Sé lento para la ira
11 noviembre, 2024Enójense, pero no pequen
15 noviembre, 2024La ira contra nuestros hermanos
Nota del editor: Este es el quinto capítulo en la serie de artículos de la revista Tabletalk: La ira
La furia al volante es un fenómeno real. Observa que se le llama furia al volante, no discusión ni desacuerdo, sino furia. Justo el otro día, presencié un caso de furia al volante en una intersección concurrida de Orlando. El tráfico estaba colapsado y los conductores de dos automóviles diferentes creían haber llegado primero. Las tensiones aumentaron rápidamente: pasaron del sonido de las bocinas a gestos con las manos, hasta que, finalmente, las personas salieron de sus vehículos listas para pelear. Afortunadamente, no llegaron a la violencia física y nadie resultó herido. Pero ¿no es asombroso cómo la ira puede convertirse rápidamente en furia y llevar a las personas a pensar y actuar de manera irracional?
Lamentablemente, la ira no solo se manifiesta en las carreteras; también se presenta en la iglesia y entre el pueblo de Dios. Si miramos a los hijos de Adán y Eva, Caín y Abel, encontramos el triste y horroroso asesinato de Abel a manos de su hermano Caín. Dios miró con favor el sacrificio de Abel pero no el de Caín, lo que llevó a Caín a una acción irracional y devastadora. El primer asesinato registrado en la Escritura, hermano contra hermano, sirve como un recordatorio de lo que el hombre es capaz de hacer cuando la ira se apodera de él.
Todos sabemos que el asesinato está mal. Dios se aseguró de que Su pueblo lo entendiera cuando le dio los Diez Mandamientos a Moisés en Éxodo 20. Sin embargo, Jesús, al enseñar a Sus discípulos en Mateo 5, quiso exponer la ley y enseñó que no solo el asesinato hace que uno se exponga al juicio, sino también el enojarse con su hermano (Mt 5:22) —sin mencionar el peligro del fuego del infierno si uno llama «idiota» a su hermano—. También es evidente que esta enseñanza está relacionada con nuestra adoración a Dios. En Mateo 5:23-24, Jesús dice: «Por tanto, si estás presentando tu ofrenda en el altar, y allí te acuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí delante del altar, y ve, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda».
Si queremos que Dios acepte nuestra adoración y mire con favor nuestro sacrificio de alabanza, debemos presentarnos ante Él con corazones humildes, quebrantados, contritos y confiados, esforzándonos por mantener la paz dentro de nuestra familia eclesial. Este principio se encuentra a lo largo de la Escritura (Sal 24:3-4; 51:16-17; Mt 15:8; Ro 12:18; He 12:18-20). Como discípulos de Jesucristo, debemos examinar regularmente nuestros corazones y nuestras relaciones, humillándonos, buscando las vigas en nuestros propios ojos y confesando nuestros pecados a Dios y a los demás. Procurar la paz y la reconciliación entre nosotros debería ser el objetivo de cada cristiano. No cabe duda de que a veces puede ser difícil y requerir un proceso largo, pero aún así vale la pena procurarlo. El hecho mismo de que nuestro bondadoso Dios nos haya proporcionado una forma de redención y paz duradera a través de la fe en Jesús debería motivarnos a ser amorosos, misericordiosos, bondadosos y deseosos de perdonar y buscar la paz con los demás cuando sea necesario.
No buscar la paz cuando las relaciones están tensas y no mantener la pureza en nuestros pensamientos y acciones resultará en una adoración que desagrada a Dios. De hecho, tal adoración se convierte en una burla hacia Él. En Mateo 15:8-9, Jesús les llama la atención a los fariseos y escribas y dice de ellos: «ESTE PUEBLO CON LOS LABIOS ME HONRA, / PERO SU CORAZÓN ESTÁ MUY LEJOS DE MÍ. / PUES EN VANO ME RINDEN CULTO». Cuando decimos algo para aparentar rectitud sin la intención de llevarlo a cabo, nuestros corazones están lejos del Señor. Si tú dices «Yo amo al Señor», y luego chismorreas, albergas malos sentimientos o difamas a un miembro de la iglesia, en realidad no te interesa amar a Dios ni a tu prójimo como a ti mismo. Si has actuado así, arrepiéntete y confiesa ese pecado antes de volver a adorar. También puede suceder que alguien te esté dando la espalda y esa aparente falta de amor en verdad te esté afectando. Quizás sería sabio ir y buscar la paz y la reconciliación, porque tal vez haya algo que le dijiste o le hiciste a esa persona por lo que debas disculparte. La clara instrucción de Jesús para Su iglesia es esta: «Reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda» (Mt 5:24).
Cuando busquemos honrar y glorificar al Señor con nuestras vidas y con nuestra adoración, recordemos que todos somos parte del cuerpo de Cristo. Cuando haya ira y división injustificadas entre los miembros de la familia de Dios, debemos ser prontos para procurar la paz y no permitir que la ira escale. Al hacerlo, mostramos con nuestras palabras y acciones que somos pacificadores, y por tanto bienaventurados, porque los que procuran la paz «serán llamados hijos de Dios» (Mt 5:9).