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12 junio, 2021La providencia de Dios aplicada en nuestras vidas
Nota del editor: Este es el cuarto y último capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: La providencia
Nada es más práctico que la doctrina de la providencia, porque engendra tanto fe como temor piadoso. Cuando Cristo nos enseñó cómo lidiar con la ansiedad, nos recordó que Dios el Padre alimenta a cada pajarito y viste cada flor con sus hermosos colores (Mt 6:25-30). Entonces, ¿cuánto más debemos confiar en que Él cuidará a Sus propios hijos amados? Sea que estemos dispuestos a admitirlo o no, cada persona vive constantemente en la presencia del Dios vivo. Cuanto más consciente es el creyente de la providencia de Dios, más se puede decir de él como escribió B. B. Warfield: «En cada lugar ve a Dios en Su poderoso avance y en todo lugar siente la obra de Su poderoso brazo, el palpitar de Su poderoso corazón».
Nuestro Dios está en control. Mientras no podemos sondear completamente las profundidades de Sus caminos, todavía podemos afirmar que «de Él, por Él y para Él son todas las cosas. A Él sea la gloria para siempre. Amén» (Rom 11:36). Hay muchas cosas de las cuales no sabemos la razón, pero sabemos quién ha ordenado todas ellas. Obadiah Sedgwick escribió: «Nadie está más calificado para gobernar el mundo que Aquel que lo hizo». Su perfecta sabiduría, santidad, justicia, poder, amor y bondad no fallarán.
Por consiguiente, podemos ser como el niño a bordo de un barco que permaneció en paz mientras el viento y las olas se enfurecían a su alrededor. Cuando se le preguntó cómo mantuvo la calma en una tormenta tan violenta, respondió: «Mi padre es el capitán». ¡Cuánto más puede la iglesia cantar: «Dios es nuestro refugio y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones. Por tanto, no temeremos aunque la tierra sufra cambios, y aunque los montes se deslicen al fondo de los mares»! (Sal 46:1-2).
La providencia de Dios beneficia a los creyentes de muchas maneras. Consideremos cinco de ellas.
CONFIANZA EN LA SOBERANÍA PATERNAL DE DIOS
Primero, la cosmovisión cristiana centrada en Dios afirma nuestra confianza en que nuestro Padre reina sobre todas las cosas a través de Su Hijo por el Espíritu Santo. El Catecismo de Heidelberg dice:
Que el Padre eterno de nuestro Señor Jesucristo —que de la nada creó el cielo y la tierra, y todo lo que en ellos hay, y que también sostiene y gobierna toda Su creación por Su eterno consejo y providencia— es, por causa de Jesucristo Su Hijo, mi Dios y mi Padre, en quien confío con tal plenitud que no tengo duda alguna de que Él me dará todas las cosas necesarias para el alma y para el cuerpo. Tampoco dudo de que Él hará que todos los males que Él envíe sobre mí en este valle de lágrimas redunden en mi bien, ya que es capaz de hacerlo, pues es el Dios Todopoderoso, y está dispuesto, pues es un Padre fiel (pregunta 26).
Las doctrinas de la providencia y la adopción unen los brazos para sostener a los hijos de Dios con una maravillosa confianza. El Dios soberano es su Padre amoroso en Jesucristo, de modo que durante toda su vida, ellos «son compadecidos, protegidos, cuidados y castigados por Él, como por un Padre, pero nunca son desechados», como dice la Confesión de Fe de Westminster (12.1). John Cotton exclamó: «¿Es poca cosa que el Dios del cielo y de la tierra sea llamado vuestro Padre, siendo ustedes meros hombres?». Como nuestro Padre, Dios ciertamente da «provisión para un hijo aquí y provisión para un heredero en la vida venidera», porque «Dios nos sustenta» y «nos ha dado una herencia».
Vivimos en un mundo peligroso. Las enfermedades, los desastres y las guerras arrastran a muchas personas a la eternidad cada día. Los hombres malvados oprimen y abusan de los piadosos e inocentes. Sin que los veamos, Satanás y sus huestes andan como leones rugientes buscando devorar a la gente y arrastrarla a la condenación (1 Pe 5:8). Los engaños y las pasiones del pecado braman en nuestros corazones, de tal manera que nunca estamos a salvo de nosotros mismos. La realidad demanda que vivamos sabia y prudentemente en un lugar tan peligroso.
Sin embargo, los cristianos no necesitan vivir con temor o ansiedad, sino que pueden aferrarse a la promesa de Romanos 8:28: «Y sabemos que para los que aman a Dios, todas las cosas cooperan para bien, esto es, para los que son llamados conforme a su propósito». Thomas Watson escribió: «Todos los tratos de Dios con Sus hijos, realizados por providencia especial, se tornan para su bien. “Todas las sendas del SEÑOR son misericordia y verdad para aquellos que guardan su pacto y sus testimonios” (Sal 25:10)». Él concluyó: «La razón principal del por qué todas las cosas obran para bien, es el interés cercano y entrañable que Dios tiene en Su pueblo. El Señor ha hecho un pacto con ellos. “Ellos serán mi pueblo, y yo seré su Dios” (Jer 32:38)».
La providencia de Dios consuela al pueblo de Su pacto. Sedgwick dijo:
A ningún buen hombre jamás le faltó algo que sea bueno para él. Puede que me falte algo bueno, pero no algo que sea bueno para mí: «Porque sol y escudo es el SEÑOR Dios; gracia y gloria da el SEÑOR; nada bueno niega a los que andan en integridad» (Sal 84:11).
Dios tiene una providencia especial sobre Su Iglesia viviente porque somos la niña de Sus ojos, Sus ovejas, Sus hijos y Su tesoro (Zac 2:8; Is 40:11; 49:15; Mal 3:17). Su cuidado por Su pueblo es completamente bondadoso, tierno, misterioso, glorioso, preciso y muchas veces extraordinario.
La fe en la providencia de Dios sostiene el servicio del cristiano a Dios. Es su escudo contra todos los ataques de Satanás (Ef 6:16). Warfield dijo: «Una fe firme en la providencia universal de Dios es la solución para todos los problemas terrenales». En lugar de estar paralizado por el miedo o impulsado por la ansiedad, el creyente fuerte se mantiene en el terreno seguro de la providencia divina y avanza en una firme obediencia y sumisión a la voluntad de su Señor.
ORAR CON LA FE DE UN NIÑO
En segundo lugar, las personas que creen en la providencia de Dios son personas de oración porque saben y creen que su Dios proveedor manda, escucha y contesta la oración. Saben que «toda buena dádiva y todo don perfecto viene de lo alto, desciende del Padre de las luces, con el cual no hay cambio ni sombra de variación» (Stg 1:17).
Juan Calvino dijo:
No bastará con sostener simplemente que hay Uno a quien todos deben honrar y adorar, a menos que también estemos persuadidos que Él es la fuente de todo bien, y que no debemos buscar nada en otro lugar sino en Él… No se hallará ni una gota de sabiduría y de luz, ni de justicia ni de poder ni de rectitud, ni de verdad genuina, que no fluya de Él, y de la cual Él no sea la causa.
La oración es el grito de la fe como la de un niño. Cuando oramos, «Padre nuestro que estás en los cielos… Danos hoy el pan nuestro de cada día», así como nuestro Señor nos enseñó (Mt 6:9, 11), reconocemos que Dios es «la única fuente de todo bien, y que ni nuestra preocupación, ni nuestro trabajo» pueden darnos lo que necesitamos y deseamos sin Su bendición, y por lo tanto, «[sacamos] nuestra confianza de todas las criaturas y la [ponemos] solamente» en Él (Catecismo de Heidelberg, 125).
El Señor nos enseña a acudir a Él con cada necesidad, con toda nuestra fragilidad, con todas nuestras preocupaciones. Sabiendo que Él es nuestro proveedor, debemos buscar de Él nuestra comida y bebida, salud, ropa, buenas relaciones familiares, éxito en nuestros llamamientos, el poder del Espíritu en nuestras iglesias y la paz para nuestra nación. Debemos echar «toda [nuestra] ansiedad sobre Él, porque Él tiene cuidado de [nosotros]» (1 Pe 5:7).
Conocer la providencia de Dios fomenta la humildad, que es vital para la oración. Las Sagradas Escrituras nos recuerdan que no importa cuán duro trabajemos, no podemos obtener nada a menos que lo recibamos de Su mano (Sal 104:28; Jn 3:27). Ciertamente, no podemos mover un dedo, parpadear, o tener un pensamiento sin que Él nos habilite. Podremos tener las más grandes habilidades y la lista más impresionante de experiencias y referencias, pero «Él es el que te da poder para hacer riquezas» (Dt 8:18). Incluso podríamos trabajar todo el día con fuerza y habilidad, y fracasar en lograr nuestras metas. «Si el SEÑOR no edifica la casa, en vano trabajan los que la edifican; si el SEÑOR no guarda la ciudad, en vano vela la guardia» (Sal 127:1).
Por lo tanto, debemos confiar solo en Dios y buscar en Él todas las cosas buenas. ¡Oh, que tengamos un verdadero sentido de nuestra dependencia constante en Él! Muy a menudo las personas van a trabajar día tras día, compran alimentos, toman medicamentos, pagan facturas, disfrutan de placeres, pero no le dan ni un pensamiento a Él y al hecho de que todo depende de Su voluntad. Sus corazones se enorgullecen, se olvidan del Señor, y dicen: «Mi poder y la fuerza de mi mano me han producido esta riqueza» (Dt 8:17). Su falta de oración es el clavo que sella el ataúd de su muerte espiritual. Pero el hijo de Dios tiene el Espíritu de adopción clamando en su corazón, «¡Abba! ¡Padre!» (Gal 4:6). Sabe, por un instinto infundido por el Espíritu, que toda liberación del mal y disfrute del bien proviene de su Padre. Y por eso ora. ¿Y tú? ¿Oras? ¿Son tus oraciones una búsqueda sincera de Aquel que es la fuente de todo bien? ¿De verdad crees en el Dios de la providencia?
PACIENCIA EN LA ADVERSIDAD
El Catecismo de Heidelberg destaca tres beneficios más del conocimiento de la providencia de Dios:
Para que seamos pacientes en toda adversidad y agradecidos en la prosperidad; también, para que en lo porvenir pongamos nuestra firme confianza en nuestro Dios y Padre fiel, estando seguros de que ninguna cosa creada nos separará de Su amor, pues todas ellas están en Su mano, de manera que no pueden ni siquiera moverse sin Su voluntad (pregunta 28).
Por tanto, un tercer beneficio es la paciencia en la adversidad. Respondemos de manera natural a la adversidad hundiéndonos en la amargura egocéntrica o cayendo en el abatimiento. Sin embargo, aun cuando nuestras circunstancias son turbulentas o dolorosas, el cristiano debe cultivar la quietud interna al ejercitar fe en la providencia de Dios. David dijo: «no abro la boca, porque tú eres el que ha obrado» (Sal 39:9). La quietud piadosa bajo el dolor no proviene de endurecer nuestros corazones y apagar nuestras emociones, sino de aferrarnos a Dios en medio de la tormenta.
La paciencia cristiana en la adversidad es un fruto sobrenatural del Espíritu de Dios (Gal 5:22). Los incrédulos pueden resignarse amargamente a las circunstancias que no pueden cambiar; sin embargo, los creyentes perseveran en la fe, creyendo que los males más grandes se convertirán en provechosos para ellos, y obrarán para su bien, en las manos de un Dios amoroso y fiel. Por la gracia de Dios y en respuesta a la oración, podemos ser «fortalecidos con todo poder según la potencia de su gloria, para obtener toda perseverancia y paciencia» (Col 1:11). Por el Espíritu, los discípulos de Cristo están dispuestos a llevar su cruz (Lc 9:23).
En sus aflicciones, los que creen en la providencia descansan en los propósitos de Dios. Comprenden y aprueban la intención de Dios de obrar en Sus hijos para que maduren en la santidad por medio de sus penas y pruebas (Pr 3:11-12; Heb 12:5-11). Dicen: «Antes que fuera afligido, yo me descarrié, pero ahora guardo tu palabra… Bueno es para mí ser afligido, para que aprenda tus estatutos» (Sal 119:67, 71). Aunque a menudo no pueden ver cómo, confían en que Dios se está glorificando a través de sus luchas, sobre todo mostrando que es digno de su fe y temor piadoso aun cuando no les da felicidad aquí y ahora (Job 1:1, 8-11, 20-21). Viven en unión y comunión con Cristo y se alegran de sufrir con Él, sabiendo que un día reinarán con Él en gloria (Rom 8:17). Están decididos a correr «con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe» (Heb 12:1-2).
La esperanza cristiana en los propósitos de Dios depende de la fe en que Él realmente controla todas las cosas. Johannes VanderKemp dijo: «Si un Gobernador universal no dirigiera las cosas que ocurren, ¿cómo pueden los hombres buenos estar tranquilos y consolarse en todas sus tribulaciones? ¿No sería su condición peor que la de los impíos?».
