas.