La muerte y el estado intermedio

Nota del editor: Este es el tercer capítulo en la serie de artículos de la revista Tabletalk: La doctrina del futuro
La muerte y el estado intermedio —el período entre la muerte y la resurrección— se incluyen bajo el título de esta serie sobre los últimos días, pero no son lo último que sucederá. Los verdaderos eventos finales que sucederán en los últimos días son el glorioso regreso de nuestro resucitado y reinante Señor Jesús; la resurrección de los justos y los injustos; el juicio final; y los nuevos cielos y la nueva tierra.
Sin embargo, la muerte y el estado intermedio están entre lo que sucederá en los últimos días porque, a menos que Jesús regrese primero, son lo siguiente que sucederá en nuestro futuro individual. Puesto que llevamos la imagen del Dios que planea el fin desde el principio, anhelamos ver el futuro, tanto el nuestro como el del cosmos. La Palabra de Dios responde a nuestro anhelo de vislumbrar lo que está por venir, no de forma exhaustiva, sino suficiente; no para saciar nuestra curiosidad, sino para tranquilizar nuestros corazones ansiosos.
La muerte: Un enemigo derrotado pero no destruido
La muerte es nuestro enemigo. El aumento del dolor y la disminución de la fuerza suelen precederla. También puede arrebatar la vida inesperadamente, a través de un accidente o por medio de violencia. Rompe irreversiblemente las relaciones humanas y causa dolor a los sobrevivientes. Jesús mismo lloró de tristeza ante la tumba de Su amigo (Jn 11). La muerte nos adentra en territorio desconocido. Nos lleva a la presencia de nuestro santo Creador y Juez (He 9:27). La muerte no es algo que aceptamos gustosos.
Sin embargo, los cristianos no deben temerle. La muerte es un enemigo derrotado, aunque todavía no destruido. Cuando Cristo regrese y en nuestra resurrección, ese «último enemigo» será eliminado, devorado en victoria (1 Co 15:26, 54-57). No obstante, nuestra victoria final ya estaba asegurada cuando el Hijo de Dios participó de nuestra carne y sangre, «para anular mediante la muerte el poder de aquel que tenía el poder de la muerte, es decir, el diablo, y librar a los que por el temor a la muerte, estaban sujetos a esclavitud durante toda la vida» (He 2:14-16).
La muerte separa nuestro cuerpo material del núcleo inmaterial de nuestra identidad y personalidad, que es nuestra alma o espíritu (Mt 10:28; 1 Ts 5:23). Al morir, el cuerpo es enterrado y se descompone, pero el espíritu «volverá a Dios que lo dio» (Ec 12:7), ya sea para gustar anticipadamente la dicha eterna con Dios o para entrar en condenación y miseria sin fin.
El estado intermedio: «Con Cristo es mucho mejor»
Lo que la Biblia nos deja entrever sobre el estado intermedio se centra en el gozo que experimentan las almas de los creyentes. Al sopesar los resultados de vida o muerte de su próximo juicio, Pablo llegó a la conclusión de que, por su propio bien, preferiría la ejecución a la exoneración: «Teniendo el deseo de partir y estar con Cristo, pues eso es mucho mejor» (Fil 1:23). Sabía que «mientras habitamos en el cuerpo, estamos ausentes del Señor […] y preferimos más bien estar ausentes del cuerpo y habitar con el Señor» (2 Co 5:6-8).
Otro indicio de esta comunión consciente e interpersonal viene de labios del propio Jesús. Mientras ambos morían en la cruz, Jesús le prometió al ladrón arrepentido: «En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso» (Lc 23:43). Hebreos explica que cuando los cristianos adoramos en la tierra, nos unimos a una congregación celestial que incluye «a los espíritus de los justos hechos ya perfectos» (He 12:21-24).
El libro de Apocalipsis pronuncia bendición sobre «los muertos que de aquí en adelante mueren en el Señor […] para que descansen de sus trabajos» (Ap 14:13). Su «descanso» no es un estado de «sueño del alma» inconsciente como algunos han sostenido. Más bien, las almas de los mártires cristianos apelan a Dios en busca de justicia y reciben Su palabra de consuelo (Ap 6:9-11; ver Ap 20:4). Son una multitud que ha atravesado grandes tribulaciones para adorar ante el trono de Dios y el Cordero (Ap 7:9-17). Reinan con Cristo sentados sobre tronos celestiales (Ap 20:4).
La Escritura dice poco sobre el estado intermedio de los incrédulos, pero la parábola de Jesús sobre el hombre rico y Lázaro (Lc 16:19-31) nos da una pista. El punto de la parábola es que ni siquiera una resurrección de entre los muertos convencerá a quienes rechazan la Escritura. Para apoyar esa conclusión, Jesús describe la existencia consciente después de la muerte de un mendigo justo y de un magnate sin corazón. Con imágenes de este mundo, Jesús simboliza el consuelo para las almas de los fieles («el seno de Abraham»), el tormento que sufren las almas de los impíos («esta llama») y el «gran abismo» infranqueable que impide el arrepentimiento y el alivio de los incrédulos después de la muerte.
La resurrección: Aún mejor
Partir en la muerte y estar con Cristo es «mucho mejor» que la vida en este mundo maldito por el pecado, pero ese estado intermedio no es nuestra esperanza final. Aún mejor será el día en que nuestro Salvador aparezca desde el cielo, cuando «transformará el cuerpo [físico] de nuestro estado de humillación en conformidad al cuerpo de Su gloria» y seamos reconstituidos como personas íntegras por el Espíritu vivificador de Dios (Fil 3:21).