Una de las pruebas más grandes que puede soportar un creyente es la oscuridad espiritual. La Confesión de Fe de Westminster, en el párrafo 4 del capítulo 18, señala: «La seguridad de la salvación de los verdaderos creyentes puede ser sacudida de diferentes maneras, disminuida e interrumpida», algunas veces «porque Dios les retira la luz de su rostro, permitiendo, inclusive, que los que le temen caminen en tinieblas y no tengan luz» (ver Is 50:10). Anthony Burguess explicó que Dios puede retirar temporalmente el gozo del creyente y la seguridad de Su amor para que Su amado hijo pueda probar la amargura del pecado y aprenda a aborrecerlo más, crecer en humildad, atesorar el gozo y la paz y no darlos por sentado, darle gloria a Él mediante la obediencia, e incrementar su compasión para consolar a los demás.
Ya sea que el santo que camina en tinieblas pueda discernir o no su beneficio espiritual, puede descansar sabiendo que su Dios soberano siempre obra para Su gloria y el bien de Sus elegidos. William Gurnall dijo: «El cristiano debe confiar en un Dios que se retira».
Querido creyente, imagina por un momento que todo en la vida siempre ocurriera «a tu manera». Nunca serías afligido. Nunca enfrentarías la adversidad. ¿Cómo serías tú? Yo sé cómo sería yo: sería un pecador consentido, inmaduro, egocéntrico y orgulloso que solo creyera en mí mismo. Aunque mi carne no siempre quiera admitirlo, en el fondo sé que he necesitado cada aflicción que mi Padre celestial me ha enviado para librarme de mí mismo y conformarme cada vez más a Su Hijo. Sin la adversidad, nunca sería un aborrecedor del pecado, ni un amante de Cristo ni un perseguidor de la santidad. No sería el cristiano que soy. Sospecho que no eres diferente a mí.
En todas nuestras aflicciones, pero especialmente después de haber salido de ellas (Heb 12:11), descubriremos que la dulzura del buen propósito de Dios supera por mucho la amargura de nuestras angustias. Nuestro Padre amoroso no desperdiciará ni una lágrima de Sus amados hijos (Sal 56:8). Samuel Rutherford dijo: «Cuando estoy en el sótano de la aflicción, busco los mejores vinos del Señor».
GRATITUD EN LA PROSPERIDAD
Un cuarto beneficio de la providencia, que puede ser tan difícil de ejercer como la paciencia en la adversidad, es la gratitud en la prosperidad. Aunque la adversidad es real, frecuente y a veces abrumadora, también estamos inmersos en la buena creación de Dios que es para ser recibida «con acción de gracias» (1 Tim 4:4). Dios «nos da abundantemente todas las cosas para que las disfrutemos» (6:17). Nunca nos faltan las buenas dádivas, y por lo tanto, nunca nos faltan razones para alabar al Dios de la providencia (Ef 5:20). Wilhemus à Brakel dijo: «El uso apropiado de la providencia de Dios te brindará una medida excepcional de gratitud y te enseñará a terminar en el Señor como el único Dador de todo lo bueno que puedas recibir para el alma y el cuerpo».
La gratitud es esencial para la piedad. Sin acción de gracias, no podemos obedecer la voluntad de Dios: «Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para vosotros en Cristo Jesús» (1 Tes 5:18). Calvino dijo:
Llamo «piedad» a esa reverencia unida al amor a Dios inducida por el reconocimiento de Sus beneficios. Porque hasta que los hombres reconozcan que le deben todo a Dios, que se nutren de Su cuidado paternal, que Él es el Autor de todos sus bienes y que no deben buscar nada más allá de Él, nunca le rendirán un servicio voluntario.
Tanto la adversidad como la prosperidad tienen sus peligros. «No me des pobreza ni riqueza; dame a comer mi porción de pan, no sea que me sacie y te niegue, y diga: “¿Quién es el SEÑOR?”, o que sea menesteroso y robe, y profane el nombre de mi Dios» (Pr 30:8-9). Tanto la adversidad como la prosperidad tienen deberes que los acompañan: «¿Sufre alguno entre vosotros? Que haga oración. ¿Está alguno alegre? Que cante alabanzas» (Stg 5:13).
En el corazón de la gratitud está la fe que mira más allá de las buenas dádivas de Dios para apreciar la bondad de Dios mismo. El cristiano ama a Dios más que a Sus dones y, aunque agradece por Sus misericordias diarias, considera al Señor como su porción (Lm 3:22-24). Él canta: «Bendito sea el Señor, que cada día lleva nuestra carga, el Dios que es nuestra salvación» (Sal 68:19).
