La ira contra nuestros hermanos
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Nota del editor: Este es el sexto capítulo en la serie de artículos de la revista Tabletalk: La ira
Efesios 4:26-27 da cabida a la ira no pecaminosa: «ENÓJENSE, PERO NO PEQUEN; no se ponga el sol sobre su enojo, ni den oportunidad al diablo».
El problema es que nos encanta hacer uso de lo que parece ser un vacío legal. La ira, por naturaleza, se justifica a sí misma. Mi ira es justa; la tuya no. Así que, si deseamos encontrar algún margen de maniobra justo en este principio, debemos proceder con mucho cuidado.
Comencemos con lo que está claro. El pasaje menciona la ira como un vecino cercano del diablo. En un instante, la ira puede derivar hacia sus formas asesinas y podemos llegar a ser menos que humanos. Con esto en mente, Pablo también escribe: «Sea quitada de ustedes toda […] ira» (Ef 4:31, énfasis añadido). Por lo tanto, nuestra ira debe mantenernos en máxima alerta. Lo mejor sería encadenarnos hasta que pase.
Dado que las palabras de Pablo en Efesios no ofrecen detalles específicos sobre airarnos sin pecar, recurramos a las ilustraciones en las que él se apoyaba. Primero, miremos a Jesús, quien sí podía airarse sin pecar. Pablo también se airó en su retórica contra aquellos que querían someter a los cristianos a la ley de Moisés (Gá 5:12). Lo que estos y otros casos similares de ira tienen en común es que nunca fueron respuestas a ataques personales, sino que defendían a aquellos que habían sido agraviados. ¿Cómo manejó Jesús los ataques personales? Siguió el camino de los salmistas y confió el juicio a Su Padre (1 P 2:23).
El pasaje de Efesios es una cita del Salmo 4:4, una referencia que podría aportar más perspectiva. No se identifica el evento que provocó este salmo, pero probablemente está relacionado con el Salmo 3 y la rebelión de Absalón (2 S 15-18). En esa ocasión, David nunca se airó contra Absalón. Cuando un enfrentamiento militar se volvió inevitable, y si los comandantes de David resultaban victoriosos, David pidió una cosa: «Por amor a mí traten bien al joven Absalón» (2 S 18:5). Mientras tanto, David fue víctima de las maldiciones de Simei (2 S 16:5-8); pero ni siquiera en ese contexto respondió con ira, sino que prefirió vivir bajo lo que interpretó como la voluntad de Dios para él (2 S 16:9-14).
El Salmo 3 tiene un tono ligeramente diferente al del Salmo 4. En el Salmo 3, David pide que el Señor sea un escudo protector. Sin embargo, también reconoce que la guerra está en marcha y pide que el Señor hiera «a todos [sus] enemigos en la mejilla» (Sal 3:7). Estas peticiones no aparecen en el Salmo 4. En cambio, el centro mismo del salmo es decididamente introspectivo y teocéntrico.
Tiemblen, y no pequen;
Mediten en su corazón sobre su lecho, y callen.
Ofrezcan sacrificios de justicia,
Y confíen en el SEÑOR (Sal 4:4-5).
Esto es lo que constituye una indignación justa. Esto es sabiduría y temor del Señor. Los hombres y mujeres sabios saben que la ira es volátil y que sus instintos tienden a la autoexaltación. Por eso, se controlan. Cuentan hasta mil antes de reaccionar. Consideran sus propios corazones con preguntas como: ¿Vivo por encima de los demás o vivo bajo Dios? ¿Creo que a Dios le importa y escucha? ¿Le confío el juicio a Él o prefiero mi propia versión justiciera? ¿Clamo a Dios pidiéndole ayuda cuando me siento enardecido? ¿Acudo a Jesús antes de ir a la guerra? ¿Le digo a Él: «No me pertenezco a mí mismo. He sido comprado por un precio» (ver 1 Co 6:19-20)? ¿He confesado mi propio pecado hoy?
Las personas sabias también oran. Antes de que la ira alcance su punto de ebullición, oramos. Nos sometemos ante nuestro Creador y Salvador, y le pedimos conocer y seguir los caminos contraintuitivos de Jesús.
He aquí una posible paráfrasis del texto de Efesios: la ira dice que algo está mal, y puede tener razón. Entonces, procede con mucha precaución. Ciertamente has conocido los caminos mezquinos de la ira. Has sido víctima de la ira y también otros han sido victimizados. Ahora considera esto: ¿El evento incitador se trata de ti o de la opresión de otros? Cuando se trata de la causa de los oprimidos, es menos probable que adoptes los métodos asesinos de la ira. En cualquier caso, detente. Ora. Confiesa que pones tu confianza en tu Padre que juzga con justicia. Cálmate. Pídele al Espíritu que te unja con sabiduría y gracia. Si no estás haciendo esto, es porque aún no has entendido el lugar que Pablo le asigna a la ira justa.