Las raíces de la ira pecaminosa
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Nota del editor: Este es el cuarto capítulo en la serie de artículos de la revista Tabletalk: La ira
En 1940, Walt Disney narró para el público de habla inglesa la historia italiana de un títere de madera llamado Pinocho. La versión animada de Disney se ha arraigado tanto en la cultura occidental a lo largo de las últimas ocho décadas que una nariz larga se ha convertido en un símbolo negativo que representa la mentira y el engaño —como explica el hada en la película: «Una mentira sigue creciendo y creciendo, hasta que se hace tan evidente como la nariz en tu cara»—. De hecho, el emoji para mentir es una cara con una nariz larga.
Sin embargo, desde la perspectiva bíblica, para el discípulo de Jesucristo, tener una nariz larga es un rasgo deseable. Esto se debe a que la frase hebrea «de nariz larga» (o en plural, «de narices largas») describe a alguien que es tardo para airarse. Esta imagen puede interpretarse de varias maneras: en el sentido de que las fosas nasales largas tardan más en «calentarse» y estallar en ira ardiente (similar a cómo hablamos de una «mecha larga» o una «mecha corta»); o como una representación de un rostro relajado y paciente; también puede entenderse como que las fosas nasales, al ser un tubo por el cual circula el aire, permiten un flujo más suave y controlado cuanto más largo es el tubo (como ocurre cuando se estimula la combustión con un fuelle).
En cualquier caso, tener una nariz larga es algo elogiado en la Escritura, especialmente en la literatura de sabiduría del Antiguo Testamento, que frecuentemente asocia el ser lento para la ira con la sabiduría y la justicia.
Dos pasajes ilustran esta conexión: Proverbios 14:29 y Eclesiastés 7:9. En el primero, Salomón afirma: «El lento para la ira [el de nariz larga] tiene gran prudencia, / Pero el que es irascible ensalza la necedad». El hombre sabio entiende que un temperamento precipitado (literalmente, ser «corto de espíritu») es una manifestación de la necedad. Por ello, cuando surgen circunstancias irritantes, busca mantener a raya a su hombre interior, o podríamos decir, mantener su nariz larga. Él «domina su espíritu» (Pr 16:32) en lugar de dejar que su espíritu lo domine a él.
En Eclesiastés 7:9, el Predicador escribe: «No te apresures en tu espíritu a enojarte, / Porque el enojo se anida en el seno de los necios». De nuevo, la persona cuyo corazón se precipita rápidamente hacia la ira y se irrita con facilidad, ya sea ante provocaciones leves o significativas, es el epítome del necio. La ira no halla descanso en el corazón del sabio, porque tan pronto como un temperamento espinoso asoma su fea cabeza, los santos lo expulsan a la calle.
Por muchas razones, Dios relaciona la lentitud para la ira con la sabiduría. Considera lo siguiente para estimular tu meditación. En primer lugar, ser pronto para airarse está asociado con el orgullo, que es la esencia de la necedad (ver Pr 8:13; 11:2; 16:18; 29:23). En el versículo justo antes de Eclesiastés 7:9, leemos en esta copla: «Mejor es el fin de un asunto que su comienzo; / Mejor es la paciencia de espíritu [literalmente, el “largo de espíritu”] que la arrogancia de espíritu» (Ec 7:8). Nos enojamos porque orgullosamente creemos entender mejor cómo deberían ser las cosas. Cuando creemos que algún evento o proceso está tardando demasiado y no estamos dispuestos a esperar a que el Señor lo lleve a su fin designado en Su tiempo, nuestra arrogante impaciencia nos conduce fácilmente a la ira.
En segundo lugar, la ira precipitada conlleva costosas consecuencias. Incluso desde una perspectiva mundana, un temperamento que reacciona con rapidez pronto se gana una reputación negativa y provoca la pérdida de amistades, del respeto de los demás, de oportunidades de negocios y de su paz interior. Dios, en Su Palabra, revela más profundamente el costo de la ira: «El hombre irascible provoca riñas, / Pero el lento para la ira apacigua pleitos» (Pr 15:18); «El hombre lleno de ira provoca rencillas, / Y el hombre violento abunda en transgresiones» (Pr 29:22; ver Stg 1:20). El hombre sabio anhela lo que conduce a la paz y la justicia, en cambio, la ira genera conflicto y pecado. Santiago nos recuerda: «Donde hay celos y ambición personal, allí hay confusión y toda cosa mala. Pero la sabiduría de lo alto es primeramente pura, después pacífica, amable» (Stg 3:16-17).
Finalmente, la lentitud para airarse es una característica divina. Aquel que es más sabio se asemeja más a Dios, quien es descrito frecuentemente como «lento para la ira» (el antropomorfismo «de narices largas»; ver Éx 34:6; Nm 14:18; Sal 86:15; 103:8; 145:8; Jl 2:13; Nah 1:3; etc.). Andar en sabiduría es reflejar el carácter de Dios, revelado de la manera más hermosa en Su Hijo, Jesucristo, quien es la sabiduría de Dios. Que el Espíritu nos conceda cada día más de la humilde paciencia de nuestro Salvador y de Su sabia lentitud para la ira.