Las personas raras veces aprecian las cosas buenas que reciben porque se engañan a sí mismas pensando que las merecen. Pocos han aprendido la lección de Jacob: «Indigno soy de toda misericordia y de toda la fidelidad que has mostrado a tu siervo» (Gn 32:10). La verdad es que lo que merecemos es ser atormentados en las llamas de la ira de Dios y que se nos niegue incluso una gota de agua (Lc 16:24-25).
Cuando visité a mi padre después de su cirugía de corazón abierto, lo encontré llorando de gratitud. Cuando le pregunté por qué estaba tan agradecido, él dijo: «Acaba de entrar una enfermera y me humedeció los labios con un cubito de hielo, y no pude evitar pensar en el hombre rico del infierno que no tenía ni una gota de agua para refrescar su lengua. Yo merezco su porción».
¿Alguna vez has estado realmente agradecido por un cubito de hielo? Que Dios nos ayude a ti y a mí a ser verdaderamente agradecidos por las más pequeñas bondades que Él y los demás nos han mostrado.
UNA BUENA EXPECTATIVA PARA UN FUTURO DESCONOCIDO
Finalmente, la providencia nos concede como cristianos una confianza segura en Dios para el futuro desconocido. Por lo tanto, los cristianos debemos ser eternos optimistas. El Catecismo de Heidelberg, en la pregunta veintiocho, dice que la doctrina de la providencia nos motiva a que «pongamos nuestra firme confianza en nuestro Dios y Padre fiel». Literalmente, la versión holandesa dice que «tengamos una buena expectativa». Hijo de Dios, ¿tienes una buena expectativa de tu futuro? La mano de nuestro Padre gobierna el mundo, y nadie puede impedir que se cumplan Sus propósitos (Dn 4:35). «Porque no nos ha destinado Dios para ira, sino para obtener salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo» (1 Tes 5:9). Estás en las manos del Padre y del Hijo, y no hay lugar más seguro en el mundo (Jn 10:28-29).
Dado que Dios gobierna sobre todas las cosas, hoy podemos regocijarnos en que algún día llegaremos sanos y salvos a una nuestra herencia eterna. Pablo dice: «Entonces, ¿qué diremos a esto? Si Dios está por nosotros, ¿quién estará contra nosotros? El que no eximió ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos concederá también con Él todas las cosas?» (Rom 8:31-32). Pablo se gloría en el seguro resultado de la providencia:
Porque estoy convencido de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni lo presente, ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios que es en Cristo Jesús Señor nuestro (vv. 38-39).
La doctrina de la providencia implica que lo contrario también es cierto. Si Dios está en tu contra, ¿quién podrá ayudarte? Nada en toda la creación puede protegerte de la ira de Dios si continúas en tus pecados y te niegas a recibir a Su Hijo con una fe de corazón quebrantado. Si eres un pecador no arrepentido, considera que eres un enemigo del Dios de la providencia. No confías en Su soberanía paternal sino que profundamente le ofendes y prefieres adorar los dioses de tu propia imaginación. Confías orgullosamente en ti mismo en lugar de buscar Su gracia en oración. No tienes un corazón agradecido, aunque todos los días respiras el aire de Dios y bebes Su agua. Si no te arrepientes, entonces Él te quitará todo lo bueno y usará Su poder soberano para castigarte para siempre.
Por Su providencia, el Señor está reuniendo para Sí a un pueblo de este mundo perverso. La providencia más extraordinaria de Dios es que envió a Su Hijo para redimir a los pecadores (Gal 4:4-5). Cuando los hombres malos crucificaron a Jesucristo, cumplieron el propósito soberano de Dios de que Su Hijo muriera en rescate por muchos (Mr 10:45; Hch 4:27-28). Dios levantó a Cristo de entre los muertos por Su poder, y ahora Cristo se sienta a la diestra del Padre como Rey de reyes y Señor de señores (Sal 2:6; 110:1).
Hoy, Dios está obrando a través del evangelio para que todo aquel que se vuelva del pecado, confíe en Cristo e invoque el nombre del Señor sea salvo (Rom 10:13). ¿Podría ser que la providencia de Dios dispuso que dieras con este artículo para que te conviertas y sigas a Cristo? Si aún no has sido salvo de tu pecado, entonces reconoce que no estás leyendo estas palabras por accidente. Dios te está hablando. Por la gracia de Dios, apártate de aquello de lo que antes dependías y pon tu esperanza en el Dios vivo. Y luego regocíjate, porque Dios hace que todas las cosas obren para el bien de los convertidos por Su llamado, aquellos que le aman (Rom 8:28). En todas sus aflicciones de camino a la gloria, ellos pueden decir: «Somos más que vencedores» (Rom 8:37).