Una esperanza segura para el futuro
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Nota del editor: Este es el tercer capítulo en la serie especial de artículos de Tabletalk Magazine: La historia de la Iglesia | Siglo XIII
Tomás de Aquino siempre ha sido un chivo expiatorio para los teólogos. Durante su propia vida, sus compañeros de estudios se referían a él como el «buey tonto» (una burla basada en su gran tamaño y en su pensamiento crítico, que parecía ser lento y reflexivo). El desprecio continuó después de su muerte, cuando teólogos como Guillermo de Ockham y Duns Escoto intentaron que las obras de Tomás fueran condenadas. Martín Lutero también vio la necesidad de rechazar la forma en que Tomás abordó la teología. Según Lutero, Aquino había basado demasiado su teología en Aristóteles, por lo que el reformador les advirtió a sus lectores que los términos filosóficos salidos de fuentes paganas solo pueden usarse en el campo teológico una vez que les hemos «dado un baño».
Sin embargo, la perspectiva histórica adecuada debería permitirnos bajar las armas contra Aquino. Es posible que los teólogos protestantes nunca estén del todo cómodos con sus enseñanzas sobre la ley natural o la razón ―y puede que tengan palabras más duras para sus enseñanzas sobre el celibato, María y el purgatorio― pero, de todos modos, Aquino estuvo en los comienzos de un resurgimiento teológico en el pensamiento medieval que, con el tiempo, desempeñaría un papel vital en la configuración del paisaje del protestantismo.
Tomás fue un noble nacido del duque de Aquino en Roccasecca, Italia, en 1225. De hecho, Aquino no era su apellido sino la ubicación de las propiedades de su familia, por lo que sus enseñanzas siempre han sido conocidas como tomismo y no como aquinismo. De joven, Tomás debió haber sido bien educado pero muy malcriado. Él mismo era primo segundo del emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, Federico II, el gobernante político más poderoso de la época que se sentaba en el trono como rey de Alemania, Italia y Jerusalén. Ese poder corrompe, y aquellos días eran oscuros políticamente hablando. De hecho, durante gran parte del siglo XIII, los emperadores como Federico no fueron hijos leales de la iglesia. Con el tiempo, comenzaron a aprovechar sus propias propiedades, además del poder obtenido con las tierras ganadas durante las cruzadas, para empezar a presionar al papa para que él hiciera lo que ellos querían.
En su primer acto significativo como adulto, Tomás se puso del lado opuesto a su familia en sus luchas contra la iglesia. Su padre intentó colocar a su hijo como abad del rico monasterio de Montecasino, no porque fuera piadoso, sino para afianzarlo en un estilo de vida acorde a su linaje. Tomás rechazó eso y, según se nos dice, un día entró a la habitación de su padre para anunciarle que se había unido a la orden mendicante de los dominicos. Su familia quedó pálida, y sus hermanos incluso lo secuestraron y encarcelaron en el castillo de la familia con la esperanza de enseñarle un poco de sentido común. Todos sus intentos fracasaron (una historia dice que sus hermanos le enviaron una prostituta, pues asumían que una vida de desenfreno enardecido era preferible antes que una vida de servicio a la iglesia). Tomás finalmente escapó y pronto encontró el camino hacia París para estudiar con el teólogo más importante de Europa, Alberto Magno. Pasaría los siguientes treinta años estudiando las Escrituras y enseñando teología.
Las dos grandes obras maestras de la carrera de Tomás fueron su Suma teológica y la Summa contra gentiles. Ambas se encuentran en la lista de las obras más influyentes de la literatura occidental. La Summa contra gentiles aprovechó el resurgimiento de la literatura judía y musulmana en el período medieval. En ella, Aquino se involucra en una apología contra los incrédulos, entregando argumentos a favor de la existencia de Dios y del fundamento racional de la fe cristiana en contraste con otras cosmovisiones.
Aún más valiosa para la historia posterior de la iglesia fue la Suma teológica, una obra que no tiene rival en cuanto a alcance, pues cubre un número asombroso de temas, desde cuestiones de sexo, la existencia de los ángeles y la función del gobierno civil, hasta doctrinas tradicionales como Cristo, la salvación y la iglesia. En cada una de sus obras, Tomás se muestra ansioso por establecer una base intelectual firme para la justificación de la creencia (epistemología). De hecho, fue su exploración de la argumentación racional la que, en última instancia, lo llevó a adoptar un enfoque aristotélico modificado hacia la razón y la metafísica. Luchó larga y arduamente por encontrarle una solución al antiguo dilema de explicar la diversidad de la vida en conjunto con la unidad de las ideas: el problema de lo uno y lo múltiple. Al igual que Aristóteles, Tomás asumió la opinión de que la realidad unificadora de las cosas específicas se deriva de la creación de Dios y está implantada en la cosa (res) misma, en lugar de existir fuera del orden creado.
