El siglo XII
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John Newton es bien conocido por ser el escritor del himno Sublime gracia. Si eso fuera todo lo que legó a la iglesia, ya sería un legado increíble. Sin embargo, hay otra pequeña obra de Newton que creo que podría ser de gran beneficio para la iglesia si se leyera más a menudo. La obra a la que me refiero es una breve carta escrita por él a un colega ministro que se disponía a escribir un artículo criticando a otro ministro por su falta de ortodoxia. En la publicación de la colección de cartas de Newton, el editor tituló esta Sobre la controversia. Leí por primera vez esta carta hace algo más de una década y, como suelo escribir sobre temas controvertidos, me afectó profundamente.
Newton comienza reconociendo que su amigo tiene la verdad de su lado y afirma que no le preocupa su capacidad de ganar la discusión. Lo que sí le interesa es que su amigo no solo pueda vencer los argumentos de su oponente, sino que también venza sus propias pasiones. De no hacerlo, podría ganar la batalla pero resultar gravemente herido en el proceso. Por eso procede a ofrecerle consejos sobre su oponente, el público lector y su propio corazón.
Respecto a su oponente, Newton lo encomienda a la oración. Si oramos por aquellos contra los que escribimos, esto afectará nuestra forma de escribir. Newton añade que, si consideramos que nuestro adversario es un creyente genuino, aunque se equivoque, debemos recordar que el Señor lo ama y lo soporta, así como nos soporta a nosotros. «Dentro de poco ustedes se encontrarán en el cielo y entonces te será más querido que el amigo más cercano que tienes ahora en la tierra. Anticipa ese período en tus pensamientos; y aunque te parezca necesario oponerte a sus errores, considéralo personalmente como un alma afín, con la que vas a ser feliz en Cristo para siempre». Si, por el contrario, pensamos que nuestro adversario es un incrédulo, debemos recordar que, si no fuera por la gracia de Dios, podríamos ser nosotros los que estuviéramos fuera del reino.
En cuanto al público lector, Newton señala que hay tres tipos de lectores. Para los que difieren de nosotros, se aplican los mismos principios expuestos en relación con nuestro oponente. Un segundo tipo de lector es el que está indeciso sobre la cuestión. Aunque no tenga la capacidad de juzgar un argumento teológico, probablemente sea capaz de juzgar el tono de un escritor. Reconocerá la mansedumbre, la humildad y el amor, o la falta de ellos. A menudo, este tipo de lector utilizará nuestra falta de amor como justificación de su menosprecio por nuestros argumentos. «Si nuestro celo se amarga con expresiones de ira, improperios o desprecio, podemos pensar que estamos haciendo un servicio a la causa de la verdad, cuando en realidad solo la estamos desacreditando».
Un tercer tipo de lector es el que está de acuerdo con nosotros. Podemos edificarlos si la verdad y la bondad guían nuestra pluma. De lo contrario, podemos causarles daño. Newton lo explica: «Hay un principio del yo, que nos dispone a despreciar a los que difieren de nosotros; a menudo estamos bajo su influencia, pero pensamos que estamos mostrando celo por la causa de Dios». Sostiene que nuestro calvinismo debería producir humildad, pero a menudo permitimos que produzca orgullo. «La arrogancia puede alimentarse tanto de las obras como de las doctrinas; y un hombre puede tener el corazón de un fariseo, mientras su cabeza está llena de nociones ortodoxas sobre la indignidad de la criatura y las riquezas de la gracia gratuita. Sí, yo añadiría que los mejores hombres no están totalmente libres de esta levadura y por lo tanto son demasiado propensos a complacerse con tales representaciones que ponen en ridículo a nuestros adversarios y, a la vez, exaltan a nuestros propios juicios superiores».
Con respecto a nuestros propios corazones, Newton observa que debemos contender por la fe, pero también observa que muy pocos escritores de controversias no han salido perjudicados por ello. «O bien crecen en el sentido de su propia importancia, o se imbuyen de un espíritu airado y contencioso, o insensiblemente retiran su atención de aquellas cosas que son el alimento y el apoyo inmediato de la vida de fe, y gastan su tiempo y su fuerza en asuntos que a lo sumo no tienen más que un valor secundario. Esto demuestra que, si bien este servicio es honorable, es peligroso. ¿De qué le servirá a un hombre ganar su causa y silenciar a su adversario, si al mismo tiempo pierde ese humilde y tierno estado de ánimo en el que el Señor se deleita, y al que se le hace la promesa de Su presencia?». Newton concluye esta extraordinaria carta con la siguiente advertencia: «Si actuamos con un espíritu equivocado, daremos poca gloria a Dios, haremos poco bien a nuestros semejantes y no conseguiremos ni honor ni consuelo. Si te contentas con demostrar tu ingenio y ganar el respaldo de los demás, tienes una tarea fácil; pero espero que tengas un objetivo mucho más noble y que, consciente de la importancia solemne de las verdades del evangelio y de la compasión debida a las almas de los hombres, prefieras ser un medio para eliminar los prejuicios en una sola ocasión, que obtener el vacío aplauso de miles de personas. Id, pues, en el nombre y la fuerza del Señor de los ejércitos, hablando la verdad en amor; y que Él te conceda en muchos corazones el testimonio de que eres enseñado por Dios y que estás favorecido con la unción de Su Espíritu Santo».