Se puede decir que la epistemología de Tomás crea una tensión entre las doctrinas bíblicas de la creación y la salvación. Él creía que los humanos somos creados a la imagen de Dios (imago Dei), así que tenemos dentro de nosotros la capacidad de pensar de forma verdadera y racional. Desde luego, la caída ha oscurecido este pensamiento y nos lleva al error y al pecado, pero, según Aquino, la imagen indeleble de nuestro Creador no ha caído de nuestras mentes. Sin embargo, como también enseñó Tomás, la salvación llega por gracia, a través de Cristo, a esta misma humanidad pecadora. La doctrina de la salvación nos enseña que no somos perfectos y que nuestro pecado puede oscurecer fácilmente la verdad. De esta manera, Tomás llega a una solución propuesta al problema que, según él, mantendrá unidas ambas verdades: la gracia perfecciona la naturaleza; no la destruye. En otras palabras, aunque nuestras mentes están caídas, no están destruidas; además, aunque nuestras mentes naturales son pecaminosas, reciben gracia para captar la verdad. Esta solución fue ingeniosa en el sentido de que unió la filosofía y la ciencia en lugar de forzarlas a separarse.
Otras áreas de las enseñanzas de Tomás son problemáticas. Tomemos, por ejemplo, su discusión sobre el sexo. Tomás aplica su paradigma de que «la gracia perfecciona la naturaleza» a la pregunta de si los pecados antinaturales como la sodomía, la masturbación y la fornicación (de hecho, cualquier pecado sexual fuera del matrimonio) son los pecados más grandes que alguien puede cometer. Tomás sostiene que estos pecados son una violación total del proceso humano natural de procreación y, por lo tanto, constituyen una violación del orden natural creado, así como un rechazo de la gracia de Cristo, que bendice y restaura el pacto matrimonial. Por lo tanto, argumenta Tomás, estos pecados efectivamente están entre los peores pecados posibles. Varios teólogos han notado que Aquino y otros eruditos medievales ignoraron la enseñanza bíblica sobre la intimidad y el placer del lecho matrimonial, así que allanaron el camino para que los teólogos católicos romanos posteriores enfatizaran la procreación como la esencia del sexo en el matrimonio. Esto también sugiere una gradación antibíblica del pecado al intentar distinguir entre pecados «mortales» (graves) y «veniales» (no intencionales o pequeños), lo que es más problemático. Por ejemplo, ¿cómo se puede decir que los pecados sexuales son más pecaminosos que los pecados de violencia y de rabia? ¿Por qué los pecados sexuales deben ser vistos como la peor violación de la ley de Dios cuando la raíz fundamental de todo pecado es el orgullo autosuficiente?
Hay otros problemas evidentes en la enseñanza tomista sobre la justificación. En este tema, Aquino destaca entre los teólogos medievales, aunque después sería criticado seriamente por los teólogos protestantes. Al igual que muchos teólogos medievales, Tomás enseñó que los cristianos reciben una infusión de gracia en el bautismo que permanece dentro del alma, aunque no se apodera de la voluntad ni la obliga a hacer buenas obras. Aquino afirma una doctrina de la predestinación, ya que Dios elige por Su propia voluntad quién recibirá la infusión de gracia a través del bautismo. Aún así, Tomás se negó a concluir que las buenas obras son motivadas por el Espíritu Santo, que actúa sobre la voluntad para inspirarnos a la obediencia. Para Tomás, si el amor ha de ser auténtico, las obras de amor deben ser nuestras en cooperación con la gracia. Entonces, la meta ética de la vida cristiana es materializar esta gracia infundida a través de las buenas obras, que nos guían en la vida hacia la salvación. Estas obras de amor se exigen de los creyentes para que reciban la vida eterna, aunque Aquino cree que evita el pelagianismo al enfatizar que el primer paso en el proceso de la salvación es un don de la gracia de Dios al margen de las obras.
La analogía más apropiada para las enseñanzas de Aquino respecto a la salvación es la del ejercicio. Todos somos humanos, pero algunos somos flácidos y otros estamos en forma. Todos hemos recibido nuestra esencia de Dios, ya que todos somos seres racionales creados a Su imagen. Sin embargo, si queremos ser algo más que holgazanes flácidos, debemos ejercitar nuestra voluntad a través del esfuerzo del trabajo físico. Nadie puede levantarnos los brazos y las piernas durante el ejercicio; el trabajo es nuestro. Así también, Tomás creía que la salvación era un asunto en el que Dios infunde la gracia suficiente en el alma para ejercitarnos en obras de amor, que a su vez conducen a la vida eterna. Nuestra voluntad debe captar esta gracia y ejercitar lo que Tomás llamó los «hábitos de la gracia» para crecer en amor y en semejanza a Cristo.
Las enseñanzas de Tomás sobre la epistemología, la justificación y la ética son de los temas más interesantes e importantes, y siguen atrayendo a los teólogos a sus múltiples escritos. De hecho, aunque los protestantes hemos rechazado muchas de sus enseñanzas desde la Reforma, podemos mirar al pasado, tal como lo hicieron Juan Calvino, Felipe Melanchthon, Martín Bucero e incluso Lutero en sus momentos de mayor tranquilidad, y respetar los esfuerzos heroicos de un teólogo que ha moldeado nuestro pensamiento durante casi ochocientos años.